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                    | Alfonso Laurencic fue el gran
promotor, ideólogo y constructor de las checas del SIM (Servicio de Investigación
Militar) de Vallmajor y Zaragoza en la Ciudad Condal. Las checas
en Barcelona registraron dos períodos de gestión. Del inicio de la Guerra
Civil en julio de 1936 hasta los ‘sucesos de mayo’ (‘fets
de maig’) de 1937, estuvieron en manos de los anarquistas de la CNT-FAI y
las patrullas de control a las órdenes de Erno Gerö, un enviado de Stalin,
quien tenía como ayudante a Victorio Sala, militante del PSUC, el cual
intervino activamente en la represión contra el POUM. Los anarquistas y los
‘controladores’ se  dedicaban a
recorrer la ciudad quemando iglesias, irrumpiendo en las casas, deteniendo a
religiosos y ciudadanos por el mero hecho de practicar la religión católica,
así como a empresarios, comerciantes, gentes de escalas sociales elevadas o,
simplemente personas que habían sido delatadas por ser de derechas, ir a misa o
practicar actividades intelectuales o artísticas. El peor pasaporte que podía
tener una persona, era el no tener callos en las manos… El segundo periodo empezó en
mayo de 1937, cuando se hizo con el control de las checas Alfonso Laurencic,
estalinista al frente del SIM, la policía política del gobierno de la República.
Los anarquistas y los trotskistas del POUM habían combatido en las calles de
Barcelona contra las milicias comunistas del PSUC y las de la Generalidad, pero
fueron derrotados en los Sucesos
de Mayo de 1937. Fue la pequeña guerra civil dentro de la Guerra Civil, tal
como lo describió George Orwell (seudónimo de Eric Blair) en su libro Homenaje
a Cataluña.
 A partir de entonces, las
persecuciones, detenciones ilegales, torturas y asesinatos fueron en aumento
ante la impotencia o pasividad de la Generalidad que presidía Luis Companys. El
caso es que 8.352 personas fueron asesinadas en Cataluña entre 1936 y 1939,
también algunos izquierdistas, muchos de ellos después de pasar por las
checas. Los
agentes socialistas y estalinistas del SIM optaron por una represión
implacable. Las checas
de Barcelona fueron auténticos campos de concentración, en los que se
torturó, se pasó hambre y se asesinó. La tremenda represión contra todo
aquello y aquellos que estaban al otro lado de los postulados de la República,
estuvo perfectamente planificada, con la ayuda
de la Unión Soviética, y con la voluntad de instaurar un estado comunista
en España y, en éste caso, en Cataluña. Según Manuel Tarín-Iglesias en
su importantísimo libro Los años rojos,
escribe: «El SIM fue un plagio de las checas soviéticas, pero la dirección y
el personal gerente, en su casi totalidad, pertenecía al PSOE. Incluso la
superación de las checas rusas barcelonesas estuvieron auspiciadas por los
socialistas. Existe un documento estremecedor en este sentido: la declaración
del autor de las cámaras de tortura de las calles de Zaragoza y de Vallmajor
–el monstruo Alfonso Laurencic– señalando concretamente que las órdenes
directas recibidas eran del jefe supremo del SIM, Santiago Garcés, del PSOE, en
mayo y junio de 1938, es decir, no hubo un solo  Paracuellos». ARRIBA     
 
 Nació en Enghien (París,
Francia) el 2 de julio de 1902, hijo de Julio y de Melitta, ambos austriacos.
Estaba casado y residía en Barcelona. Oficialmente, era director de orquesta y
pintor. También ostentó los oficios de arquitecto, ingeniero, sargento de la
Legión extranjera y oficial del Ejército yugoslavo. Había estado en España
con anterioridad al año 1932. Después de diversas andanzas por distintos países,
regresó, en el año 1933, a Barcelona, trabajando en varios oficios y en los más
variados lugares. En el año 1933 se afilió a la CNT, y en abril de 1936 lo
hizo a la UGT. El 7 de febrero de 1939 fue
capturado en el Collell por las tropas nacionales, siendo puesto a disposición
de un oficial de la Legión Cóndor, por haber alegado poseer la nacionalidad
austriaca. Tenía a su cargo haber sido el
autor de los planos y el haber dirigido la construcción de las checas de las
calles de Vallmajor y Zaragoza, por lo que dicho oficial lo retuvo a su
disposición por el interés informativo que pudieran ofrecer dichos datos.
