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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1956.


 
Declaraciones al corresponsal del «Daily Mail» en Madrid.

28 de enero de 1956.

- Excelencia: En una interviú que me concedió en noviembre de 1951 bosquejó una fórmula para la solución de la cuestión de Gibraltar, por la cual Gran Bretaña podría tomar en arriendo de España aquel puerto. ¿Tal arreglo satisfaría por completo las reivindicaciones de España, disipando todas las causas de desacuerdo entre los dos países y asegurando así mejor las relaciones en el futuro? ¿Tiene S. E. razón alguna para modificar aquélla propuesta o ha elaborado algún proyecto a la luz de acontecimientos más recientes?

«Hoy como entonces, creo que se pueden encontrar fórmulas que permitan armonizar las necesidades que Inglaterra todavía pueda sentir en el orden naval, hoy comunes para todo Occidente, con la restitución de la soberanía de Gibraltar a la nación española. El arriendo temporal de la factoría naval u otra fórmula parecida a los acuerdos establecidos entre España y la nación americana podrían resolver las necesidades inglesas.

La subsistencia de Gibraltar en la situación actual que padecemos es contraria al espíritu de la nueva Europa.

El hecho formal de la devolución de la soberanía disiparía, evidentemente, las causas principales de desacuerdo entre nuestros dos países, ya que, por lo demás, todas las circunstancias de la naturaleza y de la vida de relación invitan a nuestras naciones a un entendimiento, y es doloroso que por arrastres y resabios de una vieja política imperial, a la que no responden ya las realidades, se perpetúen las causas de fricción y desacuerdo entre nuestros dos pueblos.»

- Sin embargo, V. E. conoce que hay todavía quienes, en Inglaterra, creen que el Peñón conserva un cierto valor y su nombre constituye todavía para ellos algo evocador, que intimida, sin duda, a los gobernantes. ¿Cuál considera V. E. el camino más fácil para disipar estos recelos?

«Presentarles la cruda realidad del problema. El pueblo inglés pasa por ser un pueblo práctico y, en lo que puede, justo. Si una parte de la opinión inglesa puede pensar como usted indica es porque, sin duda, desconoce cómo se adquirió la posesión de Gibraltar y lo que la Roca representa en la actualidad para cada una de nuestras naciones. Lo que para nosotros es una cuestión de honor y de dignidad nacionales se vuelve para Inglaterra en una acusación viva que despierta el sentimiento de toda una nación.

Si juzgamos del orden práctico, hemos de poner en los platillos de la balanza el pro y el contra de la conveniencia británica. De un lado, el escasísimo valor militar de la Roca, su situación, enclavada en la boca interior del Estrecho, sin red posible de acecho, con sus elementos vitales amontonados en escasa área y rodeado de un territorio hostil a la permanencia de esta situación, que convierte la base en una ratonera para la sepultura de una escuadra más que en un punto vital en que apoyarse. Si en el otro platillo ponemos el valor estratégico de toda la nación española, a caballo de los dos mares, dominando en amplísima zona el Mediterráneo y el Estrecho; sus magníficos y numerosos puertos y aeródromos, defendido por altas cadenas de montañas, todo ello guarnecido por un pueblo duro y tenaz, que demostró recientemente encontrarse en su mejor forma, y asimismo la actual necesidad imperiosa de una mayor compenetración y asociación entre los pueblos del Occidente, se convencerán de la completa diferencia de peso entre los dos platillos de la balanza.

Es necesario que el pueblo inglés se convenza de que los objetivos de las naciones no son hoy ya los mismos de ayer. La guerra ha rebasado el viejo marco de la lucha entre naciones, para considerar ahora los conflictos entre grandes agrupaciones de naciones que ocupan extensas áreas geográficas. Ser vecinos y estar enclavados en un determinado sector del mundo empuja a los pueblos a la amistad y no a las viejas rivalidades, Al peligro y la suerte comunes hay que sacrificar los viejos tópicos. La antigua política exterior inglesa de anulación de España ya no tiene razón de ser, y Gibraltar, que constituyó un día una baza inglesa contra Francia y España, pues dominando la comunicación entre sus dos mares podía impedir la concentración de sus medios navales en cualquiera de ellos, no es necesario a Inglaterra ni podría cumplir hoy este objetivo, tanto por haber perdido su real valor militar como por no ser ya nuestro interés antagónico, sino común, y estar llamados nuestros esfuerzos a ser sumandos de una misma suma.

Si, por otra parte, Gibraltar pudo ser un día un eslabón importante de la cadena de posesiones inglesas que asegurara el camino del Imperio, hoy todo cambió. Ni el Mediterráneo es ya un lago inglés ni la seguridad de sus rutas se garantiza sin la cooperación eficaz de las naciones ribereñas. Su colaboración y su asistencia son indispensables.

Tan claras son estas razones que acabarán imponiéndose, y entonces habrá de arrepentirse del tiempo que se perdió y de los rencores y desvíos que se habrán continuado acumulando entre nuestras naciones. El interés en poder borrar aquel pasado debiera ser más de ustedes que nuestro.»

- Si V. E. considera las cosas tan claras, ¿a qué atribuye que no se haya ya solucionado este problema?

