Ante el 18 de Julio.

 

 

NOCHE DE VIGILIA.

Velando las armas.


 

Luis Bolín narra en su libro España, los años vitales la noche que pasó junto al general Franco, en vísperas del comienzo de las operaciones militares. Era la noche, la larga y angustiosa noche, del sábado 18 de julio, en una habitación de un hotel de Casablanca.

«Prometí al conductor pagar triple si nos despertaba a las cuatro de la madrugada, y distribuí las tres habitaciones asignadas al grupo por el sereno del segundo establecimiento. El general Franco y yo ocupamos una pieza pequeña, modesta, pintada de gris claro, con dos camas y un cuarto de baño; su primo y el oficial de aviación compartieron la segunda; Bebb, después de inscribirnos en masa, se dirigió a la tercera con su mecánico. Pagué por adelantado la cuenta, abonando incluso el café con leche y las tostadas del desayuno para seis y me retiré a nuestra habitación con el general, ansioso de escuchar sus deseos y esperanzas en esa hora suprema para nuestra patria. Lo primero que hicimos fue bañarnos y afeitarnos; Franco se afeitó el bigote para alterar en cierto modo su fisonomía. No podíamos descartar la posibilidad de una ominosa llamada a la puerta en el momento menos pensado.

Las virtudes comunicativas del general Franco son bien conocidas, como lo son su facilidad de palabra, la sencillez de su trato, y la forma amena con que salpica su conversación de recuerdos y anécdotas siempre interesantes. Aquélla noche tenía mucho que decir. Hablaba todavía cuando, para facilitarle siquiera dos horas de descanso, apagué la luz con el pretexto de que me estaba quedando dormido. El general tenía entonces cuarenta y tres años; era bien proporcionado y bien parecido. Como ahora, sus grandes ojos castaños, que escudriñan profundamente al interlocutor, constituían el rasgo más distintivo de un rostro a la vez expresivo e impasible. Un deseo apasionado de servir a España inspiraba sus palabras. Estaba resuelto a hacer cuanto pudiera para compensar los años de miseria que sus compatriotas habían conocido en décadas anteriores, a raíz de la liquidación del Imperio, los años de opresión y desesperanza sufridos bajo el Gobierno de la República. Su educación militar fortalecía y respaldaba sus frases; su única ambici6n era el servicio; sus pensamientos eran para el pueblo. No aludió, más que para contestar a mis preguntas, a las perspectivas inmediatas de la contienda. Quería ver mejorada la suerte del trabajador, la situaci6n de las clases medias, tantas veces defraudadas, como el pueblo mismo, por promesas republicanas incumplidas. Quería que se elevaran los niveles de vida respectivos y que se dotara a los hijos de los españoles de facilidades para estudiar y salir adelante, de oportunidades iguales para triunfar en la vida si poseían la capacidad necesaria y la fuerza de voluntad para el trabajo. Aspiraba a ver resueltos los problemas de la vivienda, los de la industria, los de la agricultura. No olvidaba que el respeto a la ley y el orden público tenía que ser restablecido, de modo permanente, en toda la extensi6n del país, mas juzgaba que esto no resultaría difícil, una vez asegurada la unidad y la paz de España. El país iba a afrontar Una lucha dura para abrirse paso hacia el progreso, pero esa lucha por el progreso era compatible con las esencias tradicionales de la vida española.

Permanecimos conversando hasta después de las dos. El general no abrigaba la ilusión de un posible triunfo rápido sobre las huestes del Frente Popular. Los factores en contra nuestra eran muchos. Consideraba pérdidas para nuestra causa casi todas las poblaciones importantes, entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao, donde, aunque nuestros partidarios eran numerosos, podrían poco contra las hordas armadas por el Gobierno o contra fuerzas del Ejército y de otros cuerpos, capitaneadas por oficiales izquierdistas. Sentía fuertes dudas sobre la actitud de ciertos sectores de la Marina de Guerra. Recelaba que parte de la marinería y de las clases, saturadas de un odio fruto de intensas propagandas extremistas, cayeran sobre la oficialidad y la asesinaran en masa allí donde las circunstancias les fueran propicias. Tan negro fue el cuadro que pintó ante mis ojos, que acabé por preguntarle si podríamos vencer. Su respuesta surgió con tal fuerza persuasiva que, a partir de ese momento, durante toda la guerra, incluso en las horas más críticas, jamás sentí la menor desconfianza en la seguridad de nuestro triunfo. 

“En último caso -dijo Franco- nos iríamos a los montes y desde allí desarrollaríamos esa guerra de guerrillas en la que nuestros soldados no tienen rival. Pero no tendremos que recurrir a esto. El enemigo no puede vencernos. Nosotros tenemos fe, ideales y disciplina. La guerra durará más de lo que muchos piensan, pero al final la victoria será nuestra”.»

 


PRINCIPAL

ANTERIOR  

© Generalísimo Francisco Franco


www.generalisimofranco.com  -   2.005