Memoria Histórica

 

Apuntaciones sobre la Guerra Civil Española

Por Eduardo Palomar Baró.

 

Introducción

La República Española se instituyó el 14 de abril de 1931. Sus pretensiones eran las de modernizar y revitalizar la vida política y social del país, cuyos males eran achacados, por una mayoría de la opinión pública, a la Monarquía. La República heredaba un país atrasado en lo social y lo económico con unas tremendas tasas de analfabetismo y pobreza, unas deplorables condiciones laborales, muy especialmente en el campo donde los terratenientes ejercían el caciquismo.

La República nace en un contexto histórico mundial marcado por la crisis económica, derivada del crack del la bolsa de Wall Street en EEUU, y aunque las consecuencias de esta crisis no afectan a la economía española de forma determinante, si determina la evolución política de sus vecinos europeos creando las bases para el triunfo de los totalitarismos especialmente en Alemania y en Italia, con los movimientos nazi y fascista, respectivamente. Asimismo en el otro extremo de Europa la revolución Soviética en Rusia se consolida resultando un llamativo polo de atracción para las clases proletarias del resto de los países europeos, ante las deficiencias sociales que hay en sus países, agravadas por la crisis económica. Todo ello lleva una radicalización del espectro político que resulta especialmente dramático en el caso de la República española y que años después se materializará en la Guerra Civil. Esta guerra supuso el acontecimiento más traumático de la historia contemporánea de España. Diversos historiadores, manifiestan que fue la última guerra europea entre idealistas.

En términos militares en ellas se experimentaron nuevas tácticas hasta entonces inéditas, siendo el campo de experimentación de la Segunda Guerra Mundial.

 

Definición de republicanos

Las fuerzas republicanas recogían un amplio espectro político que iba desde los anarco-sindicalistas, Confederación Nacional del Trabajo-Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI), pasando por los comunistas (PCE-PSUC) así como diversas tendencias marxistas (POUM, trotskistas) socialistas y socialdemócratas, Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y su sindicato Unión General de Trabajadores (UGT), partidos Republicanos de Izquierdas, como Izquierda Republicana y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), partidos de Centro de tendencia nacional, Partido Nacionalista Vasco (PNV), Partido Radical de Lerroux y diversas tendencias de carácter progresista, como la Unió de Rabassaires i Altres Cultivadors del Camp de Catalunya, y movimientos obreros campesinos, como el Bloque Obrero y Campesino (BOC).

Todos ellos tenían en común el soporte a la República por un motivo u otro, así por ejemplo, los anarquistas apoyaban por un sentido pragmático que no ideológico, los radicales la ayudaron en su etapa parlamentaria, aunque después no participaron en el esfuerzo de guerra, y el PNV por que con ello respaldaba su propia autonomía aún a pesar de ser un movimiento de carácter católico, aliado con el resto de las fuerzas de la República, que eran esencialmente anticlericales.

 

Definición de nacionales

Bajo esta denominación han pasado a la historia una serie de fuerzas políticas que se opusieron a la República. Aunque algunas de ellas participaran activamente en el juego parlamentario y político de la República antes de la guerra, su propósito final era la sustitución de la República por otro régimen monárquico. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) donde dentro de este grupo de José María Gil Robles, se encontraba altos mandos del ejército sin ninguna ideología común propiamente dicha, pero que eran contrarios a la República. Algunos de estos militares estaban agrupados en la Unión Militar Española (UME), grupo de militares de derechas.

Por otro lado, dentro de esta definición, entrarían asociaciones y movimientos campesinos de derechas, principalmente en Castilla.

Los carlistas que en años anteriores habían protagonizado guerras civiles por cuestiones dinásticas, aspiraban al retorno de una monarquía con Alfonso Carlos como rey en contraposición de la dinastía borbónica.

La Falange, fundada el 29 de octubre de 1933 en el Teatro de La Comedia de Madrid, pretendía ser la versión española del partido fascista italiano. Más tarde se fusionó con las JONS (Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas). Su fundador y líder era José Antonio Primo de Rivera. Los tradicionalistas también formaban parte de lo que junto con todos los anteriores, vino a llamarse Movimiento Nacional.

Todos estos movimientos tuvieron una importancia más o menos significativa durante la República y la posterior guerra civil.

