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SUGERENCIAS

 

Discursos y mensajes del Jefe del Estado, 1967.


 
Texto del Discurso de S.E. el Jefe del Estado y Jefe Nacional del Movimiento en la sesión inaugural del XI Consejo Nacional de Movimiento.

Pronunciado en el Palacio del Consejo Nacional, el 28 de noviembre de 1967.

Señores consejeros:

Con la inauguración de las tareas del nuevo Consejo Nacional, formado con arreglo a la Ley Orgánica del Estado y la posterior legislación de ella derivada, se completa una importantísima etapa de la institucionalización de nuestro Estado, configurando un orden político actual y moderno, válido 'para enfocar todos los problemas desde una perspectiva adecuada a nuestro tiempo y fiel a la vez a nuestras mejores y más queridas tradiciones.

CULMINACIÓN HISTÓRICA

Hemos culminado con éxito evidente una etapa decisiva de nuestra marcha por la historia. Ahora es preciso, desde la altura positiva de lo conseguido, plantearse el repertorio de ambiciones y de empresas de cara al mañana. Hoy podemos, por virtud de nuestro sistema, aspirar con seguridad no ya a planteamientos válidos para cuatro, cinco o diez años, sino tratar de determinar nuestro último tercio de! siglo XX preparando la España del siglo futuro.

Para ello es preciso aprovechar este tercio de siglo sin desperdiciar ninguna de sus posibilidades y sin soslayar nuestras propias responsabilidades. Es imperativo el que nuestras instituciones estén en todo momento asistidas y respaldadas por el pueblo; que el Movimiento y el pueblo estén unidos por unos lazos de comprensión, por un juego dinámico que los comunique y vivifique mutuamente, atendiendo a esa preocupación constante de nuestra política de vivir de cara al pueblo y al servicio de su justicia. Estado, Movimiento y pueblo, enlazados en una dinámica unidad, han de ser el eje sobre el que España avance confiada, ambiciosa y segura hacia su futuro.

Si, desde el punto de vista de la calificación legal, todas las leyes fundamentales tienen el mismo rango jurídico, la ley y principios del Movimiento posee, por su propia singularidad, un valor relevante. Esto es así no sólo por los principios contenidos en dicha ley, que se declaran «por su propia naturaleza permanentes e inalterables», sino también porque en ellos se perfila cuanto es en esencia el Movimiento Nacional, sobre cuyos principios descansa la estructura de nuestro sistema político.

Ejemplarmente fieles a los principios que adoptamos desde los primeros momentos, siguiendo la doctrina de los grupos políticos que se integraron y que hemos venido proclamando, constituimos un movimiento y no un partido, concepto del cual jamás hemos dudado. Cierto es que muchas veces no se nos ha comprendido, y aún hay quienes siguen confundiendo a nuestro Movimiento, abierto a todos, con las sofisticadas estructuras de otros partidos políticos que Europa conoció. El tiempo y la experiencia han venido abriendo los ojos a cuantos no habían querido ver, pero que finalmente han tenido que reconocer la verdad y la eficacia de nuestra doctrina y la limpieza de nuestros actos. Nuestro Movimiento es original, nació en la condición y en la mente de los españoles y de nadie lo hemos copiado.

El Movimiento Nacional, legitimado por la voluntad del pueblo, tuvo desde los primeros días un quehacer especial: asegurar al país la permanencia de los principios por los que se luchaba y moría, hacer fecunda la sangre derramada enlazando nuestra gran tradición histórica con la realidad social de nuestra época, forjando unas ansias de solidaridad real entre los españoles, inspirándoles un patriotismo nuevo, la persecución de la justicia social y la más estrecha convivencia nacional.

EL MOVIMIENTO Y LA REVOLUCIÓN NACIONAL

Así, nuestro Movimiento ha venido a constituir la más firme base de renovación y de cultura, el medio idóneo para la formación del espíritu nacional de las juventudes y para la preparación y promoción de la base política de las nuevas generaciones. Todo ello exige el constante y progresivo perfeccionamiento de sus estructuras, la renovación de sus cuadros y el ensanchamiento de su base.

Tres son las verdades fundamentales en que se ha apoyado al correr de estos años nuestra política: los principios de la ley de Dios, el mejor servicio de la Patria y la justicia social con el bien general de los españoles, bases de una grande e indispensable revolución política.

El mundo vivía, y todavía vive en parte, de fórmulas viejas, agotadas, concebidas en los siglos XVIII y XIX, en las que una parte de las clases medias, las clases burguesas, explotaban una organización política en beneficio casi exclusivo de su clase. Al extenderse la cultura, al darse cuenta el hombre del puesto que ocupaba en la sociedad, de lo justo y de lo injusto, la vieja política quedó sentenciada, incapaz de satisfacer las nuevas necesidades. Aquí nacieron los socialismos, los sindicalismos de clase, la batalla incivil en la sociedad, que ha venido desde entonces amenazando el progreso económico de los pueblos, y que acabó culminando en la revolución rusa con la implantación de la dictadura de! proletariado, en la que se hizo tabla rasa de todo lo anterior; pero que en cincuenta años, después de esclavizar y encadenar a un pueblo, no le ha podido dar el nivel de vida alcanzado por los países burgueses del Occidente; mas, eso sí, ha sabido crear un imperialismo y una potencia militar desconocidos hasta ahora en la historia del mundo. Entre estas corrientes. el Movimiento Nacional vino a constituir una revolución política necesaria, y sus realizaciones económicas y sociales, bajo los principios de la ley cristiana, han llenado el espacio que había quedado vacío.

