Editorial.

LOS SOLDADOS DE LA VICTORIA

 

Hoy hace catorce años que cesó entre los españoles el cruento diálogo de las armas. Rendidas sin condiciones las fuerzas de la República roja, un viento de victoria azotó nuestras banderas. Se había hecho la paz. En este mismo lugar, José María Salaverria publicó entonces un artículo histórico: "Esta página ha sido recuperada". En rigor, era España entera la que recuperábamos para nosotros y para nuestros hijos.

El día 1 de abril del año 1939 fue algo más que el definitivo aplastamiento de algo tan recusable y ensangrentado como la República. Fue un cambio de signo en nuestra trayectoria nacional, la restauración de la concepción hispánica del Universo. Actora de esta hazaña fue una nación en armas acaudillada por Franco, a la que dieron cohesión, disciplina y norte el Ejército, capitaneado por el Generalísimo, y el contenido doctrinal de nuestro Movimiento. Esta es la razón de que queramos dedicar nuestro número de hoy a los que combatieron. Con los de nombre glorioso y con los anónimos está en este instante nuestro recuerdo. Sin otra fe que la fe en España y ante un futuro personal de increíble modestia, fueron millares los que en los riscos, al pie de las nubes y en alta mar dieron cuanto tenían. Sobre sus sagradas cenizas caminas.

Vienen hoy a nuestras páginas cuatro soldados para dar testimonio de las virtudes militares. Son el teniente general Bermúdez de Castro, el almirante Estrada, el general Millán Astray y el general Jorge Vigón. Sus temas son la previsión y la inteligencia, la disciplina, el valor y el honor. Como decíamos en nuestro editorial "Pascua militar", del pasado 6 de enero, éstas son las virtudes que mantienen a los pueblos enhiestos, y les permiten caminar dignamente sobre la Historia. Son los hombres en armas quienes dan a las naciones una silueta corva de mancera o un perfil rectilíneo de mástil.

En un aniversario tan entrañable como el que vivimos hoy, es preciso huir de la retórica e ir a la medida de las verdades inamovibles. Los españoles debemos el triunfo a cuantos lucharon a las órdenes de Franco, y a éste la existencia y la salud que hoy disfrutamos. Aquel millón de hombres que el 1 de abril marchaba tras el rojo y gualda de nuestra auténtica bandera con fe intrépida y entrega heroica, traía sobre sus hombros la victoria. Ellos siguen siendo nuestra garantía y nuestra seguridad. Todo iba a encontrar su apoyatura última, su posibilidad de existencia histórica en el redoble de los tambores victoriosos. Esto es lo que no podremos olvidar jamás. Sería injusto y arriesgado en grado sumo.

Una vez calladas las armas, los veteranos propenden al olvido de las trincheras. De ahí que periódicamente sea necesario traer el pasado a nuestro recuerdo. Rememorar el Día de la Victoria no es un modo alguno abrir una herida antigua ni recordar errores de equivocados compatriotas. Esta sería una interpretación resentida y baja de este aniversario. Los vencedores dieron, años ha, su mano a los vencidos, y la España partida de nuestra guerra se ha hecho una en la geografía y en el corazón. Lo que importa recordar es lo costoso del triunfo y la magnitud de la aportación al mismo de los guerreros.

Ellos seguirán velando desde sus cuarteles no por ambición personal, ni siquiera por un amor sano a la gloria. Su intimidad no nos es desconocida, porque hemos vivido con ellos en los cuartos de banderas. Y lo único que les puede mover son sus virtudes. Fue la disciplina lo que un día les hizo alinearse, impertérritos, ante la muerte. Fueron la inteligencia y el sentido de la previsión quienes permitieron a nuestro Caudillo, secundado por los mandos, crear de la nada un Ejército, aprovisionar los frentes, unificar los mandos y loas operaciones. Fue su valor quien le impulsó al heroísmo frente a fuerzas superiores y mejor armadas, en la enloquecedora soledad de las plazas sitiadas, en la desnudez de los barbechos, frente a los carros blindados y ante los piquetes de ejecución en la indefensa cautividad. Y fue, en suma, el sentido del honor quien le llevó a la lucha. Había que ser fieles a las esencias imperecederas de España. Frente a los asesinatos perpetrados desde el Poder, frente a la disolución de las minorías rectoras, frente al desmoronamiento de nuestra estructura social, frente a la suplantación de la concepción hispánica del Universo, frente a la sorda guerra contra la Fe, no fue el deseo de una vida más cómoda, sino ese sentido radical y último, que es el motor de las grandes acciones, el sentido del honor y la ambición de una España renacida lo que movió a nuestros combatientes. Mientras haya un millón de españoles acaudillados por Franco en los que estén vivas las esencias del Movimiento Nacional y esas cuatro virtudes militares, España estará a salvo de cualquier conspiración de fuera o de dentro, inmune a los desfallecimientos y garantizada contra cualquier quiebra.

Hoy queremos decir, del modo más entrañable y solemne, a nuestros soldados de ayer y de siempre, que no hemos olvidado su sacrificio, que nos sabemos vinculados a ellos y que seguimos creyendo, como hace catorce años, en la fuerza insobornable de sus virtudes. Sobre esta página, definitivamente recobrada de las manos que la profanaron durante tres años de cautividad, repetimos, más sinceramente que nunca, con el mayor de los poetas hispánicos:

¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;

honor al herido y honor a los fieles

soldados que muerte encontraron!

Como la polvareda que deja un gran pueblo nos describió hace años un extraordinario pensador. Hoy se podría definir nuestro presente como el verdor de una sementera jaspeado con la frágil ceniza de millares de mártires, cuya floración hace posible la mano providencial del Caudillo de España.

® ABC . 01 de Abril de 1953


© Generalísimo Francisco Franco. 01 de Abril de 2.005.-


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