INICIO

LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1962.


 
Discurso en la  inauguración de la nueva institución Sindical de Formación Profesional «San Vicente Ferrer» de Valencia.

Pronunciado en Valencia, el 17 de junio de 1962.

Valencianos y trabajadores que me escucháis:

La inauguración oficial de esta Institución Sindical .«San Vicente Ferrer». de Formación Profesional, me ofrece la ocasión de este encuentro y de poder haceros partícipes de mi pensamiento sobre el futuro social de nuestra Patria, que os afecta tan directamente.

Los españoles somos solidarios en el destino, no podemos hurtamos a los dictados de la geografía y de la historia; a golpe de invasiones se forjó nuestra nacionalidad. Mucho antes que otros pueblos, España ya era nación, y al templarse nuestro carácter en la lucha fuimos fieros de nuestra independencia y proyectamos nuestro genio por el mundo, hasta que la invasión de doctrinas extrañas acabó sumiéndonos en la decadencia. El secreto para anulamos o vencemos fue siempre el mismo: el dividirnos interiormente; así perdimos los mejores años en que el mundo se transformó, con un siglo de constantes luchas intestinas. Aquella España que ni a unos ni a otros nos gustaba, nos empujó a la Revolución. Esta vino a romper con aquellos años tristes de decadencia para cambiar la suerte de nuestra Patria. Nuestra guerra en los dos bandos fue una lucha por nuestra liberación.

Los males que en España perduran son males heredados de aquel pasado, son la representación más genuina de más de un siglo de abandono. Hoy hemos de levantar la Patria desde sus bases y hacerlo en medio de un mundo en plena conmoción, que no nos comprende, pero que no nos ha entendido nunca. Por eso, nuestro camino es más duro y penoso; sin embargo, hemos superado felizmente las más difíciles singladuras, conquistado las más importantes posiciones y nos encontramos en condiciones de acometer la gigantesca empresa de transformar totalmente nuestras estructuras, in- adecuadas al momento económico internacional.

Hemos de considerar que si un día pudimos encerrarnos dentro de nuestras fronteras y vivir nuestra propia vida, hoy nos es indispensable la relación con el exterior; nuestra vida económica se basa en el intercambio comercial con otros países, y los peligros que a Europa acechan también a nosotros nos alcanzan; pero abrir las ventanas al exterior no quiere decir que nos dejemos invadir por sus aires viciados, sino todo lo contrario: el proclamar a los cuatro vientos nuestras verdades, nuestro óptimo estado de salud nacional y nuestra buena voluntad para entendernos y dialogar con todos los pueblos.

La inestabilidad política que en el mundo se registra y la inquietud revolucionaria que en muchas naciones aflora son heraldo de la evolución política a que el mundo occidental está abocado. Nosotros, por haber quemado etapas y habernos adelantado veinticinco años a estas inquietudes, nos encontramos con el proceso político coronado y en camino de perfeccionamiento. Hemos construido sobre nuestra historia, recogiendo tradiciones y enseñanzas y aceptando de los sistemas anteriores lo que conservaba su vigor y era útil y conveniente para la nueva obra.

Desde los primeros momentos de nuestro Movimiento señalamos claramente a los españoles cuál era el ideario por el que luchábamos: por Dios y por España; por la Patria, el pan y la justicia. En plena guerra promulgamos el Fuero del Trabajo, que constituye la carta magna de nuestro ideario y ordenación sociales, y administrando la paz en beneficio de todos, hemos venido construyendo sobre aquellas bases el Estado social de que hoy disfrutamos: Seguro de Enfermedad e instalaciones sanitarias, que han logrado el estado óptimo de la salud pública; Instituto de la Vivienda, hoy Ministerio, que atiende a dotar de hogares salubres a la familia humilde española; salario familiar, mutualidades, vacaciones pagadas, salario de los domingos y festividades, Seguro de Paro y tantas y tantas obras de carácter social que han mejorado notablemente el estado de justicia de nuestra Patria.