 

Comienzo de la guerra civil

Desde el primer momento, el territorio nacional quedó dividido en dos zonas en función del éxito que obtuvieron los militares sublevados. Prácticamente se reproducía el mapa resultante de las elecciones de febrero de 1936; salvo casos aislados, los militares triunfaron en aquellas provincias donde fueron más votadas las candidaturas de derechas, mientras que fracasaron en aquellas donde la victoria electoral correspondió al Frente Popular. El Alzamiento comenzó el 17 de julio de 1936 en Melilla. Las unidades militares destacadas en Marruecos, que no controlaba el gobierno republicano, se hicieron pocas horas después con Tetuán y Ceuta. El general Francisco Franco Bahamonde partió el día 18 desde las islas Canarias hacia Tetuán, en la avioneta privada “Dragón Rapide”. Ese mismo día se alzaron los mandos militares de otras divisiones peninsulares; sin embargo, el levantamiento fracasó en las principales ciudades del país, tales como Madrid, Barcelona y Valencia. Por otro lado, el 20 de julio de 1936, recién comenzada la sublevación, falleció en accidente de aviación, al estrellarse la avioneta al despegar de Estoril (Portugal) el general José Sanjurjo, que había sido designado por los nacionales como jefe del alzamiento.

Desde el día 18, ni el gobierno ni los rebeldes controlaban la totalidad del país. En un principio, la zona nacional comprendía Galicia, Navarra, Álava, el oeste de Aragón, las islas Baleares, excepto Menorca, y las Canarias, así como la zona del protectorado español sobre Marruecos, buena parte del territorio de lo que hoy es la comunidad autónoma de Castilla y León, casi toda la provincia de Cáceres y algunas poblaciones de Andalucía.

El gobierno republicano conservaba casi toda Andalucía, el País Vasco, salvo Álava, Asturias, excepto la ciudad de Oviedo y Cataluña, así como la isla balear de Menorca y los territorios de las actuales comunidades autónomas de Cantabria, Castilla-La Mancha, Región de Murcia y la Comunidad Valenciana. Conforme avanzó la contienda, el poder republicano perdió zonas que, desde finales de marzo de 1939, pasaron íntegras a disposición del Ejército Nacional.

El comienzo de la guerra estuvo vinculado al asesinato de José Calvo Sotelo, líder del derechista Bloque Nacional, que tuvo lugar la noche del 12 al 13 de julio de 1936, en un execrable crimen de Estado.

Las operaciones militares permitieron establecer un desarrollo cronológico, a partir del paso del estrecho de Gibraltar por las tropas del Ejército de África mandadas por el general Franco (julio-agosto de 1936), con tres fases principales. La primera muestra la importancia que ambos bandos otorgaron a la ocupación de Madrid, ciudad que, en consecuencia, pronto fue motivo de asedio por las tropas nacionales, dando lugar a la conocida como batalla de Madrid. La estrategia de los alzados, que pretendían acceder a la capital desde el norte y desde el sur, fracasó. Una acción importante en esta primera fase, fue la liberación de los asediados en el Alcázar de Toledo, que tuvo lugar  el 27 de septiembre de 1936, defendido heroicamente por el coronel José Moscardó ante el acoso de los rojos. Contando con las fuerzas de África, Franco había avanzado previamente sobre Andalucía, consiguiendo ocupar en agosto las plazas de Mérida y Badajoz, enlazando de esta manera con los nacionales del norte a lo largo de la frontera portuguesa. Mola, a su vez, había logrado cortar la frontera francesa al ocupar Irún (Guipúzcoa) a principios de septiembre.

La segunda fase no abandonó la marcha sobre Madrid. Pero la batalla de Guadalajara, a finales de marzo de 1937, se saldó con el éxito republicano, que tuvo presente el plan de ofensiva previsto por el general José Miaja contra las tropas enviadas por Italia. Los alzados decidieron entonces centrar sus principales operaciones en el norte.

El 3 de junio de 1937, mientras el general Emilio Mola sobrevolaba tierras burgalesas para inspeccionar el frente, el aparato se estrelló contra el cerro de Alcocero, muriendo en el accidente.

El Ejército Nacional rompió las defensas de Bilbao, el llamado “Cinturón de Hierro”, el 19 de junio de 1937.

En agosto, un mes después de obtener la victoria en la batalla de Brunete, esas mismas tropas entraron en Santander y, en octubre, tomaron las ciudades asturianas de Gijón y Avilés, con lo que los nacionales completaban la última etapa de la ocupación de la zona norte.