                    
                   |  |  ARRIBA     
 
 El Consejo de
                  Guerra contra Alfonso Laurencic, se celebró el día 12 de
                  junio de 1939. La vista en Consejo Sumarísimo había
                  despertado extraordinario interés. Horas antes de comenzar el
                  juicio, el público aguardaba en el vestíbulo y pasillos del
                  Palacio de Justicia, sale Primera de lo Criminal. A las cinco
                  y cuarto, la Sala quedó enteramente ocupada por los miembros
                  del Tribunal militar, jefes y oficiales francos de servicio,
                  representaciones del Cuerpo Jurídico Militar, de la Prensa
                  nacional y extranjera y el Cónsul de Yugoslavia (ya que al
                  dividirse el imperio austro-húngaro, Laurencic pasó a ser súbdito
                  yugoslavo). El Presidente
                  anunció que había quedado constituido el Consejo de guerra
                  sumarísimo para ver y fallar la causa instruida contra
                  Alfonso Laurencic, acusado del delito de rebelión militar.
                  Tomaron asiento en sus respectivos sitios el Tribunal, el
                  Fiscal, el Abogado defensor y los relatores, y junto a estos,
                  varios taquígrafos. 
                  El Tribunal
                  estaba integrado por: Presidente, Comandante de Seguridad y
                  Asalto, don Adolfo Fernández Navas. Vocales:
                    Capitán de Infantería, don Nicanor Fernández Rodríguez;
                    Capitán de Caballería, don Alfredo Freís Calpe; Capitán
                    de Caballería, don Felipe Toral García. Vocal
                    Ponente: Capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar,
                    don Carlos Álvarez Martínez. Fiscal:
                    Capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar, don
                    Emilio Rodríguez López. Defensor:
                    Alférez provisional honorífico del Cuerpo Jurídico, don
                    Alfonso Ibáñez Farrán. Secretario:
                    Alférez del Cuerpo Jurídico Militar, don Bonifacio Lorenzo
                    Somonte. Custodiado por
                  una pareja de la Guardia Civil, hizo su entrada en la sala, en
                  medio de un gran silencio, el procesado Alfonso Laurencic. Es
                  alto, de fuerte complexión, viste abrigo oscuro, pantalón de
                  dril blanco y calza alpargatas. Ostenta abundante barba rubia,
                  y cubre sus ojos con gafas oscuras. Lleva puestas las esposas.
                  Da muestras de gran serenidad. Antes de tomar asiento en el
                  banquillo, a lo que le invita el Presidente, saluda al
                  Tribunal con una inclinación de cabeza. ARRIBA      
 
 Se da lectura
                  a diversas declaraciones suyas en las que consta que construyó
                  las celdas de castigo y tortura de los llamados preventorios
                  de Vallmajor y de la calle de Zaragoza, ya que estando en
                  abril de 1938 en la factoría del Palacio de Misiones en
                  calidad de preso del SIM, fue destinado a aquel cometido,
                  después de recibir instrucciones para que aquellas
                  construcciones reuniesen determinadas condiciones que
                  presionaran y forzaran el ánimo de los detenidos, sin llegar
                  a matarles. Entre las que figuran construidas por el acusado
                  se encuentran las llamadas «psicotécnicas», o sea las
                  conocidas con el nombre de «neveras», de las «campanillas»
                  y las «de inútil reposo». Los gráficos que acompañan el
                  sumario demuestran la perversidad puesta en la ejecución de
                  aquellos procedimientos, propios de grupos infrahumanos. En el
                  apuntamiento se menciona que bien hubiera podido ser el
                  procesado comandante de las milicias del POUM, pero este cargo
                  no llega a concretarse. En una de las
                  declaraciones prestadas ante el juez instructor del sumario
                  consta la declaración expresa del acusado de que las checas
                  eran organismos oficiales del gobierno rojo, que toleraba su
                  existencia y tenía conocimiento pleno y minucioso de su
                  funcionamiento. Al sumario van
                  unidas 217 cuartillas suscritas por el procesado en defensa
                  suya y exponiendo las causas y motivos por los que llevó a
                  cabo la misión que le fue confiada, así como los servicios
                  que dice haber prestado a la Causa Nacional, como supuesto
                  agente de espionaje blanco pero sin conexión con ninguna
                  persona conocida.   ARRIBA      
 
 El fiscal
                  interroga al procesado, y éste dice que la primera vez que
                  vino a España, fue en 1921. Ingresó en la Legión en 1923 y
                  después viajó por el extranjero, en calidad de director de
                  orquesta. El 20 de julio ingresó en la Comisaría de Orden Público,
                  en su calidad de antiguo sargento de la Legión. Como tenía
                  conocimiento de siete idiomas, fue nombrado intérprete, y con
                  el título de escolta de extranjeros, acompañó a éstos por
                  diversos lugares. Pero fue algo
                  más: agente del servicio de contraespionaje rojo, el número
                  29, que le dio el jefe del Estado Mayor. A finales de abril de
                  1937 fue ascendido a teniente del ejército rojo. 
                    – ¿En los
                    sucesos de mayo de 1937, intervino usted?– pregunta el
                    fiscal. – Sí y
                    no. Depende de la forma que usted dé a su pregunta. En
                    aquella fecha fui de barricada en barricada, pero sin tener
                    contacto con nadie, porque trabajaba como un solitario. Después
                  explica como actuaba en la factoría del Palacio de las
                  Misiones. Ofreció sus servicios como arquitecto, y fue
                  requerido por Santiago Garcés, a quien da el título de jefe
                  del SIM. 
