¿Y LA FORTALEZA MORAL?

 

Por Ramón SIERRA

 

Nadie, con autoridad, nos lo ha dicho y nadie nos lo podía decir, aunque lo supiera, porque también existe el sigilo estatal. Pero ¿quién duda de que Franco se sobrepuso a los padecimientos de su enfermedad, a la angustia que producen las sombras de la muerte que se acerca, implacable, a la próxima y terrible ruptura de todos los vínculos familiares más entrañables ... y que en sus frecuentes y últimos encuentros con el Príncipe y el presidente del Gobierno recomendó a éstos normas sabias y sagaces para que la transferencia de sus poderes se realizase, en todos sus detalles, aun los no previstos en las leyes, con la máxima dignidad y la máxima serenidad? Y, seguramente, no se contentó con esa normativa formalista. Profundo conocedor de Marruecos y de la idiosincrasia de los marroquíes, no dejaría de iluminar el problema del Sahara con valiosísimos consejos. Tampoco se olvidaría de señalar los inmediatos rumbos que debe seguir la política española, en general. Y conmovería al Príncipe -la gran ilusión de su ancianidad- con sus paternales avisos. No precisaba para esto de largos discursos. En tales ocasiones basta una frase, un sí o un no, un gesto. Expresiones que Franco sabía utilizar muy bien.

Una fortaleza moral que no siempre se ha destacado en las informaciones y comentarios de los últimos días, por haberse fijado, con preferencia, en su extraordinaria fortaleza física, a la que indudablemente contribuyó su tradicional austeridad que apenas podía encubrir el fasto que rodea la vida de todos los Jefes de Estado. Una fortaleza moral forjada en las insuperables fraguas de las academias militares y en las frecuentes y agobiantes zozobras de la guerra y de la paz, cuando apelaba al Omnipotente y al Omnisciente en las vigilias de África y de Brunete, y de Teruel, y del Ebro, y de Hendaya ... y de la entrada en Madrid, la capital de una España rota y arruinada ... Una fe que le ha dado temple y sosiego para morir cristianamente, para ser confortado -de verdad y no formulariamente, cuando los enfermos están ya inconscientes- con los auxilios espirituales. Porque estos auxilios sólo pueden confortar a quienes los reciben, como Franco, con la inteligencia despierta y el corazón capaz, aún de mover el ánimo hacia Dios.

¡Qué difícil es morir como ha muerto Franco! Con valor; la virtud que juró profesar toda su vida, cuando, todavía adolescente, ingresó en la Academia de Infantería.

 

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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