A partir de finales de 1937 comenzó la tercera fase. Los republicanos, siguiendo los planes del general Vicente Rojo, conquistaron en enero de 1938 Teruel, ciudad que no obstante perdieron al mes siguiente. En julio de ese año comenzó la dura y decisiva batalla del Ebro, en la que la derrota del Ejército republicano, ocurrida en noviembre de 1938, dejó despejada la ruta para el avance del ejército de Franco hacia Cataluña. El 26 de enero de 1939, las tropas franquistas liberaron Barcelona, para avanzar en fechas sucesivas hacia la frontera francesa y ocupar los pasos desde Puigcerdá hasta Portbou (Gerona). La ofensiva final realizada entre febrero y marzo de 1939, tuvo por objeto quebrantar las posiciones republicanas todavía pendientes, situadas en la zona centro y en el sur peninsular. A principios de marzo de ese año fracasó el criterio de mantener la resistencia, defendido por el presidente del gobierno frentepopulista, Juan Negrín López, debido a la creación en Madrid del Consejo Nacional de Defensa. Este organismo, que encabezó el jefe del Ejército del Centro, el coronel Segismundo Casado, destituyó a Negrín y procuró alcanzar una paz honrosa con el gobierno franquista de Burgos, después de hacerse con el control de Madrid mediante un cruento enfrentamiento entre las propias tropas rojas. Sin embargo, no prosperaron sus gestiones encaminadas a lograr una paz acordada. Las tropas franquistas entraron en Madrid el 28 de marzo de 1939. Tres días más tarde, el gobierno rojo perdió las últimas plazas todavía fieles.

El Parte Oficial de Guerra correspondiente al día 1º de Abril de 1939 – III Año Triunfal, decía:

En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las Tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos 1º de Abril de 1939. Año de la Victoria. El Generalísimo

 

Desarrollo político de la contienda 

Por parte del gobierno frentepopulista, la jefatura pasó sucesivamente de manos de José Giral (19 de julio de 1936) a Francisco Largo Caballero (5 de septiembre de 1936) y de éste a Juan Negrín (desde el 18 de mayo de 1937 hasta el final de la guerra). Los tres pertenecían al Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

Manuel Azaña, presidente de la República, sustituyó el 19 de julio de 1936 al presidente del gobierno Santiago Casares Quiroga por Diego Martínez Barrio, quien no llegó a jurar el cargo. No obstante, Azaña nombró ese mismo día a José Giral jefe del gabinete. Tan pronto como este último asumió las responsabilidades de gobierno, la autoridad del poder central se descompuso y se crearon numerosos poderes locales de carácter popular y espontáneo que generaron divisiones intensas y supusieron la pérdida de la unidad política e incluso militar en el ámbito republicano.

El debilitamiento de autoridad, al que aludiría el propio Azaña en su obra “La velada de Benicarló” (1937), y los avances de las fuerzas nacionales, explican el cambio de Giral por Francisco Largo Caballero (septiembre de 1936), que ejercía su prestigio y autoridad sobre los obreros, principalmente desde la dirección de la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato afín al PSOE. Largo Caballero hizo cuanto pudo por controlar la situación revolucionaria, formando un gobierno de concentración con presencia de socialistas, comunistas, una minoría de republicanos y nacionalistas vascos y catalanes. Dos meses después incorporó a militantes de la central obrera anarcosindicalista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuya fuerza era destacada en Aragón, Cataluña y Valencia. Con todo, el enfrentamiento entre las dos tendencias de revolución o guerra  –y ello pese a que durante el gobierno de Largo Caballero mejoró la coordinación en el Ejército republicano– dio al traste con esta experiencia, porque fue incapaz de hacer amainar las disputas entre las principales corrientes políticas de la coalición gubernamental.

Azaña puso las riendas del Gobierno en manos de Negrín en mayo de 1937, quien a su vez ocupó la cartera de Economía-Hacienda. Pronto sería acusado de estar dominado por los comunistas. Negrín prescindió de inmediato de los anarcosindicalistas y orientó su gestión hacia la victoria militar; la revolución debía esperar. Pero los avatares bélicos desencadenaron una nueva crisis gubernamental en abril de 1938. Desde entonces, Negrín pasó a desempeñar también el cargo de ministro de la Defensa Nacional (anterior Ministerio de la Guerra), que venía ejerciendo el socialista Indalecio Prieto. Los “Trece Puntos de Negrín”, –nombre por el cual fue conocido el acuerdo propuesto por el presidente del Gobierno republicano a las fuerzas de Franco, como base de una posible negociación–, promulgados el 30 de abril de 1938, en un afán por restablecer una democracia consensuada sobre principios alejados del conflicto bélico, no consiguieron recomponer la unidad del Ejército republicano ni sostener el escaso apoyo internacional, debilitado a medida que se retiraban los voluntarios extranjeros que habían formado parte de las Brigadas Internacionales.

