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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1957.


 
Discurso a la VI Asamblea de Hermandades de Campesinos.

11 de mayo de 1957.

Campesinos y labradores: 

Solamente unas palabras, porque mis muchas ocupaciones no me permiten preparar una oración que pueda comprender todos los pormenores e inquietudes con que sigo vuestras tareas; me limitaré, pues, a saludaros, a agradecer vuestra confianza y adhesión, reconocer la importancia de vuestras tareas y alentaros en esta obra general de asociación, en estos trabajos en que los campesinos, los labradores y los ganaderos estudian sus problemas y presentan sus conclusiones a la Nación y a su Gobierno, pidiendo aquello que creen más beneficioso para el campo y para el país.

Problema arduo es el que os concentra en esta Asamblea. Otra cosa hubiera sido si la marcha y evolución del campo hubiesen sido paralelas a la marcha y al progreso de la ciudad, si no hubiéramos padecido siglo y medio de liberalismo y de abandono; si el campo español no se hubiese encontrado en el estado de atraso, de falta de asociación, de cooperación y de organización que padece desde hace siglo y medio.

Esta Asamblea, como las otras cinco que la precedieron, tiene una honda significación: representa el despertar del campo español. Si el Movimiento Nacional no hubiera hecho más que despertar al campo español y engendrar fe en el mismo, fe en su organización y en un destino mejor, ya hubiera hecho bastante, porque los campesinos españoles y la agricultura española constituyen más de la mitad de la Nación, y si nosotros queremos que ésta progrese, si aspiramos a una España grande y si queremos una España libre, tenemos que levantar al campo español de la rutina y de la miseria en que había caído. Esto os explicará cómo no se puede en cinco o diez años superar todas las cuestiones abandonadas durante más de un siglo. Pero para ello es necesario, además, la cooperación de todos; se requieren la fe y el esfuerzo de todos, porque vosotros, que estáis en batalla constante con la tierra fatigada después de ser explotada más de mil años; que sufrir la degeneración de las especies ganaderas, abandonada su selección también durante muchas décadas, sabéis que eso no puede cambiarse en pocos años, que hacen falta grandes, continuados y dilatados esfuerzos para que pueda variarse.

Se refería el Ministro y camarada Solís, hace unos momentos, a aquellos que se rasgan las vestiduras, y se asustan ante estas concentraciones campesinas cuando claman y piden ayuda y justicia. A nosotros no solamente no nos asustan, sino que, al contrario, nos agradan, nos llenan de satisfacción, porque demuestran que España se ha puesto en marcha y que España empieza a marchar.

Que se ponga calor humano, que se ponga pasión en los problemas que son base y entraña de la vida campesina, es lo más natural, que la gente discuta y aun que la gente se acalore; pero, ¿es que los campesinos españoles, que la agricultura española, no ha venido demostrando a través de los años su paciencia, su patriotismo, su hombría de bien, el sacrificio casi permanente de su interés? Una cosa es que tengáis anhelo. Que lo sirváis con pasión, que elevéis vuestras peticiones, que establezcáis para ello el diálogo, y otra muy distinta que todo pueda conseguirse y realizarse en veinticuatro horas. Lo importante es que podáis sostener vuestro diálogo entre las representaciones campesinas y los hombres del Gobierno, entre las realidades prácticas que vosotros representáis y los técnicos del Estado, en la seguridad de que de ese diálogo, de esa asociación, se lograrán bienes que se derramarán por toda la Nación, para vosotros directamente y para el resto de España indirectamente. De la elevación de la agricultura, de la dotación y mejora del campo, sólo ventajas se obtienen por toda la Nación.

Todos los españoles somos solidarios, estamos embarcados en la misma nave, tenemos un solo porvenir y, por tanto, no han de ser las peleas y las rencillas ni los resquemores los que se produzcan; ha de ser el diálogo noble el que presida el análisis de los problemas para buscarles una solución justa y equitativa; pero para mantenernos en nuestra esperanza no debemos solamente mirar lo que nos falta por conquistar, que es mucho, sino también mirar para atrás, observar el camino ya recorrido, cómo hemos superado muchos abandonos, y aumentará nuestra fe y comprenderemos la diferencia existente entre lo anterior y lo actual.

