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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1938.


 
Discurso con motivo del Aniversario de la Unificación.

Zaragoza, 19 de abril de 1938.

ESPAÑOLES: 

Hoy hace un año que junto a las viejas piedras de Salamanca, sede guerrera de mi Cuartel General, os dirigí yo la palabra con motivo del decreto de Unificación que fundió en una unidad política nacional los valores hasta entonces disgregados de nuestro Movimiento.

Hoy vengo otra vez a ponerme en público contacto con vosotros desde estas tierras de Aragón, columna fundamental de la fe y de la Patria.

El pueblo con su fino instinto, acogió con aplauso aquella medida, comprendiendo lo que significaba para España el dar unidad a la sustancialmente común in- quietud de tantos españoles que podía, de otra manera, desviarse y frustrarse si no se encauzaba, evitando la dispersión individualista a que nuestro carácter es tan propenso.

La guerra no se hubiera podido ganar sin una España unida y disciplinada.

Ante Dios y ante la nación española decidimos -entonces- dar cima a esta obra unificadora, en aquel momento en que el enemigo, impotente contra la fortaleza y unidad de nuestros combatientes en el frente, derrotadas las brigadas internacionales con su acopio de tanques y su abundancia de material guerrero de todas clases, puso sus miras en nuestra retaguardia y concibió el atrevido intento de dividirla como último recurso de salvación. Al efecto, envió consignas a nuestra zona, sacó de las cárceles, a precio de traición, a algunos de los presos que allí encerraba, permitiéndoles la evasión a nuestro campo con el compromiso de agitar esta retaguardia. Consecuencia de ello fue, que se multiplicaron los esfuerzos para filtrarse en los cuadros de nuestras organizaciones; se intentó sembrar la rivalidad y la división en nuestras filas; se dieron órdenes secretas, para producir en ellas laxitud y cansancio. Se intentó minar el prestigio de nuestras más altas jerarquías, explotando pequeñas miserias y ambiciones.

A todo ello había que oponer con decisión la unión política, estrecha y fraterna, de la España mejor. Así lo hicimos. Y la guerra del Norte fué acabada con nuestra victoria; y ella produjo como consecuencia podernos emplear en la gran batalla de Teruel, y luego en la del Ebro, y más tarde en el avance hasta el Segre, y ahora, finalmente, en la salida al mar.

Junto a esta ingente labor de guerra, hemos proseguido nuestras tareas. de política interior, promulgando los Estatutos del Partido y constituyendo sus órganos nacionales, el Consejo y la Junta Política; estableciendo el Gobierno de la Nación y la ordenación de los poderes del Estado; reincorporando Vizcaya, Guipúzcoa y Cataluña al régimen administrativo común. En el orden económico, hemos mantenido los precios y realizado una enérgica y eficaz campaña para la defensa del patrimonio minero nacional.

Al campo español llevamos la ordenación del trigo y del maíz y la concesión de moratoria de deudas a los agricultores. En materia de protección social se estable- ció la condonación de alquileres, el Servicio Social de la Mujer, el servicio de la reincorporación del trabajo (para ex combatientes), el benemérito Cuerpo de Mutilados y el Fuero del Trabajo. En el orden católico se acordó la derogación de la ley de matrimonio civil y la suspensión de la de divorcio. En lo que a la cultura y al estilo se refiere, establecimos el Instituto de España, con la reorganización de las Reales Academias, instituimos la Orden Imperial de las Flechas Rojas, como máximo galardón al mérito nacional y como hemos de instituir seguidamente, para el mérito científico, la Orden de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla. Finalmente, con el yugo y las flechas, la heráldica de los Reyes Católicos ha sido restablecida como Escudo de España.

A la obra calumniosa que nuestros enemigos lograban arrojando millones y millones a la voracidad de la prensa mundial, opusimos nosotros la realidad de nuestras victorias, la honestidad de nuestra propaganda y el tono austero y ejemplar del Gobierno de España. Así, con paso firme y altivo desprecio a la mentira, hemos ido haciendo luz en el ambiente de Europa.

No abrigamos sentimientos de enemistad hacia otras naciones; luchamos sólo por nuestra civilización, nuestra independencia y nuestra grandeza.

Al hablar otras veces, a España, y al mundo, de nuestra guerra, lo hice siempre con fe segura de nuestro triunfo; la fe que a mí nunca me faltó, pero ahora ya no es sólo la fe, son los hechos ciertos y tangibles. Hemos, ganado la guerra; la tiene irremisiblemente, el enemigo.