                    – ¿Se dio
                    cuenta del por qué construía aquellas celdas de
                    castigo?– pregunta el fiscal. – Sí
                    –contesta– y hubiera construido cien más. Las hizo por
                  mandato de Garrigós, un elemento de influencia en el SIM,
                  antiguo empleado del Banco de España en Madrid, y también
                  por cuenta de un tal Dueñas. Entre
                  evidentes contradicciones dice que él no terminó las checas
                  de la calle de Zaragoza y sí las de Vallmajor. El defensor
                  interroga al procesado. En Segorbe –dice– pesaban doce
                  penas de muerte sobre él. Allí pidió ser nombrado
                  voluntario del Ministerio de la Gobernación. El procesado,
                  a preguntas del ponente, declara que el mismo día del
                  Movimiento visitó los cuarteles y sindicatos y lugares donde
                  se mataba. 
                    – ¿Cuántas
                    veces compareció usted ante los interrogadores? – Sesenta
                    y dos –contesta. – ¿Y pudo
                    engañarlos siempre? – Sí,
                    siempre. Lo hice bastante bien, quitándome de encima la
                    mitad de los cargos que se me hacían. El secretario
                  da lectura, a instancia del fiscal, a una relación de lo que
                  era y cómo funcionaba aquel terrible antro de dolor y de
                  martirio que fue el chalet de Vallmajor. En estas
                  declaraciones se habla de lo que fueron los «armarios»,
                  lugar de tortura en el que todo el peso del paciente cargaba
                  sobre las rodillas, que siempre resbalaban y el cuerpo se
                  encontraba presionado por todas partes. Una
                  permanencia de cinco a diez minutos en el «armario» vencía
                  al más recalcitrante y al cabo de ellos salían desmayados.
                  Una vez un preso rompió, por su fuerza gigantesca, todas las
                  tablas, en estado de locura. También se
                  citan en esta declaración las celdas llamadas «psicotécnicas»
                  y la «esférica» del mausoleo, todas ellas en la iglesia del
                  convento. Explica el régimen de vida que allí había, la
                  poca alimentación que se les daba, la miseria de que se veían
                  llenos los presos, el hacinamiento en que habían de vivir y
                  el trato que los agentes dispensaban a los prisioneros. Desde
                  luego no existían más que nueve camastros para más de
                  setecientos detenidos, y éstos pasaban, por lo menos, unos
                  tres meses de detención. En otras
                  declaraciones se trata de los elementos de que se dotaban las
                  celdas para impedir que el preso pudiera buscar el descanso.
                  Se trata del efecto que producen en el preso las líneas
                  rojas, verdes, amarillas, etc. De otro sistema también: del
                  reloj que adelanta cuatro horas cada 24, con lo que se logra
                  que el preso aguarde inútilmente la hora del rancho y se
                  consuma cuatro horas esperándolo. La «celda esférica»
                  fue construida en el mausoleo. Parecía el interior de un
                  cilindro y se perseguía hacer perder el sentido de la
                  orientación, pero la utilidad que con ella se buscaba la
                  desconoce el acusado. La lectura de
                  estas declaraciones causa evidente impresión en el público.   ARRIBA      
 
 El primer
                  testigo que comparece es don Manuel Godoy Prats, secretario
                  del Colegio de Abogados de Barcelona. Estuvo detenido en el
                  SIM y fue martirizado en las celdas llamadas «verbenas,
                  neveras y de colores». El mismo día de su detención fue
                  apaleado, y con unas grandes tijeras de oficina, se las
                  clavaron en la nuca, le rociaron el pecho con gasolina, arrancándole
                  la corbata, le prendieron fuego. Las quemaduras fueron apagándose
                  por sí mismas. «Fui otra vez apaleado, y extendido en un sofá.
                  Entonces me resistí brutalmente, porque querían hacerme una
                  prueba más horrible que las anteriores. Me dejaron. Al poco
                  rato me obligaron a salir a la calle, y, una vez en ella, me
                  metieron en un coche, simulando «darme el paseo». Pronto
                  volvimos a la checa. Un individuo, llamado «el Coronel», me
                  requirió para que hablase; me dijo que tenían tormentos
                  chinos, y, al ver que no hablaba, fui introducido en una
                  especie de gruta ubicada en el jardín. En esta gruta había
                  tres armarios de Portland, muy bajos de techo y como la pared
                  está inclinada, en forma de ángulo, no puede uno ni tumbarse
                  ni estar sentado. Al cerrarse la puerta, un palo que sale de
                  ella se mete entre las piernas, y muy cerca de la nariz queda
                  un potente faro, y suena constantemente un timbre atroz. La
                  sensación de asfixia es horrible, porque, a pesar de cerrar
                  los ojos, la luz es tan fuerte que no se consigue nada con
                  ello. Este suplicio empezó a las diez y media de la noche, y
                  duró hasta las tres de la madrugada. De allí me sacaron para
                  declarar. 
