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Mensajes de fin de Año.


 
31 de diciembre de 1950.

Españoles: 

En estas horas en que finaliza un año y va a dar comienzo otro, mis deseos de felicidad y ventura van hacia todos los españoles: a los que aquí disfrutan de la paz lograda a costa de tantos sacrificios como a los que, repartidos por el mundo, cumplen una noble tarea alejados de la madre común y a cuantos en lo intimo de su conciencia sienten en estos días la llamada de la Patria, incluso a aquellos que, empecinados en el error, comen todavía el pan del exilio en tierras extrañas. A todos, la España renacida abre sus brazos con calor de madre.

El año que termina ha confirmado, una vez más, que el Régimen español ha cumplido en el orden de la historia universal una misión de adelantado, en la que un espíritu profético daba aliento a nuestras empresas y a nuestros afanes. Durante las jornadas de estos doce meses, apretadas de emociones, de riesgos y de esperanzas, España ha Sabido mantener la difícil firmeza de su ejemplar equilibrio histórico.

Lo que para muchos puede tener categoría de sorpresa, para nosotros constituye una antigua lección que no hemos de olvidar. Aprenderla nos costó la sangre de los mejores hijos de la Patria, y el ser fieles a su memoria nos ha hecho servir a nuestro destino, por solitario que pareciese el sendero que habíamos de recorrer. Las batallas que hoy otros pueblos comienzan a librar las ganamos nosotros ya hace varios años sobre la tierra sagrada del solar patrio, al liberarla de la garra extranjera que a través del comunismo pretendió esclavizar nuestra indomable soberanía. Con notorio retraso, los indiferentes de ayer, van comprendiendo hoy la razón de nuestra postura, y aunque a algunos les resulte penoso reconocer sus antiguos errores, nadie se atreve ya a negar a España su categoría de precursora en esta universal contienda ideológica que conmueve dramáticamente los cimientos de toda la civilización.

El año 1950 significa, en el orden de nuestras relaciones exteriores, la solemne rectificación internacional del acuerdo de las Naciones Unidas; pero sin que ningún cambio sustancial de posiciones doctrinales se haya producido en nuestra Patria. que ha continuado sirviendo al imperativo de nuestra misión histórica en el mundo. España ha luchado solamente con las armas del honor y de la verdad; su serena firmeza ha deshecho la maniobra de nuestros enemigos, y el mundo, desengañado de falsas alucinaciones, vuelve sus ojos hacia nuestra Patria, convencido de que, por encima de todo, con España caminaba la razón. En esa coyuntura, la voz de la sangre no podía faltar, y a los pueblos de nuestra estirpe correspondió el alto de honor de deshacer el entuerto, haciéndose paladines de nuestra razón. A quienes así obraron, vaya en esta hora el cálido sentir de nuestros corazones.

Los éxitos de la política exterior, que algunos maliciosos quisieran convertir en excepción dentro de la política general española, son consecuencia lógica de una sabia política interior. Ese triunfo severo de la política de nuestro Estado pregona la fortaleza de su Régimen. ¿Cómo hubiera podido vencer nuestra Nación la conjura que encontró en su camino, si una seria política de unidad interna no hubiese respaldado en toda hora nuestra razón?

El año transcurrido ha sido, en la vida interna de nuestro Régimen, acaso el más fecundo en la lucha titánica por nuestra recuperación nacional en el horizonte de las realidades económico sociales. Su balance acusa una semblanza de obstinada tarea por parte del Poder público, tanto más empeñada y activa cuanto más desasistidos nos hemos visto por un extenso sector internacional, precisamente el más pujante en medios y poderío. ¡Es muy fácil reconstruir y recuperarse cuando llueven los auxilios económicos de todo orden! Pero nosotros no sólo hemos carecido de esas derramas económicas, sino que -¡misterio de la Providencia, que sabe hasta dónde resisten los pueblos esforzados!- hemos contemplado sedientas nuestras tierras y casi vacíos nuestros pantanos con la pertinaz sequía, que ha mermado nuestra capacidad de producción hasta extremos sin precedentes. Si nos sobra voluntad de trabajo y sabemos explanar caminos y levantar gigantescas presas y canales, no podemos, sin embargo, hacer descargar las nubes a nuestro antojo. Por eso, cuando la verdad rompió el cerco de la incomprensión extranjera, pretendiendo paliar la injusticia, ha quedado pendiente la reparación. Si en la conciencia de los españoles el tiempo puede borrar el daño recibido, en el libro de la Historia quedará perenne el juicio de ese aislamiento y la falta de asistencia en etapa de ayuda general.

