El canto del gallo.


Por Jesús Flores Thies, Coronel de Artillería-retirado, 19/07/2009.


Durante varios días hemos sido convocados a través de “Internet” para asistir a la ceremonia de renovación de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Conocíamos esta historia de la Consagración, así como los sucesos posteriores que convirtieron el monumento en símbolo para unos y para otros, para cristianos y para sus más sangrientos y enconados enemigos. El rey Don Alfonso XIII hizo la Consagración en el año 1909, hace un siglo, ceremonia a la que asistió lo más granado de la política y de la milicia. En julio de 1936, es fusilada la imagen del  Sagrado Corazón que corona el monumento, que es posteriormente dinamitado de forma concienzuda, quedando el cerro convertido en una muestra de muñones y ruinas, no sólo de la imagen del Sagrado Corazón, sino de los conjuntos escultóricos y de la iglesia que lo completaban. Y no lo olvidemos, este Cerro de los Ángeles fue también testigo del martirio de varios sacerdotes, pues a la rabia iconoclasta se unía el odio a los servidores de Cristo.

Durante los primeros meses de la guerra, cae el cerro en manos del ejército nacional pero, un día, en un ataque por sorpresa de los rojos, consiguen estos poner el pié en él, que es denominado ¿cómo no? “Cerro Rojo”. Poco les duró la alegría ya que, a los pocos días, el cerro dejaba de ser rojo para reconvertirse en nacional hasta el final de la guerra.

Ya en los primeros años de la paz, se reconstruyen edificios y monumentos del Cerro de los Ángeles que, en una solemne ceremonia presidida por el Generalísimo Franco, se entrega a una congregación religiosa. Otra vez se yergue en la planicie de Castilla la imagen del Sagrado Corazón, los conjuntos escultóricos y un nuevo Santuario. Y hasta la aridez de su entorno irá cambiando al irse cubriendo el cerro de un verdor del que carecía desde tiempo inmemorial. Era aquello como un símbolo de la  España árida donde la repoblación empezaba a cambiar el paisaje.

Pasan los años, y nos situamos en estos tiempos actuales en los que el gallo se queda afónico de cantar tres veces después de tantas cobardes negaciones.

Con motivo de este centenario, se organiza una ceremonia para recordar aquella Consagración que presidiera hace un siglo el abuelo del actual inquilino de la Zarzuela. Y el gallo se acaricia las plumas…

No hay nueva Consagración porque, lógicamente, aquella ya se hizo en su momento, y hoy tocaba solamente confirmarla, recordarla… Pero tampoco hay tal, porque no se habla de España Consagrada al Sagrado Corazón, sino de la consagración de nuestros propios corazones. Y, por supuesto, se silencian las terribles vicisitudes por las que pasó el monumento, prudente actitud, ya que los que lo fusilaron y destruyeron son de la misma cuerda política que los que hoy se encaraman en el poder. Si no se habla de la destrucción ¿cómo se iba a hablar de la reconstrucción? ¿quién se atreve, por mucho capelo cardenalicio que adorne su cabeza, a mencionar al que reconstruyó Monumento y Santuario? Lógico, prudente y cobarde silencio que permite oír, otra vez, el canto repetido del gallo

Su “Católica Majestad”, no sólo declina el honor de presidir la renovación de la  Consagración, es que no manda ni al conserje de Palacio. 

Nos da la impresión de que en un Estado laicista como el que padecemos, estas ceremonias en las que se pretende involucrar a toda España, sobran; mejor dicho, no son “constitucionales”. En todo caso, nos diría Llamazares o algunos de sus muchachos: “consagraos vosotros, si es que os da por ahí, pero a la España múltiple, plural y laica, ni la toquéis”.

Y el gallo hace gárgaras para aclararse la voz.  Y hasta la próxima                                                                


 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com