                    Fiscal.- El suplicio a que usted se refería antes ¿era con unas
                    cuerdas de guitarra? Testigo.- Sí, señor. Fiscal.- ¿El objeto que perseguían era que diese usted noticias de
                    la Quinta Columna de Barcelona? Testigo.- Sí, especialmente dónde se hallaba el Comandante de
                    Estado Mayor señor Aimat, y en dónde estaba don José
                    Gallard, a quien yo tenía escondido en Figaró, donde, al
                    fin, lo descubrieron. Para ello movilizaron, según me han
                    dicho, doscientos carabineros. Por fin, dieron con él. Un
                    agente del SIM se simuló payés; le dijeron que saliera de
                    donde estaba escondido porque un payés quería hablarle, y
                    lo detuvieron en seguida.           Fiscal.- ¿Tuvieron detenido a don José Gallard? Testigo.- Creo que en Vallmajor. Gallard era muy amigo mío. Lo vi
                    al cabo de seis o siete meses; tenía en el cuerpo, por
                    ambas partes, unas cicatrices enormes, en las que casi cabía
                    un dedo. Se las hicieron con hierros candentes, y había
                    sido sentado en la silla eléctrica. Fiscal.- ¿Se enteró usted que le asesinaron? Testigo.- Sí, señor. Fiscal.- ¿Al iniciarse el Movimiento, era usted Secretario del
                    Colegio de Abogados de Barcelona? Testigo.- Sí, señor. En su calidad
                  de secretario del Colegio de Abogados pudo influir para que éste
                  denunciara al Gobierno la existencia de las checas, y al
                  hacerlo así, el ministro Irujo dijo que acabaría con las
                  checas o éstas con él. Y fue esto último, porque las checas
                  no fueron suprimidas. El Colegio denunció este inicuo hecho
                  al fiscal del Tribunal Supremo, sin tampoco obtener ningún
                  resultado. A preguntas de
                  la defensa contesta que durante la dominación roja hubo de
                  actuar como abogado y que durante una vista que tuvo lugar
                  ante el Tribunal de urgencia, informó entre dos agentes, que
                  no le apartaron las pistolas de sus costados durante toda la
                  vista. Dice que tiene noticias particulares de que los
                  Gobiernos francés e inglés fueron informados de lo que venía
                  ocurriendo en Barcelona con el funcionamiento de las checas.   ARRIBA      
 
 Después
                  declaró don Juan Juncosa Orga que estuvo detenido en
                  Vallmajor, desde el 31 de mayo de 1938 hasta la Liberación
                  de Barcelona (26 de enero de 1939). 
                    Fiscal.- ¿Quiere usted decirnos que tormentos le aplicaron? Testigo.- El tormento más frecuente era pegarnos con unas porras de
                    alambre, revestidas de goma. Otro suplicio era colocar en la
                    cabeza del detenido una goma con una campana; tiraban de ésta
                    y la campana pegaba contra la frente. También aplicaban
                    hierros candentes que ponían en las partes más sensibles
                    del cuerpo, testículos, por ejemplo; o colgaban boca abajo
                    al individuo, sujeto por una argolla, y tenerlo un rato,
                    hasta que declarara lo que les convenía. Había también
                    unos cajones con una luz muy potente y unos cencerros;
                    duchas de agua muy fría, e inmediatamente una corriente de
                    aire, producida por un ventilador. Fiscal.- Usted, como médico ¿pudo observar los efectos de esos
                    suplicios? Testigo.- Sí; pude observar lo ocurrido con un individuo que se
                    quedó en estado comatoso. Al día siguiente se suicidó en
                    uno de los lavabos. Cortó la correa del cinturón, y se
                    ahorcó en uno de los grifos, que están muy bajos; llegaba
                    perfectamente al suelo, pero no se apoyó con las manos y se
                    dejó caer de golpe para ahorcarse. Fiscal.- ¿Torturaban también a las mujeres en esas celdas? Testigo.- No lo sé, porque eran celdas, como cajones y estaban
                    incomunicadas unas de otras. Por noticias sé que, por lo
                    menos, a las mujeres les pegaban. Fiscal.- ¿Qué régimen alimenticio tenían ustedes? Testigo.- Un plato con agua sucia, a la que llamaban caldo, con unos
                    garbanzos que se podía contar: doce, veinte, veinticinco… Fiscal.- ¿A qué hora les daban la comida? Testigo.- ¡La hora era muy desigual!... ¡Por la mañana, nada; de
                    una a cuatro de la tarde, la comida. Y la cena, a las seis,
                    o las ocho, o las nueve. Esto fue los cinco primeros meses;
                    después mejoró algo el régimen. A la pregunta
                  de si se había enterado de que funcionaban en las checas unas
                  Asesorías Jurídicas, explicó que allí actuaba una llamada
                  Asesoría Jurídica y que tenía la impresión de que los
                  Tribunales de Justicia roja imponían las penas de acuerdo con
                  las instrucciones que recibían de dicha Asesoría. Otro testigo
                  es don Julio Degollada Castanys que aporta el detalle
                  de que el acusado por el trato que recibió durante su
                  permanencia en el SIM no parecía propiamente detenido. Iba
                  perfectamente trajeado y los dirigentes del SIM le tendían la
                  mano y le acompañaban. Entraba y salía y dirigía las obras. Don
