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Mensajes de fin de Año.


 

31 de diciembre de 1954.

Españoles:

Es ya una costumbre que en el final de cada año os dirija en un radio-mensaje una salutación en que os exprese mi gratitud por vuestra leal asistencia en el año que termina y os haga participes de las inquietudes y esperanzas para el que comienza. La oportunidad que ofrece el recogimiento de estas fiestas familiares en torno a los padres hace siempre oportuno la exposición y examen de los principales acontecimientos públicos, tan unidos a nuestra suerte común.

Si halagüeñas vienen siendo las perspectivas que en el orden nacional se nos ofrecen para el año venidero, no son tan gratas las que en el internacional se nos presentan. Por ello, si siempre es conveniente la comunicación espiritual entre el jefe de una nación y su pueblo, lo es mucho más en los momentos de crisis como los que el mundo sufre, pues aunque en su situación no nos alcance responsabilidad directa alguna, caemos, sin embargo, dentro del área de sus consecuencias. Esta es la razón más importante para hacer que mi voz irrumpa en lo intimo de vuestros hogares, distrayéndoos unos minutos de vuestras atenciones familiares para uniros a todos en una comunidad de pensamiento que, afianzando nuestra paz interna, contribuya a asegurar vuestro futuro.

Como los hijos ante sus progenitores, tienen los españoles deberes que cumplir hacia su Patria, y lo mismo que no llegamos a conocer todo el valor de los padres hasta que los perdemos, análogamente nos sucede con la Nación; cuando se pierde es cuando se siente en su verdadera dimensión toda la catástrofe. ¡Cuántos destinos históricos se torcieron y cuántas naciones se derrumbaron por el desconocimiento o abandono de la práctica de estos deberes cívicos! ¡Cuánto nosotros mismos le debemos a esa llama que prendió en nuestros corazones aquel 18 de julio de 1936 y que durante los últimos dieciocho años nos solidarizó ante los peligros! No debemos olvidar que aunque la suerte de las naciones, como todas las empresas de este mundo, está en mano del Todopoderoso, son resultados en mucha parte de la conducta y el proceder de sus actores y que la benevolencia divina hay que merecerla.

HOMENAJE AL HOGAR CRISTIANO ESPAÑOL

Por eso, al terminar un año y dar comienzo a otro, debemos dar gracias a Dios por la protección que nos dispensó en el que finaliza y pedirle fervorosamente su providente asistencia para el que vamos a empezar. Todas las bendiciones que sobre España se derraman tienen en buena parte su base en la vida honesta de nuestros hogares. El hogar viene siendo todavía en nuestra Patria célula de nuestra vida espiritual. Por ello habéis de permitirme que, como Jefe del Estado, rinda tributo de homenaje ante estos hogares españoles que vosotros formáis y de los que, en gran medida, depende la conservación de las antiguas y recias virtudes de nuestro pueblo. ¡Quiera Dios hacer de España como una gran familia donde todos sientan el honor común e indivisible y donde todos, en comunidad y fraternidad cristiana, arrostran la fortuna, los peligros y los trabajos!

Doy tanta importancia a. la conservación y multiplicación de nuestros hogares cristianos, que os invito a luchar con ahínco en el año que comienza contra todo lo que conspire contra su existencia. Si en el orden espiritual hemos de reforzar y estimular por todos los medios nuestras virtudes, en el material hemos de procurar hacer la vida menos difíci1, frenando los afanes inmoderados de lucro y multiplicando por todos los medios las viviendas, ya que no basta con querer una cosa, hace falta que ésta pueda ser; ¿y qué familia y moralidad pueden existir cuando se carece de la materialidad de una vivienda y la que se posee cae dentro del área de lo infrahumano? Necesitamos que la familia pueda desenvolverse en un medio favorable, y que la cruzada por la vivienda sea en nuestra, Patria una esplendorosa realidad.