Frente a todas estas circunstancias, los hechos prueban hasta qué punto España ha sido capaz de mantener en alza progresiva su ascendente vitalidad en el año de 1950. Si no hemos podido dar a España mayor bienestar, quede bien claro que lo ha sido por la in- comprensión extraña. Si nuestra Nación hubiera vacilado en los sacrificios, hoy seríamos uno más de esos pueblos que por creer en consejos de fuera se debaten bajo la cautividad comunista. No se trataba sólo de una cuestión importante de principios, sino también de nuestra existencia material como Nación.

De los esfuerzos desarrollados por el Estado en esta difícil etapa, sólo conociendo las dificultades de un comercio internacional perturbado por la pasada guerra y la arbitraria lluvia de dólares, se pueden apreciar las dificultades que ha venido venciendo nuestro comercio exterior, al correr del año que termina, para que la vida española se desarrollase sin un grave quebranto. A ello han venido respondiendo las distintas disposiciones oficiales que rigieron nuestros intercambios, que si desde algunos puntos de vista les falta mucho para ser perfectas, sin embargo han tenido la virtualidad de llenar las necesidades urgentes de la hora.

Muchos son los problemas superados en esta etapa de gobierno, aunque sean bastantes los que todavía no hemos logrado superar; pero la piedra básica de todos ellos es el alcanzar una balanza de pagos favorable que, permitiendo dar una mayor libertad y amplitud a nuestros intercambios, nos ofrezca campo dilatado para nuestras importaciones y la estabilidad tan deseada de los precios.

Si muchos y graves han sido los asuntos que sujetaron nuestra atención, hemos de reconocer que no se han creado en esta hora, sino que vienen acumulándose en las últimas décadas y que rebasan las posibilidades de nuestra limitada economía. Su solución está directamente relacionada con la multiplicación de nuestra riqueza, en la que gracias a la ayuda de Dios, en el año que termina hemos logrado dar un paso gigante.

Todas las realizaciones industriales que en esta etapa se han alcanzado son de una importancia trascendental para nuestra economía y balanza de pagos con el exterior, y al compás de su desarrollo se multiplicarán los beneficios en los años que se sucedan.

En la situación por que España pasaba lo importante era el trabajo, el coronar las distintas etapas que nos habíamos señalado para el resurgimiento de nuestra Patria, sin preocuparnos poco ni mucho de la maledicencia de los eternos descontentos, aunque tan fácil se nos presentaba la polémica que hubiera acabado echándoles encima la opinión sana del país. Una vez más, en esta ocasión su ladrar destacaba al aire de nuestro galope. Hoy podemos decir Que los instrumentos creados por el Régimen para la realización de sus programas han demostrado cumplidamente su eficiencia. Si es verdad que muchas veces no han superado el vacío existente es por la forzada limitación que al ritmo imponen los recursos nacionales y la disponibilidad de materias primas.

Si analizamos someramente las inversiones y trabajos realizados en este año, apreciaremos los beneficios alcanzados en el acrecentamiento de nuestra riqueza; grandes saltos de agua, multiplicadores de nuestra energía hidroeléctrica; grandiosas centrales térmicas, con producciones ingentes de electricidad, insospechadas en toda nuestra historia eléctrica, energía que representa un rió perenne de oro para nuestra economía; regadíos de grandes y pequeñas zonas, que, aumentando considerablemente nuestra producción, son base de colonización y de magníficas realizaciones sociales en el área de nuestras sufridas clases campesinas. Fabricaciones de aluminio, de nitrato y otros productos básicos, que representan en ninguna otra etapa de nuestra Historia, creador de una riqueza positiva que nos libera del enorme gasto de divisas que representaban los fletes extranjeros y que dando trabajo a nuestros astilleros y factorías suministradores de maquinaria y materiales, da vida a su vez a otras empresas y a nuestras más importantes provincias costeras. Modernas refinerías de petróleo, que con su producción ya nos alivian el pavoroso problema que imprime a nuestra economía la falta de combustible líquido en nuestro subsuelo y su reciente consumo. Intensificación en todos los órdenes de nuestra producción minera por la busca de nuevos veneros y beneficio de los minerales pobres, de tanto peso en nuestra exportación, emprendida con los más halagüeños resultados. Avance considerable de nuestra investigación en el camino de la utilización de los subproductos, que ya nos presenta a la vista la realidad halagüeña de poder transformar en varias decenas de millones de productos nobles, de los que nuestra economía es deficitaria, residuos y desperdicios hoy carentes de valor.

Frente a estas realidades, yo preguntaría a los españoles: ¿qué régimen español, en todos los tiempos, ha sido más fecundo en sus tareas y creado a la Nación, en ningún orden, una riqueza comparable a la hasta ahora creada?