                  Guillermo Bosque Lapena conoció las checas de la Tamarita
                  y Vallmajor. Entre las torturas que sufrió señaló las
                  duchas, que les daban tres o cuatro veces al día. Los tenían
                  media hora debajo de la ducha, y luego les tiraban, desnudos,
                  a una carbonera. Estuvo cinco días sin comer. Las palizas
                  empezaban a las nueve de la noche, en que ellos solían venir
                  un poco “alegres”, y la pagábamos todos. Cada dos horas,
                  hasta las cinco de la mañana, nos llamaban a declarar. Así
                  estuve durante quince días. Después salí para el “Villa
                  de Madrid”, de donde me sacaron varias veces, dos de ellas
                  con los ojos vendados. En Vallmajor estuve desde mayo hasta
                  enero de este año (1939). Allí me pusieron en la silla eléctrica
                  diez o doce veces. Después “escribí a máquina”, como
                  decían ellos. Consistía el suplicio en descoyuntar los
                  dedos. (El testigo muestras las manos, en las que se advierten
                  aún las huellas de tortura). Un día oí
                  decir al capitán Alegría, refiriéndose a la silla eléctrica,
                  que aun estaban haciendo cosas muy bonitas. Alegría me dijo,
                  refiriéndose al hoy procesado: “Este señor os está
                  haciendo cosas muy bonitas”. Yo le he visto allí varias
                  veces. 
                    Fiscal.- ¿Quiénes formaban el grupo de torturadores? Testigo.- El que más se distinguía era el capitán Alegría y un
                    sujeto que se llamaba López. Sin embargo, debo advertir que
                    no podía uno fiarse, porque un día un Agente llamó a López.
                    Y éste contestó que él no se llamaba así; que él era
                    Alberos. Al capitán Alegría lo vi de uniforme de teniente
                    de Artillería. Fiscal.- ¿Y un tal Meana? Testigo.- Criminal, a más no poder. Fiscal.- ¿Y un tal Astorga? Testigo.- Era jefe de Campo. Compareció
                  también don Jaime Escoda Llavaría, que perteneció a
                  la Quinta Columna, del grupo J.M.B., y por ello fue detenido,
                  con su esposa, hijos y otros familiares. Le preguntaron por un
                  Canónigo y por otro sacerdote. Al contestar que no sabía
                  nada, le dieron un garrotazo en la cara, saltándole los
                  dientes. Entonces les dijo: “Ya podéis pegarme lo que queráis,
                  porque, aunque lo supiera, no lo diría”. Le pusieron una
                  argolla de madera al cuello y una bombilla eléctrica enorme
                  muy cerca de los ojos, mientras le golpeaban en la cabeza. A
                  su mujer la bajaron a un sótano muy húmedo y de allí la
                  llevaron a un cuarto donde había una campana que sonaba
                  horriblemente, y luego a la nevera. De resultas de esto, su
                  esposa estuvo por espacio de tres meses con el conocimiento
                  perdido. A un hermano suyo lo asesinaron en Tarragona Don Joaquín
                  Gay Vilar, que estuvo ocho meses detenido, desde el 30 de
                  mayo de 1938 hasta el 14 de enero de 1939. Después de pasar
                  por la celda que había en los sótanos de la torreta de los
                  interrogadores, le pusieron una inyección infectada en el
                  brazo derecho. Lo hicieron con muchos compañeros, entre ellos
                  Rodríguez, jefe de ventas de la Casa Ford; el comandante de
                  Ingenieros, Llorente, el señor Osset, don Alfredo Mazas, que
                  prestaba servicio en la Jefatura superior de Policía. El señor
                  Rodríguez falleció a consecuencia de la inyección. Doña Rita
                  Bermejo Bermejo recorrió un calvario de varias checas por
                  ‘fascista’. Primero la llevaron a la calle Muntaner, 388 y
                  de allí a Muntaner, 321 y dos días más tarde a la calle
                  Zaragoza, donde estuvo 48 horas, al cabo de las cuales salió
                  para la Tamarita, donde la encerraron en una especie de cuarto
                  de baño, donde le arrojaron cubos de agua, para acto seguido
                  tirarla a una carbonera, que tenía dos ventanucos: uno que
                  daba al jardín, y otro por donde echaban el carbón. Después
                  la llevaron a la checa de Vallmajor, donde un tal Gironella le
                  propinó una paliza tremenda.   ARRIBA      
 
 El fiscal
                  comienza a formular su acusación en un ambiente de
                  impresionante expectación en la sala. Pide un
                  recuerdo a cuantos españoles cayeron por Dios y por España
                  en las cárceles rojas y con el recuerdo, una oración. Dedica
                  párrafos de encendido elogio a los soldados de Franco que
                  rescataron todo el territorio español hasta la frontera para
                  restablecer la Ley y la Justicia y manifiesta que el Consejo
                  se halla ante un delito contra el Derecho de gentes. Cita las
                  checas que funcionaron en Madrid; en Santa Úrsula de Segorbe;
                  en los bajos del Gobierno Civil de Murcia; en Albacete y
                  tantas otras, pero ninguna de ellas revistió la perversidad
                  de las de Barcelona. El acusado
                  construyó las de la calle de Zaragoza y de Vallmajor. ¿Qué
                  delito ha cometido? Un delito vasto y terrible contra los españoles
