
| 
         
 El descrédito de la historiografía universitaria
 Por
        Pío Moa   No me refiero, claro está, a toda la historiografía
        universitaria, sino sólo a la referida a la república y la guerra
        civil, cuya muy mediocre calidad intelectual y deontológica he podido
        comprobar fehacientemente, y ahora, por enésima vez, en un artículo de
        Javier Tusell, en El País, sobre el revisionismo histórico.   Tusell arremete especialmente contra César Vidal, José María
        Marco y un servidor, e incluye, sin venir mucho a cuento, a Tamames. El
        problema para Tusell es éste: “En España ha aparecido un
        revisionismo histórico en los últimos tiempos que siempre ha movido a
        la duda acerca de si merecía la pena dedicarle alguna atención”. ¿Duda?
        Ninguna. Tusell y otros de su cuerda le vienen concediendo la máxima
        atención. No la atención que uno esperaría de personas
        intelectualmente agudas y de espíritu liberal, sino más bien la de
        grupillos de poder con aspiraciones a monopolizar el cotarro, asustados
        por la competencia.    En cuanto a mis libros –los otros aludidos hablarán de lo suyos,
        si lo estiman oportuno– las réplicas de Tusell y compañía nunca han
        pasado de exhortaciones a la censura, a sepultarlos en el silencio. El
        prestigioso historiador Stanley G. Payne, libre de las conocidas
        servidumbres de la universidad española, lo ha expuesto con precisión:
        “Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente
        y, si discrepan, demostrar su desacuerdo en términos de una investigación
        histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales que
        afronta en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de una suerte
        de censuras de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la
        Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática”.
           A juicio de Tusell, el nefando revisionista “no parte de
        preguntas, sino de seguridades o de presunciones. No acude a fuentes
        primarias, sino a las secundarias que pretende elaborar con
        originalidad. Lo hace, sin embargo, con extravagancia, acudiendo a
        interrogantes inapropiados (…) suele magnificar el dato irrelevante
        para sus propios fines o tomar la parte por el todo. Huye de matices
        porque lo suyo es el dualismo maniqueo, la simplificación o la
        parcialidad”. Espléndida descripción inicial, cuyo único defecto es
        que no la demuestra en ningún momento. Son acusaciones por las buenas
        simplemente.    Por descender de la retórica a los hechos, yo he basado lo
        fundamental de mi investigación en los archivos del PSOE guardados en
        la Fundación Pablo Iglesias, en especial el archivo de Largo Caballero,
        en el Archivo de Salamanca y otros, en el diario de sesiones de las
        Cortes, en las declaraciones de los políticos en la prensa de la época,
        en los testimonios de los procesos… Es decir, lo he basado en fuentes
        indiscutiblemente primarias, como sabe muy bien todo aquel que me haya
        leído, en especial el libro Los orígenes de la guerra civil, el
        cual considero la clave del resto de mi obra. Si Tusell lo ha leído
        miente al decir lo que dice; y si no lo ha leído parlotea, y en ello se
        retrata, no precisamente como el intelectual serio por que pretende
        pasar.   La duda sobre si ha leído aquello que critica se acrecienta cuando
        describe así mis trabajos: “Moa empieza, por ejemplo, por considerar
        que la CEDA no era nazi, para llegar a la conclusión de que la Guerra
        Civil empezó por culpa de la izquierda en octubre de 1934. Pero, además,
        presume una conspiración desde comienzos de siglo de izquierdistas y
        nacionalistas y dice descubrir su capacidad destructiva…¡en una
        sociedad secreta!”. Evidentemente, Tusell, puede aplicarse a sí mismo
        lo del “dualismo maniqueo, la simplificación y la parcialidad” que
        achaca a otros; por no decir sin más que miente. Si algo queda
        perfectamente nítido a partir de las fuentes primarias del PSOE, que
        Tusell ignoraba y quiere seguir ignorando, es que en 1934 (70
        aniversario este año) dicho partido se propuso, textualmente, organizar
        la guerra civil para implantar una dictadura proletaria. Sobre
        ello no puede caber la menor duda a nadie que, simplemente, quiera abrir
        los ojos. Y no sólo se propuso el PSOE la guerra civil, sino que la
        llevó a cabo, aunque fracasara, dejando la broma de 1.400 muertos en
        dos semanas. Y fracasó porque los obreros no le siguieron, salvo en la
        cuenca minera asturiana, y porque la CEDA, que desde luego era un
        partido moderado, contra lo pretendido años y años por la propaganda
        contraria, defendió entonces la legalidad republicana y las libertades.
