Ahora hablemos del Rey.

Por Pablo Gasco. 10/05/2007.

Heredada su legitimidad política de Franco, a más de treinta años de su coronación, y atravesando España uno de los peores, más graves y difíciles momentos de su historia, lo sorprendente es que la persona del Rey no sea motivo de crítica y mucho menos de desaprobación. Más aún, que la persona del Rey continúe figurando como el primer tabú informativo de la nación. Un tabú que va más allá de una simple protección, pues es, antes que nada, un "pacto de silencio" escrupulosamente respetado por los grandes medios, que fieles a ese pacto libran al monarca de cualquier responsabilidad política en todo lo que ha venido y viene sucediendo en España. Y hasta tal punto es así, que con motivo de cumplirse el 25 aniversario de su coronación un artículo de El País decía lo siguiente: "En España existe una conspiración de silencio a favor de la Monarquía que encarna don Juan Carlos I (...) Y tiene su razón de ser".

Cuál es y qué motivación tiene esta "razón de ser" será, pues, en lo que deberemos emplearnos para desentrañar esa sorpresa a la que antes aludía. Pues los esfuerzos de unos en defender la "providencial figura de Juan Carlos como símbolo y protector de la democracia" contrasta con los que sostienen, que "si los medios se pasasen un puente publicando todos las actuaciones del Rey, cuando llegase el lunes la Monarquía se habría acabado".

Y la clave está, creo yo, en el olvido y silencio que sigue envolviendo   aquella etapa que fue la Transición, sobre la que se formó y consolidó la actual Monarquía. Una etapa que tiene una amplísima bibliografía "maldita" que llama a cuestionarse el calificativo de idílica y que ha truncado la pretensión que se tuvo de exportarla a todos los rincones del planeta. Lo que a su vez cuestiona una serie de mitos que difícilmente resisten no ya un análisis riguroso, sino el simple contraste con los datos de las hemerotecas.

A qué me refiero:

1º. – Al calificativo de pacífica. Pese el saldo de asesinatos de ETA, los GRAPO y el FRAP que ningún país civilizado hubiese soportado ni consentido.

2º. – A la consideración de conceptuarla como un éxito de la sociedad. Pues mediante la oportuna maniobra torcuatera que se dio en llamar Reforma, se dio paso a un periodo de ruptura con la legalidad vigente cuya única misión sería elaborar una Constitución "amañada" entre todos los partidos políticos y al margen del pueblo.

3º. – A la argumentar ramplona según la cual el éxito de la misma se debió a la contribución que hizo la izquierda. Cuando no hizo otra cosa que avenirse a lo que gratuitamente se le ofrecía, y que ni en sueños había podido imaginar.  

4º. – Y, finalmente,  a presentar al Rey como el salvador de la democracia con su actuación en aquel "oscuro" asunto que fue el 23-F. Pese a no haberse desanudado el nudo gordiano que supone la relación de tiempo que transcurre entre la entrada de Tejero en el Parlamento (seis y veinte de la tarde del 23 de febrero de 1981) y el mensaje televisado del Rey (que se produce a la una de la madrugada del día 24)

Heredada su legitimidad política de Franco, a más de treinta años de su coronación, y atravesando España uno de los peores, más graves y difíciles momentos de su historia, lo sorprendente es que la persona del Rey no sea motivo de crítica y mucho menos de desaprobación. Y todo ello, y por si fuera poco, con el añadido de la considerable disciplina mental que se tiene que emplear en pleno siglo XXI respecto de la forma de Estado que es la Monarquía "hereditaria" en un país que no es monárquico y que proclama  orgulloso su condición de "juancarlista".

 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com