INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en el Palacio de Oriente al Presidente Quirino.

03 de octubre de 1951.

Señor Presidente:

Por primera vez, llega a nuestras tierras españolas en visita de fraternal amistad el más alto representante del noble pueblo filipino, y España le acoge con el cariño y predilección que desde nuestra separación guardamos para él en nuestros corazones.

Cerca de cuatro siglos vivieron nuestros pueblos unidos en el mismo seno familiar. cuatro siglos de convivencia que no pueden ser borrados por medio de ausencia, que, pese al apartamiento material que entonces representaba la distancia geográfica que nos separaba, los pueblos español y filipino conservaron los lazos indestructibles de la fe y de la familia. Por eso cuando, alcanzada su independencia nacional, Filipinas inicia una vuelta sentimental hacia la Madre Patria, a menos de la mitad de camino encuentra nuestros brazos anhelantes de estrecharla contra su pecho.

Hoy, cuando la Historia, maestra inigualable de la vida, sedimenta sus enseñanzas, y las naciones, volviendo de los viejos sueños de dominio, se asoman a un mundo que quiere ser de convivencia y amor, nuestra Historia común es un ejemplo del que vosotros y nosotros podemos enorgullecernos. No en vano en aquel largo ciclo histórico se sembraron simientes espirituales de creencias, de ideas y sentimientos que al dar luego sus frutos nos hacen solidarios en la misma fe religiosa, en idéntico patrimonio de cultura y en un modo igual de concebir la vida.

Fuisteis parte integrante de las Españas, no fuisteis jamás colonia ni dominio. Si el corazón generoso de un Monarca consiguió un día con gentes españolas en corriente desatada a la que mueve el amor dar vida a un plantel de civilización sembrando en esas tierras lejanas credo, orden, cultura y bienestar, no animó a esta empresa civilizadora ningún torpe afán de dominio o codicia. Por eso ante una propuesta desacertada de abandonar las Islas por lo costosas, el Rey que les dió su nombre contestó a sus consejeros: «Que si no bastasen las rentas de Filipinas a mantener una ermita, si más no hubiese que conservar el nombre y veneración de Jesucristo, enviaría las rentas de España con que propagase su Evangelio, porque las Islas de Oriente no habrán de quedar sin la ley y la predicación aunque no tengan oro ni metales».

Cuando la lejanía permite ver la perspectiva de la Historia y se compara la acción de nuestra Nación en el Oriente con lo que en siglos posteriores practicaron en Asia y en Oceanía otras naciones, destaca más la acción de nuestra Patria, que permite seáis en aquel hemisferio faro de la fe verdadera y de una civilización secular.

Si ante la amenaza comunista el mundo despierta y quiere caminar hacia asociaciones mayores entre los pueblos que necesitan defender su concepto de la vida y su civilización, no creo puedan ofrecerse perspectivas más halagüeñas de convivencia que las que ofrecen los pueblos hispanos, en que la fe, la lengua y la Historia nos llaman con voces entrañables.

¡Quién había de decir al mundo que a los pocos años de haber sido España incomprendida, el Occidente y el Oriente habían de sufrir la amenaza del ene- migo que nosotros vencimos! Los españoles no olvidamos que en aquellos días duros y gloriosos de nuestra Cruzada nacional desde Filipinas nos llegaron el aliento y la ayuda que de un país hermano se pudiera esperar. y que los hijos de viejos españoles enraizados en el archipiélago sacrificaron su bienestar para venir a nuestro lado a luchar por la santa causa de nuestra independencia contra la conflagración comunista que nos atenazaba.

España, por su parte, acompañó de corazón a Filipinas cuando en los tristes años de la guerra vió hollado su suelo. Yo puedo deciros que vuestros sacrificios y dolores lo fueron también del pueblo español, y que con vosotros muchos españoles derramaron lágrimas de dolor al conocer la destrucción de vuestras ciudades y Universidades, cómo ardían vuestros bellos bosques y vuestras plantaciones y cómo con la sangre inocente de vuestros nacionales se unía la sangre de las victimas españolas asimismo inocentes.

A la pesadumbre de entonces sucedió en nuestros corazones un júbilo de hermanos al contemplar, tras aquellos dolores de la gestación gloriosa de vuestra independencia, cómo os alineabais como nación plenamente soberana entre las otras naciones de nuestro mundo hispánico.

En fin, señor presidente, no sólo nuestros pueblos se sienten hermanados, sino que también podemos enorgullecernos que en estos años nuestros Estados y sus Gobiernos hayan emprendido tareas de eficaz colaboración; la generosa actitud de vuestro pueblo, de vuestro Gobierno y de vos mismo en las reuniones internacionales en que tan injusta y torpemente se intentó tratar a nuestra Patria, que no será jamás por nosotros olvidado, inició las tareas de colaboración. Ahí está nuestro tratado de amistad firmado en Manila en 1947, y como complemento suyo el de establecimiento de súbditos suscrito el año siguiente, y el de colaboración cultural del año 1949. Cooperación de España, y Filipinas que recibe hoy, con vuestra visita, una consagración pública y oficial; es como un refrendo de ese pacto de fe, de lengua y de sangre que nos une desde hace cuatro siglos.

Que sobre los dones que Dios ha derramado sobre vuestro archipiélago os otorgue los bienes de la paz y a vos señor Presidente, os dé la ventura personal que todos los españoles deseamos y que de España y Filipinas pueda siempre decirse lo que de las islas del archipiélago cantó vuestro poeta:

«Dios, que consiguió juntar pedazos tan divididos, que siempre han de estar unidos aunque los separe el mar.»


   ATRÁS   



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com