Ya de nada le sirven las ayudas que le prestan, como no sea para derramar estérilmente más sangre, muchas veces inocente, que a esos sus colaboradores no les duele porque para ellos es cosa ajena; pero a nosotros sí nos duele porque para nosotros es cosa propia. Por eso, sépanlo quienes aun ayudan a nuestros adversarios, que con ello sólo pueden conseguir prolongar muy poco la guerra, a aquel precio tan caro de nuestra sangre y queden con ello advertidos de que cada paso que den en ese camino es un obstáculo que levantan en el de nuestras futuras relaciones, y que la buena voluntad de los gobernantes para cerrar el abismo que se abra, puede mañana estrellarse contra el sentimiento de justa indignación de los que vivieron y lucharon en esta santa guerra.

Sépanlo también, en su egoísta frialdad, esas democracias cristianas menos cristianas que democracias que, infectadas de un liberalismo destructor no aciertan a comprender esta página sublime de la persecución religiosa española que, con sus millares de mártires, es la más gloriosa de las que haya padecido la Iglesia; y cierren ya de una vez sus oídos a la estupidez y a la infamia de los vascos herejes.

Ni una abjuración, ni una apostasía, ni una frase de rencor, sólo perdón generoso tuvieron ante la muerte y escribieron páginas indescriptibles de heroísmo y de virtud aquellos santos prelados, sacerdotes y seglares, hermanos nuestros en la fe de Cristo, que aceptaron serenos el más brutal de los martirios, pidiendo a Dios por sus verdugos.

Proclamamos al mundo nuestra verdad y éste no quiso o no pudo oír la, apagadas nuestras voces por el rugido feroz e inhumano de los Frentes Populares, de los agentes comunistas y le los ofuscados demócratas que han ayudado a los rojos de España, no tanto por amor a su causa cuanto por odio a nuestro pueblo. Frente a nuestras verdades de la guerra y a la verdad de nuestra política social y de nuestra justicia, prevalecieron las falsas apelaciones a la democracia y los toques a rebato de los internacionales.

No creemos nosotros en el régimen democrático-liberal y son gravísimos los daños que a España ha acarreado, pero no cometeré tampoco la injusticia de identificarlo con el que: han practicado las pandillas de criminales y salteadores que vienen presidiendo los destinos de la España roja. Lo hemos prevenido, y una última vez lo repetimos hoya los países democráticos para que un día no se llamen a engaño:

En España el régimen liberal feneció apenas nacido. Con anterioridad a nuestro glorioso Alzamiento, ya de él no quedaban ni despojos. La. quema de conventos, conocida doce horas antes por el Ministerio de la Gobernación, fué de ello buena prueba, y su epitafio, aquella frase incivil de que "ningún templo valía la vida de un republicano. En la España roja no se ha practicado nunca el régimen constitucional, elaborado por un injerto de ilusos en malvados. Conculcado siempre, murió definitivamente aquella madrugada triste en que un sedicente Gobierno, constituyéndose en brazo ejecutor de la Masonería, fraguó y llevó a cabo, por medio de sus agentes, el vil asesinato del jefe de la oposición parlamentaria y gran patricio: José Calvo Sotelo.

Después lo que todos sabéis de modo tan abrumador que ya no podéis alegar ignorancia. El asesinato de casi todos los diputados de la oposición, el asalto al domicilio privado, industrias, comercios y Bancos. Más de cuatrocientos mil asesinatos cometidos por el solo hecho de que las víctimas creían en Dios y en la Patria, estimulados casi siempre, ejecutados algunas veces por los mismos hombres del Gobierno rojo; los tribunales de salud pública, las chekas oficiales y particulares donde se perpetraron bárbaros martirios, el asesinato en masa de los presos indefensos, la destrucción total de los templos, la ausencia absoluta de toda norma jurídica y moral, de toda ley, de todo derecho.

