FRANCO EN EL RECUERDO

 

Por Manuel FRAGA IRIBARNE

 

Para los españoles de mi generación, Franco ha sido una presencia permanente. El año 1936, yo tenia trece años, cuando empezó la guerra: mis padres y sus amigos, que se reunían ansiosamente a oír las noticias en uno de los cinco aparatos de radio que había en el pueblo, me explicaron quién era; hasta entonces, en mis recuerdos anteriores de niño, al que identificaba era a Ramón Franco y su famoso vuelo del "Plus Ultra".

A partir de 1950, le visité en varías ocasiones, al principio en compañía de Comisiones, generalmente sobre temas culturales; más tarde, en audiencias individuales. Siempre me impresionó la capacidad de Franco para seguir con insaciable curiosidad toda clase de temas. Un día aparecía en la antesala un misionero que venia del Vietnam; otro, un ingeniero, portador de un neumático con su cubierta, que había inventado un nuevo procedimiento de recauchutar.

Al volver yo de la India, en 1956, le informé, creo que el primero, del comienzo de la ruptura entre China y Rusia, entonces poco perceptible desde Europa, y también de mi convicción de que el tema de Goa se plantearía muy pronto, y con él el concurso de una nueva fase descolonizadora. Recuerdo muy bien el interés con que me oyó y lo intuitivo de sus comentarios al respecto.

El año siguiente le entregue un extenso informe sobre lo que parecían ser los problemas políticos de entonces Sé que lo leyó y que tuvo alguna influencia en que se decidiera a llamarme, en 1962, para ser ministro de Información y Turismo. En aquel informe, y en otro que le llevé en 1963, le exponía las mismas ideas que en los últimos meses he publicado en A B C.

Los siete años que estuve a su lado en el Gobierno fueron una experiencia extra- ordinaria. Franco, en 1962, cercano ya a los setenta, estaba en plena forma física e intelectual. Tiraba admirablemente las perdices, pescaba mejor que nadie, era incansable en unos Consejos de Ministros interminables, en los que se enteraba de todo, Dejaba hablar, delegaba muchísimo, era generoso con sus colaboradores. En siete años sólo una vez reprendió a un ministro, y la causa fue que había atacado despiadadamente a otro en la misma reunión.

Expedientes complejísimos, como el de la negociación de las bases americanas, en 1968, los sabia en detalle mejor que cualquier ministro; lo que supo ni a largas horas de leer y subrayar papeles en su  famoso despacho.

En aquélla mesa se acumulaban papel les de todas clases en aparente desorden, pero él sabia perfectamente cómo encontrarlos. En su mente estaban siempre claras las prioridades y sabía esperar, y ir prefería la moderación.

Su formación, naturalmente, era la propia de un gran militar; entendía mejor el principio de autoridad que el de libertad, pero no lo desconocía. Era profundamente respetuoso de la ley y del procedimiento. Quería una España grande y respetada; su experiencia de los años de luchas sociales y políticas exacerbadas le hacia desear una época de orden, de ahorro y de buena administración.

España ha tenido en toda su historia muy pocos gobernantes de su calibre. Hasta el final se mantuvo en el puente del barco, sin piedad para si mismo: fue grande hasta en su última y desesperada lucha contra un enemigo invencible. Pero la muerte misma ha debido saludarle con respeto; con aquel respeto de las coplas, de Jorge Manrique, a un buen caballero que ha peleado bien toda su vida.

La Historia le hará justicia. los prejuicios acumulados contra él, en la crisis mundial de los años treinta, cederán, sin duda, ante la magnitud de la obra realizada.

A nosotros toca responsablemente continuarla, a la altura de los nuevos tiempos. y apoyando de verdad al sucesor que con acierto designó, obligándonos a decir con dolor, pero con optimismo: ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!

Le vi por última vez en su Pazo de Meirás, en las maravillosas “mariñas" coruñesas; pienso que él pasó allí algunas de sus horas más felices. Era a mediados  de agosto pasado. Me escuchó paciente y comprensivamente una hora. Era visiblemente un hombre próximo al tránsito definitivo.

La figura, siempre frágil. facultaba menos que nunca la profunda grandeza de su espirita, que era ya todo serenidad. Salí de allí con la sensación de que veía por última vez al mayor y más representativo de los españoles de este siglo, y que a los demás se nos juzgará por nuestra capacidad de mantener los niveles a los que él supo llevar a nuestra Patria.

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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