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Actualizada: 29 de Noviembre de 2.010.  

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  Periódico La Gaceta.


 Cuando la izquierda era pederasta.

  Por José Javier Esparza. La Gaceta, 21 de noviembre de 2010.

Los que utilizan los casos de abusos sexuales para atacar a la Iglesia olvidan los precedentes progresistas

Numerosos medios de comunicación están utilizando los casos de abusos sexuales contra menores como un arma contra la Iglesia católica. Es una manipulación de la realidad: la verdad es que esos abusos han formado parte de la cultura “progresista” occidental durante los años setenta y ochenta, bajo el dudoso imperativo de “liberar la sexualidad infantil”. Un caso muy alejado del ámbito católico soliviantó hace pocos años las conciencias: el del eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit, icono de Mayo del 68, que reconoció haber abusado de menores. Para quienes hayan olvidado lo que sucedió, vamos ahora a recordarlo.

Historia de progres

Quien levantó la liebre fue Bettina Röhl, hija de la terrorista alemana Ulrike Meinhof, de la famosa Fracción del Ejército Rojo (la banda Baader-Meinbhof). En 2001, Bettina, hija abandonada, pidió en su web explicaciones a los viejos portavoces de la marea sesentayochista: Joschka Fischier y Daniel Cohn-Bendit, entre otros. Y en su sitio de Internet publicaba ciertos extractos de un libro de Cohn-Bendit aparecido en 1975 y que despertaron gran polémica. Así escribía Dani el Rojo:

“Muchas veces me ocurrió que algunos chavales abrían mi bragueta y comenzaban a hacerme cosquillas. Yo reaccionaba de manera distinta según las circunstancias, pero su deseo me planteaba un problema. Yo les preguntaba: “¿Por qué no jugáis juntos, entre vosotros? ¿Por qué me habéis elegido a mí y no a los otros chavales?”. Pero si ellos insistían, yo les acariciaba” (Le Grand Bazar, Belfond, 1975).

La prensa europea difundió estos textos y Cohn-Bendit empezó a ser interrogado sobre la pederastia. El eurodiputado se hundió. Reconocía que era “inadmisible” haber escrito aquellas líneas “de una inconsciencia insostenible”. Para justificarse, el francés se remontaba a una época en la que se interrogaba a una época en la que se interrogaba acerca de la sexualidad infantil, bajo el efecto de la lectura de Freud y de Wilhelm Reich. “Sabiando lo que yo sé hoy de los abusos sexuales –decía ahora-, tengo remordimientos por haber escrito todo eso”.

La cuestión, más allá del caso de Cohn-Bendit, es de dónde proceden posiciones de ese tipo: cómo alguien pudo pensar y sentir así. Y aquí es donde aparecen las verdaderas raíces del problema, porque Cohn-Bendit no era un caso único.

Más bien da la impresión de que todo esto es producto directo de su tiempo: en 1968, una generación joven que nunca había sido tan libre ni nunca había estado tan educada, buscó liberarse de convenciones sociales oponiéndose sistemáticamente a todas las ideas recibidas (“está prohibiendo prohibir”). Como consecuencia de eso surgió una ideología de la liberación sexual que, entre otras cosas, introducía la tolerancia hacia la pederastia. Al fin y al cabo, ¿no era una libertad suplementaria que había que conquistar? Había que liberar la sexualidad de los niños. “De lo que no se daban cuenta era de que eso equivalía a entregar a los niños al deseo sexual de los adultos”, comentaba entonces el médico belga Marc Reisinger, célebre por su compromiso contra el maltrato infantil.

Sartre y Simone

¿Exageramos? No. El propio Reisinger aporta los datos. Hagamos memoria. En 1977, medio centenar de intelectuales –entre ellos, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Gilles Deleuze, Philippe Sollers, Bernard Kouchner, ect.- firman un manifiesto en Le Monde para liberar a tres hombres acusados de haber tenido relaciones sexuales sin violencia con menores de quince años. El pensamiento de Mayo del 68 había abierto la puerta. Había servido como cobertura a los depredadores.

Jean-Claude Guillebaud, periodista en el Nouvel Observateur, escribía acerca de los años setenta: “Aquellos cretinos llegaban hasta a predicar la permisividad en este terreno sin que eso suscitara protestas. Pienso en aquellos escritores que exaltaban en las columnas de Libération lo que llamaban “la aventura pedófila”.

¿Quiénes eran esos cretinos? Los escritores Tony Duvert y Gabriel Matzneff, por ejemplo. En la estela del caso Cohnn-Bendit, el muy aclamado novelista francés Alain Robbe-Grillet se permitía bromear, y en unas declaraciones sobre la censura decía: “Se ha acentuado mucho. Sobre todo, en dos puntos: las jovencitas y las cámaras de gas. No se tiene derecho a escribir que las menores son sexualmente atractivas ni que las cámaras de gas no han existido” (Livre-Hebdo, enero de 2001).

El diario izquierdista Libération recordó entonces el periodo en el que cedía amablemente la palabra a un pederasta que describía actos sexuales con una niña de cinco años en un artículo titulado “Mimosos infantiles”. En aquella época, el periódico vestía el texto con este comentario: “Cuando Benoît habla de los niños,  sus ojos de pastor griego se preñan de ternura” (Libération, 20 de junio de 1981). Veinte años después, Libération lo juzgaba así: “Es terrible, ilegible, helador” (23 de febrero de 2001).

Marc Reisinger decía espera que, gracias al caso Cohn-Bendit, el público intelectual comprendiera por fin que la pederastia era un problema social real. Es verdad que en aquel momento, 2001, la pederastia se convirtió en asunto de primera plana en todos los grandes medios franceses. Muchos lo enfocaron de tal manera que Cohn Bendit parecía la víctima. “Pero, al contrario –señalaba Reisinger-, hay que subrayar que las verdaderas víctimas son los niños, sobre todo porque las violencias sexuales ejercidas contra ellos no fueron consideradas un problema social en los años 1970-1980”. Por eso –decía el médico belga- había que agradecer a la hija de Ulrike Meinhof que exigiera responsabilidades a la generación de sus padres.

Hoy, nueve años después del caso Cohn-Bendit, tenemos todos los días denuncias sobre abusos sexuales a menores. Está muy bien denunciarlo, pero también hay que recordar de dónde viene toda esta porquería. Hay demasiada hipocresía en torno a todo este asunto. Conviene subrayar la frase de Reisinger: bajo el pretexto de liberar la sexualidad infantil, se ha entregado a los niños al deseo sexual de los adultos. Y ése es el gran pecado de los progres de ayer.



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