Mas en esto no cabe esperarlo todo de la acción providencial del Estado, que hará cuanto le sea posible para resolver esta situación. Se hace necesario que cuantos puedan colaboren a estos fines; las Empresas, para la instalación de sus oficinas, no comprando y distrayendo viviendas para otro uso del que fueron construidas, sino edificándolas y levantándolas por sí, y en la medida que su situación se lo permita, para sus obreros y empleados. Es necesario que los particulares cuyas economías se lo consientan dediquen una parte de sus inversiones a la construcción de viviendas, y que, por lo menos, cooperen a esta obra nacional construyendo, los que no la tengan, sus propias habitaciones. Hemos de desterrar de nuestro ánimo aquellos viejos conceptos liberales de la omnipotencia del dinero con derechos, pero sin deberes. Es necesario que aquél cumpla sus obligaciones frente a la sociedad, y que, más que en la fiebre inmoderada de multiplicar caudales, piensen los españoles pudientes en la cuenta que indefectiblemente ha de exigírseles un día de sus inversiones, de lo que pudieron y de lo que no quisieron hacer.

EQUITATIVA DISTRIBUCIÓN DE LA RENTA

No creáis que desconozco lo esforzado de la lucha que sostiene cada una de nuestras familias para atender los muchos y difíciles problemas de educación y subsistencia. Sé que en cada familia se reproducen en pequeño la complejidad y las dificultades del país entero, cuyo bien común es el cometido del Estado. Por ello no descanso en el empeño de acrecentar los bienes de nuestra Patria, que nos permitan progresivamente y a través de una sabia política económico-social promover una más equitativa distribución de la renta. La tarea es ardua. Hemos tenido que vencer la inercia de más de un siglo de abandono, luchar contra aquel ambiente y concepciones liberales, causa de tantos males. El edificio tuvo que ser levantado desde los cimientos para crear un verdadero ambiente social que, paralelamente a cada derecho, estableciese su correlativo deber, que consiga que la equidad que nos señala la ley divina presida las relaciones entre los hombres.

Poderosas son las razones que nos acucian para la ejecución de nuestras doctrinas, para la rápida solución de tantos problemas como el abandono de un siglo ha acumulado sobre la geografía de nuestra Patria; pero las leyes económicas tienen también sus exigencias y no se pueden forzar sin peligro de colapso. Por eso la marcha necesita ser ininterrumpidamente progresiva, pero subordinada a los medios que la coyuntura y el complejo económico nos permitan.

En este espíritu de servicio al bienestar de los hogares, en el año que termina, el Estado español, consciente de la necesidad y teniendo en cuenta la marcha próspera de 1a Hacienda Pública, ha establecido un importante jalón al llevar a la resolución de las Cortes la importante ley de indemnización por cargas familiares, que ha representado un apreciable alivio para la economía de muchos de nuestros funcionarios.

Mucho es el progreso en este año alcanzado y mayor todavía el que podemos alcanzar si perseveramos en la puesta en valor de nuestros medios, en la creación de nuevas fuentes de producción y de riqueza, con un aumento considerable de la renta nacional y su demanda correspondiente de brazos, que movilizando todos los intereses de la Nación continuará derramando el bienestar por los campos y las ciudades.

HACIA EL ESTADO SOCIAL

Necesitamos acostumbrarnos a desterrar de nuestro ánimo y salirle al paso a aquel viejo concepto surgido frente a un régimen inoperante, de un Estado y una Hacienda Pública enemigos, que con sus exigencias y exacciones perturbaba el omnímodo disfrute de nuestros bienes; hemos de trocarlo por el Estado social que, estimulando el progreso de la Nación, nos ampara en nuestros derechos, librándonos de los abusos y sirviendo con la mayor equidad y mínima injusticia a nuestro bien común. No podemos olvidarnos de que la vida es lucha y que con la repoblación del mundo y la multiplicación de las comunicaciones murió aquel concepto de la vida patriarcal; que la lucha biológica que nos ofrece la Naturaleza viene extendiéndose desde que el mundo es mundo a las sociedades, y que en esta batalla los grupos aislados son arrollados y sólo subsisten los unidos y bien organizado. Hemos de pensar que si el Estado es la fortaleza que a todos nos cobija y defiende, las familias, con sus virtudes y sus economías privadas, son los sillares sobre los que se levanta el edificio.

En esta batalla cotidiana que juntos hemos de librar por afianzar la grandeza y el futuro de nuestra Nación hemos de tener muy presente que han llegado a su mayoría de edad unas generaciones que no vivieron la angustia de los tiempos anteriores al 18 de julio de 1936, que no han visto lo que fué el desmoronamiento de una nación, la vuelta a los tiempos de la anarquía más primitiva, los de la justicia por la mano, la inseguridad general, la quema sistemática de templos, el asalto a las propiedades, la persecución de la fe y de las personas piadosas, la destrucción de las cosechas y la anarquía social; el desgarro de la unidad nacional y el asesinato y asalto a los hogares sembrado con el terror policiaco por los propios hombres de gobierno.