                  dignos. Cita las
                  distintas clases de tormento que en aquellos antros se daba y
                  divide el funcionamiento de las checas en dos períodos. El
                  segundo período, se distingue por la presencia en Barcelona
                  de Negrín, es el más terrible. Basándose en
                  las manifestaciones hechas por el acusado en el sumario,
                  explica a la sala, en un relato escalofriante, lo que fueron
                  las celdas de los “colores”; las de “verbenas” o
                  “campanillas”, la diabólica combinación del agua, luz,
                  color y frío para lograr efectos devastadores del ánimo del
                  recluso. Estas cárceles
                  –agrega– constituyen el principal cargo que puede hacerse
                  contra el gobierno rojo, que decía apoyarse en una pretendida
                  legitimidad, a pesar de que mataba frailes y monjes, y
                  atormentaba brutalmente en sus cárceles. Y no se diga que no
                  se sabía todo eso en el extranjero. Lo ha dicho el señor
                  Godoy, quien ha afirmado que hubo un Consejo de ministros para
                  tratar exclusivamente de ello. ¿Por qué no se enteraron las
                  Comisiones frentepopulistas, ni el deán de Canterbury ni las
                  ligas internacionales?            ¿Es autor de
                  aquellas celdas el acusado? Lo ha reconocido en sus
                  declaraciones y lo atestigua la prueba testifical y la
                  documental. El fiscal comienza el análisis de la participación
                  del acusado en el delito y va perfilando su actuación de gran
                  revolucionario, de dirigente marxista que le da la confianza
                  de los gobernantes rojos. Estamos –dice– ante un
                  aventurero internacional que se mueve a la perfección en las
                  aguas encharcadas que era la Cataluña rojo-separatista.
                  Traicionó a una Sindical con otra Sindical y fue de una
                  barricada a otra, llevando confidencias. Desmiente lo
                  afirmado en su alegato por el acusado respecto a los servicios
                  que dice haber prestado y termina pidiendo que de acuerdo con
                  el Código de Justicia Militar y el Bando declaratorio del
                  estado de guerra en toda España, se condene al procesado a la
                  pena de muerte, sufrida en garrote vil.   ARRIBA      
 
 Al folio 38 del sumario figura copia de un escrito,
                  de puño y letra de Alfonso Laurencic, titulado «Preventorio
                  de Vallmajor». En esas
                  cuartillas explica la distribución del edificio, integrado
                  por el chalet de los Interrogadores y la prisión propiamente
                  dicha; aquél estaba instalado en la calle de Vallmajor, número
                  4, frente por frente de un antiguo convento, que después
                  sirvió de Escuela de Párvulos de la Generalidad. A petición
                  de Cobos, jefe de los Interrogadores, y con el fin de evitar
                  que los detenidos que habían de ser interrogados no tuviesen
                  que cruzar la calle, se pensó en la construcción de un túnel
                  pasadizo subterráneo, que pasando por debajo de la calle de
                  Vallmajor, “facilitase el pasaje del personal
                  desapercibidamente”; obra que no pudo llevarse a cabo por
                  las constantes filtraciones de agua. «En fecha
                  aproximada de 28 a 29 de mayo –sigue escribiendo el
                  encartado– fui encargado por el señor Urdueña, y con carácter
                  de trabajo urgente de la construcción de tres celdas armario,
                  instrumento de tortura, las cuales, colocadas en un pequeño
                  reducto del chalet, debían de servir a “trabajar” los
                  detenidos que se hubiesen mostrado recalcitrantes durante el
                  interrogatorio. A petición mía, para que explicase
                  detalladamente de qué construcción se trataba, Urdueña me
                  hizo acompañarle a su despacho, y allí, con papel y lápiz,
                  diseñó un armario, con formas y medidas que me daba con
                  aproximación: ancho, de hombro a hombro; más bien bajo y con
                  un trecho movible que obligue al paciente a agacharse, etc.,
                  etc., diseñándome con una forma humana la posición que el
                  paciente debía de ocupar en este armario. Yo mismo que en
                  1937 había abierto un informe contra el empleo de esta clase
                  de instrumentos de tortura por parte de la checa del convento
                  de Santa Úrsula de Valencia, y cuyos datos auténticos me
                  fueron facilitados por el argentino Lipschutz, miembro de la
                  Liga de los Derechos del Hombre, que padeció tormento en uno
                  de estos armarios, hablando con conocimiento de causa, le
                  pregunté a Urdueña el motivo “por qué se tenía que
                  inclinar el piso-suelo bajo los pies”, a lo que Urdueña me
                  contestó que habiendo él pasado también por uno de estos
                  armarios durante su persecución (?) en Bélgica, él quería,
                  no solamente copiarlos, sino mejorarlos, mejor dicho, aumentar
                  los efectos, por lo que me indicó que debía dejar una
                  abertura en la puerta para poder colocar una potente lámpara.
