Dos operaciones notables.

 

Gorgues. Retirada de Xauen

 

            El abrupto monte Gorgues domina la ciudad de Tetuán y su valle inmediato. Una aciaga mañana apareció ocupado por la jarka enemiga. Se había producido en buena parte del Protectorado lo que era de temer. Las declaraciones del jefe del Gobierno sobre el repliegue a la costa, incluido el abandono de la "ciudad misteriosa de Xauen", alentó movimientos de subversión general. La rebelión se fijó a sí misma, como objetivo, el envolvimiento de las posiciones más importantes, el corte de las comunicaciones sobre la retaguardia y, con ello, la imposibilidad de toda retirada de las fuerzas españolas. Se trataba de una acción de gran aliento, encaminada a cercar todo el despliegue de los batallones de España, batirlos insistentemente y destruirlos impidiéndoles el despegue del terreno. Dos grandes señales de tales propósitos fueron la ocupación del pico del Gorgues y el sitio de la ciudad de Xauen. La situación que de ese modo producían era como para alarmar seriamente al más confiado de los jefes. Abd-el-Krim, señor de la cabila de Beni Urriaguel y caudillo de la sublevación -pues hasta el predominio del famoso Raisuni en Beni Aros se había reducido a cero ante el influjo decisivo del rifeño-, pretendía, nada más y nada menos, reproducir la jornada de Annual, de julio de 1921, sólo que ampliándola, ensanchándola hasta comprender la totalidad del Ejército español de África. El jefe del Gobierno admitió la grave realidad; y como no le dolían prendas a la hora de seguir los caminos del sacrificio personal y de la responsabilidad, resolvió compartir directamente las zozobras e inquietudes, las amenazas y los riesgos de las guarniciones africanas. Delegó el despacho de la Jefatura del Gobierno en el vicepresidente, almirante Magaz; se trasladó a Tetuán y timó el mando en jefe del Ejército de Operaciones. Se abrió así un capítulo muy importante de la historia del Protectorado. Capítulo que había de acabar, necesariamente, o en un inmenso desastre o en una clara y terminante victoria. Las "medias tintas", el "ir tirando", característico de los períodos en que fueron altos comisarios el general don Ricardo Burguete y el ex ministro civil don Luis Silvela, sin olvidar el del general Aizpuru, daban paso a unas soluciones sin posibles escapatorias. O la total derrota de las Armas españolas o el triunfo indudable.

            Instalado Primo de Rivera en Tetuán, hubo de hacer frente, en términos de preferencia, al hecho de que, prácticamente, la ciudad se hallaba semisitiada. Mantenía, es cierto, la comunicación con Ceuta y con Tánger, pero a condición de defender a tiros cada una de las salidas y de las entradas de las columnas operantes. Por la noche, los tiradores enemigos, los famosos "pacos", descendían del pico del Gorgues, y a favor de la oscuridad tiroteaban los accesos de algunas calles tetuaníes desde los suburbios. Por añadidura, la jarka disponía de un cañoncito instalado entre los altos peñascales. Aquella situación, un tanto precaria, de la guarnición y de los supremos organismos militares, políticos y administrativos del Protectorado no podía continuar. El jefe del Gobierno venía a ser generalísimo de una tropa amenazada de cerco.

            Para salir de tan penosa realidad, humillante y cargada de los peligros mayores, se resolvió la reconquista de las alturas de Gorgues como primero e importante paso. El asunto no dejaba de presentar dificultades. La montaña citada aparece como cortada a pico sobre Tetuán. Sus laderas son especialmente fragosas y ásperas. Dominar aquel paisaje de rocas exigiría una operación probablemente costosa e incierta.