Y a vosotros, enemigos de España, que todavía sacrificáis la vida y el esfuerzo en una resistencia doblemente criminal en su esterilidad, parece innecesario que os diga, porque bien lo sabéis, que estáis vencidos. Hora es ya de que las masas que tenéis tiranizadas sepan que la prolongación de esa resistencia absurda sólo se explica porque la empleáis en la mejor preparación de vuestra huída. Pero ¡sabedlo! cada día que pase, cada vida más que sacrifiquéis, cada crimen que cometáis, es una nueva acusación para el día en que comparezcáis ante nuestra justicia, que, generosa hasta el perdón, ofrecemos a cuantos, engañados o equivocados, habéis arrastrado a la lucha, pero que será inflexible para los que criminalmente empleáis la sangre y la bravura de nuestra juventud en el camino torpe de la destrucción de
España.

Nosotros, en esta hora, tenemos ya puesta nuestra atención en los días también febriles y heroicos de la reconstrucción de la Patria, de la restauración de su grandeza, que es el objetivo y fin último de la guerra. Nos esperan para ello largas jornadas en las que otra vez el sacrificio pondrá a prueba el temple heroico y el genio creador de esta raza.

El Estado abordará los grandes problemas que el sacrificio realizado en la guerra exige la consolidación de nuestro potente Ejército de tierra, mar y aire, y de las Industrias indispensables a la guerra.

 

La realización de la gran obra social, proporcionando a nuestras clases medias y trabajadoras condiciones de vida más humanas y justas.

La solución de los múltiples problemas que nuestra industria tiene planteados para su resurgimiento.

Ordenación de la obra cultural, con el mejoramiento intelectual, moral y físico de nuestras juventudes

Realización de la reforma económica y social de la tierra.

Restauración de nuestra Marina Mercante y de nuestra flota pesquera; ejecución de los grandes planes de obras hidráulicas.

Mejora de vivienda y realización de la gran obra sanitaria nacional

Atracción del Turismo, ordenación de la Prensa, y, con todo ello, la reconquista de nuestro prestigio en el mundo.

Para acometer esta gran tarea, que a todos haga dignos del esfuerzo de los caídos, el trabajo, el talento, el sacrificio y la virtud son instrumentos precisos. La grandeza y la unidad de España no se forjaron en la frivolidad y en el regalo.

La vida cómoda, frívola, vacía, de años anteriores, ya no es posible. Ni han de tener cabida en ,nuestra España la murmuración y el despecho de las despreciables tertulias que presidieron en casinos y en corrillos, el proceso de nuestra decadencia, dedicada, en la cortedad de su horizonte intelectual y en la escasez de su solvencia, ala tarea demoledora y antipatriótica de manchar la honra ajena y socavar los prestigios de personas e instituciones públicas. Tengo sobre mis .hombros la responsabilidad del destino de España, y si a golpes de victorias lo estoy arrancando de manos de los rojos, nadie creerá que haya de tolerar que esos viejos vicios puedan desviarlo del camino, trazado. Espero, por ello, que cuantos no estén privados de inteligencia comprenderán fácilmente que me bastarían unos manotazos para pulverizar estos grupitos de inferior calidad, nacional y humana. Los que aun no estén curados de los arrastres anteriores, de malos hábitos de críticas irresponsables y los sembradores de dudas que cantan a la juventud su heroísmo y sus sacrificios cuando ellos ante la Patria no sacrifican nada ni siquiera su vanidad, su ambición, ni las bastardas reservas de un temperamento rebelde, son los peores enemigos.

Son los que quieren llevar alarma al capital con el fantasma de unas reformas demagógicas, olvidando sin duda que lo que España conserve después de esta prueba lo deberá precisamente al esfuerzo de una juventud heroica.

Los que hipócritamente mienten, hablando de una frialdad religiosa, cuando los españoles caen en el martirio y en el heroísmo por Dios y por la Patria.

Los que desconociendo y agraviando el espíritu de servicio nacional de los militares quisieran desintegrarlos de su hermandad con el pueblo, despertando en ellos afanes parciales.

Los que intentan producir en los frentes desvío hacia la retaguardia. y yo, llegando este tema, me pregunto ante vosotros:

¿Quiénes son los que componen la retaguardia? ¿No son acaso los que curan y operan a los heridos de la guerra? ¿No son los que aquí trabajan para conseguir el funcionamiento exacto de los servicios de la guerra? ¿ No son los padres, los hermanos, los hijos de los que combaten y de los que mueren en nuestros frentes, y de los que en la cautividad roja sufren dolores incomparables y rinden sus vidas y sus esperanzas en aras de nuestro ideal? ¿No constituyen todos ellos otro frente callado de abnegaciones, de trabajo y aun de ingratitudes, para apoyo y sostén de nuestra Causa? Que en ella existan todavía algunas gentes parásitas e insensibles al dolor y  al sacrificio de los otros es inevitable; pero estad seguros que ello será en proporción cada vez menor y, en tanto existan, sólo desprecio merecen.

