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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1960.


 
Discurso en la inauguración del Monumento erigido al Protomártir de la Cruzada, don José Calvo Sotelo.

Madrid, 13 de julio de 1960.

Excelentísima señora y españoles todos:

España entera siente y comparte la emoción de estos momentos en que rendimos homenaje a la memoria, siempre presente en nuestros afanes, de quien fue protomártir de nuestra Cruzada. Las grandezas de la Patria se han levantado siempre sobre el sacrificio generoso de los héroes y de los mártires que con su sangre escribieron las páginas imborrables de la Historia, que son ejemplo y estímulo para las generaciones que les siguen. Héroes y mártires constituyen los fuertes eslabones que forman la cadena de nuestra Historia, que aseguran la unidad y la continuidad de nuestra Nación.

La muerte de Calvo Sotelo por los propios agentes encargados de la seguridad fue la demostración palpable de que, rotos los frenos, la Nación se precipitaba vertiginosamente en el comunismo. Ya no cabían dudas ni vacilaciones: el asesinato, fraguado desde el Poder, del jefe más destacado de la oposición, unió a todos los españoles en unánime y ferviente anhelo de salvar a España. Sin el sacrificio de Calvo Sotelo, la suerte del Movimiento Nacional pudo haber sido muy distinta, Su muerte alevosa venció los naturales escrúpulos de los patriotas, marcándoles el camino de un deber insoslayable; por ello, Calvo Sotelo vivirá estrechamente unido al Movimiento Nacional.

Su sacrificio no pudo ser más fecundo; constituyó el rayo de sol en medio de la tormenta, fue la claridad para todos. Si hoy lloramos su ausencia, hemos de reconocer lo muchísimo que le debemos. Con su ejemplo nos dio un nuevo estilo de servir la política.

Los esfuerzos de buena voluntad, desarrollados hasta entonces por las fuerzas políticas de orden para hacer posible aquel régimen, habían rotundamente fracasado. Por segunda vez en la Historia se demostraba lo que la República había de ser en nuestra Patria. Calvo Sotelo constituía el jalón más importante entre las dos Españas: la España decadente que moría y la nueva España que iba a levantarse.

En las palabras elocuentes del conde de Vallellano, uno de los grandes amigos y correligionarios de Calvo, destacado hombre político de los que gozaron de su intimidad, habéis escuchado una historia sucinta de la vida de nuestro mártir, y aunque las palabras sobran ante figura tan insigne, en que toda oración resulta pobre, yo quisiera, en cumplimiento de un deber nacional, el destacar el clima político que asfixió su vida para que podamos sacar de él las mejores enseñanzas. Calvo Sotelo es gloria de nuestra generación, y es obligado seamos los hombres de ella los que, en la medida de lo humano, le honremos y ensalcemos.

En medio de un clima político de escepticismo, Calvo cree fuertemente en España. Así le vemos en sus años juveniles militar en aquel movimiento nacional de los jóvenes mauristas, frustrado por la campaña internacional masónica del «¡Maura, no!», que el sistema liberal parlamentario consintió y del que otros partidos se aprovecharon: le encontramos de nuevo en los años de la Dictadura del llorado general Primo de Rivera, destacar como uno de sus más inteligentes y fecundos colaboradores. Allí está Calvo de nuevo henchido de fe, de cara a la esperanza. Establecida la República y arrastrada España a su fraccionamiento y destrucción. se yergue nuevamente la figura titánica de Calvo Sotelo, dispuesto a contener con su oratoria concluyente y, como decía él, con sus amplias espaldas, el torrente desbordado al que se ofrecía en holocausto por la Patria a la que tanto amaba.

Por ello decís bien, conde de Vallellano: Calvo Sotelo hubiera sido, sin duda alguna, uno de nuestros más excelsos colaboradores; su pensamiento así lo acusa. En una de sus últimas intervenciones en las Cortes Españolas, la del primero de julio de 1936, hablando sobre la situación del campo decía: «Yo les digo, señores diputados, que su remedio no está en este Parlamento ni en otro que, como éste, se elija, ni en el Gobierno actual, ni en otro Gobierno que el Frente Popular formase, ni en el Frente Popular mismo, ni en los partidos políticos, que son cofradías cloróticas de los contertulios; está en un Estado corporativo.» He aquí a Calvo Sotelo pronunciándose contra el régimen inorgánico y el sistema de los partidos políticos.

