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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1955.


 
Discurso pronunciado, en Burgos, durante el acto de inauguración del monumento al Cid Campeador.

24 de julio de 1955.

Burgaleses y españoles todos:

Sólo unas palabras para cerrar este acto, pues sobran las palabras cuando la Historia habla. Y en este Burgos histórico claman las piedras, hablan los templos, evocan los hombres de los lugares y a su conjuro la tierra y el alma se estremecen. España entera se asocia a, este homenaje que la ciudad de Burgos dedica a esta figura egregia del Cid Campeador, símbolo de la reciedumbre y del Señorío de una raza.

Es significativo que se rinda este homenaje en nuestros tiempos, que se hayan dejado transcurrir los siglos y que, después de una era en que tantas estatuas se levantaron a figuras insignificantes, permaneciesen sin ellas los forjadores de su unidad, de su nacionalidad y de su Imperio, y que del extranjero haya venido muchas veces la valoración de nuestros grandes hombres.

Burgos da ejemplo, con este recuerdo. al que sin estatua fué tan grande que su fama pasó de boca en boca a través de los siglos hasta nosotros.

El Cid es el espíritu de España. Suele ser en la estrechez y no en la opulencia cuando surgen estas grandes figuras. Las riquezas envilecen y desnaturalizan, lo mismo a los hombres que a los pueblos. Ya lo vislumbraba nuestro genial escritor y glorioso manco en su historia inmortal, en la pugna ideológica del Caballero Andante y del escudero Sancho. Lanzada una nación por la pendiente del egoísmo y la comodidad, forzosamente tenía que caer en el envilecimiento. Así pudo llegarse a esa monstruosidad que hace unos momentos se evocaba de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid. ¡El gran miedo a que el Cid saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones! ¡Que surgiera de nuevo el pueblo recio y viril de Santa Gadea y no el dócil de los trepadores cortesanos y negociantes!

Este ha sido el gran servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro Movimiento: el haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser.

Que esta egregia figura, asentada en esta capital histórica, cabeza de Castilla, sea, con el recuerdo de la España eterna, el símbolo de la España nueva. En él se encierra todo el misterio de las grandes epopeyas españolas: servir a las nobles empresas; tener el deber como norma; luchar en el servicio del Dios verdadero y, sabiendo que hemos de morir, preferir la muerte gloriosa.

Españoles todos:  

¡Arriba España!


   ATRÁS   



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