¿Por qué se teme al PSOE?


Por Pablo Gasco de la Rocha. 31/01/2012.


Con desalentadora cortedad mental los desmanes del último gobierno socialista no están siendo replicados con voluntad de interpelación y mucho menos con necesaria mordiente por parte del Partido Popular, que hasta se aviene a conceder al presidente saliente, Zapatero, y a toda su recua de ministros las máximas condecoraciones de la nación. Una actitud, comportamiento o predisposición de ánimo que resulta más sospechosa en relación a la herencia que les han dejado, sobre todo debajo de las alfombras, que pone a la nación en estado de emergencia, que es lo que ha empezado a descubrir el Gobierno de Rajoy a tenor de los primeros ajustes que ha tenido que acometer en el primer Consejo de Ministros (29/12/2011). 

Con todo, no es la primera vez que desde la dirección del Partido Popular se impone un repliegue miedoso respecto a criticar las políticas socialistas que se heredan, por muy criminales que se constaten desde el punto de vista del Derecho Penal. Lo que induce a pensar que tan anómala actitud e incomprensible comportamiento obedece a algo disfrazado de razón de  Estado, y esa razón desde tres puntos de vista:

Primero, porque un ataque frontal afectaría gravísimamente a los intereses del Sistema, habida cuenta de que el PSOE junto con el PP y la Corona son los tres puntales del mismo. Segundo, porque subyace el temor a lo que harían los socialistas en caso de recibir un ataque que interfiriera gravísimamente en sus intereses políticos de futuro. Tercero, porque resucitarían la legalidad de la República con evidente peligro para la Corona que ostenta el rey Juan Carlos, "motor" del sistema y primera instancia de un Estado ingobernable por cuanto carece de uno de los pilares del Estado de Derecho, como es el de la seguridad jurídica, es decir, la certeza de que las normas y las relaciones jurídicas son estables, y para todos. De ahí que desde estas tres consideraciones podamos coincidir con el aserto de que la paz es un valor necesario.

Argumento que entra de lleno en la lógica del devenir condescendiente que se ha tenido con esta casta de corruptos y criminales que han formado en el PSOE desde siempre. Un partido de larga y dilata historia corrupta, cainita e inmoral, aupado en su día por esa cuadrilla de vividores que capitaneó el "mirlo del Rey", Adolfo Suárez, que conllevó que el PSOE pudiera alcanzar el poder con mayoría absoluta a lo largo de tres legislaturas y desde 1982. Un triunfó impensable para las mismas huestes socialistas, porque nunca antes habían gobernado en solitario el poder.

Un poder omnívoro que a partir de entonces ha controlado durante casi veinte años, extendiendo sus tentáculos sobre todo al Poder Judicial, hasta el punto que el interés público se ha confundido con el interés del partido, que era quién ostentaba el poder único, exclusivo y absoluto. Argumento denunciado por el propio Ministerio Fiscal tras la derrota de Felipe González: "había que obedecer las órdenes del Gobierno en vez de  actuar como la Constitución y las leyes exigen". Y si esto decimos del Ministerio Fiscal, igualmente y con pruebas fehacientes lo podemos decir de la Policía y demás.

Una obsesión, la del poder absoluto, que el PSOE ha tenido desde sus primeros años de historia, conscientes, como son, que es desde el poder desde donde pueden hacerse las reformas, sobre todo por el marchamo democrático que se da a las decisiones de las implacables mayorías en el Parlamento. 

Un poder que usan y del que abusan en función de su beneficio, y fundamentalmente de su propósito. De lo que se deduce que sus políticas no se dirijan a transformar la realidad y mejorarla, sino a cambiar la misma realidad. Y así, y como hemos padecido durante sus mandatos de gobierno, el Derecho deja de ser el modo de embridar el poder y encaminar la convivencia social para transformarse en ideología, instrumento de dominación.

Una labor, la de cambiar la realidad, que ha dado como resultado el cuadro político de esta democracia, que es la gran preocupación y hasta la incógnita de nuestra futura supervivencia como nación, que nadie se atreve a rectificar.

De lo que se deduce que para que en el futuro nada quede impune es  necesario rescatar el presente. Y para rescatarlo es necesario, en primer lugar, cambiar la actual forma de Estado. Por eso convengo una vez más en adherirme a la República presidencialista con unidad de poder y al servicio de la unidad, la grandeza y la libertad de España.


 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com