El olvido ha solido ser achaque muy español. Cuando mí generación se asomaba a la vida en los primeros años del siglo, estaban recientes los reveses de Cuba y Filipinas, consecuencia de la imprevisión española y las vergüenzas del ignominioso Tratado de Paris; aún llevaban muchas familias luto por la pérdida de sus deudos sacrificados, y, sin embargo, una conspiración de silencio parecía alejarnos de todos aquellos sucesos, como si hubieran ocurrido en otros tiempos o en otros países, cohibiéndose de esta forma, cómoda y poco viril, las naturales reacciones populares.

Por ello hemos de grabar en el ánimo de las nuevas generaciones la imperiosa e ineludible necesidad de nuestro Alzamiento, las causas, los desastres y las vergüenzas que nos arrastraban hacia el abismo; que la Historia hay que aceptarla como es maestra de la vida, y sus lecciones no pueden soslayarse. Una cosa es la superación del pasado en la unidad y reconciliación entre los españoles de buena voluntad, y otra, que pueda olvidarse lo que nos costó esa redención.

Por otra parte, nuestros desvelos y sacrificios han supuesto el desplazamiento de antiguos problemas y la aparición de los que corresponden a las nuevas situaciones que hemos alcanzado. Se ha reconstruido el Estado, se ha restablecido el imperio de la ley, hemos colocado a la Nación entre los países que van a la cabeza de las conquistas sociales, hemos reivindicado la independencia y la libertad de España en los tiempos de la guerra mundial, mientras rechazábamos los intentos de intromisión interior en nuestros asuntos; hemos transformado, en una palabra, de tal manera nuestra Patria, que para la mayoría de las gentes se ha desvanecido el recuerdo de la fisonomía real de la España de hace veinte años. Todo esto se traduce en que estamos ante una coyuntura política nacional enteramente nueva. Sin un claro entendimiento de la situación actual aquélla unidad de dolor y de sangre que nos ha permitido sobrepasar tantos escollos y hacer frente con éxito a tantas y tan graves asechanzas, podría llegar a verse desdibujada por la confusión, la torpeza o la concupiscencia.

A DONDE VAMOS Y A DONDE NO VOLVEREMOS

De buena o de mala fe, según los casos, aún hay algunos que se hacen la pregunta de a dónde vamos.

Para que no haya motivo alguno de perplejidad y de duda, y para atajar ese posible peligro de mal entendimiento, me hago cargo de esa pregunta y quiero responder puntualmente a ella, con el fin de que la línea esencial de nuestra tarea no pueda verse comprometida por incidencias, aunque sólo sea en el orden del espíritu.

En materia de formas políticas, de modos y de procedimientos de organización, quiero decir solemnemente y sin dejar lugar a dudas, que hemos construido un Estado católico, social y representativo, con sus magistraturas y puestos de mando abiertos a todos los españoles, según su mérito; donde es posible la cooperación de todos en el mejor tratamiento y gestión de los asuntos nacionales, y donde actúan resortes autónomos de fiscalización, de reconocimiento y de juicio de las iniciativas legales y de las personas que ejercen las funciones de mando.

Si fieles a la Historia; y por acomodarse mejor a nuestros sentimientos e idiosincrasia, recogimos de nuestras tradiciones la forma de Reino que, dando unidad y autoridad presidió nuestro Siglo de Oro, no quiere esto decir que con ella puedan en ninguna forma resucitar los vicios y defectos que en los últimos siglos acabaron arruinándola. Los que sueñan que las aguas puedan volver a discurrir por los viejos cauces se equivocan. La corriente se ha hecho impetuosa yola conducimos en forma que circule y fecunde nuestros campos, o acabaría arrollando todo con su anárquica avenida. Lo verdaderamente seguro es que se levanta tras una revolución sobre los principios que la, dieron vida; la inseguridad es la de los que no la han pasado y la tienen pendiente. Por eso no debe preocuparnos que en esta materia nos encontremos desfasados con otras naciones. Lo real es que nos encontramos en este orden sobre ellos muy adelantados, y lo inquietante seria que pudiéramos ir a su zaga.