Un sentido católico ha venido inspirando todas las actividades de nuestro Movimiento. Nuestras leyes y disposiciones están impregnadas de ese espíritu. Muchas veces he recordado que la religión católica ha sido el crisol de nuestra propia nacionalidad; que en sus misterios y en sus dogmas se inspiraban los siglos más gloriosos de nuestra historia; el talento especulativo de nuestros filósofos, el genio de nuestros poetas, la insp1ración de nuestros grandes pintores y todas esas obras simbólicas incorporadas al acervo universal que son esencialmente cristianas. Este sentido católico de la vida lo hemos considerado siempre la más sólida garantía para los gobernados contra la arbitrariedad o los excesos, siempre posibles, del poder.

Hace justamente un cuarto de siglo, y en uno de los discursos pronunciados en mi continuo peregrinar por las tierras de España, decía que «nuestro Movimiento necesitaba una dirección, un mando y unos cuadros, porque si lo dejáramos a su libre albedrío y a los esfuerzos esporádicos de cada uno, llevaría una marcha anárquica y zigzagueante». Por eso cuando preparemos y remitamos a nuestras Cortes la Ley Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional, no hicimos otra cosa que traducir al lenguaje de un instrumento normativo con rango de ley, lo que tenía bases muy claras y precisas no sólo en el vocabulario de la política práctica, sino también en nuestro orden de leyes institucionales. A lo largo de los últimos seis lustras, la realidad y la experiencia han ido decantando como válido y conveniente lo que tan reiteradamente habíamos expuesto en nuestros contactos públicos y directos con todos los sectores del pueblo español. Si alguien pudo sorprenderse de lo que es el Movimiento, es porque antes no había querido oír o se había negado a enterarse.

Ante todo el pueblo, y a lo largo de estos treinta años, nos hemos esforzado por destacar lo fundamental y característico de nuestro Movimiento, separando las realidades permanentes de la retórica accidental, conveniente a cada circunstancia. Así llegamos a crear la imagen de un Movimiento Nacional que, en su profunda dinámica, nada tiene en común con los viejos partidos enquistados y fantasmales, que, apoyados en un mínimo de ideas y un máximo de intereses egoístas, hacían marchar a unos Gobiernos de alucinación, tras los cuales corría España a su pérdida y liquidaba la gloriosa empresa ecuménico de diez siglos de historia.

LA VIGENCIA POLÍTICA

Sólo ajustando las directrices y realizaciones de la programación política al previo rigor de unos Principios, se mantendrá la legitimidad de ejercicio en la gobernación del país y en el uso y administración de los poderes públicos en sus distintas funciones. En la lucha, que hoy es mundial, de unos principios sobre otros, sólo sobrevivirán con características propias aquellas naciones que tengan una doctrina y que sean capaces de imponerla frente al ataque de lo foráneo. No olvidemos que para las ideas no hay aduana y que ningún cordón sanitario o telón de acero puede detener a las ideas que se entrecruzan y chocan como espadas.

En los tiempos que vivimos no es posible el debilitamiento político. No cabe el desarme. El enemigo no reposa. Trabaja constantemente y gasta sumas ingentes para destruir y debilitar nuestra fortaleza y alterar nuestra paz. Ante esos propósitos se hace cada día más necesaria la existencia vigilante de un movimiento político que, construido sobre los principios proclamados, que nos son comunes, mantenga el fuego sagrado de nuestra independencia; pero, pese a los esfuerzos de nuestro enemigo para dificultar nuestras empresas y alterar sus logros, nuestro Movimiento ha sabido crear un nuevo concepto social, imprimiendo a todo, dentro y fuera de la Administraci6n, un sentido humano y colaborador. Todo lo que no anima la política, acaba en rigidez y en abandono; sólo cuando la ilumina un ideario, la acción se hace dinámica y eficaz.

Los Principios Fundamentales del Movimiento figuran hoy en la base constitucional de nuestro Estado, impregnándole y respondiendo al sistema de finalidades y motivaciones que le han conferido la más indeclinable legitimidad de origen y de ejercicio. Hemos hecho las nuevas leyes, pero porque no puede crearlo todo una sola generación, confiamos a quienes hayan de seguirnos la misión de rematar pacientemente el edificio, como sucedía antaño con las catedrales, que una generación comenzaba y otra llevaba a feliz término, poniendo piedra sobre piedra, con paciencia y constancia. Nuestro Movimiento es una tarea dinámica, pero perfectible, en la cual se suman las generaciones hasta ver rematado el edificio.

ORIGINALIDAD DEL SISTEMA POLÍTICO ESPAÑOL

Igualmente hemos de afirmar que nuestro Régimen nacional, cuya perfección confiamos a los españoles que tengan conciencia de su deber ante la historia, no nació como fácil sustitutivo de otro cuya pobre legalidad había quebrado al degenerar el Poder en promotor directo y material de la subversión; ni tampoco como solución transitoria y provisional para restablecer la comunicación entre los eslabones representativos de otras legalidades muy anteriores al Movimiento y dignas de estima en la vida histórica de España. Por el contrario, nació como un sistema político distinto y original, vitalmente enraizado en la más genuina tradición hispana y biológicamente inserto en el curso y exigencias de nuestra época.

