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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1961.


 
Discurso en la inauguración del Seminario Conciliar Burgales.

Pronunciadas en el Seminario de Burgos, el 2 de octubre de 1961.

Excelentísimo señor arzobispo, señoras y señores:

Solamente unas palabras para agradecer a nuestro querido arzobispo la cortesía de haber reservado para esta fecha jubilar del XXV aniversario de mi elevación a la Jefatura del Estado la inauguración de este Seminario, centro básico de cultura y expansión de la fe en esta centenaria capital de Burgos. En estos veinticinco años se ha puesto de relieve, y en esta efemérides venimos recordando, los bienes temporales que el triunfo de nuestro Movimiento y nuestra Victoria representó para la Patria. Cuando nuestros combatientes decían que luchaban por Dios y por España, lo hacían así realmente. Quien con autoridad indiscutible podía definir nuestro Movimiento como Cruzada, lo calificó claramente. Si así era y verdaderamente luchábamos por Dios y por España, los bienes de nuestra

Victoria en estos veinticinco años de resurgimiento no podían quedar estancados en lo temporal y debían extenderse en mayor escala todavía al orden espiritual. Al inaugurar este Seminario no puedo menos de recordar la diferencia entre antes y ahora. En mi juventud asistí al hecho de comprar un seminario en Asturias para convertirlo en cuartel. El retroceso del número de vocaciones había hecho innecesario aquel edificio desmesurado para las vocaciones religiosas de aquel tiempo. En cambio, nosotros asistimos en esta etapa al hecho inigualado de la floración de vocaciones, a que los seminarios se queden chicos y atrasados para contener a toda la juventud, que viene en legiones gloriosas hacia la iglesia y hacia el servicio de Dios.

Con ser esto tan importante, y que inmediatamente volveré sobre ello, hay otra cosa para mí trascendente. No trato con esto de definir los aspectos espirituales, sino los temporales. Se trata de algo importante para la Iglesia. Nosotros, con nuestra Victoria, hemos liberado a la Iglesia española de aquel confusionismo político que la tenía prisionera, de aquella artificiosa división de España en derechas e izquierdas, porque si en la derecha se acomodaban por necesidad muchas de las cosas espirituales de nuestra Patria, en el mismo bando estaban el conservadurismo más cerril, el capitalismo liberal, las prerrogativas y los derechos; pero asimismo el mantenimiento de las injusticias sociales y otras muchas cosas entre las que la Iglesia no podía estar. Si mirábamos a la izquierda nos encontrábamos con un materialismo grosero, ateo y enemigo de toda espiritualidad, más un orden de aspiraciones legítimas y naturales que la Iglesia fue la primera en proclamar. He aquí el gran servicio prestado en este orden a la Iglesia al liberarla de esta situación y permitirla que se coloque por encima de los partidismos y de las luchas temporales de acuerdo con sus principios evangélicos.

Si esto no hubiera acontecido, imaginaos lo que hubiese sido, de la Iglesia española. No tenemos más que mirar a Europa, observar aquellos otros países católicos que ven perseguida su fe por los sicarios del comunismo. Esas Iglesias del silencio, que nos estremecen, de Polonia, Hungría, Rumania, parte de Alemania y tantos otros pueblos cautivos. La misma suerte que esperaba a la Iglesia española sin nuestra Cruzada y sin nuestra victoria.

En la administración de la Victoria por nuestro Régimen no ha quedado la Iglesia desamparada. Yo puedo citaros unas cifras elocuentes, que dicen más de lo que yo pudiera expresar, en medio de esa etapa tan difícil y de penuria de la posguerra. Con la ayuda del Estado han sido construidos de nueva planta, reconstruidos o notablemente ampliados hasta sesenta y seis Seminarios. Las diócesis son sesenta y cuatro. Y las cantidades invertidas por el Estado en edificios eclesiásticos desde primero de abril de de 1939 a igual fecha de 1959 -faltan, por tanto, los años 60 y 61- suman la cifra de 3.106.718.251 pesetas. Este es el granito de arena de nuestro Régimen a la causa de Dios.


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