Los españoles, en general, saben todos de las acciones heroicas, de las grandes victorias, de las ciudades y villas conquistadas, de millares de prisioneros y enorme botín de guerra; pero saben poco generalmente de las inquietudes y los desvelos por dotar y sostener el Ejército que lo realiza, de los esfuerzos para ordenar y levantar nuestra economía y nuestra vida civil, de las dificultades e ingratitudes de orden exterior, de las batallas diplomáticas y económicas, del enorme esfuerzo de nuestras industrias militares. Sí, españoles: La guerra, he dicho antes de ahora, que se gano en el Norte, pero se gana también en nuestra retaguardia.

En las fábricas y en los despachos, donde el trabajo y la responsabilidad muchas veces abruman, en el taller y en la oficina y también en el templo, que de nada hubieran servido nuestros esfuerzos si Dios no nos hubiera  prodigado su ayuda, en todos los momentos, en forma tan  evidente y tangible. Yo os aseguro que, cuando todo esto  se analice, que cuando, al terminar la guerra, sea posible conocer los detalles de esta obra, a la admiración que las victoriosas jornadas producen, se unirá esta otra por  la obra de Gobierno que se realiza en horas difíciles de la vida de la Nación.

En la prueba más difícil de la Historia, España ha acreditado que son innegables sus reservas espirituales y materiales; Nada ni nadie ha podido detener a la España unida en su marcha segura al recobro de su ser y su destino. Por eso sus enemigos seculares no han de cejar en. su intento de destruir la unidad, como lo hicieron aún después del decreto de Unificación, especulando unas veces con el nombre glorioso de José Antonio, fundador y mártir de la Falange Española; como lo hicieron otras veces animando el despecho de los separatistas vascos vencidos, como intentarán hacerlo mañana con los catalanes en derrota, a quienes nosotros ganamos para la fe común de España. Donde haya un descontento, donde una pasión, donde una diferencia, allí, cubiertos de hipocresía, trabajan contra nuestra España gloriosa sus enemigos.

Es la lucha desesperada de las fuerzas disgregadoras contra la coraza de nuestra unidad que conduce por camino seguro a la grandeza, a la libertad de España.

Esto es lo que significa nuestro decreto unificador, y por ello os digo en este día: los que en la España Nacional no sientan la unidad, los que la sientan tibiamente, y no digamos los que directa o indirectamente laboren contra ella, son servidores de nuestros enemigos, más eficaces que aquellos otros que en los frentes noblemente oponen sus armas a las nuestras.

Con la decisión, con la fe inconmovible que ha presidido nuestras tareas de guerra, acometemos ya las grandes tareas de la paz. Esta es, españoles, nuestra Revolución Nacional, que espíritus mezquinos y rutinarios no saben o no quieren comprender. Pues bien, yo lanzo desde aquí solemnemente la consigna: "Revolución Nacional Española", y digo: ¿Es que un siglo de derrotas y de decadencias no exige, no impone, una revolución? Ciertamente que sí. Una revolución de sentido español que destruya un siglo de ignominias importador de las doctrinas que habían de producir nuestra muerte; en el que, al amparo de la libertad, la igualdad y la fraternidad y de toda la tópica liberalesca, se quemaban nuestras iglesias y se destruía nuestra Historia; y mientras en nuestras calles de ciudades y de pueblos, la multitud in- consciente y engañada, gritaba ¡Viva la libertad!, se perdía un Imperio levantado por nuestros mayores en siglos de esfuerzo y heroísmo; en el que mientras nuestros intelectuales especulaban en los salones con su pseudosabiduría enciclopedista, nuestro prestigio en el mundo sufría el más grande eclipse; en el que nuestros artesanos despreciaban la hermandad de nuestros  gremios, y todo el tesoro espiritual, que los ennoblecía, de nuestra tradición. Una revolución antiespañola y extranjerizada nos destruyó todo aquello. Otra revolución española genuina, recoge de nuestras gloriosas tradiciones cuanto tiene de aplicación en el progreso de los tiempos, salvando los principios, las doctrinas de nuestros pensadores del tradicionalismo y de nuestras cabezas jóvenes de hoy, y da al mundo pruebas constantes de su capacidad creadora, como ésta reciente y magnífica del Fuero del Trabajo. Con fe honda y segura, repito, no con optimismo ruidoso y bullanguero, emprendamos estas tareas de la paz. Contamos con la ayuda de Dios, pero mucho hemos de poner todos de nuestra parte, imbuidos de un religioso sentido del deber.

