El Manifiesto de Franco en las Palmas

Ante el 18 de Julio.

 


Las razones del éxito del Alzamiento.


El periodista madrileño Luis Antonio Bolín Bidwell, corresponsal del diario ABC en Londres y amigo personal del director Juan Ignacio Luca de Tena, había recibido de éste el mandato de contratar el mencionado avión, contando también con los servicios del capitán Cecil W.H. Bebb, que había de asumir la función de piloto de la aeronave. El 11 de julio partió del aeropuerto inglés de Croydon y a las tres horas y cuarto aterrizaba en Burdeos. Después a Biarritz donde repostó combustible. De Biarritz al aeropuerto militar de Espinho (Portugal) a unos 20 kilómetros de Oporto.

Al día siguiente a Alverca, campo de aviación próximo a Lisboa. Emprendió vuelo hasta Casablanca donde llegó cerca de las veinte horas. El 13 se enteran del asesinato de Calvo Sotelo y el día 15 vuelan de Casablanca a Cabo Juby y de aquí a Las Palmas.

El 18 de julio Franco sube al Dragon Rapide, tomando a las 5 de la tarde, tierra africana en el aeródromo de Agadir. Permanece un par de horas en el aeropuerto y a las 21 horas llega a Casablanca, vestido de paisano y sin sombrero.

Pernocta en un hotel de Casablanca, compartiendo habitación con Bolín, charlando hasta las dos de la madrugada. “El general –escribe Bolín en su libro España. Los años vitales. Ed. Espasa-Calpe, Madrid 1967, no abrigaba la ilusión de un posible triunfo rápido sobre las huestes del Frente Popular. Los factores en contra eran muchos. Consideraba perdidas para nuestra causa casi todas las poblaciones importantes, entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, donde, aunque nuestros partidarios eran numerosos, podrían poco contra las hordas armadas por el Gobierno o contra fuerzas del Ejército y de otros Cuerpos, capitaneados por oficiales izquierdistas. Sentía fuertes dudas sobre la actitud de ciertos sectores de la Marina de guerra. Recelaba que parte de la marinería y de las clases, saturadas de un odio fruto de intensas propagandas extremistas, cayeran sobre la oficialidad y la asesinaran en masa allí donde las circunstancias les fueran propicias.

Tan negro fue el cuadro que pintó ante mis ojos, que acabé por preguntarle si podríamos vencer. Su respuesta surgió con tal fuerza persuasiva que, a partir de ese momento, durante toda la guerra, incluso en las horas más críticas, jamás sentí la menor desconfianza en la seguridad de nuestro triunfo. “En último caso –dijo Franco- nos iríamos a los montes y desde allí desarrollaríamos esa guerra de guerrillas en la que nuestros soldados no tienen rival. Pero no tendremos que recurrir a esto. El enemigo no puede vencernos. Nosotros tenemos fe, ideales y disciplina. La guerra durará más de lo que muchos piensan, pero al final la victoria será nuestra”.

En la madrugada del domingo 19 de julio despega de Casablanca. A las 6, Bebb advierte a Franco que el Dragon acaba de cruzar la raya de los dos protectorados. El general pide el uniforme y el fajín que ganara once años antes en el Monte Malmusi.

A las siete de la mañana sobre el aeródromo de Tetuán, Sania Ramel, el capitán Bebb hace que el Dragon describa una serie de círculos, cada vez más bajos, para que sus pasajeros deduzcan la situación. Franco reconoce a uno de los cinco jefes que le esperan: es el coronel Eduardo Sáenz de Buruaga “El Rubito”, jefe accidental del Ejército de África.

Franco pide inmediatamente noticias y mapas. Despacha a Bolín en el mismo Dragon para que previo acuerdo con el general Sanjurjo en Lisboa, gestione en el extranjero la compra de aviones de guerra “para el Ejército español no marxista”.

Franco, una vez en Ceuta, no tiene más preocupación que cruzar el Estrecho con el Ejército de África, un conjunto de casi treinta mil hombres –que con un intenso reclutamiento voluntario de fuerzas indígenas llegaría hasta rebasar los setenta mil- aguerridos y entrenados, con armamento abundante, que podrían decidir la suerte de la guerra civil, como de hecho sucedió, aunque no de manera inmediata.

Franco pensó al principio en un transporte por mar, pero cuando el amotinamiento de la escuadra cerró el Estrecho, decidió transportar a su tropas por el aire, con lo que por primera vez, como anotó el mariscal alemán Goering en aquellos mismos días, se utilizó en la historia militar un puente aéreo intercontinental para una operación de envergadura.

Por Eduardo Palomar Baró.



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