EL FRANCO QUE YO CONOCÍ


Por Mariano NAVARRO RUBIO


Es lógico que hablemos de esta gran figura las personas que hemos convivido.
cerca. con él.

Debo, de una parte, innegable gratitud al general Franco. Me nombró ministro de Hacienda cuando apenas había cumplido los cuarenta años. Fue, además, un nombramiento audaz, un tanto imprudente, porque no era, ni mucho menos, un especialista en la materia. Sólo se puede justificar este designio por la confianza que en mi depositó. Y una confianza así merece el mayor reconocimiento.

De otro lado. hay en su debe, fa cuenta de una profunda contrariedad, causada sin motivo, que traigo a colación porque es verdad, y porque me proporciona, ahora, la satisfacción de darla por saldada, como un tributo que quiero rendir a su emocionado recuerdo.

En contra de lo que comúnmente se piensa, Franco aceptaba e incluso agradecía la contradicción. No faltaron incidencias de disconformidad con el Jefe del Gobierno a lo largo de mis ocho años de ministro. Hubo de aguantar mis reacciones, en ocasiones muy fuertes, dándome ejemplo de paciencia, y en muchos casos, de buena enseñanza. Hago. Asimismo, esta afirmación para que todo cuanto pueda decir acerca de su figura, no se interprete como la expresión de una conducta movida por una inercia servil -que no existió durante su vida, ni tiene que existir. por tanto. después de su muerte-. Hablo con la mayor sinceridad. Eso si, he de reconocer que le quería entrañablemente -porque se hacía querer-. Resultará inevitable que este sentimiento afectuoso matice mi juicio sobre su persona.

Como Jefe de Gobierno dejaba a los ministros una amplia libertad de gestión. Eran muy pocos los asuntos en los que se entrometía. Y si el ministro mantenía con firmeza su postura. el Jefe de Gobierno se limitaba a apelar al sentido de responsabilidad dé su colaborador, y casi siempre cedía. Como Jefe de Estado celaba, en cambio. su competencia de tina manera que no admitía discusiones. Parecían dos hombres distintos, según era el terreno en que se movía.

Cuando, a veces, mostraba una clara indignación, se podía asegurar que el asunto no era de mucha importancia. En los asuntos verdaderamente graves su serenidad era admirable.

Franco, como persona, era bueno, sencillo, humilde. Se pueden contar anécdotas a centenares, que dejarían atónitos a los que tienen formado de él un juicio congruente con su aspecto político. Porque la figura política de Franco se erguía sobre su natural modesto, produciendo un contraste, en ocasiones, desconcertante.

He pensado muchas veces en este contraste y creo haber encontrado una explicación que parece razonable: Francisco Franco se había hecho el decidido propósito de sacrificarse al máximo por su Patria. Lo cumplió de un modo perseverante y ejemplar. hasta en los más mínimos detalles. -Esa es su gran lección-. Era consciente de que no buscaba nada para sí. porque un sentimiento de entrega total dominaba por completo su conciencia. Con esta disposición de ánimo no dudaba un solo momento en fundir inseparablemente su prestigio personal con el bien de España. Cuanto más prestigio tuviese, más redundaría en beneficio de un país necesitado de su protección y servicio.

Franco no era precisamente un intelectual. Jamás presumió de serlo, ni de procurarlo. Su doctrina política estaba compuesta con unas pocas ideas, elementales, claras y fecundas. Era un doctrinario corto; pero firme en sus posiciones. Concedía mucha importancia a las ideas de segundo orden, las que traman las relaciones de conveniencia del Poder. En este punto era un auténtico genio. Nos ha dejado una lección –creo que inimitable- sobre la forma de ejercer el arbitraje político por un Jefe de Estado.

Como hubo de sufrir fuertes tempestades, se mostraba siempre predispuesto a adoptar una política de maniobra defensiva. Más que en el ataque, donde se le veía seguro de sí mismo era cuando tenía que capear los temporales. Siempre tenía respuesta serena para cualquier contrariedad que pudiera surgir en un asunto ya decidido. En cambio, mostraba una natural desconfianza en el planteamiento de un nuevo rumbo.

Temía exponer, con razonable riesgo, el capital político que había acumulado en su persona. Prefería que el tiempo lo fuese gastando poco a poco. Confiaba en sus dotes de buen administrador de una victoria, capaz de sacarle partido durante toda su vida, sin exponerla a imprudentes malversaciones.

España le debe el ejemplo de una conducta irreprochable, de un patriotismo encarnado en su propia vida, de un profundo sentido del deber, avalado por un profundo sentido del deber, avalado por un sacrificio valiente. Su obra la reflejan las estadísticas del modo más elocuente: la España que él deja es incomparablemente superior a la que él recogió. Tan solo una visión ignorante, o atenta a otras consideraciones contrarias, ha podido llevar por esos mundos la figura caricaturesca y contrahecha de un Franco odioso, dictatorial y persecutorio. Que Dios les perdone, porque no saben lo que dicen.

 

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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