Aceleración del desarrollo economico - industrial de España



       Aun a riesgo de repetir cosas ya dichas, conviene insistir ahora en las condiciones esenciales que Franco ha impuesto a sus irresponsabilidades y a sus modos de Gobierno. Son, después de todo, conocidas del mundo entero. La primera, según queda dicho, una rigurosísima intransigente unidad de mando. En este ,punto no admitió jamás el menor compromiso, ni siquiera la más leve matización. La segunda, un bien calculado equilibrio gubernamental entre las distintas tendencias políticas partícipes del Movimiento Nacional: Falange oficial, carlismo o tradicionalismo, Democracia Cristiana y cuadros tecnócratas. La reorganización ministerial dispuesta el año 1969 fue interpretada generalmente como una desviación respecto de los caminos seguidos hasta aquel momento, pues si bien no dejaron de estar presentes las representaciones del falangismo oficial y del tradicionalismo igualmente oficial, prevaleció de tal suerte lo tecnocrático, que la opinión pública resolvió designar al Gobierno, entonces nacido como el «Gobierno de los tecnócratas».

     Quienes habían puesto sus esperanzas en el posible advenimiento de una etapa de «aperturismo político», apoyado sobre las Leyes Fundamenta1es del Estado y del Movimiento y sobre el referéndum que las exaltó, declaráronse defraudados y dieron en proclamar la urgente necesidad de ordenar las diversas reacciones de la opinión pública en asociaciones políticas que, dígase lo que se diga, cumplirían, en fin de cuentas, la misión que en los regímenes democráticos corresponden a los partidos. Suponer que Franco habría de autorizar algún día nada que directa o indirectamente pudiera llevarnos a una resurrección o recreación de los partidos era desconocerle. Era igualmente obvio que jamás negociaría un concordato con mengua de las prerrogativas históricas del Estado español: o que en ninguna circunstancia o bajo cualquier tipo de presión internacional abandonaría los desiertos saharianos de Villa Cisneros y El Aaiún, o, en fin, que jamás renunciaría ni siquiera a una brizna de los poderes asumidos en Burgos el 1 de octubre de 1936, bien se relacionaran con el Estado, con el Gobierno, con las Fuerzas Armadas o con el Movimiento Nacional. Su gran compromiso con el país y consigo mismo fue el de la elevación del nivel de Vida de los españoles mediante un fortalecimiento incesante y tenaz de nuestras estructuras económicas y un fuerte desarrollo industrial de España. A ese ideal subordina muchas cosas, y para servirlo con la integridad de esfuerzos que ponía en todas sus empresas consideró siempre esencial reservarse la totalidad del poder, la responsabilidad completa, la iniciativa sin límites. Eran esenciales para él la paz interior y el orden; dispuso una circunspecta y prudente política exterior que no exigiera sino concesiones relativas de tipo secundario, y acometió una política social y laboral encaminada a cancelar hasta donde le fuera posible las zonas de miseria, a remediar las situaciones de angustia económica y a promover cambios cardinales en la distribución de la riqueza. No sabemos si su mentalidad era la de un dictador paternalista; en todo caso creía en sí mismo, sentía el orgullo de su condición de español y a todas horas imaginó que su destino o el signo providencial de su existencia era el del caudillaje destinado a rectificar inmensas quiebras históricas e injusticias largamente sufridas por la comunidad nacional de los españoles. Les parecerá a unos muy bien o a otros muy mal, pero creemos que con esta clase de estímulos mentales y sentimentales estaba construido el carácter de Franco.

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     Gran parte de lo que él deseaba se cumplió en amplísima medida. El cambio que se ha operado en los modos y anhelos de vida de nuestro pueblo es realmente extraordinario. Si lo que aún queda por hacer se abre delante de nosotros como una cordillera de cimas eminentes, lo ya logrado tiene todo el valor de una transformación como España no había conocido desde hacía siglos.

     El avance en materia de Sanidad no puede menos de impresionar a cuantos recuerden la situación en que nos hallábamos hace treinta o cuarenta años. Los servicios de hospitalización, la lucha contra endemias y epidemias que eran frecuente azote, la disminución de la mortalidad infantil hasta cifras que no hace mucho parecían un puro sueño, y la extensión de los cuidados médicos a la muchedumbre de la clase media y a las masas de trabajadores, tan desasistidas aquélla como éstas, tan dejadas a cruel; abandono, pregonan, sin duda, la eficacia de una política sanitaria.