El conocía bien lo que todo esto significó en el destino histórico de España, que se acusa a través de toda la historia política del siglo XIX, que nos ofrece: la España chata y chabacana de espíritu decadente, incapaz de continuar siendo cabeza de un imperio, ni sostener sobre sus hombros el peso de su gloria. Cuando los pueblos quieren hacer algo serio y proyectarse al exterior, necesitan unir sus espaldas, levantar la vista de las miserias internas, buscar dilatados horizontes, sin neutralizarse en divisiones y luchas intestinas que acaban destruyendo mutuamente a sus hombres y haciendo naufragar los mejores propósitos.

Si abandonando la historia pasada queremos extraer las lecciones de la era contemporánea en la que Calvo Sotelo vivió, los hechos nos abruman. Unos solos datos formales nos darán una clara idea de la incapacidad de aquel régimen para que por él pudiera regirse nuestro pueblo:

¿Sabéis cuántas crisis políticas hubo bajo la monarquía liberal, constitucional y parlamentaria en los años que van de 1900 a 1923? Cincuenta y tres, que representó una media de dos o tres Gobiernos por año. ¿Qué acción cabe con esa discontinuidad?

Mas si nos trasladamos a los años de la República, en el período que va de febrero de 1931 al Movimiento Nacional, o sea, un total de cinco años, vemos sucederse veintidós Gobiernos. que representan un poco más de cuatro por año.

Aquel régimen entrañaba en sí mismo la incapacidad. ¿Qué rendimiento podríamos asignar a cualquier empresa, por modesta que fuera, que cada cuatro meses hubiese de cambiar de dirección? ¿Qué no habrá representado en las grandes empresas nacionales, que requieren estudios prolongados y años para desarrollarse?

Pues si pasamos al campo formal de las libertades políticas, de la vigencia de las garantías constitucionales, en los mismos períodos, nos encontramos que en los años del 1900 a 1931, años en que todavía no habían tomado estado las maquinaciones internacionales de la guerra fría, estuvieron suspendidas las garantías durante tres mil trescientos veinticuatro días, que equivalen a una media de ciento cuarenta y cuatro días al año, y durante la República, ochocientos cuarenta y dos días, con una media de ciento sesenta y ocho días al año.

Datos estos que creo bastarán para demostrar a las generaciones nuevas que no conocieron aquellos tiempos, cuáles eran las realidades españolas en la etapa que le tocó vivir a nuestro mártir, y las características de aquella desdichada República que padecimos, que al cabo de veinte años algunos de sus seguidores pretenden presentárnosla como dechado de virtudes cívicas.

El hecho más saliente es que poco después de la muerte de Calvo Sotelo, abortado el complot comunista por el Alzamiento Nacional, la República española se presentó al mundo estrechamente unida al comunismo de los soviets, intervenida por el embajador ruso Rosemberg, abriendo sus puertas a la irrupción de las brigadas comunistas internacionales bajo mando de generales rusos, comisarios políticos, tribunales populares y establecimiento de checas, muchos de cuyos cabecillas aparecen hoy al frente de varios de los países europeos esclavizados tras el telón de acero.

Por todo esto, el camino que la muerte de Calvo Sotelo nos marca no podía ser una solución circunstancial que atendiese a una simple y grave situación de emergencia, sino que demandaba una solución política básica para nuestro futuro: el planteamiento y la solución al problema político español de nuestro tiempo, que si entonces, por las características por que pasaba la nación española, se presentaba como insoslayable, la situación del mundo actual lo convierte en un imperativo de nuestra propia existencia.

Por donde quiera que extendamos la vista advertimos la ineficacia de los viejos sistemas y la quimera de quererlos implantar en los nuevos Estados. Si para muchos pueblos viejos y archicivilizados constituye una pesada servidumbre carente de eficacia y que disminuye sus defensas, ¿qué no será en los pueblos que necesitan imperiosamente años de paz, de unidad y de continuidad de esfuerzos?

Ante las perturbaciones que bajo los viejos sistemas democráticos los pueblos sufren, vemos en los últimos años a muchas naciones establecer poderes fuertes, elevando a las supremas magistraturas del Estado a generales o altos jefes militares, confiando que la autoridad y la honestidad sean suficientes para resolver el problema que a los pueblos aqueja, creyendo ser suficientes la autoridad, la honestidad y la buena administración para salvarse.