Proclamándonos tradicionales fuimos, sobre todo, actuales, y al ser sociales coincidimos con el signo de una era en la cual las minorías son reemplazadas por las masas.

Profundamente restauradores en cuanto se refiere al culto de las virtudes patrias, sólo podemos ser instauradores de la propia y específica legalidad, que bajo la forma que definen las leyes exige continuación en el tiempo. Se equivocan y se equivocarán siempre cuantos pretendan ofrecernos, como fórmula salvadora, el saldo de viejos ting1ados políticos que hoy menos que nunca podrían tener lo más mínima aceptación y viabilidad entre los españoles. (Grandes aplausos.) Quien desee ser útil España debe comenzar por ser fiel a sí mismo y no ofrecer como remedio para posibles enfermedades lo que fue la causa misma de nuestros males: el partidismo y la desunión, así como la pugno incluso maniática y llevada al extremo. Al ser también fiel a su origen, cada pueblo debe optar por las instituciones con las cuales alcanzó mayor gloria, siempre que éstos se adapten a las realidades actuales. Así lo ha decidido nuestro pueblo al sancionar con una mayoría abrumadora nuestra política, otorgándole masivamente sus votos a la Ley Orgánica del Estado.

En nuestra acción política cuanto era sustantivo y básico lo hemos fundamentado, desarrollado y perfeccionado durante tres décadas; lo que desde el primer momento nos fue manifiestamente claro: el gran antipartido que, llamándose Movimiento Nacional, ha conducido al fortalecimiento de nuestra paz, de nuestro orden social, de nuestra capacidad económica, de nuestra cristiana singularidad cultural, de nuestra soberanía política e incluso de nuestra fe religioso. De todo cuanto siempre e incluso ahora, en tiempos de cierta confusión universal, continúa siendo el factor más eficazmente activo de nuestra cohesión interna y singularmente de nuestra misión en el acontecer peninsular y universal. Son tales los frutos del Movimiento Nacional, que me atrevo a hacer una afirmación terminante: si este Movimiento no existiera, nuestra tarea más urgente sería inventario, porque lo exigiría el mayor bien de nuestra comunidad nacional.

CONTINUIDAD DEL RÉGIMEN

Por todo ello, y de conformidad con nuestra historia próxima y con nuestra doctrina, no es este un régimen al que cabe suceder sustituyéndolo por otro, aun cuando esto pudiese acontecer sin los dramáticos movimientos pendulares que se han sucedido en nuestra historia desde hace ciento cincuenta años. Sólo la regular sucesión en la Jefatura del Estado es lo que cabe dentro del sistema constituido y de conformidad con las previsiones, condicionamientos y mecanismos institucionales jurídicos que han sido establecidos en las leyes en los últimos veinte años. Cualquier otro entendimiento de este problema, cualquier otra posición dialéctica o práctica sería contraria a la verdadera y auténtica legitimidad y sancionada de acuerdo con la severa norma que la Ley Orgánica del Estado impone, como un honor y título de gloria y de servicio, a nuestras fuerzas armadas. (Grandes aplausos.) Más afirmo todavía: sería entonces nuestro pueblo quien reclamase la aplicación de las leyes para que no pudiera serie escamoteada, ni siquiera subrepticiamente, su facultad de intervenir en el futuro a través del juego legal y ordenado de nuestros órganos representativos.

Nuestro original y españolísimo sistema político comprende tanto las instituciones del Estado y la Administración como las estructuras del Movimiento, sin absorción ni posible identificación entre unas y otras. Son bien distintas las funciones que a cada una de ellas corresponde, si bien todas han de servir a una misma constelación de fines superiores. De esto dimana una armonía que hace posible la convivencia ordenada en el seno de una sociedad sólidamente establecida, y en la cual la legítima y necesaria variedad no rompe, antes enriquece, la unidad esencial de los españoles. Tenemos un sistema que se basa en el consensus explícito de la nación, y que, si históricamente arranca del 18 de julio de 1936, cierra todo un ciclo en el Referéndum del 14 de diciembre de 1966. Entre ambas fechas han transcurrido nada menos que treinta años.

PRINCIPIOS DOCTRINALES Y ORGANIZACIÓN POLÍTICA

Para salvaguardar este gran caudal, que es legado irrenunciable de nuestra historia y conquista preciada de nuestro pueblo, hemos promovido la Ley del Movimiento y de su Consejo Nacional, por cuyo imperativo -nacido del contenido mismo de la Ley Orgánica- nos reunimos hoy en este acto de apertura del XI Consejo Nacional. Confiar la eficacia de unos principios sólo a un solemne reconocimiento constitucional de los mismos sin fomentar al tiempo la organización institucional que garantice y promueva su cumplimiento, sería tanto como sancionar su lento desnaturalización e ineficacia. Esto hubiera supuesto ni más ni menos que un confinamiento o destierro de los principios al limbo de las declaraciones solemnes, pero carentes de cauces reguladores de aplicación que garanticen su fertilidad y vigencia en la vida. misma del pueblo español.