Los “Trece Puntos de Negrín”

  1. La independencia de España.
  2. Liberarla de militares extranjeros invasores.
  3. República democrática con un gobierno de plena autoridad.
  4. Plebiscito para determinar la estructuración jurídica y social de la República Española.
  5. Libertades regionales sin menoscabo de la unidad española.
  6. Conciencia ciudadana garantizada por el Estado.
  7. Garantía de la propiedad legítima y protección al elemento productor.
  8. Democracia campesina y liquidación de la propiedad semifeudal.
  9. Legislación social que garantice los derechos del trabajador.
  10. Mejoramiento cultural, físico y moral de la raza.
  11. Ejército al servicio de la Nación, estando libre de tendencias y partidos.
  12. Renuncia a la guerra como instrumento de política nacional.
  13. Amplia amnistía para los españoles que quieran reconstruir y engrandecer España.

El éxito definitivo de la ofensiva franquista sobre Cataluña, a principios de febrero de 1939, impidió que dieran fruto las garantías que el gobierno republicano pedía de cara a la paz: independencia de España y rechazo de cualquier injerencia exterior, que el pueblo pudiera decidir libremente acerca del futuro del régimen, así como garantía de evitar persecuciones y represalias después de la guerra. Estas condiciones propuestas por Negrín en las Cortes reunidas el 1 de febrero de 1939 en Figueras (Gerona) no fueron aceptadas por el gobierno de Burgos, que presumía concluir la guerra en breves días. En efecto, la reunión de las Cortes republicanas en Figueras fue la última que tuvo lugar en suelo español. Antes de esa fecha se celebraron reuniones de las Cortes en distintas sedes, dependiendo de las propias circunstancias militares de la contienda. Las primeras tuvieron lugar en Valencia en diciembre de 1936 y febrero y octubre de 1937, en tanto que las postreras se produjeron en distintas zonas del territorio catalán, tales como Montserrat (febrero de 1938), San Cugat del Vallés (septiembre de 1938) y Sabadell (octubre de 1938).

En lo que respecta a la zona nacional se dictaron paulatinamente medidas políticas al compás de las acciones bélicas, que fueron aplicadas en los territorios ocupados desde el principio y en todos aquellos que se incorporaban tras sus éxitos militares. La primera y pronta medida adoptada fue la creación en Burgos de la Junta de Defensa Nacional, el 24 de julio de 1936, que presidió el general Miguel Cabanellas, por ser el militar más antiguo, e integraron en calidad de vocales los generales Emilio Mola Vidal, Fidel Dávila Arrondo, Andrés Saliquet Zameta, Miguel Ponte Manso de Zúñiga y los coroneles Fernando Moreno Calderón y Federico Montaner Canet.

A finales de septiembre de ese año, la Junta de Defensa Nacional designó a Franco Jefe del Gobierno del Estado español y Generalísimo de las Fuerzas Nacionales de Tierra, Mar y Aire y se le confería el cargo de General Jefe de los Ejércitos de operaciones. El 1 de octubre de 1936 se hizo oficial el nombramiento.

Esta medida tuvo su complemento en el llamado “Decreto de Unificación” del 19 de abril de 1937, por el que se fusionaban Falange Española y la Comunión Tradicionalista Carlista, creándose Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Esa operación política agudizó las tensiones latentes entre los falangistas desde que el 20 de noviembre de 1936, fuera ajusticiado por los rojos José Antonio Primo de Rivera, fundador y jefe nacional de Falange Española. El nuevo jefe nacional falangista, Manuel Hedilla, se opuso al decreto unificador, por lo que fue arrestado junto con sus seguidores.

El 30 de enero de 1938 se formó el primer Gobierno Nacional presidido por Francisco Franco Bahamonde, tras la disolución de la Junta Técnica de Estado, que había sido creada el 1 de octubre de 1936 inicialmente como una entidad de apoyo gubernamental a la primigenia Junta de Defensa Nacional. El primer gobierno de Franco estuvo compuesto tanto por militares como por figuras civiles falangistas, tradicionalistas y monárquicas. Estuvo compuesto por: Francisco Gómez-Jordana y Sousa, conde de Jordana (vicepresidente del gobierno y ministro de Asuntos Exteriores);  Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno (ministro de Justicia); Severiano Martínez Anido (responsable del Ministerio de Orden Público); Fidel Dávila Arrondo (ministro de la Defensa Nacional); el ingeniero naval Juan Antonio Suanzes Fernández (encargado del Ministerio de Industria y Comercio); el abogado y cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (ministro de Interior y secretario del Consejo de Ministros); el notario y falangista Raimundo Fernández Cuesta Merelo (responsable del Ministerio de Agricultura); el escritor y político monárquico Pedro Sáinz Rodríguez (Educación Nacional); Andrés Amado y Reygondaud de Villebardet (Hacienda); Alfonso Peña Boeuf  (Obras Públicas)y Pedro González Bueno (Acción Sindical).