Yo me acuerdo de aquellos días de Burgos, cuando estábamos luchando por salvar a la Patria de las garras del comunismo, en los cuales se nos presentó el primer problema campesino: el del abandono en que los campesinos españoles estaban, a merced de la usura y de la especulación de muchos harineros, abandonados a la más terrible de las especulaciones; de aquel campesino que después de trabajar las tierras por su mano, con su carro, llegaba al molino, ofrecía el producto e, invariablemente, obtenía esta respuesta: «Mira, tengo el almacén lleno. ¿Quieres veinte céntimos?» ¡Ah!, y aquel hombre, entonces, tenía que abandonar su mercancía por debajo de los precios básicos y oficiales, porque el sistema político le dejaba abandonado, a merced de la usura y de los especuladores.

Aquello que sucedía así se corrigió en plena guerra, cuando teníamos que obtener la Victoria, época precisamente en que se decidió la organización creando el Servicio Nacional del Trigo. Este Servicio, con todos sus defectos, como obra humana, vino a ser un instrumento revolucionario que, arrancando a los labradores de la usura y de la especulación sobre sus productos, dió el primer y el más firme paso en el camino de la redención del campo.

Esto ha permitido que, en los últimos años, el Servicio del Trigo tuviera para vosotros, los labradores, sus altas y sus bajas. Sus alzas y el agrado de todos en aquellos tiempos en que se alcanzó un precio justo y permanente a vuestros productos. Se os facilitaba la resolución de vuestros problemas económicos al término de las cosechas, continuando después con la mejora y selección de siguiente, buscando mayores rendimientos para el cultivo de tan importante cereal. Pero tuvo también sus bajas cuando la escasez de productos, en que el Servicio del Trigo cortó la especulación sobre el mismo. Cuando la demanda era tanta, hubiese agradado a todos que no hubiera habido Servicio del Trigo, pero ello habría sido absurdo y disparatado, porque por el disfrute de un instante hubieseis perdido el único instrumento que teníais de redención ante la usura y la especulación de los intermediarios. Lo prueba el que, pasada aquella etapa, volvió el Servicio a valorarse, hasta llegar a la época actual, en que mejoró sus funciones con los adelantos a base de abonos para la agricultura, con la estabilización y un mejor nivel de precios y con la colaboración técnica para favorecer que las producciones de trigo sean cada día mejores y más abundantes.

Os digo esto para que tengáis presente que en aquellos momentos en que tantas inquietudes debían naturalmente embargar nuestro ánimo para la forja de la victoria, teníamos, sin embargo, la sensibilidad de los problemas españoles, la inquietud por la solución de los problemas del campo y que las necesidades del mismo nos demandaban como más urgentes. Y no quedó ahí, porque entonces surgieron, en plena guerra, todos los principios de nuestras leyes y todo lo que hoy en la superficie de la geografía española se ha ido estableciendo. Preparamos el riego de nuevas tierras y el modo de realizar las grandes obras hidráulicas, llevando agua al campo y dándole en todo lo posible permanencia. Todo lo que, si se hubiera empezado a realizar a principios de siglo, hoy nos habría colocado en situación mucho más importante y trascendente en el orden de nuestra economía.

Porque de todas las provincias españolas, de todos los lugares de España, llegan las voces campesinas clamando porque se realicen tales obras de riego, unas de grandes riegos, otras de pequeños, otras de transformación de la tierra. Y todo aquello viene a pesar en una misma hora, en una misma década, sobre un Gobierno, en unas posibilidades económicas forzosamente limitadas. Por eso tengo que poner un freno a vuestras impaciencias y deciros que una nación no puede hacer todo a la vez, que hay que establecer unos órdenes de preferencia. La práctica nos ha dicho que se extiende más la acción beneficiosa del Estado con los pequeños que con los grandes regadíos, porque llega a más lugares de la Nación.

Y en este camino se orienta la política del Gobierno. Establecer órdenes de urgencia según la necesidad de cada uno de los lugares y que a ellos llegue la acción del Estado con la colaboración más íntima con los labradores.

Os digo todo esto en este lenguaje llano de labradores porque creo que el diálogo es necesario. Los que vivís el campo español, los que conocéis sus necesidades, los que sabéis de sus problemas, sois los que mejor podéis exponerlos y buscar, en colaboración con los técnicos del Gobierno, una solución. Yo ya sé que alguna vez, muchas quizá, encontraréis en el camino la acción retardataria y entorpecedora de la burocracia; pero ya las salvaremos y ya pondremos todas las cosas en movimiento.