Para evitar estos riesgos, sobre los cuales nos alecciona la historia de otras circunstancias y de otras naciones, el Movimiento ha comprendido siempre una doctrina, una organización, una disciplino y, naturalmente, una jefatura. Los grandes movimientos políticos son en el orden de las ideas, entidades llenas de espíritu, pero en el de las realizaciones han de parecerse a los ejércitos y a las órdenes religiosas, que sin doctrina, organización, disciplina y mando no sólo resultan inútiles para la lucha, sino que tienen perdidas sus batallas incluso antes de comenzarlas.

Sé que no faltan quienes seriamente contagiados por uno de los males más visibles de nuestro tiempo proclaman que cuanto hoy importa es exclusivamente el dominio de las técnicas, pues sólo ellas hacen posible la con- quista del bienestar para los humanos. Es notorio que hemos de aspirar muy activamente a lograr el dominio de las técnicos y de la investigación científica, si no queremos caer en una especie de protectorado o quedar en el concierto de las naciones como una nación secundaria y marginada. Pero es también incuestionable, y así lo hemos proclamado siempre, pues creemos en la primacía del espíritu, que la continuidad y eficacia de los sistemas políticos está en función de la adhesión sincera de las nuevas y sucesivas generaciones, y esto depende de los estímulos y perspectivas que abran con sus doctrinas y con sus conductas. La adhesión de los pueblos se gana con la belleza de las ideas y su adecuación a la práctica, y no sólo con el ritmo de las máquinas.

Por todo ello precisamos del éxito en lo material, clave del bienestar, y creo, ciertamente, que en gran parte lo hemos logrado sin caer en el fetichismo y adoración de los bienes materiales como única medida de todas las cosas. La doctrina de nuestro Movimiento Nacional es una toma de posición ante los problemas pendientes en las sociedades modernas, aunque, lógicamente, sin descender a los detalles que son accidentales y mudables. Nuestro Movimiento nunca estará al servicio de una minoría 00 ,privilegiados ni de las elucubraciones que elaboran en sus criptas y cenáculos pequeños grupos de iniciados que auguran sobre el presente y profetizan sobre el porvenir sin arrimar el hombro a nada. Su pecado se agrava cuando suman la frivolidad e incluso la deslealtad al delirio de sus imaginaciones anárquicas, y triste es que, cuando en tantas cosas es posible servir bien a España, algunas mentes aprovechables se dediquen a la crítica negativa en lugar de colaborar lealmente con el Movimiento y la Administración en estos años tan decisivos y fundamentales para el porvenir de España.

Desde el Poder, que imperiosamente nos exige avanzar paso a paso, nunca podríamos permitirnos jugar con el futuro del pueblo español ni comprometer su existencia en aventuras y experiencias quijotescas en las cuales concluiríamos molidos, hambrientos y desgarrados. Ante las nuevas realidades, hijas tantas veces de la profunda crisis estructural que es propia de nuestra época, el Movimiento ha venido a ser en nuestro marco institucional el fermento y garantía de todos los avances, de todas las transformaciones creadoras y de las más legítimas y razonadas aspiraciones de nuestra sociedad. Este Movimiento ha estado, está y debe continuar en la base de nuestro ordenamiento jurídico y político. Es fundamento y depurada esencia de nuestro mejor pasado, fruto de la experiencia y clave de nuestro más alto porvenir. Por el Movimiento avanzaremos hacia el futuro con paso firme, sin caer en aventuras o tentaciones fáciles ni detenernos jamás en la contemplación de los éxitos logrados. Hace días recordaba ante las Cortes que tuvimos o sufrimos ciento diecisiete Gobiernos en sólo ciento tres años. ¿Cómo habíamos de lograr ni siquiera lo integridad del suelo hispano? Preciso fue pagar el precio de nuestras divisiones y querellas, y hoy sabemos que ese precio fue muy elevado.

CONCURRENCIA Y CONTRASTE DE PARECERES

En la hora de culminar el ciclo de nuestras previsiones de futuro no podía faltar la ordenación correspondiente al Movimiento Nacional que estableciese no sólo su papel y funciones en el conjunto de las instituciones, sino también sus atribuciones específicas y su mecanismo funcional. Resulta claro que en toda gran empresa política, a la comuni6n de la doctrina ha de sumarse una cierta organización si de veras queremos que tal empresa sea promotora y renovadora del curso de los hechos nacionales. Sólo así quedan atendidas las dos vertientes que el Movimiento ofrece ante el presente y garantiza ante el porvenir: la estricta fidelidad a los Principios Fundamentales de la participación de la sociedad toda en la vida política mediante la ordenada representación y la concurrencia de criterios. Las ideas deben debatirse, porque en el diálogo surge sobre la buena fe de todos el remedio que coincide con la soluci6n precisa y, al tiempo, con la unidad, la autoridad y la continuidad del sistema dentro del orden que hemos logrado.