Aunque en importantes sectores del mundo civilizado persiste todavía la idea engañosa de que el liberalismo agotó el progreso político, pretendiendo desconocer la evolución del pensamiento político en todos los tiempos, hay cosas que en la política mueren todos los días necesitadas de renovación, y por encima de los egoísmos y de los intereses creados el mundo camina sin cesar hacia formas nuevas. Lo político hace años que se viene convirtiendo en eminentemente social, y son las realidades de este orden las que acaban predominando sobre el artificioso tinglado que el mundo liberal un día levantó. Muere el mundo viejo por caduco, injusto e ineficaz, y frente a él otro mundo pugna por levantarse.

En política no se puede vivir al día ni de recuerdos: hay que mirar y construir para el futuro. Los pueblos exigen eficacia y sus hondos problemas no pueden soslayarse. La libertad hay que conjugarla con la autoridad, si no queremos ver sucumbir aquélla en los mares revueltos del libertinaje.

Como víctimas de la división de los españoles en partidos, que tantas oportunidades dieron a la intriga extranjera para especular con nuestra desunión y acentuar y promover nuestra debilidad, necesitamos hacer de la unidad entre los españoles y de la custodia celosa de nuestra libertad y soberanía, un principio inquebrantable de la política nacional. El español tiene que habituarse a mirar por encima de su fuego interior y de sus impetuosos movimientos de ánimo el frío cálculo y juego de las Chancillerías de otras naciones resueltas a especular a fuerza de insidias con la prontitud, la vivacidad y la ingenuidad de los españoles. Si la unidad se sirve desde el poder con ecuanimidad, espíritu de justicia y de concordia, eficacia, abnegación y ponderación en el servicio al bien público, no olvidemos que, sin embargo, puede verse asaltado desde fuera por la calumnia, la explotación de las pasiones, las ligerezas de algunos y la torpeza o los egoísmos de otros.

Una táctica de la que espera mucho el enemigo de España, y para la que siempre han utilizado agentes españoles inconscientes, es la de propalar especies, crear inquietudes artificiales en torno a ellas y llevar de este modo al ánimo de las gentes la impresión de que no basta el buen sentido y la honestidad fundamental para comprender la línea esencial de muchos de los asuntos públicos. Pero yo os aseguro que podéis reafirmar vuestra fe y vuestra seguridad y que no habréis de temer nunca encontraros ante algo inopinado, imprevisible y desconectado de los antecedentes que han de imprimir carácter al futuro.

SUPERAR LAS VIEJAS CAUSAS DE NUESTRO DEBILITAMIENTO

La obra de las generaciones españolas actuales quiso ser, ha sido hasta ahora y seguirá siendo la de superar esforzadamente, y de una vez, las causas y las manifestaciones de la postración nacional y el debilitamiento de España. Todo eso se decidió con la victoria del 1.º de abril de 1939. Por eso no hubo en ella posibilidad alguna de transacción y de componenda, sino llegar a la victoria completa, a la dispersión y la derrota total de los enemigos. La lucha, como camino de triunfo, y la victoria, como expresión de aquél, son ya la afirmación y práctica de modos y cánones nuevos.

Después de la conjura internacional de revisar aquel resultado victorioso, a lo que nos opusimos de plano y con dignidad, porque es a nosotros, a los españoles, a quienes corresponde decidir sobre nuestros asuntos, y porque estamos resueltos a que nuestro mañana sea hijo de nuestro hoy por sucesión legítima prevista en la ley de Sucesión, hemos de dar por terminadas las experiencias en el vacío, y los saltos, y las improvisaciones históricas. España no está en un paréntesis, ni en etapa alguna de interinidad. España está en marcha y no precisa de tutelas, ni las quiere, ni las soportaría. Tampoco necesita de apaciguamientos ni de arbitrajes; porque hemos sabido establecer como el mejor fruto de la victoria el gran espíritu de comprensión y de concordia de nuestro Movimiento Nacional. La salida del Movimiento Nacional es el mismo Movimiento Nacional, en marcha y desarrollo de sus profundas posibilidades históricas.

FORMAS POLÍTICAS PERFECTAMENTE DECIDIDAS

Pero si no queremos caer en un lamentable anacronismo, no debemos entregarnos a preocupaciones formales más o menos bizantinas en materia de formas políticas que están perfectamente decididas. Lo importante para nosotros ha sido siempre su contenido. Hoy son los problemas sociales, por su profundidad y su extensión, los que están reclamando de nosotros tanta atención y esfuerzo como sean necesarios hasta conseguir que parezca evidente para todos; en el terreno de los hechos y de los sistemas de convivencia, la superioridad moral y práctica de nuestros principios religiosos y políticos.