Si a todo esto unimos la intensificación sufrida en orden a la formación profesional, con instituciones como ésta que hoy inauguramos, que continúa una serie, un centenar de Institutos, de Universidades Laborales, de Escuelas de Formación acelerada, y en el orden superior los cientos de millones que nuestros presupuestos dedican a becas en beneficio de los económicamente débiles, con el fin de que ninguna buena inteligencia se pierda e igualar a los españoles en oportunidades, todo ello casi desconocido en nuestra Patria anteriormente, permite medir la inquietud social de nuestro Régimen.

El aumento y la más justa distribución de la renta nacional fue desde los albores de nuestra Cruzada inquietud primordial de nuestro Movimiento; pero para ello no bastaba repartir escaseces; había que acometer el aumento de nuestras industrias, especialmente las básicas, realizar grandes obras públicas nacionales, multiplicadoras de bienes y de colocaciones; la repoblación forestal, la intensificación de regadíos y las obras de colonización interior que como objetivo inmediato perseguían el empleo total de nuestro mundo laboral.

¿Colma esto las inquietudes del mundo del trabajo? Evidentemente no, pues pese al sacrificio que para la economía nacional todas estas obras y mejoras han representado, hemos tenido que partir del estado económico de la España que heredamos, con las consiguientes limitaciones. Este sistema económico, que deriva del general del mundo, evidentemente no nos gusta; pero representa la aportación de esfuerzos de generaciones y no es un sistema del que se pueda hacer tabla rasa; puede y debe ser mejorado, pero no destruido. No se puede olvidar que el dinero no tiene patria, que persigue el mayor beneficio y la más completa seguridad, y cuando por una u otra causa se le espanta, cruza las fronteras sin que se le pueda detener.

Las relaciones económicas entre las partes están fuertemente afectadas por la ley universal de la oferta y de la demanda. Esto pasa con los artículos, como con el propio mundo del trabajo. Pueden las relaciones laborales ser reglamentadas por los Poderes Públicos con su legislación; pero por encima de lo legislado predominará siempre la presión del mercado, que cuando escasean los brazos el trabajo se valora y cuando sobran se deprecia; por ello, para que estos imponderables trabajen en favor de las clases productoras y que la legislación laboral tenga toda su virtualidad perseguimos la ocupación total a través de la multiplicación de los puestos de trabajo y de las fuentes de producción; pero para esto no basta la sola voluntad de un Estado como el nuestro, sino que requiere la paz y armonía entre todos los factores que colaboran en la producción.

El mundo de la economía tiene estas servidumbres, que están tan inseparablemente unidas al mundo del trabajo, que si aquélla quebrase, era el trabajo el primero que las sufría; por ello, todas las obras que acometemos, nuestros avances sociales y las mejoras de las remuneraciones, tienen que ir progresivamente unidas a lo que pueda resistir la economía general y la particular de las Empresas. Nadie puede estar más interesado que el obrero en la fortaleza de las estructuras de sus Empresas, pues de ellas depende directamente su porvenir.

Examinemos rápidamente estas estructuras: si miramos a la industrial, nos encontramos que la mayoría de las industrias que recibimos padecían el envejecimiento de su maquinaria, siendo sus rendimientos pobres en cantidad y en calidad. Necesitaban de una transformación para elevar el rendimiento por hombre y perfeccionar sus productos; pero no se trataba de alguna que otra Empresa, sino de la mayoría de nuestras Empresas.

Si volvemos la vista al campo, el panorama es menos consolador, y no me refiero a estas pródigas tierras de Valencia y a sus laboriosos labradores, ejemplo a imitar por todas nuestras comarcas, sino a la estructura agrícola de nuestros secanos, en que una meteorología adversa les sume en una vida mísera, que tiene que pesar sobre la conciencia de todos los españoles para transformarla.

