DESPEDIDA
             

Por José María de ORIOL

 

  Acabo de oír al presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en su exposición al país comunicándonos emocionadamente a todos los españoles el tránsito del Caudillo desde este mundo temporal a la eternidad, al fin último para el que fuimos creados todos.

Si las palabras del presidente fueron precisas, llegaban al fondo del alma y hacían que surgiesen mansas y tranquilas pero tremendamente dolorosas las lágrimas de los españoles, la lectura posterior del Mensaje de Despedida del Caudillo es algo que culmina la trayectoria del creyente, del capitán y del hombre sencillo y humano.

Todas las Navidades desde 1936 hemos oído en nuestra casa el mensaje de fin de año que nos señalaba, junto a las realizaciones alcanzadas, objetivos y tareas para el continuo perfeccionamiento. Y, además, en ese día hacía una confesión pública y solemne de fe en Cristo y en la Iglesia Católica. Es difícil hayan existido nunca, ni en nuestra misma Patria, profesiones de fe tan claras, enérgicas y sinceras, de fe vigilante, de fe que mueve a los corazones y a las almas de quienes la logran alcanzar y que trae como consecuencia la esperanza de una misericordia divina.

El Mensaje de hoy ahí queda. Cierra la historia de Franco, que si para algunos de mi generación empezó con la arenga de despedida de la Academia General de Zaragoza, base y fundamento de coincidencias, de estímulos y de decisión en un 18 de Julio, es también esta Despedida de creyente, de capitán, de español, la arenga que exige y pide la solidaridad in dispensable para que brille con luz propia estar Patria que tiene un destino universal y cuyo futuro queda resuelto por él.

 

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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