El muerto resucitado.

 

        La carrera militar de Franco siguió su espléndida marcha, y se habituaban sus soldados y hasta sus compañeros a considerarle como soldado de dioses propicios frente a las balas, puesto que viéndosele frecuentemente en los sitios de mayor peligro y ofreciendo, como ofrecía, blanco muy destacado a los tiradores cabileños escondidos entre las peñas, salía siempre intacto, mientras, por lo general, eran muchas las bajas en los cuadros de la oficialidad. Se comentaba «la suerte de Franco» y su «buena estrella». De los cuarenta y dos oficiales voluntarios en el Grupo de Regulares, sólo siete permanecían indemnes.

       Pero llegó el 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo, año 1916, y se llevó a cabo en esa jornada una operación sangrienta que si, de una parte, ensombreció el resplandor de 1a «buena estrella» de Franco, de otra 10 acrecentó e intensificó hasta el punto de dar ocasión a que se le tuviera punto menos que por un «muerto resucitado».

       Aunque la comunicación entre Tetuán y Tanger había quedado establecida después de los movimientos de tropas del 24 de mayo, se cernía un notorio peligro por la parte septentrional de la cabila de Anyera, en las montañas próximas a Ceuta. Podían correr riesgo las comunicaciones de esta ciudad con Tetuán. Decidió, pues, el mando operar por el lado de un monte y un pobladillo llamado El Biutz, a ocho kilómetros de la aglomeración ceutí. La defensa de Ceuta estaba encomendada a una línea que tenía sus apoyos principales en diversos cerros, de los que el más señalado llevaba el nombre de «Cudia Federico». Todo aquel terreno era -y sigue siendo- muy áspero. Los senderos obligaban a marchar en «fila india». Las pendientes hacían penosa la subida. En lo más alto de la posición que había de ser atacada, en una loma llamada «de las trincheras», se parapetaba el enemigo. Pocos misterios ofrecía el ataque. Apenas quedaba otro recurso que el del asalto directo, frente a un sistema elemental, pero bien preparado, de parapetos, trincherillas, pequeños observatorios y puestos de tiro bien cubiertos.

          El alto comisario y general en jefe, don Francisco Gómez Jordana, con su Estado Mayor, preparó la operación. Tres columnas, mandadas por el general Martínez Anido, el coronel Génova y el general Sánchez Manjón, atacarían desde Ceuta. El mando superior de este conjunto de Fuerzas quedaba en manos del general Milans del Bosch, el cual dispuso que una cuarta columna, a las órdenes del coronel Martínez Perales, permaneciera en reserva.

      Al propio tiempo, el general Barrera operaría por el suroeste de Anyera, viniendo de  la zona de Larache. El general Ayala, con tropas de Tetuán, se instalaría en Malalien.

      Finalmente, la meja1a cherifiana, bajo el mando del teniente coronel Cabanellas, avanzaría desde el sector del Fondak y amenazaría el sur de la gran cabila que se extiende entre Tetuan y Ceuta. Por aquellos días se hallaba en Raisum en buenos términos ,con las autoridades ,del Protectorado y prometió apoyar los planes del alto, comisario con los guerrilleros que le seguían.

      Entre las tropas que, a punto de Tomper el alba del día 29, avanzaron hacia la montaña, figuraba el Tabor de los Regulares de Melilla en que Franco mandaba una compañía. Desde el primer instante, la marcha se hizo difícil por la fragosidad del terreno y por la violencia del fuego del enemigo, que disparaba a placer, apuntando, ahorrando municiones, castigando los flancos. Los atrincheramientos se 1o permitían.

     «La compañía del capitán Pa1acios -se lee en una descripción publicada por la revista España en sus héroes- está detenida por un nutrido fuego. Caen oficiales y soldados. El suelo está cubierto de turbantes y "chichías", que esmaltan la verde gaba.»

     Rápidamente se va quedando sin oficiales la compañía mencionada. El capitán Franco, que advierte la peligrosa situación de aquella fuerza, resuelve que un asalto muy rápido podrá resolver la crisis. Fija en seguida el punto por donde ha de romperse la resistencia de los cabileños. Hay que ocupar la «loma de las trincheras». Y da la orden de avanzar a toda costa. A la cabeza va él mismo. La mayoría de 1os oficiales caen. El comandante Muñoz se desploma alcanzado mortalmente por una bala. La compañía de Franco corona la loma. Entonces, los cabileños se repliegan un poco y se guarecen en una especie de segunda línea de resistencia. Sin darles descanso Franco Continúa el ataque hasta llegar al cuerpo a cuerpo. Cae muerto, a su lado, un soldado indígena. El capitán toma el fusil del que acaba de morir y, sin dejar de dar órdenes a los hombres que le quedan, comienza a disparar, rodilla en tierra. Para los tiradores de enfrente, el blanco es seguro. Una bala le alcanza en el vientre. Aquellos que se encuentran cerca de Franco tienen la impresión de que ha muerto. Van de aquí para allá 1os camilleros, recogiendo a los heridos, y no se apresuran a ocuparse de quien, según ellos, no tiene remedio.

       Pero, pasados unos momentos, el «muerto» da señales de vida. Llama a uno de los oficiales supervivientes y le hace entrega de 20.000 pesetas. Como había sido nombrado cajero en campaña, era el dinero que llevaba en los bolsillos para poder pagar puntualmente.

      El herido apenas tenía fuerza para hablar. Estaba extenuado. Respiraba muy mal. Advertidos los soldados de Sanidad, éstos acuden y le trasladan a la retaguardia inmediata. Alguien sugiere que se le envíe inmediatamente a Cudia Federico, pese a que el camino está muy batido. Tendido en una angarilla, va a engrosar un grupo de heridos tan graves que se les tiene como insalvables. En Cudia Federico le hacen la primera cura digna de tal nombre. La herida, en efecto, es gravísima. El pronóstico, fatal. Pero pasan dos, tres, cuatro días. El capitán lucha por sobrevivir. Los médicos, sin embargo, temen que se inicie, de un momento a otro, un proceso gangrenoso y el día 4 de Julio es trasladado desde Cudia Federico al Hospital Militar de Ceuta. Se avisa a la familia y se le advierte que es probable la muerte rápida. El parte de la operación de El Biutz habla del «incomparable valor, las dotes de mando y la energía desplegada por el capitán Francisco Franco Bahamonde». Se abre expediente para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando. La solicitud parecía muy bien fundada. La compañía había sufrido más del cincuenta por ciento de bajas. El capitán aseguró el mando por sí mismo, al quedarse prácticamente sin oficiales. A él se le debía la toma de la «loma de las trincheras». Sin embargo... Los reglamentos son los reglamentos, los rigores son los rigores, y la Laureada no llegó, porque no 1o consintieron rigideces de interpretación. De momento, la recompensa quedó reducida a una Cruz de María Cristina. Pero el alto comisario tuvo la impresión de que se había cometido una injusticia y ,formuló la propuesta de ascenso a comandante, con antigüedad del 29 de junio, fecha del combate de Biutz. El comandante más joven. Veinticuatro años. En el hospital, los presagios sombríos iban aliviando su carga de pesimismo. El proyectil, tras perforar por diversos puntos las paredes del abdomen, no había producido ningún ,destrozo completamente irreparable. Los médicos estaban sorprendidos. Realmente, aquel «muerto» estaba «resucitando».


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