            Si este esbozo de biografía de Franco permitiera extenderse en relatos minuciosos, sería interesante referir con pormenores cómo fue concebida y cómo fue llevada a cabo la maniobra de escalada a las alturas del Gorgues. No es posible alargar tanto la narración. El caso es que, tras ciertos trámites, Primo de Rivera llamó a Franco y le anunció que había sido designado para mandar la columna de asalto. Sin la liberación del Gorgues no se podía soñar en enviar tropas de socorro a las guarniciones del interior, que ya reclamaban ayuda, porque empezaban a sentirse especialmente hostilizadas.

            Los preliminares de la operación fueron curiosos; y será tarea de los historiadores investigar acerca de ellos porque dan la clave de algunos de los rasgos capitales de la personalidad de Franco.

            Antes del amanecer del 18 de septiembre de 1924, Primo de Rivera, acompañado del general Jordana, jefe de Estado Mayor, situó el puesto de mando a la salida de la ciudad. Con las primera luces del alba la columna encargada del ataque inició su maniobra, monte arriba. El primer cuidado, exigido con todo rigor por el teniente coronel, consistió en ir trepando de manera tal que las vanguardias se desenfilaran constantemente del fuego enemigo. Si alguien vive todavía de aquellos que intervinieron en la  re-ocupación del Gorgues, recordará la emoción y ansiedad con que se siguió la ascensión de las tropas de Franco. A medida que se acercaban a la cumbre, el fuego de la jarka se iba haciendo más vivo e intenso. Por mucho que nuestra artillería cubriera las alturas con las explosiones de sus grandas, la fusilería cabileña tenía a su favor mil accidentes del terreno y unos peñascales que valían como verdaderos sistemas de fortificación natural. Fueron necesarias siete u ocho horas de combate sin tregua. Al cabo de ellas, se vio desde Tetuán cómo las banderas del sultán y de España ondeaban en lo más alto del Gorgues. ¿Había terminado todo? No; hubo que proceder en seguida a la tarea de fortificar, a instalar una guarnición con los víveres y las municiones indispensables y tomar todas las medidas necesarias para que se hiciera imposible el retorno de las huestes de Abd-el-Krim. Estos cuidados supusieron toda una noche de lucha enconada; y gran parte del día siguiente estuvo ocupado igualmente en combatir, hasta que el enemigo se desbandó y así quedó definitivamente libre de peligros la capital del Protectorado.

            Aquel fue el momento de marchar en apoyo de las guarniciones de tierra adentro. Hubo que preparar varias columnas fuertes. Su misión principal consistía en asegurar los libres movimientos de retirada; para lo cual había que empezar por abrirse paso venciendo a una serie de jarkas muy envalentonadas, dueñas de varios montes.

            El 23 de septiembre salieron de los campamentos de Tetuán y Lareche tres de esas columnas. ¡Comprometida empresa la de aquellos hombres! La vanguardia quedó a cargo de Franco. Mandaba éste cinco Banderas de la Legión, dos Batallones y la artillería correspondiente. Como se advierte, teles efectivos correspondían, por su importancia, a un general de División.

            El 2 de octubre entró en Xauen. La marcha había resultado considerablemente más dura de lo calculado. El jefe legionario pudo darse cuenta perfecta de la realidad que le rodeaba cuando solamente al pasar por el poblado de Dar-Raid le hicieron más de doscientas bajas.

            El levantamiento del asedio que los cabileños imponían a la posición de Xeruta fue otro hecho que a un soldado menos dueño de sí mismo hubiera parecido punto menos que imposible de afrontar. El capitán Rosaleny, que mandaba Xeruta, anunció su propósito de volarla antes de rendirse. En ese trance aparecieron los legionarios.