Comprenderéis fácilmente que con estas débiles estructuras sus producciones no podían enfrentarse con la competencia exterior. Por ello tenemos que acometer la gran tarea de modernizarlas y transformarlas en el mínimo plazo. Las industriales, por inversiones ingentes que modernicen sus maquinarias y mejoren su rendimiento, y las agrícolas, por la intensificación de los regadíos, la racionalización de la agricultura, la concentración parcelaria, el programa de capacitación y ex- tensión agrícola, las Cooperativas, el empleo de maquinaria y sistemas modernos de producción, que constituye un serie fabulosa de inversiones que ha de recoger nuestro programa de desarrollo.

Toda esta obra no podría acometerse si no la hubiera precedido la preparación y multiplicación de nuestra industria básica, si no hubiéramos forjado los instrumentos capaces de acometer la, como ya se ha venido demostrando en ambos campos en estos veintitrés años de realizaciones ininterrumpidas.

Os digo todo esto para que comprendáis que el problema es más arduo y profundo que lo circunscrito al área en que cada trabajador se encuentra, y que inquietándonos por todos se hace necesario establecer un orden de prelación, en que hemos de atender en primera urgencia a aquellos sectores trabajadores más necesitados, pues en ello reside la verdadera solidaridad nacional.

Esta obra de transformación social que España necesita sólo puede hacerla un Régimen como el nuestro; no tenemos para convencernos más que volver la vista atrás, examinar cómo se encontraba España antes de nuestra Cruzada, bajo los sistemas liberales, y la situación en ellos de nuestras clases trabajadoras.

Yo siempre tengo grabado en mi ánimo el recuerdo de días ya lejanos de la creación de la Legión y de su primera Bandera. Algún legionario mío estará entre vosotros. Era el mes de octubre de 1920. Abiertos los banderines de enganche, un verdadero aluvión de hombres se enroló en la Legión, procedentes, en general, de las regiones industriales españolas. Muchos fueron los catalanes y valencianos que formaron en aquellas primeras unidades, hombres maduros en su gran mayoría. y cuántas veces, en la soledad del servicio nocturno, ha- blando con aquellos soldados, me hicieron objeto de sus confidencias: se habían alistado en la Legión abandonando sus hogares. Huyendo de las luchas sindicales gravemente acentuadas, de aquellas persecuciones bochornosas en que el Sindicato Único de Barcelona luchaba a tiros en la calle contra los Sindicatos Libres, respaldados por los patronos y por los elementos policíacos. He aquí a qué grado de indignidad habían llegado los Poderes Públicos, que consentían, cuando no presidían, estos tristes y funestos acontecimientos.

Si descartamos el régimen liberal por su debilidad, su incapacidad y la podredumbre de sus frutos, puestos de manifiesto en un siglo de historia y en la triste herencia que nos legó, sólo nos quedaría el contemplar al régimen comunista como realizador de los ideales marxistas que animaban la lucha. de clases; pero el régimen comunista es, y no os descubro nada nuevo, el régimen del terrorismo policiaco, de la negación de toda clase de libertades, de la persecución de los estados de conciencia, de la esclavitud obrera y, al final, de un imperialismo desatado. Su cara interior es todo lo contrario de la que al exterior nos muestra.

El gran fracaso del comunismo en el orden económico lo pregonan sus Congresos periódicos con su confesión de la falta de producción agrícola, de la inutilidad de su burocracia, de la escasez de artículos de consumo y de la carencia de bienes de los que hacen la vida más grata y que, a su vez, son fruto del trabajo. Consecuencia lógica y natural de la negación de la iniciativa privada, de la supresión de todo estímulo para los trabajadores.