Paralelamente a nuestra obra, la experiencia universal va haciendo que el mundo esté de vuelta de muchas cosas: de aquélla concepción del Estado que definía que lo más y mejor que podía hacerse para promover el bienestar público era no hacer nada, y que al hombre moderno asombra, se ha pasado a una nueva concepción que comprende y justifica el que el Estado tenga que hacer algo por promover el bienestar y la justicia. La realidad es que aquel antiguo abstencionismo va cediendo a los embates de la experiencia, forjado por la acción de las masas laborales asociadas espontáneamente en Sindicatos.

Frente al anquilosamiento, la obcecación y el empacho democrático y liberal, el sindicalismo ha sido la fuerza: motriz y la respuesta social auténtica a los errores y amaneramientos incongruentes, y, pese a los muchos errores que haya podido arrastrar, ha contraído, sin embargo, méritos en todos los países para hacer de él la forma de la organización social y el marco de la vida política. Esto es lo que España reconoce y sirve con su sindicalismo nacional, que abarca a la sociedad entera en sus diversos planes y sectores, absorbiendo los modos y tipos de organización del viejo liberalismo y montando sobre el Sindicato un sistema de instrumentos de representación pública. La dureza y la dificultad del camino son propias de una misión histórica de vanguardia, y a pesar de que son todavía grandes las fuerzas empeñadas en el estancamiento de España son inferiores al genio, al valor y a la fe de nuestro pueblo.

NO CONSIDERAMOS AUN SUFICIENTE LA INGENTE OBRA REALIZADA

Unos cuantos años de buen gobierno han bastado, aun en medio de las mayores dificultades, para adoptar las fórmulas y soluciones: de avance social adoptadas en los demás países, y aun para sobrepasarlas en muchos aspectos. Pues bien; no tenemos reparo alguno en declarar que no consideramos suficiente la ingente obra realizada, ni aun para el caso en que, alcanzando el fortalecimiento económico que perseguimos, se vea acrecentada con ella la eficacia de lo ya establecido. Se necesitan soluciones de tal virtualidad que devuelvan a las grandes masas de población la alegría, la satisfacción interior y la certidumbre de las posibilidades de la inteligencia y el espíritu humano, para dominar y vencer las causas de la injusticia y del contrasentido.

Tenemos, pues, ante nosotros un glorioso y hermosísimo quehacer, al que, en cumplimiento de la ley de Dios, nos debemos en alma y vida, y aun cuando contamos con escasa proporción con la guía del saber positivo; a causa del deficiente desarrollo en estas materias, lo impulsaremos y lo forzaremos en la medida de nuestras posibilidades, sin conceder nada a la utopía o a la improvisación. Con la ayuda de Dios vamos a hacer de las conquistas sociales la sustancia nueva de nuestro ser nacional, de la unidad entre los españoles y de la definitiva recuperación de la salud histórica de nuestro pueblo.

Dios hizo al hombre libre y señor de las cosas. Y es la pérdida de esa libertad y señorío la que envenena los espíritus cuando se producen limitaciones y servidumbres de origen estrictamente humano y principalmente cuando se producen limitaciones y servidumbres que pueden ser salvadas y que sirven de soporte para la prepotencia, de unos pocos a costa de la miseria de los más. Si se reconoce al hombre en su valor y su papel decisivo en el mecanismo económico, ese papel del que tenemos evidencia moral e intelectual, si se acierta a cifrarlo o estimarlo en alguna manera, Se salvarán esas deficiencias de pensamiento económico. Si se hace que los factores económicos que intervienen en la producción encuentren la remuneración correspondiente de su valor, habremos consagrado la sustancial participación de los trabajadores en los beneficios de la empresa.

No es este el momento de entrar en discusiones académicas o científicas de asuntos como éste sometidos en estos momentos a la elaboración y estudio. Pero si es de competencia nuestra decir lo que echamos de menos y denunciar solemnemente que no hay sutilezas ni análisis que puedan convencemos de que una situación donde el factor económicamente humano se posterga y se desconoce en gran manera, pueda expresar el máximo de las posibilidades humanas y el óptimo de la ordenación económica. Es preciso que conozcáis el área de nuestras aspiraciones y la verdadera dimensión de los problemas que tenemos ante nosotros y a los que no podemos, ni debemos, ni queremos negar nuestra voluntad y nuestro pensamiento.

