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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1955.


 
Declaraciones al periódico «Arriba»

27 de febrero de 1955.

- Mi General: Con motivo del recuerdo que en el aniversario de Don Alfonso XIII se dedica a los Reyes de España, desearía hacerle unas preguntas para nuestro diario. ¿No cree Vuestra Excelencia que conviene, cuando la ocasión lo justifica, hablar serenamente de la Monarquía y aclarar conceptos que contribuirían a colocar las cosas en su lugar?

«Aunque por lo vitalicio de mi Magistratura, es de esperar nos queden todavía muchos años por delante y el interés inmediato del asunto se diluya en el tiempo, desde luego, lo considero conveniente, si se hace con sinceridad y espíritu constructivo, pues, de otro modo, podría resultar contraproducente por las réplicas naturales que se provocarían si, aparentando defender la institución, se pretendiese hacerlo de los errores y defectos que la arruinaron.»

- De esto tratamos precisamente: de apoyarnos en su autoridad para poder orientar a las generaciones nuevas sobre aquello que, por no haberlo conocido, llega hasta ellas completamente deformado. ¿Quisiera decimos Vuestra Excelencia algo a este propósito?

«Me parece muy oportuno. No en vano la juventud constituye la gran esperanza de nuestro futuro, y, precisamente por patriótica, generosa y sencilla, su ardorosa buena fe le lleva siempre a reaccionar con espíritu vehemente frente a las desgracias de la Patria, y es necesario que esté despierta para que la malicia no pueda en esto, como en tantas otras cosas, el lograr sorprender su ingenua buena fe. Sobre todo, cuando el enemigo acecha y todavía flotan en el ambiente aquellos viejos tópicos con que la propaganda revolucionaria vino minando nuestra institución secular. Arrojando culpas contra las personas se pretendía responsabilizarlas en las desgracias acumuladas sobre la Patria por la conspiración revolucionaria, a la vez que se le totalizaba en la cuenta de la vieja institución.»

-¿No cree Su Excelencia que los fallos y los errores de las personas reales hayan tenido influencia importante en nuestras desgracias?

«En las épocas de los poderes absolutos, en que las personas lo eran todo, sí; pero cuando los regímenes están instituidos con organismos adecuados para salvar las crisis, las personas, aun siendo mucho, tienen bastante menor trascendencia, pues cuando éstas fallan el sistema debe funcionar poniéndole remedio.»

- Sin embargo, Vuestra Excelencia parece reconocerle importancia trascendental a la formación y cualidades de las personas.

«Efectivamente, y precisamente por reconocerlo, y ante los posibles fallos que la parte humana de las personas puede siempre ofrecer, perseguimos el que la institución sea más fuerte que las personas y que el propio sistema nos garantice contra los posibles defectos de la herencia. Muchos de los lamentables sucesos históricos que hasta nosotros llegaron pudieron ser evitados si hubiera existido la pieza indispensable de un Consejo del Reino que, con su sabiduría y autoridad, hubiera. resuelto la crisis de las personas.»

- ¿Hubo, en realidad, crisis que las personas en el reinado de Don Alfonso XIII y de su augusta madre?

«Creo que todos vamos estando en España conformes de que lo que en él hubo fué crisis de todo un sistema. Frente a las campañas de difamación que vinieron haciéndose contra las personas para destruir la Monarquía, y los vicios y defectos del propio sistema, poco podían el patriotismo y la buena voluntad de las personas. De todas aquellas calumnias con que se intentó minar su prestigio nada se pudo demostrar en los cinco años de República.»

- ¡Qué actualidad tan grande tendría que Vuestra Excelencia, que vivió más intensamente la vida de España en aquélla etapa, quisiera, con su autoridad, decirnos en esta fecha algo de su juicio personal sobre Don Alfonso XIII!

«Lo haré con mucho gusto, pues juzgo sería una injusticia que las generaciones que no le conocieron, aceptando tópicos revolucionarios, pretendiesen cargar sobre su figura o la de su augusta madre aquellos males que bajo sus reinados la Patria sufrió, y que no estaba en sus manos el evitar.

El haber nacido bajo el signo de la Monarquía constitucional y parlamentaria, convertida de hecho en una República coronada, con la irresponsabilidad legal de los Monarcas, fatalmente les tenía que llevar a presidir los acontecimientos a que los sistemas demoliberales conducen. Educado, como tantos príncipes para esa misión, a prescindir de su voluntad. y ser sujeto pasivo e irresponsable en los acontecimientos, sus buenas cualidades forzosamente habían de perderse en los mares revueltos de los egoísmos, de las concupiscencias y de tas pasiones de los partidos.

Si al hombre más destacado de su época le hubieran colocado a los dieciséis años a presidir los destinos de la Nación, ¿cuántos errores y ligerezas hubiera cometido? Sin embargo, en Don Alfonso XIII brillaron la prudencia y el buen sentido, y nada importante puede en ese orden reprochársele. El mismo suceso que sirvió de argumento a los viejos políticos despechados para destronarle: el haber aceptado el hecho de la Dictadura del general Primo de Rivera, otorgándole su confianza, constituyó el acto más popular y los años más fecundos de su reinado.

