CUARENTA AÑOS

 

Por José Mª de AREILZA

 

Casi cuarenta años ejerció Franco el Poder en España. Lo ejerció y lo personificó, porque el Estado, surgido de la guerra del 36, lo protagonizó de un modo total. Era tan grande su ánimo de gobierno que las instituciones que iban siendo creadas a lo largo de su mandato no funcionaron en su integridad, tal como fueran concebidas por el supremo legislador, porque no importaba mucho, a su manera de entender el gobierno, que tuvieran contenido autónomo. El Estado fue él, y su sentido,  del deber hacia España, lo convirtió en un exclusivo y obsesivo servidor de lo que él consideraba los intereses supremos del país.

Tenía, como De Gaulle, pero con otro signo específico, «una cierta idea de España» y de la grandeza de lo español que nadie puede ignorar. Su idiosincrasia era en este punto tan sensible que llegaba a lo neurálgico. Yo lo visité y conversé con él muchas veces a lo largo de mis años de embajador suyo. en diversas capitales, y sólo en una ocasión vi asomar un brillo emocional y húmedo a su mirada, cuando le relaté la ceremonia en que, tras largas gestiones, la Marina norteamericana retiraba el casco del crucero español de guerra «Reina Mercedes», perdido y apresado en la guerra de Cuba, de su fondeadero habitual en la bahía de Annápolis, donde servía de club, de museo y de trofeo naval ofrecido a la curiosidad de millares de visitantes anuales. La fibra de su sensibilidad patriótica se estremeció. y era en ese aspecto un español enterizo al que los recuerdos de su Ferrol lejano le traían oleadas de emoción infantil del año triste de 1898.

Pero también había otra clave en su carácter que endurecía su ceño cuando de cuestiones fundamentales se trataba. En hablando de esencias que consideraba intocables en la política del Estado su espíritu se erizaba de atenciones y cautelas en forma visible. Eran pocos los temas que provocaban esa reacción, pero él los consideraba prioritarios para el interés general. Resultaba difícil entrar en ellos por la singularidad con que los destacaba y el escaso deseo que mostraba en que fueran problemas debatibles. En cambio, era abierto y dialogante en otros aspectos de la información internacional que siempre le apasionó y de la que pedía noticias concretas y objetivas para compensar seguramente otros canales menos solventes sometidos a condición manipulada.

Bonaparte decía que un gran hombre es el resultado de una coincidencia en el tiempo: la de un carácter excepcional con unas circunstancias también excepcionales. En Franco se daban ambas cosas en forma notoria. Su talante era, raramente, frío, en un español; y sus pasiones ardientes -la de la Patria, la del Ejército, la del mando- las envolvía en un contenido ropaje de sosiego y serenidad. Esperaba la acción del contrario con parsimonia que hacía impacientarse a los demás. No tenía nervios. Era minucioso y razonador. Amaba los detalles y dejaba -hay que decirlo- gran margen de maniobra y autonomía a los colaboradores en orden a su campo de acción específico.

No tenia gran estima por los intelectuales, cuyo sentimiento de superioridad espiritual temía, ni por la clase política, que peyorativamente relegaba a segundo término. «Para él, somos periféricos», me decía en cierta ocasión su gran admirador y fiel colaborador, Lequerica, hablando de su actitud hacia los políticos. Curiosamente, tal juicio lo emitía quien fue, además de gran: soldado, político extraordinario, el primero del siglo en cuanto a manejo del poder, considerado como instrumento en sí, técnica cada. día más importante en el Estado moderno y no necesariamente inscrita en los textos del Derecho o de la Ciencia políticos. El poder como institución, como arma Y como fin, pocos españoles contemporáneos lo han conocido- en su íntima fisiología como él, que lo ejerció de un modo plenario desde 1936.

Cuarenta años es un largo período en la vida. de los hombres y también en el de las colectividades humanas llamadas naciones. La España de hoy es muy distinta de la de 1936 y de la de 1939. Sería innecesario insistir sobre sus diferencias. de todos conocidas. Quizá la mayor dificultad en el carácter de los grandes hombres. es la de no percibir con claridad las mutaciones de su en- torno y adaptar a ese cambio social que se produce, una radical transformación de actitudes y lenguaje que corresponda a la sociedad nueva.

A De Gaulle, con su enorme clarividencia histórica, se le escapaba el tono y el ritmo de la Francia nueva que le rodeaba mayoritariamente y al propio tiempo le respetaba por su indiscutible personalidad. No es imposible cotejar ese fenómeno, con el que aquí ocurría, después de cuarenta años. Junto a las grandes realizaciones, al progreso social considerable, al desarrollo industrial evidente y la extensión cultural arrolladora, se produjo una distonía que hizo alejarse o quedar marginadas a gran parte de las nuevas generaciones, por falta de entendimiento en unos planteamientos cuya formulación resulta poco inteligible y de escaso interés convocante para éste mundo nuevo.

Pero entre todos los múltiples servicios que Franco ha prestado a su Dais quizá el más importante sea el haber legado a su pueblo las condiciones necesarias para una infraestructura socio- económica sobre la que pueda edificarse una convivencia pacífica de todos los españoles en una verdadera democracia.
 

 

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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