        Algo muy parecido a lo del PSOE puede decirse de los nacionalistas
        catalanes de la Esquerra. ¿Llamaría Tusell a esto “datos
        irrelevantes y magnificados interesadamente”?   Por otra parte yo no hablo de culpas, pues sean cuales fueren,
        debemos darlas ya por zanjadas. Lo que he procurado ante todo es hacer
        inteligibles los procesos, ideologías y falsos razonamientos que
        llevaron a la guerra, pues comprenderlos puede ayudarnos a evitar
        derivas parecidas. En cambio las condenas arbitrarias tan abundantes en
        los últimos tiempos sólo reabren las viejas heridas y odios, labor en
        que está empeñada ahora tanta gente, con una desvergüenza e
        irresponsabilidad que no suscita crítica alguna en intelectuales tan
        supuestamente escrupulosos como Tusell.    Sobre la “conspiración” y la “sociedad secreta”, o bien
        Tusell, una vez más, no ha leído mis libros, o bien no ha entendido
        nada de ellos, pese a concordar todo el mundo en que escribo con
        claridad. Nunca he creído en las teorías conspiratorias de la
        historia, pero es evidente que las conspiraciones han existido siempre y
        han tenido un papel. La “sociedad secreta”, la masonería, supongo,
        tuvo influencia de sobra comprobada en algunos sucesos y momentos históricos
        (en las primeras Cortes republicanas, por ejemplo, había más masones
        que representantes de cualquier partido). Pero una cosa es señalar
        tales hechos indudables –y no disimularlos, como hacen algunos
        historiadores–, y otra explicar el desarrollo histórico a través de
        conspiraciones masónicas, cosa que yo no he hecho en ningún momento.    Tusell, por tanto, necesita falsificar mis tesis (como otros
        muchos) para atacarlas, probando así la inconsistencia y carácter
        fraudulento de su crítica. Y aún más fraudulento y contradictorio
        resulta el hombre cuando justifica su retirada ante un debate
        intelectual con el patético argumento de que los libros revisionistas
        “en nada facilitan la convivencia”. Si esto fuera así, y
        precisamente por su peligro para la convivencia, Tusell y compañía
        deberían esforzarse en polemizar hasta hacer añicos las tesis de esos
        libros, máxime cuando gozan de tal difusión. ¡Pero hacen justamente
        lo contrario! Rehúyen el debate amparándose en exigencias académicas
        que, como acabamos de comprobar, no cumplen ellos mismos en lo más mínimo.
        Para colmo, no se les ocurre otra cosa que despreciar a los lectores, a
        quienes tildan de “público poco propicio a sofisticaciones”. Payne,
        Seco, Cuenca Toribio y otros más, han hecho grandes elogios de mis
        libros. ¿Serán poco propicios a sofisticaciones? En fin, con tales
        argumentos entramos en el terreno de la puerilidad, también muy
        reveladora del “nivel científico” de tales críticos. La
        convivencia entre los españoles, señor Tusell, debe basarse, entre
        otras cosas, en la búsqueda y el respeto a la verdad histórica, y no
        en el mantenimiento de mitos convenientes para algunos grupos de presión.   ¿Por qué extiendo al conjunto de la historiografía universitaria
        el descrédito que, en rigor, sólo corresponde a gente como Tusell? Por
        dos razones: porque son estas gentes quienes han marcado la pauta, han
        pontificado y dominado en ese mundillo durante muchos años; y porque
        otra gente mucho más valiosa ha mantenido una postura acoquinada,
        asustadiza y hasta reverencial ante los más gritones y descalificadores.
        El desprestigio de una institución no lo labran sólo los charlatanes
        prepotentes, sino también, y no menos, las personas de mérito pero
        escasas de valor moral para enfrentarse a aquellos resueltamente, con la
        razón pero sin falsos respetos. Si estos últimos tienen en cuenta lo
        que está en juego, es de esperar que encuentren los bríos necesarios
        para no inhibirse y disimular ante la superchería. 
         
 Libertad
        Digital. 13 de Julio de 2.004.-  |