    Quizá el índice más categóricamente favorable a la acción promotora de Franco en el orden económico-industrial es el relativo a los embalses hidráulicos. Si tenemos por cierto, como tantas veces se ha dicho, que nada señala el desarrollo de un país como su producción y su consumo de energía, basta con citar unas cifras sencillas y muy claras para llegar a conclusiones confortadoras. En 1940, la capacidad de los embalses construidos era de 3.900 millones de metros cúbicos; en 1972 llegaba a cerca de 34.000 millones; algo así como diez veces más. Estamos, prácticamente, la punto de agotar las posibilidades que en este orden de cosas ofrecían nuestros ríos; y se sabe que, a partir de ahora, la energía de origen nuclear tendrá que producirse en proporciones crecientes para poder afrontar los aumentos de la demanda.

   El Ministerio de Industria anuncia, sin que nadie se sorprenda demasiado, que en 1980 saldrán de las instalaciones siderúrgicas de España 18 millones de toneladas de hierro y de acero.

   La red de carreteras, que fue como una pesadilla durante mucho tiempo, ofrece ya grandes porciones de notable modernidad, a la altura de lo mejor que se logra en los países más desarrollados; y si es cierto que aún padecemos viejos males, sobre todo en los sistemas provinciales, parece obligado registrar las realizaciones ya logradas. Las carreteras españolas, viejo tema de burlas en labios y en plumas de viajeros nacionales y extranjeros, son actualmente motivo de alabanza, en cuanto a las comunicaciones principales.

       El analfabetismo, que el año 1940 se cifraba en la escandalosa proporción de un 23 por 100, quedó, en 1972, reducido a un 4,30 por 100.

       La renta nacional per cápita, que al iniciarse la reconstrucción, tras la guerra civil, apenas llegaba realmente a los 150 dólares, linda ya, si no los rebasa, con los 1.000.

       No faltan quienes, fuera de España, al referirse a nuestro desarrollo durante las dos últimas décadas, hablan del «milagro español». De hecho, el ciudadano medio de este país se ha redimido de no pocos sufrimientos y de memorables escaseces. España ha entrado en una etapa de su historia en que por virtud del impulso adquirido y del cambio operado en la mentalidad, en las apetencias y en las decisiones de la población activa, cuenta con las infraestructuras indispensable para aspirar a metas verdaderamente elevadas, y para situarse en condiciones de satisfacer los anhelos más cumplidos y ambiciosos.

        Estos han sido los motivos de orgullo en la vida de Franco después de la guerra civil. Esta es la realidad que ha creado y que es perfectamente visible desde todos los ángulos. Por eso nos hemos detenido en ella. Era necesario incorporarla, siquiera en resumen, al presente esquema biográfico.

         Queda en suspenso el juicio último y decisivo acerca de la política universitaria del Régimen. Consta, por diversos testimonios personales, que Franco vivió con el deseo ardiente y la nunca renunciada esperanza de dotar a España de un número de universidades y de escuelas especiales capaces de asegurar a las actuales y a las venideras generaciones escolares unas posibilidades de formación espiritual e intelectual que en nada cedieran a las que se ofrecen en los países más adelantados y prósperos del mundo. Tan lejos quiso llegar en este punto como en materia de avances sanitarios, de seguridad social, de producción industrial, de aprovechamiento de nuestros ríos, de promoción agrícola, de transportes, de espectacular elevación del nivel de vida de la población española. La Universidad se halla todavía en estado de exigente proyecto, y los gobiernos venideros deberán esforzarse hasta el límite máximo en llevarlo hasta el anhelado cumplimiento.

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          Puede afirmarse, probablemente sin demasiado error, que para Franco, los dos motivos de tristeza y aun de amargura han sido la actitud de una parte de la juventud universitaria y la de una parte, nada despreciable, del clero español. En los dos casos se sintió mal correspondido; cabría decir que herido de ingratitud. Dejemos ahora a un lado la averiguación de si, en efecto, hubo falta de correspondencia y de agradecimiento. En este instante interesa recoger el hecho de que esos sentimiento han acentuado buena parte de la vida de Franco durante los últimos años. Cuando hablaba de las generaciones jóvenes y de la misión que habrían de cumplir se le avivaban los ojos y se le enardecía el comentario.

       Yo cambiaría una parte de nuestro progreso económico -se le oyó decir-, si ello fuera preciso, por ver satisfechas las aspiraciones y las ilusiones de nuestros jóvenes. Todo lo que se ha hecho correrá riesgo grave si ellos no continúan nuestra obra y acometen las empresas que nosotros no hemos podido llevar a cabo. Por eso, pocas cosas me entristecen tanto como las dificultades con que se tropieza para organizar una Universidad adecuada a las necesidades nacionales.

       En cuanto a la actitud de una parte del clero, la pesadumbre era aún más honda. Quizá no ha llegado nunca a explicarse lo que acontece; tanto fue su desencanto, tanta su congoja; porque creyó haber extremado la generosidad, el respeto, la fidelidad, el amor, la filialidad, y juzgó que se le pagaba con desvíos, en el mejor de los casos, y con hostilidad en el peor. No consiguió averiguar cómo podía ser así.


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