El objeto es mantener la fe. No permitáis que se duerman los Jefes de las Hermandades ni de los Sindicatos. Cuando no sirva un hombre, echadlo por la borda y cambiadlo.

Un movimiento no es tal si se estanca y se para. Tenéis que mantener vivo el espíritu y exigir al que sirva un cargo, en Sindicatos o donde sea, que se entregue enteramente a él y que se sacrifique, que trabaje cuanto sea necesario, doce o catorce horas, para resolver los problemas, y que tengáis paciencia, que sepáis dialogar. Este es el problema que a nosotros se nos presenta, y no es sólo problema de Gobierno, es un problema vuestro, un problema de todos y en el que tiene que haber comprensión. Hay quien tiene la tendencia en esta batalla de ciertos arrastres marxistas, que nos llevan un poco a la lucha de clases y a la insatisfacción. Y esto no podemos aceptarlo. Hay que ir a la asociación, a la colaboración; no podemos perder tiempo, tenemos que ser eficaces.

Yo he visto asomarse en los resúmenes de vuestras Asambleas unas comparaciones muchas veces humanas, pero un tanto absurdas, como comparar la agricultura y la industria. ¡Pero si éstas cosas son heterogéneas! Es como si se comparase una muchacha y un guardia de orden público...

Vosotros comprenderéis que las bases de partida son muy distintas. El campo español, como decimos, lleva más de un siglo abandonado. La industria española está en marcha desde hace cincuenta años, y tiene capacidad para organizarse desde hace mucho tiempo. Por tanto, la marcha de la industria tiene que ser más fácil que la del campo, y el Estado, forzosamente, no puede dedicarle el mismo esfuerzo; tiene que dedicar mucha más atención al campo que la que preste a la industria. Porque la industria, repito, marcha por sí, porque puede hacerlo, y en cambio, la agricultura y el campo necesitan de estímulos, de ayudas, de la Nación y del Gobierno para que pueda organizarse y alcanzar en unos años un superior nivel.

Si esto es así hemos de tener en cuenta también que hay una sola política para las necesidades de artículos y materias básicas y de primera necesidad. Así, si miramos a la electricidad, al gas, al hierro u otra materia prima de nuestra industria y comparamos los precios de 1936 con los de hoy, veremos la desventaja que hay en relación con los precios del campo: pero en el campo tampoco podemos mirar los precios que se dan por ahí, que son los del mercado local o los de la capital; hemos de mirar los precios de producción que son mucho menores, y tenemos que buscar dónde está el mal, que indudablemente se encuentra en el especulador y en el intermediario, para corregirlo.

Por tanto, todos estos problemas se pueden resolver, y se resuelven, cuando hay un espíritu de justicia; no hay para ello más que traerlos al diálogo. Porque nosotros estamos dispuestos al diálogo, como veis, desde el Jefe del Estado hasta el último de los campesinos.

Otras veces, en estas reuniones, se ha visto ese recelo natural con que miráis a los hombres de leyes, porque muchas veces parecen perturbar la acción encastillados en su Derecho Romano, que viene resultando un derecho anacrónico para nuestros tiempos, que os hace repetidamente dudar de que exista un régimen jurídico para la tierra. Existe, desde luego, un régimen jurídico y existen unas disposiciones para que ese derecho jurídico sea justo y generoso. Pero vosotros sabéis, como yo, lo delicado de esta materia para la estabilidad del campo y la economía general de la Nación. En este orden, nuestro régimen puede ofreceros unas muestras revolucionarias como jamás se han visto.