En cuanto al ritmo de ejecución y de marcha, habremos de acomodamos a las circunstancias y aprovechar las oportunidades para que los pasos sean dados en firme y en ningún caso pudieran ser contraproducentes. Al mismo tiempo es necesario continuar la labor y promover el progreso técnico e industrial y el aprovechamiento de nuestros recursos, que mejoren al máximo ritmo la base geográfica de nuestra vida y las formas y modos de capacitación y educación, sin dejar de hacer frente a nuestras obligaciones internacionales y a los deberes que nos impone el glorioso pasado de España.

PERSEGUIMOS CONQUISTAS SOCIALES DEFINITIVAS Y CONCRETAS

Los máximos objetivos del bien público no pueden ser programados ni sujetos a un plan concreto de ejecución. Los máximos objetivos del bien público responden a la necesidad de establecer una dirección y un sentido permanente a los que ajustar el quehacer determinado de cada momento. En cuanto al fondo, perseguimos conquistas sociales definitivas y concretas, que establezcan práctica y realmente la solidaridad nacional y hagan del Estado la personificación efectiva de la Patria.

NECESIDAD DEL MOVIMIENTO NACIONAL
 
Toda esta gran obra, sin embargo, llegaría a perderse si no existiese el Movimiento Nacional sirviéndola con su doctrina, su lealtad y su espíritu de sacrificio; si nuestra Cruzada no nos hubiera ofrecido esa pléyade de hombres inasequibles al desaliento, que viene montando la guardia, política de las esencias de nuestra Revolución, y si nos faltasen esas organizaciones juveniles que; encuadrando la juventud, vienen formando las generaciones que han de sucedemos. El Movimiento Nacional cierra el tiempo de
las interinidades y de los Caminos que no sean su mismo natural y progresivo desarrollo para abrir cauces a la vida histórica de España sobre la unidad, la grandeza y la libertad de la Patria. La perspectiva general de este desarrollo progresivo de nuestro Movimiento hace referencia a doctrinas y a problemas bien diferentes de las triquiñuelas y bizantinismos con los que se nutrió, tiempo atrás, la vida pública nacional y con los que todavía se nutren esos diminutos conciliábulos de tertulia aburrida, frívola e insignificante. La trayectoria que tenemos ante nosotros deja a un lado aquellas pequeñas cosas para resolverlas de camino como cuestiones incidentales, porque sólo así podemos aspirar a estar en condiciones de preparación para el futuro, entendiendo como continuidad de cada presente en sucesión normal y única.

EL HORIZONTE INTERNACIONAL

Os decía al comenzar esta oración que el horizonte internacional estaba preñado de inquietudes y que, por nuestra colocación en el mundo, nos encontrábamos comprendidos en el área general de sus inmediatas consecuencias. Esto enfrenta a nuestra Nación con responsabilidades ineludibles, a las que viene respondiendo nuestra política exterior y que justifican la necesidad de los acuerdos establecidos para nuestra defensa con los Estados Unidos de América. No es posible ya para las naciones abroquelarse en posiciones egoístas de inhibición. El área de los acontecimientos bélicos y sus consecuencias no pueden ya circunscribirse y, nos guste o no, estamos destinados a ser sumandos de una misma defensa.

Es de todos bien conocido que no nos corresponde responsabilidad alguna por ese concurso de errores que ha puesto al comunismo soviético en situación de mantener constantemente en jaque la paz del universo ni el fracaso de las Naciones Unidas en su propósito de mantener la paz mundial y abrir el camino a una situación de desarme y seguridad internacionales. Las complacencias, las vacilaciones, los egoísmos mal entendidos, los abusos de poder, la resistencia a los hechos ineluctables, las debilidades suicidas, las contradicciones y anacronismos que esterilizan la acción diplomática; tampoco han sido cosa nuestra ni nada hemos tenido que ver en ellas.