Los que sin implicaciones políticas ni cortesanas le conocimos y lealmente le servimos somos testigos de excepción de sus virtudes y grandes afanes, malogrados por la ineficacia de todo un sistema.»

- Dos cosas hay, sin embargo, que los españoles no aciertan a comprender: la separación de Primo de Rivera y el abandono y salida de la Nación del último Monarca. ¿Cómo pueden explicarse?

«Esos actos forman parte de todo, un proceso político encadenado. La honda crisis del régimen político constitucional y parlamentario, y su incapacidad para gobernar, hicieron necesaria la Dictadura. El propio general la anunció a su llegada como un paréntesis dentro de aquel régimen, y así acabó siendo. Ni unos ni otros se apercibieron que la Dictadura no podía ser un paréntesis, sino un puente que había de conducimos a otro sistema, que, devolviéndole a la institución monárquica su virtualidad y liberándola de sus muchos defectos, hiciese posible el progreso y el buen gobierno de la Nación. Al no haberlo acometido a su tiempo hizo que cuando se intentó le faltasen al general el ambiente y los apoyos para realizarlo; su estado de salud, la vacilante asistencia del Ejército y su dimisión permitieron que las intrigas y ambiciones de los viejos políticos, con apariencias de servir a la opinión pública, abriesen las puertas a la revolución.

No creo sea aventurado decir que en cada momento Don Alfonso XIII intentó servir a la opinión pública a través de las agrupaciones políticas que el país le ofrecía, sacrificando su opinión personal.

Su marcha fué la última consecuencia de todo aquel sistema. ¿Qué otra cosa le cabía hacer en el desamparo en que le dejaron, y de que son exponente estos detalles: desasistencia de sus ministros militares y de las autoridades regionales y provinciales; afirmación de su último presidente del Consejo, ante las noticias de las elecciones, de que «¡España se había acostado monárquica y amanecido republicana!»; aquélla otra de un duque con pujos de político clarividente que sentenciaba en Palacio «¡que la Monarquía, desde aquel momento, era facciosa!», o aquélla otra reunión insólita en la residencia de otro prestigioso duque, en la que se pactó la entrega del Poder real a los revolucionarios? ¿Con quiénes podía contar el Monarca en aquellos tristes momentos? Si su marcha constituyó un indudable error, la responsabilidad cae sobre las clases dirigentes de la Nación, que le desasistieron o que le abandonaron. El sistema se derrumbaba ante la indiferencia de la Nación porque le habían dejado vacío de contenido. A Don Alfonso XIII le tocó ser la víctima.»

-¿Cree entonces Vuestra Excelencia que en aquélla etapa pudo haberse virtualizado la Monarquía?

«Desde luego. En condiciones mucho más difíciles nosotros venimos demostrándolo. Si el sistema liberal y parlamentario había demostrado en siglo y medio de desdichas ser incapaz de resolver los problemas de la Nación y de conducirla por el camino de su resurgimiento, no bastaba suspenderlo: había que sustituirlo, aboliendo para siempre sus vicios y defectos y buscando en las organizaciones naturales de la Nación el encuadramiento de los hombres y sus representaciones políticas, cambiando el marco de la vieja Monarquía por las nuevas aristocracias del saber, de las armas, del trabajo y de los servicios a la Nación; persiguiendo el interés del pueblo y su bienestar social, como había hecho la Monarquía española en el correr de sus mejores tiempos, renovando el Estado y convirtiéndole en activo y diligente, que viviendo la inquietud general del país y compartiendo sus anhelos y sus dolores, le devolviese la confianza del pueblo, que nunca debió faltarle.»

- ¿Considera Vuestra Excelencia que la instauración de una rama dinástica puede dar, en su día, más fortaleza y continuidad al Régimen?

«El Régimen que con la Cruzada alumbramos tiene tanta fuerza y virtualidad en sí mismo, que tiene ya bien demostrado ser él el que vitaliza toda la Nación; mas definida ésta como Reino y refrendada la ley que regula la sucesión en la Jefatura del Estado, hemos de reconocer que a aquélla eficacia y virtualidad propia vienen a unírsele la fuerza de continuidad que entraña la institución tradicional que, a través de la Historia de los últimos siglos, le permitió, con todos sus defectos, superar los tiempos y reinados más desdichados; sin embargo, es premisa indispensable para ello la identificación más absoluta de las personas con el Movimiento.»

- En el sistema que para el futuro se establezca, ¿quedan suficientemente aseguradas, con la idoneidad de las personas y la continuidad del sistema, las esencias y doctrinas del Movimiento Nacional?

«Las leyes, por sabias y previsoras que puedan ser, no alcanzan, sin embargo, virtualidad para asegurar por sí mismas un régimen si éste no estuviese enraizado en la opinión de la Nación y no interesase a todos el conservarlo. No es éste nuestro caso, ya que nuestro Régimen y su ideario constituyen la expresión de la voluntad de la Nación conquistados con su sangre. Bajo su signo superamos los años más difíciles de la vida de España. Su eficacia decisiva, tanto en la guerra como en la paz, lo mismo en las batallas exteriores que en las interiores, ya sean éstas políticas, económicas o sociales, le imprimen una fortaleza como no ha alcanzado jamás ningún otro sistema político. Por todo ello podrá perfeccionarse, pero nunca torcerse ni desvirtuarse.

