INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en Puertollano.

21 de mayo de 1952.

Después de haber escuchado las elocuentes y emocionadas palabras del presidente del Instituto Nacional de Industria, don Juan Antonio Suanzes, y del Ministro de Industria señor Planell, sólo me resta deciros unas palabras para dar remate a este acto.

Estos dos días han sido para mi de gran satisfacción, pues he podido ver convertidas en realidad, plasmadas en este complejo industrial, las ilusiones de todos estos años de dotar a España de aquellos medios indispensables para su mejora y su resurgimiento económicos.

El Instituto Nacional de Industria ha sido el instrumento que forjamos para estas grandes obras. Nació cuando debía nacer, y viene cumpliendo puntualmente sus programas en estas realizaciones que, extendidas por la geografía de España, venimos inaugurando. y digo que nació cuando debía nacer, porque lo fue cuando se agotó el margen de confianza que pusimos al estimular a la iniciativa privada para la realización de las grandes obras industriales que España requería, por medio de las leyes que dictamos en las primeros tiempos de nuestro Movimiento; pero que pese a todas nuestras ilusiones, a la técnica ya consolidada en determinadas ramas de la producción, sólo se realizó en muy contados casos. ¿Cuál era la causa? Muchos lo sabéis: el que todas las iniciativas españolas, la mayoría de las concepciones industriales, pese a la voluntad y a la ilusión de nuestros técnicos, habían de subordinarse en la mayoría de los casos a la dependencia de una exclusiva organización: la organización bancaria española; y a pedirles a unas organizaciones mercantiles cosas que no implicasen claros y sustanciosos negocios, menores beneficios de los que podrían obtener en otros campos, empeñarse en tareas a su juicio difíciles y tal vez comprometidas, que requerían la inversión de grandes capitales, era pedirles lo que no habían de dar, y lo que el interés de España demandaba se quedaba sin realización.

Otra circunstancia venía acusándose en estos últimos tiempos en la vida industrial de los pueblos: la de que aquellas industrias que hasta ayer demandaban capitales relativamente reducidos, que podían constituirse con las aportaciones de las familias o de los grupos, ya no bastaban. Las modernas concepciones y complejos industriales requieren hoy la inversión de muchos millones, algunas veces de varios cientos de millones. Y esto no podían hacerlo los particulares, ni entraba en los propósitos o en la capacidad de la Banca privada.

La consecuencia fué lógica: teníamos que concebir un instrumento que pudiera llevar a cabo estas ineludibles realizaciones. Y elegimos un camino en consonancia con la necesidad y con nuestras posibilidades. No el que emplearon tantos otros pueblos, no actuamos a base de estatificaciones ni nos apoderamos de lo por los particulares hecho. Buscamos un procedimiento que, sin establecer competencia ni matar la iniciativa privada. antes al contrario, estimulando ésta, la complementara realizando lo que la Patria demandaba. Abandonado el camino de la estatificación, seguimos el de la creación de Sociedades Anónimas mercantiles de igual tipo y constitución que las miles de los particulares que desarrollan en la Nación actividades industriales, y en las que el Estado, en mayor o menor proporción, es propietario de sus acciones; hasta que una vez el objetivo logrado y la industria en marcha, puedan pasar, si así conviene, a la propiedad y posesión de los particulares.

Creamos en esta forma un instrumento que ha demostrado su eficacia y que ya con distinto nombre o apariencia, lo vemos aflorar en otros países; instrumento que ha permitido al Estado el realizar todo aquello que abandonado tradicionalmente por el capital e iniciativa privados, interesa al bien general y al particular de la Nación.

¿Y a quién podíamos confiar esta empresa, realizar la difícil tarea? No la podíamos entregar a cualquiera: ni a los que no creían, ni a la burocracia, ni al monopolio de la Banca, ni a los que especulaban con mercados cerrados, ni a aquellos que estaban interesados en su fracaso. Habíamos de entregarlo a los hombres de fe, a los nombres nuevos. Esta es la razón para muchos de su presencia aquí.

La trascendencia que esta obra que hoy inauguramos tiene para el progreso de la Nación, al sanear nuestra economía y liberarnos de la importación de Una serie de productos que aquélla no soportaba, es mayor que lo que la Nación pueda comprender, porque la gran tragedia de España no era que no tuviera mercado para exportar; es que no tenía qué exportar, que se venía agotando lo que un día se exportó. Por ello era necesario un cambio total: aumentar por, todos los medios la producción, y esto sólo podría lograrse a través de una Revolución: nuestra Revolución Nacionalsindicalista.

Si del orden económico nos trasladamos al técnico, la obra tiene otra virtud: la de agrupar y estimular la fe de los hombres que, creían. Aquí se ve plasmada en realidad una de las empresas más difíciles de las que nos propusimos; una empresa modelo tan importante o más en el aspecto técnico como en el económico, ya que en ella se acusa la técnica más depurada, la mecanización más perfecta. Esto es, que nuestros técnicos tengan a través de ella nuevos laboratorios, un campo interesantísimo de aplicaciones prácticas para poder formarse, que a su vez servirá de estimulo a las otras Empresas que verán cómo se puede mejorar la producción y aumentar los rendimientos. Mejoría de la productividad, inquietud de esta hora, que como esta Empresa modelo ofrece en sus realizaciones sociales, no ha de ir en beneficio exclusivo del empresario, sino también del obrero y del consumidor al disminuir el esfuerzo de aquél y reducir los precios...

No quiero terminar sin expresar mi gratitud al Presidente del I. N. I., que lleva el peso de estas grandes obras preñadas de sinsabores en los años difíciles, y al Ministro de Industria, señor Planell, artífice y creador de esta magna Empresa para la que un día le buscamos por su cabeza y por su corazón. Necesitábamos un hombre dotado de fe extraordinaria y de capacidad y de valor probados, un hombre de Laureada. y éste lo fué el Ministro actual de Industria, que no solamente había demostrado su valor heroico en los campos de batalla, sino también en nuestra guerra de Liberación en las lides de la industria. Esta es la razón de que le encarásemos con un «toro de estas arrobas».

Gracias a todos, hombres de fe, que sois los aquí reunidos, que ofrecéis a la Nación como un todo armónico, como un equipo selecto de valores del que la Patria se enorgullece.


   ATRÁS   



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com