Si en esta primera etapa las más importantes inversiones de nuestra Hacienda se han volcado en centenares de millones, en obras creadoras de riqueza, como los embalses, regadíos y emporios industriales, no por ello se han desatendido las otras actividades de las necesidades públicas y abastecimiento de aguas, ferrocarriles y caminos, que han recibido un impulso especial, y la nueva ley aprobada por las Cortes sobre carreteras nacionales esperamos que en pocos años transforme nuestra red general de comunicaciones.

Nuestra preocupación por la vida campesina y agrícola, de que ha sido exponente la I Feria Nacional del Campo, se refleja en la labor desarrollada por el Instituto de Colonización y las actividades de los organismos oficiales y sindicales. Si el ritmo de la colonización está todavía muy lejos de nuestras ambiciones, hemos de reconocer que la materia no es fácil, que afecta al trascendente sector de la economía agrícola, a la que una reforma errónea o precipitadamente llevada había de menoscabar.

Hemos de tener en cuenta en este orden los fracasos acumulados en la historia de las reformas agrarias de tantos países, como la de nuestra República, que nos dejó funesto recuerdo. Tal vez sea la obra colonizadora y de reforma social española de las pocas que en el mundo llevan una marcha próspera y triunfante. Hoy son ya numerosísimas las comarcas que han recibido los beneficios de la colonización, del acceso a la propiedad de muchos arrendatarios, de la parcelación de fincas durante muchos lustros esperada, de la creación de huertos familiares y de los nuevos pueblos levantados sobre las grandes zonas de regadío. que en pocos años pondrán en manos de la masa campesina española más de un millón de hectáreas de ricas tierras que hasta ahora sufrían los rigores de nuestra violenta meteorología.

En el área de las mejoras sociales ha continuado el empuje audaz y progresivo de nuestra legislación, que con satisfacción vemos seguida por las modernas reformas de algunos países extranjeros, a la que hemos dado un espíritu humano, moral y cristiano, como nuestra calidad de católicos demandaba.

Cuando se haga la historia de estos años y se revisen los bloques y barriadas de viviendas que han brotado en todos los sectores de la nación, serán monumentos de piedra que, por su firmeza y permanencia, hablarán mucho y claro en favor de los hombres que, pese a todas las dificultades, realizaron la empresa de crear hogares en nuestro suelo en número y calidad desconocida en nuestra Historia. Hemos de resaltar que este problema ni es de ahora ni nuestro tan sólo: la desproporción entre la demografía nacional y la situación de la vivienda es evidente. Constituye un problema nacional, en el que el Estado pone todos sus posibles medios, pero que reclama, una vez más, la cooperación de las corporaciones públicas, de las empresas y de los particulares, para esta gran obra cristiana, social y patriótica a la par, en la que el Régimen español está empeñado, aspirando, en el menor número de años, a redimir a nuestros' núcleos de población de las taras inherentes a sus suburbios.

Al agradecer en esta hora los esfuerzos realizados durante esta etapa por corporaciones y patriotas industriales, he de solicitar la colaboración y la asistencia de cuantos en su mano tengan medios para cooperar a esta gran obra social de facilitar vivienda al que de ella carece.

A la reconstrucción material ha seguido paralelamente la marcha de nuestro resurgimiento espiritual. Durante el año que termina todas las instituciones docentes y educativas del país han dado muestras de renovado vigor, y aun han surgido otras nuevas como símbolo de lo que el Régimen es capaz de realizar. Hemos de subrayar por su trascendencia, al lado de la creación en este año de otras 4.000 escuelas, la creación y puesta en marcha en 1950 de los Institutos Laborales, que empiezan a ser ya realidad viva, y que están llamados, al multiplicarse por toda la Nación, a convertirse en uno de los mejores y más poderosos instrumentos de una auténtica revolución intelectual y social, que ha de elevar notablemente el nivel cultural de nuestros burgos.

En orden a nuestra preparación militar, no hemos perdido el tiempo, ya que la mejora y perfeccionamiento de nuestros medios de combate ha marchado paralela a la de nuestros cuadros de generales, jefes y oficiales, que, a la experiencia obtenida en nuestra guerra de Liberación y campañas coloniales, unen una verdadera capacitación técnica, de que ha sido exponente la reciente concentración de barcos de nuestra Escuadra, al regreso de mi visita al archipiélago canario, en que, en las aguas del Estrecho, tuvo lugar la concentración más importante de barcos españoles que la Marina ha realizado de Trafalgar a nuestros días. Yo os aseguro que, contemplando la unificación del material y la pericia y presentación de aquellas unidades, puede sentirse confianza plena en
nuestro futuro.