Nosotros hemos venido sosteniendo desde hace cerca de veinte años que frente al comunismo soviético no es cosa de formular condenas y amenazas hoy para desdecirlas y paliarlas mañana, presumiendo de barajar más cartas de las que realmente existen. Si el comunismo se quedase dentro de sus fronteras, poco tendríamos que decir; pero el comunismo es un mal sustantivo y radical que amenaza a todos los pueblos y frente al cual lo más hábil es ser honesto y consecuente, prevenir sin descanso y no prestarse a ficciones y arreglos en los que nadie puede creer. Tenemos conciencia y experiencia de que el comunismo no se atiene a las reglas de la buena fe y de que su agresividad es consustancial con él y sólo depende para utilizarse de su cálculo sobre la oportunidad de cada momento.

La necesidad de prevención y de defensa frente a él, reclama de todas las naciones una cancelación de los pleitos y problemas susceptibles de debilitar la unión, la seguridad y la fe entre las naciones del Occidente así como una positiva acción de desarrollo económico de los espacios económicamente débiles o atrasados, presa propiciatoria para el comunismo, abandonando las viejas técnicas de explotación por los modos nuevos de solidaridad y de ayuda a largo plazo. Los momentos no admiten sutilezas. Si aspiramos al advenimiento de una nueva era de paz y de inteligencia entre las naciones, que nos haga solidarizamos como sumandos de una misma suma, se impone un cambio completo de los procedimientos, una lealtad recíproca, una proscripción del espíritu de privilegio y el abandono de posturas de vencedores y vencidos, que han perdido ya su razón de ser. La paz y la seguridad encierran para los pueblos tantos bienes, que bien merecen los sacrificios que por ella se hagan.

CONTRA LA GRAVÍSIMA REALIDAD DEL ANIQUILAMIENTO ATÓMICO

Resulta realmente doloroso que sumando las naciones del Occidente una población superior al conglomerado soviético y poseyendo industrias mucho más numerosas y potentes, se haya llegado a la triste conclusión, frente a los medios clásicos de combate que el comunismo ha acumulado, de que la seguridad colectiva del Occidente tenga que descansar en el número y en el poder de aniquilamiento de sus armas atómicas.

Ante esta gravísima realidad, nuestra conciencia de católicos se rebela. Siempre, al término de una contienda, y ante los daños evitables que habían sufrido los bandos contendientes, se conmovió la conciencia universal y se promovieron reuniones y conversaciones internacionales con miras a humanizar la guerra ante la aparición de los nuevos y más poderosos medios de destrucción, evitando que alcanzasen, en la medida de lo posible, a la población no combatiente; sin embargo, ha transcurrido casi una década desde que la última guerra terminó, desaparecieron en ella poblaciones enteras aplastadas por los bombardeos ciegos, han surgido como consecuencia de la misma arma de destrucción verdaderamente apocalípticas, que llegan incluso a amenazar la integridad y la vida sobre nuestro planeta, y nada se ha hecho hasta ahora por condicionar y limitar su empleo. Nunca la utilización de un arma estuvo reñida con condicionar su uso; precisamente cuando más potentes y destructoras son aquéllas, más necesitan ser condicionadas. Si es verdad que el desarme universal constituye un ideal perseguible, no lo es menos que en la actual coyuntura es desgraciadamente irrealizable y carecería en absoluto de garantías. El mismo temor que las naciones hoy sienten frente al empleo reciproco de las armas atómicas, aumenta las posibilidades de poder llegar a un acuerdo. El que si aquélla estalla puedan llegar a cometerse infracciones por encima de lo pactado, no quitaría el efecto moral de la condenación universal contra el que hiciese uso ilimitado de las mismas. Lo cómodo precisamente para los infractores es que no exista ley contra el abuso y que éste no lleve la condena y la sanción moral de todo el universo. 

Si esta nuestra voz, que está en la conciencia de la Humanidad, no es recogida, no se podrá decir que en la tierra de Francisco Vitoria, donde el Derecho internacional tuvo su cuna, admitimos sin protesta el silencio y la inhibición general que reina sobre la materia que tantos daños y lágrimas puede costar al mundo. Y si, pese a nuestra buena voluntad y a nuestros deseos ardientes de paz, ésta se viene contra nuestro interés, un día alterada, podríamos abordar los problemas que llegaran a presentársenos con una alta moral y tranquilidad de conciencia por haber hecho todo lo posible por evitarlos.

Con la esperanza de que esa hora no llegue, confiemos plenos de fe en la protección, que no puede faltamos, de nuestro Santo Patrón y la intercesión del Corazón Inmaculado de Maria, a quien consagramos este año nuestra Nación, ante quien encarna el Supremo poder y la justicia sobre los pueblos.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.012. - España -

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