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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1956.


 
Discurso en el acto de apertura de las conversaciones Hispano-Marroquies.

06 de abril de 1956.

Majestad: 

Comparto vuestra satisfacción por este encuentro feliz que vuestra visita nos permite, que ha facilitado el que el pueblo español pudiera rendir homenaje de admiración y simpatía a cuanto vuestra persona en estos momentos representa, y que, abriendo paso a nuestra amistad personal facilite abrir esta negociación para dar carácter formal al reconocimiento de la independencia de Marruecos proclamada por Vuestra Majestad, y que abrirá, sin duda, nuevos horizontes a la relación y colaboración entre nuestros pueblos con provecho positivo para ambas naciones.

Este acto constituye el final de una etapa en que España fué consecuente con su tradicional política de respeto a la personalidad internacional marroquí, pues en el ejercicio de su acción protectora ha podido evitar que esta acción pudiese ser adulterada o se pusiese al servicio de fines distintos para el que fué instituida.

Cuando, hace cuarenta y cuatro años, España, como consecuencia de los acuerdos internacionales que otros decidieron a su espalda, aceptó la responsabilidad de restablecer la autoridad del Sultán y con ella la paz, el orden y el progreso en los territorios del Norte de Marruecos que por vecinos a nuestra nación se le habían reservado, lo hizo para evitar que otra nación pudiera sustituirla, y se hacía cargo de la temporalidad de la misión que recibía y de los sacrificios de todo orden que para la nación española había de representar.

Por ello, cuando, transcurridos treinta años de paz ininterrumpida, los anhelos del pueblo marroquí se ven consagrados por la proclamación que el Sultán de Marruecos ha hecho de su independencia, la nación española pone toda su voluntad y su espíritu de servicio para hacerla efectiva.

Constituyó siempre un anhelo de los marroquíes el ver unido lo que, en hora desgraciada para ellos, los poderosos habían separado, y hemos de congratularnos que esa división administrativa, pues la sustancial nunca la perdió, haya podido servir en una hora difícil para Marruecos para que el pueblo marroquí y la nación española hayan podido mostrar su fidelidad al Sultán y su repulsa ante la vulneración de los tratados y el atropello de sus derechos. Por ello, no seriamos fieles a los sentimientos de hermandad que hacia los marroquíes abrigamos si no renovásemos en esta ocasión nuestra voluntad de respetar la unidad del Imperio y poner los medios para que pueda hacerse efectiva.

Mi Gobierno confía que el pleno y efectivo ejercicio de la soberanía del Sultán sobre su territorio ha de dar al pueblo marroquí la gran oportunidad para volver a ser dueños de sus destinos. Una independencia sin auténtica soberanía de Marruecos no respondería al espíritu de los tratados en los que la unidad del Imperio y la soberanía marroquí son términos inseparables.

Al cruzar por los aires sobre nuestra nación habréis, sin duda, percibido que no hay apreciable diferencia entre las características de los territorios de nuestros dos países. La flora y la fauna de nuestra geografía son una continuación de las que en vuestro país tenéis. Y hasta quiso la Providencia que unos mismos mares bañaran nuestras costas.

La misma analogía encontraréis entre nuestros hombres, que de sus encuentros y convivencia a través de la Historia conservan afinidades que el tiempo no ha podido borrar. Así, nuestra valoración común de lo espiritual, nuestro amor y culto ante el heroísmo, la práctica de la caballerosidad y la fidelidad a la palabra empeñada, características que adornan a los individuos en uno y otro pueblo. Esto explica que de mi convivencia con el pueblo marroquí durante períodos dilatados de mi vida haya nacido el amor que hacia vuestro pueblo siento y que comparten cuantos hemos servido en la honrosa empresa de devolver a vuestro país la cultura y civilización que, a su vez, en días ya lejanos, vuestros antepasados nos trajeron y que tan importantes monumentos y recuerdos dejaron en nuestra nación y en nuestra lengua.

Ligados así España y Marruecos por la vecindad de sus territorios y los estrechos vínculos de amistad que nuestra convivencia estableció a través de la Historia, los intereses comunes de los dos países han de definirse en una estrecha relación de cooperación, que no sería posible si no gozaran de igual grado de libertad para discernirla y si el desenvolvimiento de las instituciones no respondiese en el futuro a una inspiración autóctona, libre de intromisiones ajenas.

Por tal motivo, el Gobierno español ha de dar al Gobierno marroquí las facilidades y asistencias para que estos dos supuestos de unidad y libertad soberana puedan lograrse plenamente. Recobrada así la decisión de su futuro por el Imperio marroquí, nos hace vislumbrar un porvenir en el que la emancipación de los otros pueblos mediterráneos y su ascensión en el orden económico y cultural permitía que las naciones asentadas en las riberas de nuestro mar latino puedan guardar y defender por sí y en armonía la paz, el orden y la libertad de sus comunicaciones.


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