Tal concurrencia y contraste de pareceres constituye la clave íntima de nuestra auténtica e indeclinable libertad, con la cual surge por cauces orgánicos la participación ordenada del pueblo en la vida pública y en las decisiones del Poder. Así hemos logrado un Movimiento abierto a todos, pero atento a un orden y al servicio de unos Principios. Que no sólo no combate a la democracia, sino que la realiza, y que respeta a las nuevas urnas; en ellas se contiene, a través de la voluntad popular expresa, parte no pequeña de nuestra realidad política. El Movimiento se convierte así en el intérprete de la voluntad nacional profunda, que jamás debe confundirse con lo que se "ama generalmente opinión pública, cosa epidémica y de naturaleza mudable, que por ser casi siempre emocional, es sólo el termómetro que mide una circunstancia efímera y febril. Por el contrario, la opinión pública verdadera responde a motivaciones profundas, y debe estar protegida de la acción de los demagogos, de los panfletarios e incluso de aquellos que interpretan a su modo doctrinas que en su mayor parte no están hechas para la sociedad secular. Hoy se trata de compartir un impulso comunitario de vida, y, respetando al individuo, rechazar las veleidades del individualismo anárquico.

TAREAS DEL CONSEJO NACIONAL

Es a este Consejo a quien, junto a la Secretaría General del Movimiento, corresponde la difícil tarea de organizar y de conseguir en vuestras deliberaciones el sano contraste de los pareceres, así como lograr a nivel de máxima responsabilidad el preciso enjuiciamiento crítico en busca de las soluciones adecuadas, dentro del área de competencia que afecta a los fines y cometidos específicos de este Consejo Nacional. Sin particularizar demasiado, debo referirme a alguno de esos cometidos por su trascendencia en las presentes circunstancias.

La Ley Orgánica del Movimiento os encomienda ocuparos del desarrollo de la participación de la sociedad en la vida pública, del mejor logro y perfeccionamiento de la justicia social, de la incorporación y formación de nuestras juventudes, del análisis crítico de las soluciones concretas de gobierno y, asimismo, de estimular la acción de la Organización Sindical a la luz de la declaración XIII del Fuero del Trabajo. Estas misiones son de tal importancia, que bastan para convertir a este Consejo en pieza decisivo en el ordenamiento institucional. Esto es la cámara de las ideas y de los principios, y os corresponde la misión precisa de proponer aquello que España más necesite. Vuestra toreo es inmensa, pues a ella se une la de promover, si fuese preciso, el recurso de contrafuero, elevándolo razonadamente al Consejo de! Reino. Así, por una parte, sois creadores en la acción política, y, por otra, guardianes de la más pura vigencia de los Principios Fundamentales y del orden institucional.

PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LA MUJER

De esta gran variedad de cometidos y de funciones, no podríamos olvidar cuánto a través de nuestro Movimiento hemos logrado en treinta años difíciles de continuo esfuerzo en el curso de los cuales se ha transformado España más que antes en todo un siglo. Hemos incorporado a la mujer a la vida política, dándole no sólo de manera efectiva la igualdad de derechos. sino también facilitando en cuanto ha sido posible su incorporación al hogar, a través de una esforzada defensa de los intereses legítimos de la familia. En esta materia merece especial gratitud por su tarea nuestra Sección Femenina, que si ya en la Cruzada prestó servicios eminentes, en la paz no ha dejado de transformarse para servir las crecientes exigencias de nuestra sociedad. Acaso nuestro Servicio Social esté necesitado de ponderada transformación, y en esta materia os encomiendo que meditéis con serenidad y detenimiento. Hoy la mujer compite con el hombre en el trabajo y en el estudio, sin dejar de ser su compañera en el largo camino de la vida. Respetando la innata delicadeza de la mujer, hemos de fomentar por todos los medios su presencia activa en la sociedad.

FORMACIÓN Y MISIÓN DE LA JUVENTUD

Tarea igualmente decisiva, y que ha de juzgarse sin ningún género de prejuicios, es cuanto se refiere a la formación de la juventud. La tarea futura es tanto más difícil por cuanto desde planos ideológicos muy distintos, y en ocasiones incluso violentamente contrapuestos, se intenta asaltar la conciencia de nuestras juventudes universitarias y laborales, proponiéndoles como objetivos de hoy lo que son productos residuales de una etapa histórica completamente superada. Es volviendo a todos los vicios del pasado y a todos los yerros que ya hemos conocido como se trata de arrancar la juventud de España del Movimiento Nacional, encadenándola a modas foráneas tan febriles que, cuando algunos quieren incorporarse a ellas, han concluido con anterioridad.

Por todo ello os encarezco que primordialmente dediquéis especial atención a las juventudes, tanto universitarias como trabajadoras. Hoy hemos de luchar contra el frívolo superficialismo de cuantos, ante los problemas del día, proponen remedios que ya fueron inútiles cuando no mortales en la España del tiempo pasado. Contra todo ese conjunto de fáciles tentaciones y de estériles anacronismos debe combatir nuestro Movimiento, ofreciendo a las juventudes, junto a los veteranos de nuestra gran empresa, el ilusionado puesto que les corresponde en el futuro de la nación. Hemos de encontrar para las generaciones jóvenes no sólo grandes tareas espirituales y una auténtica misión entre los hombres, sino también un puesto en la difícil lucha por la vida. Al crear muchos miles de nuevos puestos de trabajo, más y mejores becas, mayores y más perfectos centros de investigación y de enseñanza, más completas instituciones de aprendizaje y de artesanado y más centros de recreo y de sano deporte, hemos de hacerlo pensando con ilusión en las generaciones que nos siguen... Sólo sirviendo a la juventud e interpretando sus ansias apasionadas de vida acertaremos a trazar el puente que une a nuestro tiempo con ese siglo XXI, que se anuncia al comenzar el último tercio del siglo en que vivimos.