Nosotros hemos dado, entre otras, una ley de Expropiación por utilidad social, que viene aplicándose no sólo para los regadíos, sino cuando se presenta en el secano un problema social. Y yo os voy a decir por qué en muy pocos días hemos conseguido promulgar esa ley de Expropiación por utilidad social. Ocurrieron dos casos casi coincidentes. Uno en la provincia de Córdoba y otro en la de Badajoz. Los dos eran graves. El de la provincia de Córdoba se refería a unos campesinos que llevaban desde tiempo inmemorial, ellos o sus familias, labrando aquellas tierras. Y el propietario vendía la tierra a otro señor, con desprecio de aquellos que en ella estaban asentados, que eran arrendatarios pequeños con derecho a la adquisición de la misma. Estos tenían el dinero y habían movilizado los medios para lograrlo. Pero traicionados por uno, el que hacía de cabezalero, le ofreció determinadas ventajas al dueño de la finca, engañó a los arrendatarios y dejó correr los plazos. y la justicia resolvió con arreglo al derecho, dando la razón al propietario. Clamó el Gobernador, porque habréis visto que nuestros Gobernadores no son aquellos señores suntuosos del pasado, que iban a las provincias a vivir, sino que están en contacto con la realidad y así la presentan al Poder público. Trató el Ministro de la Gobernación de resolver este problema, excitó al patriotismo del que compraba por la mala acción hecha a los antiguos arrendatarios, estaban éstos dispuestos a indemnizarle; pero, sin embargo, el propietario fué una roca y no accedió a lo que se le pedía. Y entonces fué cuando se promulgó la ley de Expropiaciones por Utilidad Social, y aquella finca quedó, en dos semanas, expropiada y fué devuelta a sus cultivadores.

Esto, como veis, es una muestra que no creo haya tenido igual en el mundo, que en menos tiempo se haya buscado una solución justa y equitativa. Pero hubo que respetar la Ley, porque cuando estamos en un Estado de Derecho son los jueces los que han de decidir; mas en la mano del Poder público están los medios, con las Cortes, de presentar reformas y cambios en las leyes que hagan que éstas sean más justas.

El otro caso se dió en Villafranca de los Barros (Badajoz). Otros cultivadores antiguos, unos hombres que habían desbrozado la dehesa, plantándola de olivar y viñas, y que al término de veinte años la finca tenía que pasar a poder del propietario. Esto hubiera afectado a varios pueblos casi enteros. El propietario tenía toda la razón formal, la Ley le amparaba, y así lo acordaron los jueces en su sentencia. Mi visita a Badajoz trajo ante mí a los Alcaldes de aquellos pueblos y a Comisiones de vecinos que me explicaron lo que ocurría. Llamé al presidente de la Audiencia y me dijo que, evidentemente, la Ley estaba con el propietario de la finca, y que mientras no existiera otra ley, lo más probable es que las sentencias judiciales fueran siempre favorables a los propietarios. Sin embargo, la ley dictada permitió que aquello se cortase, expropiándose por utilidad social aquellas fincas, teniendo en cuenta el valor real y legal que habían adquirido por el esfuerzo de los campesinos. Es decir, que cuando se presenta un problema de esta naturaleza y llega hasta el Poder público; éste actúa con una diligencia que jamás en la Historia tuvo nunca Gobierno de ningún país para acudir en remedio de estas necesidades.

Posteriormente se han dictado las leyes de fincas mejorables, manifiestamente mejorables. Ello ha permitido y permite al Gobierno obligar a que no haya fincas ni dehesas abandonadas, y todos los días en los Consejos de Ministros se resuelven una porción de problemas de esta clase. En diálogo con los propietarios, se les obliga a efectuar las obras necesarias, y si no son hechas, las fincas se ofrecen a la expropiación.

Todo esto presenta un problema que vosotros comprenderéis, que es el de que no siendo ilimitados los medios del Estado, éste tenga que asignar un orden de prioridad a la solución de los problemas cuando éstos rebasan la capacidad económica de la Nación. El Estado tiene que elegir entre repartir parcelas miserables de secano, que son pan para hoy, hambre para mañana y usura para pasado, o transformar el campo español, regando sus tierras, dedicando el esfuerzo de su economía a regar las tierras, repartiendo tierras de regadío, porque ello es aumentar el bienestar de todos. Y el Estado, naturalmente, ha elegido este camino. Y en el secano, cuando surge un grave problema social, una inquietud social, un problema que corregir, es cuando con toda energía lo corrige.

Esta es una parte de los problemas que pasan sobre el Estado. Y jamás ha habido un Estado más inquieto por los problemas sociales de la Nación más interesado por despertar al pueblo español y ponerle en marcha, y que sea este mismo pueblo, a través de sus organismos naturales, no los políticos, los naturales –el Sindicato, el Ayuntamiento y la familia-, el que pueda resolver en diálogo todos los problemas de la Nación.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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