Partiendo de la unidad política indispensable a la futura vida de España, definida y promulgada en los primeros tiempos de la Cruzada, en las leyes que posteriormente a la Nación propusimos y ésta refrendó, se persiguen y garantizan, en cuanto es humanamente previsible, aquellos fines.

No hay que olvidar que el Consejo del Reino, pieza sustancial de nuestro sistema, llamado a intervenir no sólo en la sucesión, sino en las resoluciones de la exclusiva competencia del Jefe del Estado, es la representación más fiel de la Nación en cada momento. En él están representadas las Cortes, por su Presidente; la Iglesia, por una de sus más altas jerarquías; los Ejércitos, en el general más caracterizado; el Movimiento político, con la representación de su Consejo Nacional; la Justicia y las leyes, por sus supremas magistraturas; la intelectualidad, en la representación de las Universidades y profesiones liberales; las fuerzas productoras, con sus Sindicatos, y el pueblo en general, en el de sus Ayuntamientos.

Por otra parte, la institución de la Regencia previene el vacío que, en su caso, pudieran un día dejarnos las personas; pero, sobre todo ello, está la voluntad del pueblo español y la firme decisión de las generaciones depositarias del ideario de nuestra Cruzada para que no puedan desvirtuarse las esencias religiosas, políticas y sociales de un Movimiento a tan alto precio alumbrado.»

- Una última pregunta, mi General. Vuestra Excelencia conoce cómo se especula fuera de las fronteras con una supuesta frialdad de la Falange hacia la Monarquía, así corno con la disidencia tradicionalista de los partidarios de un príncipe francés. ¿Querría decimos Su Excelencia algo que salga al paso de estas especulaciones?

«Aunque tengan poca importancia, no me parece mal. el. desvirtuarlas con nuestra aclaración, pues aunque debe preocuparnos poco lo que se diga fuera de las fronteras, que si no especula con esto, en su eterna mala fe, especulará con otra cosa, creo, sin embargo, tiene un especial interés para los de dentro. Hemos de tener en cuenta que más de la mitad de la Nación sabe muy poco de la Monarquía, juzgando muchos de ella por lo que hasta ellos ha llegado de sus últimas etapas de decadencia. Esto puede justificar la frialdad hacia la institución de una gran parte de las generaciones jóvenes Y que a la Monarquía no se vaya por sentimientos espontáneos, sino por un movimiento reflexivo de conveniencia para la Patria, por repudio de lo republicano y por fidelidad a la tradición y a nuestra mejor Historia.

Que en todo régimen político, y más en uno tan vasto como el nuestro, han de ofrecerse matices de pensamiento en lo secundario es cosa natural, y que existan incluso quienes, por amor a lo presente y desorientados por lo que personalmente creen percibir, estimen que la Monarquía no es indispensable, también es muy posible. Lo importante es la identificación en lo principal, en el ideario de nuestro Movimiento, y a esa unidad sacrificamos todos gustosos esas pequeñas diferencias de apreciación. Lo que para nosotros es vital y en lo que todos estamos conformes es en el contenido, en la perpetuación de lo conquistado y en que no pueda interrumpirse nuestra marcha ni ponerse en peligro las esencias político sociales de nuestro Movimiento.

Este interés de la Falange por su doctrina, ese espíritu tenso que nos ofrece siempre alertado a cerrar las filas contra los vicios y las taras de las viejas instituciones, es lo que fuera de España no saben comprender. Si esto encontraría siempre en la Falange sus más encarnizados: enemigos, por el contrario, el Reino que nosotros definimos encontrará en sus filas sus más firmes y fieles servidores.

No debemos olvidar que a la más pura tradición monárquica responden el yugo y las flechas, adoptados desde los primeros tiempos por la Falange para su emblema, el mismo que los Reyes Católicos utilizaron como símbolo de los años trascendentes de su reinado. La inicial de nuestra egregia Soberana la Reina Católica, hoy día galardón con que se premian servicios de nuestra Sección Femenina. La fe inquebrantable en ella de los sectores tradicionalistas integrados en el Movimiento y la experiencia y nobles reacciones que los desdichados años de República provocaron en el ánimo de tantos buenos españoles, caracterizan expresivamente la ideología de nuestro Movimiento.

Respecto a esos tradicionalistas a que la Prensa extranjera alude, y que nos presentan como seguidores de un príncipe extranjero, no pasa de ser la especulación de un diminuto grupo de integristas, apartados desde la primera hora del Movimiento, sin eco en la Nación. Lo que interesa de verdad a los miembros que pertenecieron a la vieja Comunión son el contenido y las esencias de esa Monarquía por la que lucharon en tres guerras y que mantuvieron con fidelidad durante más de un siglo, y que están encarnados hoy en nuestro Movimiento, como así reconoció en nuestra Cruzada, en carta que me dirigió el propio príncipe francés a que hoy aluden.»


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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