Hay que substituir el viejo concepto de la "obligación" fríamente llevado a las constituciones demoliberales, por el más exacto y caluroso del "deber" que es servicio, abnegación y heroísmo no impuesto por el imperio coercitivo de la Ley, sino acatado, con adhesión libre y voluntaria, por la conciencia cuando nuestros sentimientos están impregnados de las más puras esencias espirituales.

Imponían las constituciones la "obligación" de defender a la Patria con las armas. De nada nos habría servido este precepto formalista en esta magna ocasión si nuestra juventud, consecuente conmigo de la anchura de la empresa que nos cabía el honor de realizar, no se hubiera entregado a ella con el alma henchida de espíritu y sacrificio y con el ímpetu que no se pone en el cumplimiento dé los reglamentos, sino en las obras colectivas que pasan a la Historia con el estigma sagrado de la virtud.

Ese sentido del deber ha de alcanzar a todos. Pero como ejemplo, como modelo, que pueda presentarse a la nueva generación, nada tan aleccionador como la conducta de nuestras "clases medias", tejido nervioso del organismo patrio, que calladamente, desde su mediocridad económica, nada han exigido nunca, lo han dado todo siempre, en especial en esta hora en que sólo valores espirituales tenían que defender.

Ese sentido del deber ha de ser profesado de un modo singular por las clases altas, que son depositarias de la tradición; y por los intelectuales con alma y pensamientos españoles, sin los cuales el Movimiento carecería de rumbos doctrinales, y por los obreros, a quienes el proteccionismo del nuevo Estado impone compensaciones de disciplina y servicio.

No queremos a España dominada por un solo grupo, sea éste o el otro, ni el de los capitalistas ni el de los proletarios. España es para todos los españoles que la quieran y la sirvan en la disciplina política del Estado. Es de los que por su salvación cayeron aquí y allí; de las generaciones que forjaron su Historia y ganaron sus glorias. Porque es de todos estos, nadie puede llamarse a su exclusivo usufructo. Pecan y yerran por igual los que animan en torno de nuestra Cruzada ansias restauradoras de privilegios y abusos; y aquellos otros que, sólo preocupados por el aplauso fácil, quieren traer sonidos demagógicos. Yo a este respecto quiero recordar a las Juventudes de Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S. la honestidad de todos los discursos de José Antonio, aun habiéndose pronunciado en épocas en que la oposición al régimen de ignominia daba licitud a la licencia. Nuestro Movimiento restaura para todos el orden de la Patria y, en él y por él, quiere para todos los españoles el pan y la justicia.

Para esto, a todos, españoles, ahora, al dejaros, os pido vuestro concurso, y fío el éxito, singularmente en los que lucháis, y en los que sufrís vuestros deberes por la Patria con la conciencia y el alma limpias; aunque a muchos no os conozco, a todos os presiento y os envío mi gratitud. Mi saludo a los que constituís la España triunfante, a los combatientes que en las trincheras y en los parapetos, en la tierra, en el aire y en el mar, lucháis victoriosamente en las últimas jornadas de la reconquista; y mi recuerdo también -y con el mío el vuestro- a la España cautiva y doliente. A los que viven en las cárceles y en las chekas rojas y a los que desde allí llegaron a nosotros padeciendo por la Patria todos los sufrimientos.

A los, Estados del mundo que reconocieron nuestro  derecho: Italia y Alemania, con Albania, Guatemala, El  Salvador, Nicaragua, la Santa Sede, el Japón, Manchukuo, Hungría y aquellos otros que, como el hermano Portugal, comprendieron y alentaron nuestra Causa, expresamos en este día solemne nuestro reconocimiento.. A ellos y a todos, repetimos, que nuestra lucha significa la salvación de Europa y que en ella aspiramos a vivir días largos de paz, de una paz compatible con el honor de nuestro nombre y la dignidad de nuestra Historia, que no puede extinguirse nunca, porque son la base firme e inconmovible de España. Españoles:

¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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