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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1958.


 
Palabras a una peregrinación Australiana, presidida por el Cardenal Gilroy.

13 de mayo de 1958.

Eminencia reverendísima; amigos australianos:

De todo corazón quiero daros la bienvenida. Alentados por vuestra fe católica y vuestra devoción mariana, habéis llegado a estas tierras de España casi desde nuestros antípodas geográficos y no habéis ahorrado esfuerzo ni fatiga para dar testimonio de vuestro temple de ánimo y de vuestra ejemplar religiosidad.

Si es cierto que al correr de nuestra existencia todos somos peregrinos que vamos hacia Dios, nuestra meta final, también es verdad que hay momentos de la vida en que esa nuestra humana condición de peregrinos, de viajeros hacia la eternidad, parece acentuarse. Estos momentos suelen coincidir con un tono de mayor elevación espiritual y con la decisión de lanzarse a recorrer materialmente los caminos del Señor para buscar en ellos la salud del cuerpo o del alma, la esperanza o el perdón. Por eso, el auténtico peregrino merece siempre hospitalidad y aun cierta veneración: hospitalidad para cooperar así con la Providencia de Dios, en cuyas manos se ha puesto al emprender el viaje; veneración porque, aun sin proponérselo, el peregrino es heraldo de la fe que profesa; es portador de un mensaje de paz; es, sobre todo, voz del espíritu que vivifica y ennoblece el sentido de la vida terrena.

Vosotros, por venir de tan lejanas tierras, sois además dignos de una particular admiración; porque un viaje tan largo lleva forzosamente aparejados molestias y sacrificios que sólo se superan alegremente cuando van iluminados por la fe y el amor que a vosotros os guían. De aquí que os acojamos con los brazos abiertos al tiempo que os testimoniamos nuestro aprecio.

Habéis pasado por Portugal, nación escogida por la Virgen para decir, desde Fátima, su mensaje de amor a un mundo angustiado como el nuestro. Os encontráis en España, tierra de María Santísima, cuyo nombre se entrelaza con mil advocaciones en todos los capítulos de nuestra vida íntima y en todas las empresas de nuestra Historia. Y emprendéis el camino de Lourdes para venerar el milagro de fe que se repite allí desde hace un siglo.

Singular fortuna representa para vosotros el que os guíe un príncipe de la Iglesia de tan altas virtudes pastorales y humanas como su eminencia reverendísima el cardenal Gilroy, arzobispo de Sidney, a quien tuve el honor de conocer en aquel Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, de imborrable recuerdo.

Permitidme que os diga que ejemplos de espiritualidad como el que nos dais con vuestra presencia son necesarios para un mundo donde la aplicación de las normas morales no lleva el ritmo veloz de los avances técnicos. Esta falta de equilibrio entre el progreso material y la difusión paralela de los valores eternos del espíritu desconcierta el pensamiento de las generaciones actuales y les impide aspirar a un ideal superior que asegure a la Humanidad un futuro de cooperación fecunda y paz creadora. Por esto el poner en alto la antorcha de los principios morales del catolicismo y dar a las multitudes la mística de la auténtica redención es cooperar al bienestar social y ayudar al hombre, portador de valores eternos, a conseguir su destino. En este sentido vuestro paso por los santuarios de Europa además de un acto de devoción, es un servicio a la comunidad humana que no quedará sin recompensa.


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.006. - España -

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