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SUGERENCIAS

 

Mensajes de fin de Año.


 
31 de diciembre de 1953.

Españoles:

Nunca me es tan grato dirigirme a vosotros como en esta ocasión de las fiestas de fin de año, cuando las familias se reúnen en la intimidad del hogar en torno de sus mayores. Para nosotros la familia constituye la piedra básica de la Nación. En los umbrales del hogar quedan las ficciones y las hipocresías del mundo para entrar en el templo de la verdad y de la sinceridad. No en vano sobre la fortaleza de los hogares se ha levantado nuestra mejor Historia. Al correr de los años, nuestra Nación ha sido, más que una suma de individuos, una suma de hogares, de familias con un apellido común, con sus generaciones y jerarquías naturales y sagradas, con la solidaridad que mueve a unos en servicio y ayuda de los otros y que hace sentir con más fuerza que si fueran propias las desgracias o los sufrimientos de los demás. Por la elevación de sentimientos que el orden familiar entraña, por la solidaridad del común destino, por la red de efectos y tradiciones acumulados al correr de los años, que de padres a hijos se transmiten con la antorcha del deber, de los honores, del trabajo o del sacrificio, no sólo es semejante lo que puede establecerse entre la familia y la Patria, sino que la familia constituye un modelo, un arquetipo para la Nación.

Por esto comprenderéis mi satisfacción al introducirme en vuestra intimidad familiar para rogaros que pidáis a Dios, como yo lo hago en este día, para que la Patria alcance la cohesión, el espíritu y la fuerza indestructible de los hogares cristianos y de las tradiciones familiares españolas. Que seamos leales y sinceros dentro de la Patria, como lo somos en nuestro reducto familiar.

La mayoría de los males que el mundo padece proceden precisamente de haberse ido destruyendo los principios cristianos de la vida familiar, sobre los que la existencia de las naciones se asentaba. Menoscabada la familia y socavado, el sólido cimiento, forzosamente había de derrumbarse el edificio. ¿Cómo puede extrañamos el egoísmo, la falta de caridad del hombre frente al hombre, si hemos venido destruyendo lo que de excelso y divino en el hombre existía? ¿Cómo podemos aspirar a la fraternidad humana si, destruida la paz cristiana de nuestros hogares, se fomentan las divisiones entre vecinos y se estimula y se da estado a las escisiones en los estamentos de la Nación? ¿Qué justicia puede existir entre los hombres cuando los instintos y las pasiones constituyen la base de la sociedad moderna, contradiciendo las virtudes indispensables para que la justicia resplandezca? ¿Qué justicia puede lograrse sin rectitud de conciencia y sin decálogo? ¿Qué importa que se proclamen derechos y libertades, si las virtudes, la rectitud, la equidad y los respetos humanos faltan tanto, en los encargados de garantizarlos como en los propios usuarios?

El destino de una nación está inexorablemente ligado a la virtud o a los vicios de su pueblo; no sólo porque no es posible levantar una nación donde falte el cimiento de su célula básica, sino porque por encima de apariencias y de situaciones eventuales, existe una suprema voluntad que en su inescrutable justicia derrama las bendiciones o las tribulaciones sobre los pueblos.

Si las virtudes cristianas de los hogares alcanzan tanta trascendencia para la vida y el porvenir de toda la Nación, también el gobierno y la marcha de la Nación tienen una honda repercusión sobre la vida intima de nuestros hogares; no en vano la Patria es como una gran nave en que todos nos encontramos embarcados y que nos hace participes de sus desgraciados derroteros. Que la travesía en el año histórico que ahora termina ha sido harto feliz, nos lo acusan los acontecimientos trascendentes que en el año se registraron y que hacen de 1953 uno de los más fecundos y señalados de nuestra Historia.

El relieve que han alcanzado los acontecimientos diplomáticos no se ha conseguido a costa de que la política nacional interna haya decaído en algún aspecto; antes más bien ha sido condición necesaria para que esa; vuelta de España a los planos superiores de la política internacional llegue a ser tan importante, se le imprima carácter al año de gracia de 1953.

No es necesario que os recuerde cómo España venía siendo postergada aún en acontecimientos donde su contribución de sangre y de virtud fué decisiva. España ha carecido de política internacional durante el siglo XIX y primeras décadas del XX en forma tal, que sólo el valor y las virtudes de pueblo español han podido asegurar, a través de vicisitudes, su independencia y su integridad.

