CARTA ABIERTA A UN MILITAR PROCESADO


 

General:  penoso espectáculo de un ilustre militar negando patéticamente, constituye el mejor aval multitudinario de simpatía y solidaridad para un puñado de hombres de honor que mantienen gallarda y bizarramente sus valientes posturas; que no se arrepienten de unas decisiones adoptadas en una circunstancia dramática que exigió las asumieran sin vacilación, creyendo que salvaban a España y a la Corona.

El pueblo español sencillo y honesto, que, como Diógenes, ya había perdido la fe en hallar en nuestra Patria hombres honrados y con sentido del honor, se ha pasado en bloque del lado de los que aquel 23-F, que ya es Historia, lo arrostraron todo, vida, carrera, libertad y honores, por restituir a la sociedad ultrajada el imperio de la Ley, el orden, la autoridad, el decoro y todas esas virtudes arraigadas en nuestra raza y arrastradas en una vorágine revolucionaria, sin coto ni freno, que preocupa e inquieta a esa gran mayoría sana, creyente, desencantada y hastiada de unos políticos depredadores y corruptos.

Pienso que para un católico no hay otra salida digna que dar testimonio de la verdad. «La verdad os hará libres», dice el Evangelio; y hay que decirla sin respetos humanos ni lealtades erróneas, renunciando a ser víctima propiciatoria que arrastra en la caída treinta y dos hojas de servicio irreprochables.

En la jerarquía de fidelidades de un verdadero militar español, lo primero es Dios; después, la Patria, y, luego, todo lo demás, siempre que no se le exija abdicar del honor «que es patrimonio del alma». No es digno callar cuando con ese silencio irreductible se condena, implícitamente, a muchos hombres, a muchas familias, a la ruina y al deshonor. Sería poner, deliberadamente, sus cabezas, incluida la suya propia, en la picota pública.

Le escribo a título de española viuda de militar que creyó en España, que luchó por España, que ostentó con honor la estrella de alférez provisional, y que si viviera hoy, se sentiría orgulloso de unos compañeros que lo han sacrificado todo en una misión arriesgada, creyendo firmemente que salvaban a España y a la Corona, en nombre del Rey. Y que aceptaron con la cabeza alta la capitulación, cuando todo estaba perdido, menos el honor.

Apelo a su caballerosidad y hombría de bien, para que medite esos conceptos de alto baremo espiritual, que no admiten un arbitrario y erróneo orden de prioridades en una jerarquía inmutable de valores. «Que la Milicia no es más que una, religión de hombres honrados». y siempre es preferible pasar a la Historia como un Cid Campeador, aún a costa de destierros y cárceles del alma, que ser fiel y servir ciegamente, a costa del honor, «a Señor que se nos pueda morir»... o lo que es más probable, que por la senda constitucional se nos lleve a otro 14 de abril, en el que, como siempre, el pueblo, España, se quedaría con la peor parte. Así ha sido desde Felipe V. Salvo un paréntesis inolvidable de cuarenta años que se han querido borrar. y por eso se repite la Historia. Irremisiblemente, si Dios no lo remedia. Un precio demasiado caro para un silencio.

Hermicia C. DE VILLENA

Fuerza Nueva. Nº 791. Del 6 al 13 de marzo de 1982.

 


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