Y esta obra, que en silencio llevó a cabo la Marina durante estos once años, es la misma que en sus respectivos sectores vienen realizando nuestros Ejércitos de Tierra y Aire, en los que si el material puede pecar en algunos aspectos de modesto, no es en muchos otros inferior a los que otros ejércitos puedan presentar. Si por el estado anterior de nuestra industria no hemos podido ir más lejos en este orden, hemos de culpar a la negativa de asistencia extranjera que hemos sufrido. Rarísimo es el pueblo que puede por sí resolver todos sus problemas; mas llegado el momento de la necesidad y dada la solidaridad de intereses en las conflagraciones modernas, no habrán de faltarnos, aunque atrasadas, las correspondientes asistencias. Y si todo esto nos pareciese poco, tenemos este pueblo español, estas juventudes prometedoras y a las fecundas madres españolas, que en nuestra Cruzada de Liberación bien expresivamente demostraron de lo que son capaces. Y sobre ¡todo ello la protección del Dios de las batallas, que tan pródigamente nos ayuda. Con El, la fe y una honda fueron suficientes en la Historia para salvar a un pueblo.

No podemos eludir en esta hora ese hecho real que al mundo angustia, esa inmensa psicosis de amenazas de guerra, que sería torpe desconocer, y que sin duda hubiera desaparecido si el presunto agresor tuviese la seguridad de que había de pagar la agresión a un precio altamente costoso. No está en nuestra mano el cambiar la idiosincrasia ni la ineficacia de que hasta ahora han dado muestras otros pueblos de Europa. De la torpeza con que algunos, dando satisfacción a sus pasiones, han servido el propósito del común enemigo, nuestra Nación es el sujeto. Sería nuestro deseo que una renaciente voluntad de resistencia revalorase el sistema defensivo que el Occidente pretende presentar; pero si esto no se alcanzase, hemos de agradecer a la Providencia nos haya deparado esta privilegiada situación geográfica en este espolón occidental de Europa, con sus fuertes barreras naturales. y hemos de pensar que, cualesquiera que sean las vicisitudes por que Europa pase, no ha de faltarnos la asistencia de la protección divina. Desde los albores de nuestra Redención, la promesa de «paz a los hombres de buena voluntad» reina en la conciencia de los pueblos cristianos.

Creen los hombres, en su orgullo torpe, ser el mundo sujeto de sus designios, cuando el destino colectivo de los pueblos está en la suprema voluntad de Dios. No es preciso ahondar en la Historia para encontrar la confirmación a estas ¡palabras; los sucesos contemporáneos lo destacan con fuerza arrolladora. ¿Quién podía calcular que aquellos ejércitos alemanes que, victoriosos, irrumpieron en Europa con ímpetu incontenible habían pronto de desandar lo andado y verse cautivos y a merced de sus enemigos? ¿Cómo se podía prever que la Italia imperial; forjada en el norte africano, había de sucumbir tan pronto bajo la crisis de la última contienda? ¿Quién podría predecir que los poderosos vencedores de ayer en el Pacífico habrían de verse inmediatamente combatidos y comprometidos por los mismos pueblos a los que habían liberado? ¿Cómo explicarse que, transcurridos tan pocos años, se sienta la necesidad de levantar en Europa y en Asia a los dos pueblos con tanta saña destruidos; ni que, después de salvar a Rusia en trance de derrota, acrecentando su poder y dilatando con concesiones graciosas sus territorios. se convierta ésta en azote y amenaza para el género humano; ni que habiéndose hecho una guerra para salvar la integridad polaca, se consintiese una mayor mutilación y se la abandonase, como a otras varias naciones, a merced de su enemigo más temible? Adondequiera que la vista dirijamos sobre las torpezas y equivocaciones acumuladas de los hombres encontramos una decisión superior. Dios, evidentemente, ciega a los que quiere perder.

La misma victoriosa marcha de nuestra Nación. desde los inicios de nuestra Cruzada hasta esta hora en que ve deshecha la conjura exterior, que muchos en el extranjero lo consideran milagroso, responde a esa suprema decisión divina, que ayuda a los pueblos que defiende su razón con los valores eternos del espíritu.

Si reconocemos que la voluntad del Todopoderoso decide el destino de las colectividades, otorgando la victoria o abandonando a los pueblos a la derrota, hemos de deducir que el santo temor de Dios, tan importante para la vida de los hombres, lo es toda- vía más para la de las naciones. ¿Cómo podría favorecer a los que de El se apartan, a los que persiguen su reino o a los que de la fe hacen apostasía, a los que habiendo recibido el poder o las riquezas los malgastan contra su suprema ley? ¿Es que la persecución, la impiedad, la crueldad, la injusticia o el mismo vicio organizado pueden jamás tener la benevolencia divina?

