DIJO EL SEÑOR CALVO SOTELO:

(Contestando en rectificación al discurso del señor Casares Quiroga)

Fotografía de Calvo Sotelo tomada en el Congreso una semana antes de su asesinato. La tensión a que estaba sometido hizo que el diputado monárquico perdiera varios kilos en sus últimos meses de vida.

“Para mí, el Ejército (lo he dicho fuera de aquí, y en estas palabras no hay nada que signifique adulación); para mí, el Ejército –y discrepo en esto de amigos como el Sr. Gil Robles-, no es en momentos culminantes para la vida de la Patria un mero brazo, es la columna vertebral. Y yo agrego que en estos instantes en España se desata una furia antimilitarista que tiene sus arranques y sus orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la eficacia del Ejército español. ¿Qué su señoría  ama al Ejército? No lo he negado. ¿Qué trata de servir al Ejército? No lo he puesto en duda; lo que sí he advertido a su señoría es la necesidad absoluta de que se evite que el Ejército pueda descomponerse, pueda disgregarse, pueda desmedularse a virtud de la acción envenenadora que en torno suyo se produce y a virtud también del abandono en que muchas veces se deja su prestigio corporativo frente a la acción cerril de masas que, como antes explicaba, no son mayorías, sino minorías.

Hace unos momentos el Sr. Gil Robles se quejaba, con razón, del silencio que hasta ahora ha reinado en torno a manifestaciones vertidas aquí por la señora Ibarruri. En unión de otros muchos documentos, entre los cuales procuro andar siempre, que es buena compañía, tengo un recorte de un periódico ministerial, “el Mundo Obrero”” (Risas y rumores), en el cual se comenta el episodio de Oviedo a que yo aludía en mi intervención de esta tarde, y en ese recorte la censura (que no hace ocho días ha prohibido que a un militar se le llame heroico y en cambio ha permitido que se pida su encarcelamiento en un periódico que se publicaba el mismo día en que se tachaba el calificativo de heroico), en este recorte la censura ha consentido íntegramente sin tocar una tilde, sin tachar una coma, estos dos párrafos:

“Han quedado en Asturias fuerzas del odio, fuerzas del crimen, fuerzas represivas, que tienen el regusto de los crímenes impunes. Esas mismas fuerzas que, al margen y en contra de las órdenes que reciben, aún promueven conflictos y cometen atentados y provocaciones indignantes. Si no se pone remedio a lo que es mal que hay que cortar de raíz, no podrá el Gobierno quejarse de falta de asistencia de las masas”.

Calvo Sotelo, Vigón, el marqués de la Eliseda y José María Lamamié de Clairac, después de entregar a la mesa de las Cortes dos proposiciones contra el Gobierno y el Presidente de la República por la suspensión de las sesiones parlamentarias y la prórroga de los presupuestos (2-1-1936)

“El problema de Asturias es especialísimo. Deberá comprenderlo el Gobierno. Allí se ha asesinado por centenares a hombres indefensos. Ni uno sólo de los individuos que componen las fuerzas represivas está libre de culpa. Entonces, ¿por qué han de seguir en Asturias lo que en cada momento –y la prueba es bien reciente- provocan y disparan contra el pueblo cuando se divierte pacíficamente en una verbena".

Esto es lo que la censura del Gobierno de la República consiente que se publique sin tachar una tilde, sin suprimir una coma, y encuentro por ello muy acertadas y pertinentes las palabras del señor Gil Robles, que las echaba de menos en su señoría. Nada de adulación al Ejército; la defensa del Ejército ante la embestida que se le hace y se le dirige en nombre de una civilización contraria a la nuestra, y de otro ejército, el rojo, es en mí obligada. De eso hablaba el señor Largo Caballero en el mitin de Oviedo y por las calles de Oviedo, a las veinticuatro o a las cuarenta y ocho horas de la circular de su señoría, que prohíbe ciertos desfiles y ciertas exhibiciones, han paseado tranquilamente uniformados y militarizados, cinco, seis, ocho o diez mil jóvenes milicianos rojos, que, al pasar ante los cuarteles, no hacían el saludo fascista, que a su señoría le parece tan vitando, pero sí hacían el saludo comunista con el puño en alto y gritaban: “¡Viva el ejército rojo!”, palabras que no tenían valor ... (Un diputado: No es cierto.) Lo dice “Claridad. (El mismo diputado: No han desfilado por delante de ningún cuartel). Esos vivas al ejército rojo quieren ser quizá una añagaza para disimular ciertas perspectivas bien sombrías sobre lo que quedaría de las instituciones militares actuales en el supuesto de que triunfase vuestra doctrina comunista. Pero no caben despistes. De los jefes, oficiales y clases del ejército zaristas, ¿cuántos militan y figuran en las filas del ejército rojo? Muchos murieron pasados a cuchillo, otros murieron de hambre, otros pasean su melancolía conduciendo taxis en Paris o cantando canciones del Volga. (Risas.) No ha quedado ninguno en el ejército rojo.

Yo tengo, señor Casares Quiroga , anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mí vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido su señoría en sujeto, y, por tanto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Quiroga. Lo repito: mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria. (Exclamaciones) y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un Rey castellano: “Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis”. Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores) Pero, a mi vez, invito al señor Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es un hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus  manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida su señoría sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en el tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerenski y Karoly. Kerenski fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerenski, porque no es inconsciente; tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que su señoría no pueda equipararse jamás a Karoly. (Grandes aplausos)

 El Iris de Paz. Año LII.- Nº 1985 – Madrid, 1 de Julio de 1936. Págs. 305-307.


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