EN LA MUERTE DE FRANCO

 

Por Pilar PRIMO DE RIVERA

 

Lo que más he admirado en el Caudillo ha sido su prudencia, su serenidad y su inteligencia.

La mayor parte de nuestra vida consciente ha transcurrido en pos de él: primero, en la difícil coyuntura de la guerra; luego, de la posguerra, y, por fin, en los treinta y tantos años de paz. Y según avanzaban las circunstancias iba creciendo en nosotros la valoración de sus virtudes.

Era más bien un hombre distante, que no pronunciaba palabra ociosa o por cumplimiento, pero escuchaba siempre. Y con esa extraordinaria virtud de no hablar demasiado, que nos pierde a la mayoría de los españoles, porque se nos va toda la fuerza por la boca, ha ido resolviendo los problemas más intrincados, desde la negativa a Hitler en la entrevista de Hendaya,  hasta resolver el problema de la sucesión, que es lo más difícil en los regímenes de mando personal. De forma que ahora, a su muerte, con un dolor tremendo, no tenemos la angustia de qué pasará mañana.

Día por día, y ya desde la guerra, con una previsión increíble, ha ido atando los cabos con Leyes Fundamentales, que instituyen un sistema peculiar nuestro, basado en mucha parte en la doctrina política de José Antonio, que jamás fue totalitario, y que ha dado una estabilidad a España, gracias a la cual se ha conseguido alcanzar un nivel de vida muy considerable, hacer realidad la participación a todos los niveles y mantener la unidad irrevocable de la Patria, premisa indispensable para el futuro quehacer histórico español.

Mientras, y entretanto, ha venido en dos o tres ocasiones la injusta oposición a España de gran parte del mundo y ha tenido la enorme habilidad de unirnos a todos a su alrededor. Las tendencias más dispares, los hombres más distintos, todos nos uníamos al conjuro de "lo ha dicho Franco".

Pues bien, Franco en estos últimos días de su existencia, con una clarividencia especial también, nos ha dejado un mandato: la unidad. Que nos unamos alrededor del Príncipe Don Juan Carlos todos los que junto a él hemos estado unidos, que no se disgreguen las distintas tierras de España, cuyo único destino es su unidad en lo universal, dentro del reconocimiento de las peculiaridades regionales. Así, una vez más, vamos a hacerle caso los que junto a él hemos convivido tantos momentos, a veces angustiosos, a veces felices, pero siempre seguros, porque estábamos en sus manos.

Rechacemos particularismos, espejismos europeizantes. Si no nos adaptamos a su hechura y manera, seguirán haciéndonos la vida imposible y exigiéndonos más cada vez; pero con nuestro caminar español, que siempre ha tenido un sentido universal, culminemos entre todos la obra de este hombre único que se llamaba Franco.

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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