Todo su poder se orienta hacia la guerra, a la destrucción de los otros pueblos; pero para llegar a esta situación de imperialismo y de poder material ha tenido que sufrir sus grandes crisis, en que perecieron de hambre millones de seres y otro mayor número permanecen aún cautivos en los campos de trabajo y de muerte de Siberia y de los Urales; pero ¡qué os voy a decir!, si el propio Krustchev se ha visto obligado a confesar en los Congresos internacionales los crímenes horrendos de Stalin y del comunismo; y aún si queremos más lo encontraremos en esa bárbara persecución a tiros que se realiza contra muchachos y mujeres que intentan escapar del «paraíso soviético». ¡Jamás Estado alguno ha llegado a esos límites de barbarie y de crueldad!

El hecho es que, a los cuarenta y cuatro años de régimen, el comunismo se ve forzado a volver a las bases de partida; tuvo que restablecer el concepto de patria, que abrir al culto sus iglesias, después de haberlas te. nido durante treinta y tantos años convertidas en museos de los sin Dios. Ha creado unas nuevas aristocracias, unas nuevas clases superiores compuestas de los altos jefes militares, los comisarios, la a1ta burocracia, los sabios e investigadores. Su falsedad es tanta, que mientras en el exterior sus agentes provocan huelgas y algaradas, comprando conciencias, con lo que arruinan a los otros pueblos, que en Rusia castigan con las penas máximas o el confinamiento en los campos de muerte de Siberia a los que en alguna forma no dan en su trabajo el rendimiento señalado.

Y a propósito de este fenómeno de la huelga, abandonemos estos países gélidos para volver a nuestro clima más templado. Característica de los Estados liberales ha sido la lucha de clases que, aceptada formalmente, se ha venido haciendo incompatible con la estabilidad y el progreso económico de las naciones. Es legítimo y natural que establecida y aceptada la lucha de clases no se prive al sector trabajador de las armas para esta lucha. Pero superada esta vieja y anticuada concepción, dañosa para el bien común, y establecidos instrumentos de conciliación y de justicia laboral en un Estado que comulga en el más acendrado celo por lo social, la huelga pasa a ser como esas viejas armas que se almacenan en los desvanes. Pueden los pueblos ricos, sobrantes de bienes y de renta, darse el lujo de destruir con las huelgas una parte de su patrimonio; pero cuando la huelga representa para los pueblos la ruina y la escasez, no pueden permitirse en ninguna forma estos viejos hábitos que, dañando gravemente a sus economías, repercuten a plazo corto en las posibilidades de mejora de las remuneraciones de trabajo.

Este vicio de la sociedad liberal no admite el más ligero análisis. La Justicia ha sido siempre el símbolo de la civilización, y el juez, con los Tribunales, la autoridad que dirime los conflictos entre los hombres. Si en el campo de lo criminal, de lo civil y de lo mercantil, de reducida área y que no suelen tener repercusiones públicas, la intervención de la Justicia es obligada, se hace mucho más necesaria y conveniente cuando el paro en el campo laboral arruina la economía, interrumpe la vida del país y atenta al bien común y a la libertad de los otros. La justicia por la roano, que constituye la acción directa, ha sido siempre la ley de las sociedades primitivas y no de los pueblos civilizados. Si los instrumentos de conciliación y de justicia laboral no se considerasen eficientes, perfeccionémoslos, pero no demos jamás motivos a perturbaciones que dañan tan gravemente al resurgimiento de nuestro país y que en defensa de la Patria en ningún caso habríamos de consentir.

Vuelvo a recordaros con este motivo que vamos embarcados en la misma nave y que las perturbaciones en la marcha sólo hacen el retrasar la travesía y los que más sufrirían con ello serían los menos dotados.

Yo pido a todos, empresarios, técnicos y obreros, que estrechen sus relaciones para que éstas sean más humanas y fructíferas, que de vosotros y de vuestra buena voluntad depende que estos programas de desarrollo nacional que estamos acometiendo puedan en el menor plazo ofreceros a vosotros y a vuestros hijos un esplendoroso porvenir.

¡Arriba España!


   ATRÁS   



© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

E-mail: generalisimoffranco@hotmail.com