                  Asimismo, que se colocase una toma de corriente para conectar
                  un bordón, consistente en la “aparatura” completa de una
                  campañilla eléctrica “sin” la campana. Aprovechando
                  los detalles dados por Urdueña, Laurencic dibujó un boceto
                  de las celdas que debían construirse: 50 centímetros de
                  ancho por 40 de profundidad, de altura graduable de 1,40 a
                  1,60, conteniendo en su respaldo un saliente de unos 13 centímetros
                  de largo, colocado a 63 centímetros del suelo, que debía
                  servir “como de asiento” al paciente. La altura de este
                  asiento obligaba al paciente a sostenerse sobre las puntas de
                  los pies; la estrechez, o mejor, la poca profundidad hacía
                  que tocara la puerta con sus rodillas, reposando en éstas
                  todo el peso del cuerpo, que resbalaba continuamente del
                  asiento. El techo graduable, rebajado a medida, impedía al
                  paciente enderezar el cuerpo. Sendas tablas, colocadas entre
                  las piernas y delante del pecho, debían impedir cualquier
                  movimiento de las extremidades, como cruzar las piernas,
                  cambiar de posición, apoyar la cabeza sobre los brazos,
                  taparse la cara o la vista de la luz encendida. Urdueña
                  opinaba que una permanencia de cinco a diez minutos en estos
                  armarios, ablandaba al más recalcitrante. El encartado
                  explica la distribución dada a la prisión de Vallmajor,
                  donde en celdas de 3 por 3 metros permanecían 10, 12 ó 15
                  presos durante tres meses, por lo menos. Dice que cuando se
                  empezó a hablar de las celdas “psicotécnicas”, fue
                  aceptada la construcción de cuatro, reservándose la
                  construcción de más, hasta ver si daban resultado. La altura
                  del techo de estas celdas era de dos metros, 2,50 metros de
                  largo y 1,50 de ancho. Estaban situadas hacia el Sur, y recibían
                  la luz del sol continuamente, y Urdueña se procuró alquitrán,
                  revistiéndolas por dentro y por fuera para que los rayos del
                  sol, dando de lleno en lo negro, sobrecalentasen el aire de
                  las celdas. Urdueña, que ordenó esto en junio de 1938, no
                  pensaba prestarles un señaladísimo favor a los presos que
                  hubiese en invierno, dotándoles de esta calefacción La forma
                  rectangular de 1,50 m. por 2,50 m. se halla quebrada en un
                  rincón por una curva que forma la pared, cuya finalidad
                  psicotécnica debía de ser la de romper la monotonía de
                  otras celdas. El interior de cada una de las cuatro celdas se
                  hallaba repartido así: una superficie, que debía servir de
                  camastro, hecho de obra, de 1,50 de largo por 0,60 de ancho,
                  adosada a la pared, con una inclinación lateral de un 20 por
                  100. La finalidad a conseguir por estas dimensiones era:
                  obligar al preso a encoger las piernas, visto que con metro y
                  medio la cama era demasiado corta; con 60 centímetros de
                  ancho le salía el coxis o las rodillas, de un lado, mientras
                  que en el lado opuesto, o sea la pared, el solo tocar en ella
                  debía iniciar el movimiento de resbalo facilitado por la
                  pendiente de 20 por 100 de la superficie del lecho. Si bien se
                  podía uno aguantar cierto tiempo en esta posición, mientras
                  conservaba la más absoluta inamovilidad, es comprensible que
                  un durmiente, al menor movimiento involuntario, debía
                  resbalar, teniendo así que permanecer en una semi-somnolencia
                  interrumpida por el continuo despertar. Esta intención no
                  llegó a realizarse, como la práctica lo demostró más
                  tarde, pues todos los presos prefirieron sentarse únicamente
                  sobre el camastro, y de esta forma, alargándose bien y
                  apoyando la espalda en la pared, se podía permanecer hasta
                  con una relativa comodidad. Este defecto técnico no fue
                  previsto al ser construidos los camastros demasiado bajos,
                  aproximadamente a 0,35 ó 0,40 metros del suelo. No le quedaba
                  al recluso más que estarse de pie o a caminar a través de la
                  celda, ‘paseo’ que se veía interrumpido por la colocación
                  de ladrillos puestos de canto en todo el suelo, por lo que al
                  recluso solo le quedaba contemplar las cuatro paredes,
                  interviniendo entonces los efectos psicotécnicos. «Se me dio
                  por parte de Garrigós el encargo de repartir por las celdas
