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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado.


 
Discurso en el homenaje al Gran Capitán.

29 de abril de 1953.

Cordobeses, soldados que aquí formáis el cuadro á los pies del Gran Capitán, juventudes de España que enmarcáis esta fiesta con vuestra unidad:

No hemos venido aquí a un acto más entre los muchos centenarios que se conmemoran, en que unas palabras al viento o unas flores que se marchitan dejan un sencillo jalón en la vida de las poblaciones. Este acto nuestro tiene un alcance mayor, una significación de afirmación de un resurgir. No le venimos a ofrecer al Gran Capitán flores ni palabras; le venimos a ofrecer hechos, hechos de nuestra Historia; a asegurarle la continuación de la historia gloriosa que él inició cuando en las tierras de España o en los campos de Italia abría una nueva era del arte militar, en que las banderas de España, cargadas de gloria, y los nombres de nuestros capitanes y el poder de nuestros soberanos eran respetados como lo más grande y glorioso que en Europa existía.

Paralelismo de tiempos, nos decía el heroico general Muñoz Grandes; paralelismo de tiempos, si, y paralelismo en el pacto de la unidad. Lo mismo que en aquella España dividida, que en aquella España de Enrique IV, llena de rencillas y de plena decadencia, con la unidad de los Reyes Católicos surgió la España grande de los gloriosos capitanes de nuestra Historia, de nuevo en los tiempos contemporáneos, ante aquella decadencia de la nación española, ante aquellas divisiones y aquellas rencillas, nació con nuestra unidad también una nueva era de la vida de España, la de otros gloriosos capitanes, la de nuestros hombres, de nuestra juventud, que no son distintos de los caballeros o los pecheros que formaban en las banderas del Capitán glorioso. Son los hombres de siempre, los de nuestra Cruzada, de los tiempos tristes o gloriosos, del soldado recio dispuesto a sacrificarse y a asombrar al mundo con su gloria. Sus banderas, aunque lleven hoy otro color, son, como las de ellos cargadas de gloria, las que seguían los tercios de Flandes, vencedoras; los soldados del Gran Capitán en Venecia, o en Calabria; las de tantos grandes capitanes; que si Gonzalo de Córdoba recogió el fruto y la gloria de aquella etapa, hubo un Antonio de Leiva y un Pedro Navarro, cientos de hombres gloriosos. Igual sucede hoy; que si yo recojo la gloria de esta etapa de España porque me correspondió el peso del caudillaje, otros nombres gloriosos me acompañaron: los de nuestros capitanes de hoy y los de los que dejamos en el camino por las tierras, por los campos y por las campañas de todo orden.

La figura del Gran Capitán no es una figura que nazca esporádica en medio de una nación; es el fruto natural, el fruto claro de las horas de plenitud. Si el Gran Capitán abrió al mundo una era nueva en el arte militar es porque el Gran Capitán había combatido desde su más tierna infancia, por el Gran Capitán era el capitán que luchaba en todos los tiempos y en todos los empleos; era el alférez en los tercios de la causa de Isabel contra la Beltraneja, era el capitán adelantado de las fuerzas que toman Loja y Granada, era la superación lógica y natural del hombre de la guerra, era el hombre que conocía de las algaradas y emboscadas, que sabia de la táctica y el arte militar, que conocía de los resortes y de ,los efectos de la sor- presa, que tenía corazón y valor para lograr el triunfo, pero era también el hombre de la prudencia. Y es que cuando los ejércitos luchan y practican, cuando se pasa una vida ante la realidad, como se la pasó el Gran Capitán, surgen los grandes capitanes.

Tiempos paralelos fueron los nuestros de Marruecos. Aquella hostilidad decadente que las Internacionales y los elementos extranjeros ¡trataban de infiltrar en nuestra juventud cuando nuestros soldados cumplían una misión civilizadora en Marruecos, pocos eran en España entonces capaces de comprender que en aquella guerra pequeña, en aquella guerra chica, se estaban forjando nuestros capitanes, creando una soberbia escuela de energía, los futuros conductores del mañana, y cuando España los necesitó le dio el plantel de jefes, oficiales y generales que la condujeron a la Victoria, difícil sin aquella escuela de táctica, aquella escuela de energía y de fe que constituyeron nuestras campañas africanas, donde, si lentamente íbamos dejando lo mejor de nuestras promociones, se forjó el instrumento que un día habría de traer aquí, a los pies de la estatua del Gran Capitán, nuestros pendones cargados de gloria a hacerle la ofrenda de la continuación de nuestra Historia, a darle la seguridad de que esa Historia no se tuerce porque, como decía el general Muñoz Grandes, hay un Ejército que la respalda y una juventud que quiere conseguirla... 

¡Arriba España!


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