            Romper el cerco de Xauen, penetrar en las calles de la ciudad, iniciar los preparativos de la retirada, fueron tareas a decidir y llevar a término en horas. El repliegue debía comenzar inmediatamente. Así como para avanzar se le asignó a Franco el mando de la vanguardia, ahora se le encomendaban las dramáticas responsabilidades de la retaguardia. Tenían que ir replegándose todas las guarniciones, mientras él permanecía sobre el terreno, asegurando la maniobra ajena y la propia. Las laderas de las montañas y los escondites de los barrancos se hallaban poblados de grupos de tiradores muy expertos, que se movían de un lado a otro con desconcertante rapidez. Quien no haya participado en una guerra del tipo de la de Marruecos, no podrá imaginar siquiera hasta qué punto unas fuerzas de organización primaria, con equipos de armamento ligero, y una discreta potencia de fuego, pueden crear situaciones realmente comprometidas a ejércitos más poderosos, dotados de medios abundantes.

            Franco se comprometió consigo mismo a evitar que ni una de las guarniciones en retirada cayera en poder del enemigo. Para ello dispuso los movimientos de su columna de modo que pudieran hacer frente a toas las posibles asechanzas y emboscadas. No se dejó sorprender una sola vez. Cuando vino el momento en que la retaguardia debía abandonar la ciudad de Xauen, ordenó la preparación de unos muñecones de paja, a los que vistió con uniformes de la Legión para que, viéndolos, creyeran los jarqueños enemigos que allí continuaban las Banderas. Una hora antes de que salieran las últimas Secciones, reunió a los capitanes pagadores y les recordó que, como podían morir o caer heridos, era importante, para evitar interpretaciones erróneas acerca de la moral de los jefes y oficiales de aquellas Fuerzas, que todos los oficiales encargados, eventualmente, de sustituirlos, poseyeran una nota detallada de los fondos que los pagadores tenían en su poder. Luego de tomar esa precaución económico-administrativa bajo las balas, dio comienzo la marcha hacia Tetuán. No se recuerda en los anales del Ejército español otra más azarosa. Para que no faltara ninguna de las adversidades posibles, se desencadenó un violento temporal de lluvias que anegó caminos y campamentos. Pese a ello, se mantuvo íntegra la disciplina en cada movimiento. La columna de Franco iba detrás del grueso de las guarniciones en repliegue, protegiendo los flancos y manteniendo abiertas las comunicaciones. Murieron muchos. Las bajas de jefes y oficiales llegaron en algún momento a ser impresionantes. Ofrecieron su vida, sin tasa, todos los rangos, desde el general hasta el alférez. Y, por supuesto, se elevó a cifras considerables el sacrificio de la tropa, aunque proporcionalmente el número de jefes y oficiales caídos revelaba con especial significación la ejemplar bravura de su comportamiento.

            El grueso de las guarniciones llegó a Tetuán, Ceuta y Larache, de manera que , sin temor a equivocación o a exageración, se pudiera considerar la retirada como una maniobra admirablemente concebida y brillantemente llevada a término. Aun quienes la juzgaron prácticamente imposible, hubieron de rendirse a la evidencia. Los dos jefes que tuvo Franco fueron Primo de Rivera y Castro Girona. Nadie mejor que el propio jefe de la Legión ha dado la impresión cierta de lo ocurrido en aquellas jornadas. Publicó en la Revista de Tropas Coloniales un artículo titulado "Xauen la Triste". Se trata de un trabajo de indudable mérito literario que refleja la realidad de la ocasión señalada. Veinticinco días duró el trance. Nunca mejor empleada la fórmula de "25 días con sus 25 noches", porque, en efecto, la retaguardia combatió noche y día, en condiciones que parecían insufribles e insostenibles. Veinticinco días sin el menor revés, porque incluso la acción sangrienta de Dar-Akoba y la marcha desde esta posición hasta el Zoco-el-Arbáa, verdaderamente costosa, se produjo en unas horas de ausencia de Franco, que había sido llamado ese día a Tetuán para determinadas consultas del Cuartel General.

            El prestigio del teniente coronel legionario alcanzó en aquellos días cimas muy altas. Lo mismo en España que entre los militares franceses, observadores muy atentos, el jefe de las vanguardias españolas pasó a figurar en los más exigentes cuadros de honor.


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