EL SINDICALISMO NACIONAL EN LA NUEVA SOCIEDAD ESPAÑOLA

No podríamos olvidar que entre los fines de este Consejo figura estimular la acción de la Organización Sindical. En este campo nos encontramos con uno de los logros más singulares de la España del tiempo presente, y ante uno de los éxitos más indiscutibles del Régimen y del Movimiento. El sindicalismo debe ser uno de los baluartes más firmes de la nueva sociedad española, porque desde él se lucha contra cualquier forma de injusticia, y se promueven y estudian las fórmulas más adecuadas para la participación de los hombres en los justos beneficios de la producción y del trabajo. Sabemos que todo aumento de la riqueza de poco serviría si, al mismo tiempo, no se lograse un perfecto y paulatino acceso a los bienes logrados con el esfuerzo de la sociedad, y por medio de la colaboración en esta era técnica y en la economía del desarrollo, del trabajo y del capital hermanados para los fines que les son propios.

Nuestro sindicalismo orgánico, representativo y cauce de fecunda participación, es hoy no sólo el medio por donde discurre la expresa voluntad social de los españoles, sino el punto de encuentro donde trabajadores, técnicos y empresarios deponen toda vieja y estéril rivalidad para resolver unidos cuantos intereses afectan a sus intereses y sus vidas. También desde el campo de lo social aparecen ciertas amenazas por parte de cuantos pretenden retornar a la España cruel y dividida de antaño, cuando todos combatían contra todos, desde sindicato a sindicato y desde grupo a grupo, en una ley de la jungla que hacía imposible el orden de la nación y el progreso comunitario. A través de nuestro nuevo sindicalismo se ha logrado la reconciliación del mundo de la producción y del trabajo y se ha puesto fin a la cruenta lucha que entre sí sostenían las clases sociales e incluso los sindicalismos rivales. (Grandes aplausos.) Todo esto fue consecuencia de una época en la cual no sólo se desatendió a la justicia social, sino que se faltó incluso contra la caridad cristiana.

La Organización Sindical española, superadora de estas querellas y de estos males, ha de ser uno de los ejes vitales de la concordia civil en que vivimos. Por ello encomiendo a todos los miembros de este Consejo y a los dirigentes sindicales que pongan su máximo celo en el mejor logro, del futuro ordenamiento sindical, que partiendo de la enorme tarea ya realizada debe ratificar y perfeccionar cuanto el sindicalismo ha logrado para sí mismo y para todos en el último cuarto de siglo. Hoy nuestros sindicalistas se encuentran en el interior de las instituciones a las que antaño combatieron otros desde fuera y en las que ahora participan con profunda presencia representativa. El sindicalismo está en el sistema y en el Movimiento, como lo demuestra su excepcional participación en los Municipios, las Diputaciones, las Cortes Españolas, el Consejo del Reino y, desde luego, en este mismo Consejo Nacional. Para los sindicatos se han abierto las puertas de la fortaleza social, que antaño otros sindicalismos pretendieron derribar, cuando esa fortaleza defendía la injusticia y hacía inevitable la lucha social.

Al contemplar hoy en el mundo los desgarramientos y pugnas de otros sindicatos, más nos afirmamos en la creencia de que hemos dado en España con la fórmula que precisaba la madurez del tiempo en que vivimos, esto es, un sindicalismo de participación y de gestión, que sirva ante todo a sus fines específicos -puesto que sin ellos no seria sindicalismo-, pero que al tiempo colabore en el engrandecimiento de la Patria. Sin unidad sindical retornaríamos a las luchas sociales de antaño, que dividían a los trabajadores y los enfrentaban en lucha sangrienta con los empresarios, en lugar de coaligarse todos para la concordia y el diálogo. Hoy un sindicalismo unido y fuerte es la clave de una sociedad integrada y el reducto más firme de la paz social, política y económica de España.

EL ORDEN INSTITUCIONAL Y EL CAMINO ABIERTO AL FUTURO

Desde ahora, señores consejeros, debemos caminar hacia el futuro empleando como palanca paro la acción el orden institucional en que felizmente hemos culminado. El Consejo Nacional del Movimiento, sus comisiones y la Secretaria General inician una nueva navegación por la política, que debe tener como característica la previsión, la eficacia y la continuidad creadoras. España no puede permitirse tener instituciones que no rindan al máximo de sus posibilidades, y esta capacidad creadora, tantas veces puesta a prueba desde 1936, es la que hoy se exige del Movimiento, de su Consejo y de la propia Secretaria General del Movimiento al iniciar, tal como vuestra Ley Orgánica determina, la adecuación de las estructuras y órganos del Movimiento mismo a la madurez política y a la evolución del país.

Todo esto nos lleva a la reiterada comprobación de que hemos conseguido una España transformada, en la cual comienza a percibirse incluso un cambio espiritual del tipo humano, pues creo sinceramente que el español ha alcanzado algunas generosas características de las que como ciudadano había estado algo escaso en los años de nuestro decaimiento. Ya no tenemos aquellas «dos Españas» que helaban el corazón, sino una España única y nueva que caldea el espíritu de todos en una generosa emulación y que impulsa a los españoles a convertir cuanto antes en realidad los ensueños regeneradores del pasado. Es esta otra España, que sólo en las fronteras
coincide con aquella que me confiasteis, desgarrada y doliente, en circunstancias excepcionales y dramáticas.