 

La internacionalización del conflicto

 Si bien es cierto que la guerra comenzó como un conflicto interno, en palabras de Salvador de Madariaga: “nacido en suelo español y a la manera española”, no pudo mantenerse ajena al entorno internacional debido a sus propias raíces ideológicas. Ambos bandos reclamaron inmediatamente apoyos de otras potencias extranjeras, según el panorama existente en la alineación del mundo en la década de 1930, hasta el extremo de que algunos vieron en el conflicto un prólogo de un nuevo enfrentamiento mundial.

La intervención extranjera fue solicitada, ya en la primera fase de urgencia (julio-agosto de 1936), por el presidente del Gobierno José Giral Pereira. Pidió auxilio del Gobierno del Frente Popular francés, presidido por el socialista Léon Blum. Y así, el 19 de julio de 1936, Giral cursó el siguiente telegrama a Blum:

“Hemos sido sorprendidos por peligroso golpe militar. Solicitamos se pongan inmediatamente de acuerdo con nosotros para su suministro de armas y aviones. Fraternalmente, Giral”.

Los frentepopulistas españoles contaron con la ayuda de Francia, México y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El apoyo de la URSS, gobernada por el sanguinario dictador Iósiv Stalin, resultó fundamental en blindados, aviones, equipos y asesores militares. Estuvieron en España, como asesores militares, hombres que más tarde fueron la elite del Ejército ruso en la II Guerra Mundial, tales como: Aleksandr Ilich Rodimtsev, asesor soviético en la batalla de Guadalajara; Dmitry Grigorevic Pavlov, general de brigada del Ejército soviético, que usó los apodos de “Pablo” y de “Pedro”, organizó una base de carros de combate en Archena (Murcia) y participó en la batalla de Guadalajara al mando de la 11ª División; Ivan Stepanovich Koniev, que utilizó en España el apodo de “Paulito” y Rodino Yakovlevich Malonovski, consejero militar adscrito a la Brigada mandada por Líster, interviniendo en los frentes de Jarama y Guadalajara. Usó los apodos de “Malino”, “coronel Malino” y “Manolito”.

Cabe destacar las Brigadas Internacionales: la III Internacional (también conocida como Komintern) creó un Comité Internacional para organizar a sus miembros, que contó con la participación de los dirigentes comunistas Palmiro Togliatti y Josip Broz “Tito”. Participaron en ellas voluntarios de distintos países movidos por sentimientos antifascistas. El centro de reclutamiento estuvo en París y entre sus gestores cobró especial relieve el dirigente comunista francés André Marty, conocido con el sobrenombre del “Carnicero de Albacete”, por su tremenda crueldad. Los primeros brigadistas llegaron al puerto de Alicante en octubre de 1936 para continuar hasta Albacete, en donde se formó la XI Brigada, que pronto participó en la batalla de Madrid. Su intervención al lado de la causa roja duró hasta noviembre de 1938.

Los nacionales obtuvieron el apoyo de Italia, gobernada por Benito Mussolini y de la Alemania de Adolf Hitler, recibiendo aviones, armamento y combatientes italianos y alemanes, entre estos últimos la famosa Legión Cóndor, con sus grandes pilotos Adolf Galland y Werner Moelders

En medio de todo este proceso destacó de manera especial lo que se conoció como la política de “No Intervención” asumida por la Sociedad de Naciones, que, en principio, suponía la prohibición de exportar cualquier material de guerra, sin más compromisos por parte de los gobiernos. En septiembre de 1936 nació en Londres el “Comité de No Intervención”, integrado por los embajadores residentes en la capital británica con el objeto de reducir el conflicto al ámbito nacional. Sin embargo, a la vista de las numerosas violaciones del compromiso, las medidas adoptadas por el “Comité de No Intervención” no resultaron efectivas y, desde luego, no impidieron que las potencias extranjeras apostaran por uno u otro contendiente.

Por lo que se refiere al apoyo soviético, la financiación de los suministros bélicos entregados al gobierno republicano se relacionó con las reservas del Banco de España. Dos terceras partes del oro guardado en el Banco salieron hacia Moscú, en concepto de depósito primero, y como pago por aquellos suministros posteriormente. El famoso “oro de Moscú” fue uno de los asuntos más escandaloso y vergonzoso realizado por el Gobierno de la República.

     

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