Todo lo que no se edifique sobre las bases sólidas de la ley del Dios verdadero está llamado a perecer, será efímero y movedizo; mas lo que, en cambio, se levante sobre sus eternos principios será permanente y desafiará los embates de los siglos. Sobre esta piedra básica hemos levantado hace ya casi quince años nuestro edificio, que en este dilatado tiempo ha demostrado suficientemente su virtualidad y fortaleza.

Para nosotros, el problema es mucho más profundo de lo que a primera vista el mundo aprecia. Si el objetivo inmediato para Europa es el sobrevivir a la agresión, no creemos, sin embargo, que con resistirla o vencerla, el peligro habrá desaparecido. No basta luchar contra los efectos, sino que es preciso desentrañar las causas. Japón fué vencido y, sin embargo, su espíritu quedó sembrado en el continente asiático. Si el comunismo ha tenido un evidente poder de captación lo ha sido por los avances sociales que falsamente pretende representar. Su imperialismo y sus crueldades son universalmente repudiados, una vez conocidos por los pueblos; pero aprovecha todas las coyunturas para, a través de su poderosa organización, perfeccionada al correr de treinta años, realizar su invariable programa de dominación universal. Si queremos vencerle y extirpar para siempre sus raíces, el resistir a su agresión sólo constituye el primer paso. No basta tampoco el que el mundo lentamente lo vaya conociendo; es necesario dar solución satisfactoria a los hondos problemas sociales planteados. Una ilusión no se desvanece más que con otra mejor ilusión. Si pretendemos aferramos a los viejos sistemas, a desconocer la razón de los que sufren encastillándonos en intereses creados y egoísmos seculares, podremos, sin duda, ganar tiempo con una victoria militar, pero el problema habrá sido solamente aplazado; habrá seguido en pie y, a plazo fijo, resurgirá en una u otra forma.

No pretendemos con esto el dar soluciones al mundo, pues cada pueblo tiene su idiosincrasia y sus necesidades. Nos basta, al señalar el mal, el destacar la ineficacia de lo viejo y encarecer a los que tienen una grave responsabilidad en esta hora que en las soluciones a que tarde o temprano habrán de acudir se construya sobre los principios eternos del espíritu y las bases más amplias en el orden social, en la seguridad de que si así no se hiciese se perdería de nuevo la victoria.

No quiero retener más vuestra atención, pues lo candente de la hora alargó mis palabras más de lo que era mi propósito. Este ligero análisis de la situación no es el índice de un libro que se cierra, sino un examen de conciencia, que si para muchos puede ser ocasión de habladurías, para nosotros significa un aliento por el deber cumplido y un propósito para el que queremos continuar cumpliendo El año 1951 será para todos un nuevo estado donde sabremos medir nuestra capacidad de coraje y nuestra voluntad de entusiasmo. Nada en nosotros ha decaído de lo que pudo ser el nervio heroico de nuestra Cruzada. Que hemos marchado por el camino de la verdad nos lo demuestra, en su último mensaje de Navidad, la voz del Sumo Pontífice. ¡Nuestras inquietudes son sus inquietudes! ¡Qué mejor broche para cerrar una obra de gobierno! Día a día la Providencia del Señor nos ampara y otorga nuevos impulsos a nuestras empresas, que sólo tienen por finalidad el más fiel servicio de Díos y de España.

En este año jubilar, España se ha unido con fervor unánime a su madre la Iglesia. Ningún país del orbe se ha sentido tan entrañablemente movilizado ante estas fiestas jubilares, que, si han tenido su mejor escenario en el incomparable recinto de la Ciudad del Vaticano, su eco ha resonado en las fibras más íntimas de los corazones españoles, que tanto en los momentos de sacrificio para proclamar y defender su fe, como en las jornadas de júbilo de la Iglesia de Roma, aspira a ocupar un puesto de vanguardia, sin permitir que nadie le aventaje en su apasionamiento místico por sus alegrías o por sus dolores.

Sigamos firmes nuestro camino, que la confianza en nuestra grandeza será el secreto de nuestro propio triunfo; que nuestra fe nos una en un afán encendido de alcanzar bienes para nuestra Patria por los caminos de su independiente soberanía, y, por encima de todo, coronando nuestro orgullo de sentirnos españoles, que Dios nos conduzca por el camino de una paz digna.

¡Arriba España!  


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.012. - España -

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