En la tarea de restablecer la y restañar sus heridas, puedo decir sin falsa modestia que he cumplido con vuestro deseo y que lo he hecho dentro del límite que imponen las posibilidades humanas. Al responder ante Dios y las generaciones de mi tarea en la Historia, tengo tranquilo el corazón y en sosiego el ánimo. (Grandes y prolongados aplausos y gritos de ¡Franco!, ¡Franco!)

En cuanto a vosotros, debo deciros que jamás una sola generación ha hecho tanto por cuantos deben continuarla.

Al ser nuestra sociedad vasta y multiforme en su composición y en sus manifestaciones, el Movimiento ha de recibir desde el seno de su organización y el pulso de sus hombres una diferenciación de opiniones, criterios y pareceres sobre la dinámica y mutaciones cuyo tratamiento y examen os está encomendado. Al promover y hacer viable el contraste de pareceres, el Movimiento Nacional confirma su viabilidad y autenticidad, evitando que las diferencias degeneren en grupos partidistas que, al enquistarse en sus egoísmos y manías, esterilizarían la fecunda naturaleza de nuestro sistema. La distinción esencial entre la pequeñez de un partido y la magnitud de un movimiento estriba en la distancia que separa a una simple etiqueta de un sistema político en marcha. Tal es la diferencia sustancial que existe entre la adscripción a un programa político de partido, mudable y caprichoso, y la conducta que comporta una actitud operativo en el seno del Movimiento, ordenada a un quehacer fecundo al servicio de esta entidad suprema que se llama España.

Cuando un Movimiento político se hace nacional, han pasado los años y nuevas generaciones se han incorporado a la empresa común, tiene que desprenderse de los exclusivismos inherentes a los grupos distintos que lo constituyeron. ¡Honor sin límite para los servicios prestados en los tiempos heroicos para salvar la Patria! Pero hoy nuestra tarea política es la de unir a todos, incorporándolos al gran servicio de la Patria. Un movimiento como el nuestro no puede limitarse, ha de estar en periódica renovaci6n, mirar al futuro, marcarse metas cada vez más ambiciosas y proseguir sin descanso hasta el límite que las circunstancias y los medios disponibles permitan satisfacer cuantas justas aspiraciones albergue nuestro pueblo. Hemos de llevar al ánimo de los españoles que el Movimiento es obra de cuantos quieran tomar parte en el engrandecimiento de su Patria. Las filas del Movimiento Nacional siguen abiertas a cuantos a ellas acudan con honradez y espíritu de servicio. Las leyes serían cosa muerta si no las mantuviese una pléyade de hombres inasequibles al desaliento, que encabezan las organizaciones, encuadrando a la juventud que forma la generación que ha de sucedernos. El Movimiento no puede adscribirse a una generación por meritoria que esta sea y por grandes que hayan sido sus servicios. Es. necesario que se proyecte hacia el futuro, implicando para ello a los mejores hombres de las nuevas etapas, estimulándolos con nuestro esfuerzo, procurando ser siempre los mejores y ocupando con sacrificio los puestos de vanguardia. Por otra parte, nuestro Movimiento tiene demostrada su capacidad para estimular a la incorporación de valores nuevos. En la administración local, en la provincial, en las organizaciones sindicales, en los congresos económico-sociales y en las tareas de preparación del Plan de Desarrollo hemos visto surgir hombres importantes, que han venido constituyendo desde hace treinta años un medio eficaz para la incorporación de nuevos valores a las tareas de gobierno.

Todo este complejo de diferencias y de exigencias nos demanda como inevitable corolario la mínima formalización de una disciplina, la cual no es otra cosa que la aceptación de las responsabilidades que hemos contraído y aceptado ante nuestros principios y ante el interés de la Patria. Ya sé que la palabra disciplina fácilmente desorienta y confunde a cuantos no comprenden su profundo significado y creen que eso es tan sólo una cosa de cuarteles y de soldados. Disciplina es la ordenada aceptación de unas normas, tanto de pensamiento como de actuación, y, en definitiva, una regla y método en el orden de vida. ¿De qué conjunto de principios no debe deducirse necesariamente una cierta forma de existencia, una regla o norma, de acuerdo con los principios así adoptados y suscritos? La disciplina es también una virtud civil, y etimológicamente significa aprender algo. La disciplina es, en definitiva, el origen mismo de toda enseñanza.

HUMANISMO Y UNIVERSALIDAD

Fue José Antonio quien nos dijo que España es «una unidad de destino en lo universal», y tal unidad debe imponer la perseverancia en un ideario básico, especialmente cuando nuestros Principios Fundamentales resultan ser consustanciales con la idea eterna de España. Es decir, no en cuanto responden a cualquier voluntad de poder, sino al deseo implícito del pueblo y al genio de su historia y de sus actos. De 1a quinta-esencia de la historia española y de nuestro gesto tradicional ante la vida proceden nuestros doce Principios Fundamentales, y lo que en ellos se reclama es propio de hombres libres y de cristianos. Por tales hemos de honrarnos cuantos militamos en este Movimiento, que si ante todo pretende servir a España, nunca olvida que los restantes pueblos también tienen derechos y que hemos de respetarlos. Como cristianos, somos humanistas, y como buenos españoles, somos universales.