                  diferentes figuras de ilusión óptica, como dados, cubos,
                  espirales, puntos o círculos, de diferentes colores, así
                  como trazar en la pared líneas horizontales y otros dibujos». En la famosa
                  reunión en la que se había discutido el proyecto, fui
                  preguntado por Garcés, el cual se dirigió a mí como
                  entendido en colores y efectos de luz, preguntándome qué
                  efectos producían los colores siguientes: 
                    Rojo.-
                    Contestación mía: animaba, enardecía, calentaba los
                    sentidos visionales, y, por consiguiente, el temperamento. Azul.-
                    Contesté que era una luz fría, calmante, recomendada para
                    nerviosos y de temperamento histérico. Amarillo.-
                    Que no producía efectos notables; que era el que más se
                    parecía a la luz solar; que realzaba y embellecía los
                    colores, y se empleaba mucho en decoraciones. Verde.-
                    Contesté que era triste, lúgubre, “Como un día de
                    lluvia”, que predisponía a la melancolía y a la
                    tristeza. Garrigós
                  propuso la colocación de vidrios verdes, llamados de
                  “Catedral”, en la ventana, para obtener así el efecto
                  antes descrito. La luz nocturna, que debía estar
                  continuamente encendida –sistema ordinario de todas las
                  checas– debía obtenerse por medio de una potente lámpara
                  que, por su claridad, colocada precisamente sobre el camastro,
                  debía impedir un dormir efectivo. De todos estos
                  efectos el que considero como el refinamiento de la crueldad más
                  perversa, y qué, curiosamente, no fue propuesto por Garrigós,
                  sino por Urdueña, consistía en colocar, en un orificio hecho
                  en la pared que da al pasillo exterior, visible para el preso
                  y manejable desde el exterior por el guardia de servicio, un
                  reloj que marcase las horas, como un reloj ordinario. El
                  truco, desconocido por la casi totalidad de la gente, consistía
                  en que se había acortado el muelle regulador de este reloj,
                  por lo que adelantaba a razón de cuatro horas por 24 horas. 
                    «La
                    finalidad que para el simple mortal pudiera ser grotesca,
                    pues parece que uno se tendría que dar cuenta de que,
                    cuando es de noche y el reloj marca las 10 de la mañana, no
                    pueden ser las 10 de la mañana, tenía una finalidad más
                    perversa. El reloj personal de cada individuo es su estómago.
                    El menor retraso en el reparto del rancho        
                    –con lo escasa que era servida la comida–, los
                    mismos minutos en hacer cola o esperar turno eran para los
                    reclusos un tormento. Y cuál no sería el tormento del
                    preso que ve marcadas las doce en el reloj, hora del rancho,
                    y que, a lo mejor, sólo son las diez, y le quedan hora y
                    media o dos horas todavía. Su vista y su estómago lo
                    tiranizan al extremo de que creo poder afirmar que de todos
                    los efectos psicotécnicos es quizá el más cruel y el de más
                    tortura». ARRIBA      
 
 Tras la
                  detenida lectura de la sentencia, el encartado Alfonso
                  Laurencic, que a la sazón se hallaba recluido en la Prisión
                  Celular, se dirige al Juez militar –que había acudido a
                  dicho Establecimiento a la una de la madrugada para
                  notificarle la sentencia– que era su deseo hacerle un ruego:
                  Que le permitiese hablar. Y así lo hizo Laurencic,
                  manifestando que él «era una víctima de las circunstancias».
                  Conociendo ya su fin cercano, dirigió una carta a su mujer,
                  accediendo el Juez a esta demanda. Posteriormente, Laurencic
                  confiesa con el sacerdote, que le exhorta a bien morir. Después
                  comulga. Laurencic, el siniestro hombre de las checas, da
                  muestras de sereno, imperturbable, completo dominio del espíritu…
                  
                   ARRIBA      
 
 A las cuatro
                  de la madrugada del día 9 de julio de 1939, Laurencic es
                  conducido al Campo de la Bota. Delante del piquete, Laurencic
                  no ha querido que le venden los ojos. El momento final se
                  acerca. La descarga atruena y Laurencic cae desplomado sin
                  haber hecho en aquel supremo instante de su vida ninguna
                  manifestación. El acto final se había consumado.      ARRIBA        
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