«A lo apegados que son los políticos ingleses a las viejas tradiciones, lo que les hace ser siempre lentos en la evolución, y -¿por qué no decirlo?- al sectarismo y a las pasiones políticas que, aprovechando el período revuelto de la posguerra, se desataron contra nuestro Régimen, y que, sin duda, cohíben a los hombres políticos en sus resoluciones. Sobre la base de las pasiones que la guerra desató, y olvidando los servicios que nuestra neutralidad prestó a la causa de los aliados, se buscó disculpa en las diferencias ideológicas de nuestros respectivos regímenes para pretender justificar una política inamistosa, incompatible con el derecho soberano de cada pueblo, olvidando que no cabe paz ni amistad sin ese mutuo respeto consagrado al correr de los años por la propia política de Inglaterra. Bien recientemente, pese a la diferencia de sus regímenes y a cuanto allí pasó y continúa pasando, Inglaterra ha sido aliada de Rusia.

Cuando la situación general o el interés de la nación lo demanda, Inglaterra viene practicando cambios en la situación de los territorios bajo su dominio. En los últimos años ha concedido la independencia a extensos y ricos territorios que constituían parte importantísima de su Imperio y que incluso se consideraban esenciales para la vida económica de los ingleses.

¿Qué representan al lado de esto las dificultades que pueda ofrecer el entendimiento con España y la devolución de una Roca injustamente retenida, sin población inglesa ni valor militar apreciable?»

- Con la entrada de España en la O.N.U. es lógico suponer que, a su debido tiempo, se le pedirá que contribuya a la N.A.T.O. En tal caso, ¿cuál sería la amplitud de la colaboración militar y naval de España a las fuerzas europeas a disposición permanente de las potencias occidentales con el fin de oponerse a cualquier posible agresión comunista? 

«Muy compleja es la pregunta, pues aunque España haya ingresado en la Sociedad de Naciones, que persigue fines pacíficos, y participe desde hace muchos años de la inquietud general del Occidente, adelantándose a ella, como lo demuestran su Pacto Ibérico con Portugal y los acuerdos posteriores sobre bases con los Estados Unidos, sus obligaciones formales son las que dimanan de esos acuerdos, que a la vez que atienden a la seguridad de las naciones concertantes sirven y favorecen a la defensa general del Occidente. Aunque nosotros no rehusamos nuestra cooperación a esta defensa, no deseamos que se dé ocasión ni disculpa para que, por conveniencias más ajenas que propias y sectarismos políticos de partido, podamos ser objeto de discusión u ofensa.

Mi solidaridad y espíritu europeo los demostré antes de terminar la última guerra universal, al ser el precursor de la necesidad de una asociación del Occidente frente a los peligros que iban a amenazarle. Así lo expresé en aquélla carta que envié en los últimos tiempos de la guerra a mi embajador en Londres para conocimiento del señor Churchill y su Gobierno, y que aquél no supo o no quiso comprender ni apreciar.»

- Su Excelencia estará al tanto de la preocupación que sentimos en Gran Bretaña producida por la situación de nuestro comercio de exportación. ¿Puede S. E. sugerir alguna orientación acerca del modo de estimular los intercambios comerciales entre España e Inglaterra?

«Por los problemas que a España se le presentaron en su comercio exterior en los últimos años puedo comprender mejor los que hoy afectan al comercio de exportación de su país. Al crecer la población de las naciones y disminuir los márgenes que el mundo colonial venía ofreciéndoles, hoy son ya pocas las qué no necesitan cuidar su balanza de pagos con el exterior. Si a esto unimos la falta de estabilidad de muchas monedas como consecuencia de la guerra pasada, veremos notablemente limitado el campo de los intercambios comerciales, quedando reducidos en una gran parte de los pueblos a los derivados de los acuerdos comerciales directos, sin poder realizar los que antes se hacían normalmente a través de las monedas estables.

La realidad y la necesidad obligan hoy a los países a comprar a quienes les compran. De ahí la restricción de las importaciones que se consideran menos necesarias, con lo que se pretende muchas veces nivelar una balanza, pero que también produce efectos contrarios a los que se buscan, pues al privar de su poder de compra al país exportador éste orienta su exportación y compras hacia otros mercados.

Yo estimo que es posible aumentar los intercambios del mundo en general y los de España con Inglaterra en particular, pues nuestro crecimiento de población y la elevación del nivel de vida que las masas españolas vienen logrando ofrecen una perspectiva halagüeña de una demanda progresiva de más productos de importación. Dadas las características complementarias en muchos aspectos de nuestras producciones, creo que la buena voluntad y las facilidades mutuas permitirían intensificar bastante más nuestro comercio directo e incluso realizarlo con terceros países. Pero para esto, como para todo lo que requiera una labor conjunta, es necesario que reine la confianza mutua.»

- ¿Quiere S. E. decirme algo más para los  ingleses?

«Sí; que el hecho de que España demande lo justo no quiere decir que el pueblo español no quiera ser amigo de los ingleses. Nuestro concepto de la amistad requiere lealtad recíproca y juego limpio. Es lo que España pide a sus amigos.»


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