Sin embargo, nuestra experiencia nos dicta que la obra de Calvo Sotelo y de aquellos patriotas que, bajo la dirección del general Primo de Rivera, intentaron salvar a nuestra Patria, se perdió por la falta de un contenido político. Lo que desde el primer momento se proclamó «puente» le faltó la otra orilla en que asentarse, y las veleidades de los cenáculos políticos, utilizando la calumnia y la falacia, engañando al país, le condujeron a caer en la República española, que constituyó la antesala del caos que nos esperaba.

Los pueblos todos sienten un hueco político que es necesario llenarles. Si no lo hacemos nosotros con la verdad y un ideario que le convenza y arrastre, otros procurarán llenárselo con la falsedad y con el engaño. La política tiene que ser activa y militante, y mucho más en estos tiempos, en los que el movimiento que amenaza a toda nuestra civilización occidental va acompañado de un misticismo engañoso, racionalista y falso, que ya ha sumido en la esclavitud a muchas naciones confiadas, un día libres y felices.

Hace falta el dar estabilidad al sistema político que se adopte, el atesorar una doctrina, el despertar una nueva ilusión, el sustituir una democracia gárrula y formalista, vacía de autoridad y de contenido, por otra más sana, sincera y eficaz; oponer a una ilusión engañosa la seguridad de unos logros felices. La batalla que el comunismo plantea al mundo no es una empresa bélica, sino una batalla política, social y económica, que no se contrarresta con la carrera de armamentos solamente, ya que la verdadera lucha no se entabla en campo exterior solamente, sino en el frente interior.

Tres hechos hemos de destacar en el transcurso de estos cinco lustros en que se ha desarrollado la vida política de nuestro Movimiento: la interrupción del proceso moderno de evolución política en las naciones, impuesto por los vencedores a los vencidos en la última contienda; la extensión del comunismo en el mundo como consecuencia de la explotación de la victoria por los soviets, y el paso a la independencia de numerosas naciones subdesarrolladas, que vivieron hasta entonces bajo dominio colonial. Con una grave consecuencia política, la de abandonar al comunismo la exclusiva en el proceso de renovación política que la vida de los pueblos demanda.

Es necesario reconocer que la misma ansia social de resurgimiento de la Nación y de elevación del nivel de vida que hace veinte años alentaba en nuestra Patria y que caracterizó a nuestro Movimiento, se extiende hoy por todas las latitudes en un anhelo común y una demanda de eficacia.

Hay quienes inocentemente consideran que la ayuda exterior podría resolverles sus problemas, cuando se requiere el esfuerzo de todo el país, lo que demanda unidad, autoridad, disciplina, moral, orden, racionalización y, en pocas palabras. eficacia. Y como no cabe todo eso dentro de los viejos sistemas, que abren la puerta por la que el comunismo va a introducir en las naciones su «caballo de Troya», a los pueblos se les presenta hoy el siguiente dilema: o el continuar con sus divisiones, revoluciones y remiendos a un siso tema que se desmorona, o caer en el comunismo deslumbrados por las propagandas, como única solución viable de unidad, de autoridad, continuidad, disciplina y eficacia.

Yo me atrevo a afirmar que entre el mundo de la esclavitud soviética y el de la democracia inorgánica, caben soluciones modernas democráticas más eficaces y justas, y que nuestro Régimen, satisfaciendo los anhelos de la justicia social, de progreso económico y de elevación del nivel de vida, se ofrece como una solución óptima, en la que, salvando lo esencial de nuestras libertades, logra que la nación discurra en un régimen de unidad, de autoridad, de continuidad y de eficacia, en que la democracia tiene una realidad sincera y eficaz a través de las organizaciones naturales en que el hombre se encuadra.

Nuestro Movimiento político no es exclusivista, está abierto, como hemos demostrado, a todas las honradas y leales colaboraciones. Sus leyes básicas y principios han sido proclamados y aceptados por todo el país. En su unidad está nuestra salud política y nuestro futuro. Veinte años de paz, de invulnerabilidad a los ataques y maquinaciones de fuera, de engrandecimiento de la Patria, de justicia social, de progreso económico, de elevación del nivel de vida y de resurgimiento de la espiritualidad, constituyen la ejecutoria más valiosa que podemos ofrecer en este homenaje a la memoria de nuestro protomártir.

Si la muerte de Calvo Sotelo fue punto decisivo para el Alzamiento Nacional que abrió con su proa camino en el mar proceloso de nuestra historia política hacia horizontes nuevos, hoy podemos hacerle la firme promesa de que su sangre ha de ser fecunda y que las cadenas que con su muerte rompió no volverán jamás a esclavizar a nuestra nación.


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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