EN LA MUERTE DE FRANCO

 

Por Torcuato Fernández Miranda

 

El genio político, el gran estadista, se caracteriza por una difícil y equilibrada mezcla de criterio y carácter, de prudencia y fortaleza. En él no se dan nunca ni la rigidez, ni la debilidad. La vida de Franco muestra con nítida claridad esa verdad. Flexible en el adaptarse a todas las exigencias de la dinámica histórica, viva, cambiante y contradictoria, jamás cedió cuando la flexibilidad era cobijo de la debilidad o Incitación de los cautos. Su criterio, servido por un carácter nutrido por la virtud de la fortaleza, hacia imposible tanto la rigidez como la debilidad.

Por eso, ante los tópicos, fueran palabras o gestos, se sonreía siempre, con esa sonrisa que estaba más en sus ojos que en sus labios. Nunca despreció los tópicos, contaba con ellos, incluso se servia de ellos, pero resbalaba sobre los mismos hacia las actitudes profundas que los suscitaban. Por eso también se sonreía, sin decir nada, ante quienes le ofrecían ideas demasiado brillantes o intelectualizadas; les ola con atención, e incluso con agrado, pero él pasaba de largo hacia el fondo de las realidades, en donde enraizaba sus criterios. Los criterios capaces de dirigir el carácter.

La última vez que hablé con Franco fue el miércoles 11 de julio del presente año, en la audiencia que tuvo a bien concederme. Le encontré en plena forma, rebosante de ese buen humor contenido que tan próximo y cordial le hacia, desde su distancia carismática e insalvable. Me dio base, con su cordialidad, para hablarle, una vez más, con la clara lealtad con que siempre lo he hecho. Es esta del día 11 otra de mis conversaciones inolvidables, que algún día deberé contar. De esta última conversación quiero traer aquí sólo una frase, que a mi me impresionó mucho por parecerme una definición perfecta de lo que debiera ser el inicio de la nueva época histórica que se abriría con su muerte, de la época histórica abierta en este 20 de noviembre, en que como el Cid, gana su primera batalla tras la muerte, con su mensaje a todos los españoles que hemos conocido en fa voz emocionada de nuestro presidente de Gobierno: «Por el amor que siento por nuestra Patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz.»

No era mí propósito hablar de este Impresionante mensaje (impresionante, pero lío sorprendente, porque en él está todo Franco). Lo que me proponía era citar aquella frase de la entrevista del 11 de julio a que me he referido. En aquella conversación llegamos, por razones que otra vez explicaré, al tema de lo que habla sido y era el franquismo. En ese momento, con aquellos ojos inolvidables velados por la sonrisa, en ellos y en sus labios, me dijo: «Mire, Miranda, el franquismo acabará con Franco..., con mi muerte. Lo que no acabará es la gran obra nacional que hemos hecho juntos todos los españoles en estos años de unidad, trabajo y paz. Los españoles tienen que aprender ahora a pasar del Régimen al Estado.»

Franco, que se sonreía ante los tópicos que pretenden definirlo todo con una palabra; fue siempre un político dinámico, flexible, atenido a la realidad, de cuya entraña tomaba sus criterios, servidos por firme carácter.

Al abrirse la nueva etapa histórica en torno al Rey, esas palabras: «del Régimen al Estado» definen la permanente voluntad de integración, que ahora toma nueva fuerza y camino a estrenar, en la tarea de todos los españoles que en unidad y paz, acogiendo en su mente y corazones las palabras del último mensaje del Caudillo, «rodear al Rey con el mismo afecto y lealtad», decididos a seguir el camino de España hacia un futuro siempre mejor. Que Dios premie a Francisco Franco, Caudillo de España.

 


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