Desde los comienzos de nuestra tarea hemos buscado una comunicación fervorosa y auténtica entre el Estado y el pueblo, y para tal comunicación creamos el cauce del Movimiento Nacional. Pero esto de tal manera, que esos ideales no queden nunca petrificados en las circunstancias dramáticas y heroicas de hace treinta y un años, sino continuamente adaptados a las normas pacíficas de convivencia de los españoles de hoy y de cuantos en el futuro hayan de continuar esa empresa sin final que es la Historia de España.

Cuando decimos que nuestros Principios Fundamentales son «permanentes e inalterables», no lo hacemos poseídos de soberbia alguna, pues no los referimos tanto a su letra como al espíritu vivificador que debe inspirarnos en su aplicación cotidiana. Nuestros Principios no cambian, porque, como tales, son el fundamento y eje de las cosas. Pero sabemos que necesariamente han de mudar las circunstancias en las cuales esos mismos Principios hayan de ser aplicados.

La Patria, concreta y tangible, que viene a servir el Movimiento Nacional es como un árbol só1ido y poderoso en el cual mudan las hojas, pero que mantiene la reciedumbre de sus ramas. La esencia de los Principios no está en las hojas, sino en la savia que recorre esas ramas, fertiliza su vida, renueva el tronco, muchas veces secular, y le fortalece y defiende ante las tempestades. Lo que, en suma, deseamos del Movimiento es que su tronco y su savia sirvan de sólido amparo a las instituciones, aunque las hojas muden como las generaciones que pasan. No hemos configurado una doctrina para que esté sólo vigente en el momento en que vivimos, sino para que en el mañana siga proyectándose con ímpetu y vigor sobre las instituciones que hemos creado. España necesita de este Movimiento Nacional, del cual sois emanación representativa, y a vosotros corresponde, con la precisa reflexión y pausa, el estudio y propuesta de futuras modificaciones ya previstas en vuestra Ley Orgánica. De vuestra dedicación, firmeza y acierto depende en gran manera el Movimiento en que militamos, y en él vemos reflejada no sólo nuestra obra, sino también la manera de perpetuarla.

REPRESENTATIVIDAD Y NUEVAS GENERACIONES

La nueva composición del Consejo acentúa su representatividad, y puedo ver con satisfacción cómo la nueva composición de esta Cámara que hoy presido incluye a hombres maduros que han dedicado más de media vida al servicio de España y a otros cuyos rostros me son familiares y que me vienen acompañando desde los años gloriosos en que constituíamos en Burgos el Consejo de la Falange. (Grandes aplausos.) En vuestros escaños se mezclan hombres nuevos, que por aquellas fechas o eran niños o contaban muy pocos años. Son las nuevas generaciones políticas, que se ejercitan con los veteranos en una acción que asegura la continuidad.

Vuestro vicepresidente ha venido en estos días preparando, por mi delegación y encargo, el instrumento para que todo estuviera a punto y hoy pudiera yo daros la orden de comenzar vuestros trabajos con toda la ilusión y prudencia necesarias. Habéis elegido vuestra Mesa y la Comisión Permanente, e igualmente habéis acordado la constitución de algunas de las secciones y ponencias de trabajo, así como los hombres que han de presidirlas. Ahora tenéis que cumplir con la apremiante tarea que la Ley os señala de aprobar vuestro reglamento y de actualizar toda la estructura del Movimiento, a fin de que sirva mejor a sus principios permanentes e inalterables.

El equilibrio institucional de nuestra arquitectura política depende de que todas las piezas del orden constituido cumplan con su función, y yo estoy seguro de que este Consejo Nacional del Movimiento cumplirá con la altísima tarea que le ha sido asignada. En cuanto a los hombres, aquí están muchos de los más capacitados y políticamente laboriosos con que cuenta España. Con los principios y con los hombres sabremos realizar la tarea necesaria, conmigo contaréis en cuanto sea preciso, pues como Jefe Nacional del Movimiento, soy el más interesado en vuestros trabajos.

A todos cuantos han cooperado en puestos de responsabilidad; a los consejeros que os precedieron, como a cuantos por vez primera formáis parte de esta Cámara; a cuantos, incluso desde sus consejos provinciales y locales, acuden al Movimiento Nacional a cumplir con su deber, reforzar su organización, mantener las ilusiones, reafirmar su disciplina y ahondar en el cauce inagotable de los Principios Fundamentales, quiero expresar mi gratitud en esta hora de evidente culminación, tanto de los bienes del espíritu como de las básicas riquezas materiales. Siempre tendremos problemas que resolver y cuestiones que superar, pero vosotros sabréis aconsejar cuanto proceda, puesta la mirada en el servicio de un pueblo que, como el español, sólo pide que se le mande con honradez, lealtad y eficacia. A vosotros y a mi querido pueblo expreso mi agradecimiento y la decisión in- quebrantable y siempre renovada de no desfallecer en el servicio a la unidad y la grandeza de nuestra empresa política, del Movimiento y de la Patria. Maltrecha la recibí en mis manos, ya vosotros corresponde ahora, cuando ya parece curada de sus más graves heridas, la tarea insigne de perfeccionarla. 

¡Arriba España! 

(Grandes aplausos y gritos de ¡Franco!, ¡Franco!)


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.007. - España -

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