El veredicto de la Historia sobre aquellas etapas ha de ser más duro y terminante que ningún otro. Nuestra sensibilidad hace que apenas podamos comprender o disculpar aquel desorden y subversión plemanente de valores por los que la vida pública discurría en términos de insinceridad, de farsa y de intrigas pueblerinas, mientras quedaban igualmente desatendidos lo económico, lo social y la política exterior.

La firma del Concordato y de los acuerdos con Norteamérica son las pruebas de esa vuelta de España a la política internacional activa. Bien conocéis la significación de ambos acontecimientos y el estupor que han causado en las filas de los irreconciliables enemigos de nuestra Patria. Mas si es explicable que estos acontecimientos quedan referidos al año 1953, que ahora termina, yo quiero recordaros que la vuelta de España al quehacer internacional no data de ahora, sino de la fecha de nuestro Movimiento y de la ocasión en que España, unida y resuelta, decidió seguir su camino, afirmar su personalidad y ejercitar su voluntad soberana.

Porque es en nosotros mismos donde está el factor más importante de nuestra situación y de nuestras posibilidades. Y así como hubiera sido de todo punto desacertado sujetar nuestra conducta a los deseos del exterior durante los años de la pasada conjura, tampoco habría razón para ver en este éxito de hoy otra cosa que el fruto de un despertar de la vocación histórica de España. Yo rindo homenaje a la clarividencia, a la fortaleza de ánimo y a la abnegación de los españoles, que han sido para nosotros estimulo y corroboración del mandato histórico de nuestros caídos en la lucha singular por el resurgimiento de la Patria.

Debe quedar bien claro este éxito de nuestra personalidad histórica si hemos de aprovechar la lección de lo pasado, porque el culto a la unidad entre los españoles y la elevación de los motivos que han servido de base a las actividades políticas y a las conductas han de arraigar como una conquista definitiva intocable entre nosotros y para las generaciones que nos suceden.

Hemos de mantener en alto nuestro espíritu y nuestro corazón, nuestra voluntad y nuestra inteligencia. Podemos aspirar a todo unidos y en orden, dispuestos a hacer honor a nuestras responsabilidades. Por el contrario, si empequeñecemos nuestro patrón moral y abriésemos brecha a las cuestiones minúsculas o partidistas, ninguna historia interior o exterior llegaría a consolidarse. Toda gran política es política de visión en el exterior y de unidad en el interior. El mundo necesita que España recobre la voz y el ademán de sus mejores tiempos y a nosotros nos llama la vocación de nuevos servicios y ejemplos para el exterior.

Cuando analizamos la situación del mundo y las torpezas cometidas en estos años, en que, después de ganar la guerra, se perdió la paz y vemos de nuevo a las naciones vivir bajo la zozobra de la amenaza de una posible y más terrible conflagración, se comprende mejor la necesidad de mantener una alta tensión moral y una estrecha vigilancia de nosotros mismos contra las manifestaciones de atonía, de desorientación, de desgana y de disgregación de la unidad que en los últimos siglos caracterizaron nuestra decadencia.

El que nuestra Nación constituya el reducto extremo del continente europeo, rodeada de mar y con una fuerte barrera natural en su unión con Europa, no nos aísla, como muchas veces os dije, de los peligros que el Occidente corre; antes al contrario, por nuestra privilegiada y decisiva posición estratégica y los modernos medios de agresión, nos puede convertir en blanco preferido de los futuros agresores. Ni el estado político, ni el moral, ni el de armamentos de la Europa actual permiten contemplar con el cristal de la distancia los peligros que puedan acecharnos. Si el comunismo, en algunos aspectos, parece perder en ellos terreno, por ninguna parte se contempla la reacción cívica que los tiempos demandan. Por eso hemos de crear y apoyarnos en nuestra propia fortaleza.

Yo confío que la presencia de un destacado general al frente de la nación más poderosa del Occidente, con una responsabilidad rectora en los destinos universales, puede llegar a enderezar los caminos torcidos para ganar las batallas de la paz. No es posible que frente a la «guerra fría», que es el preludio o primer acto de la «guerra caliente», pueda contemplar, en su dinamismo, con indiferencia, la desunión y la falta de un frente único en estas batallas de la paz. Si la guerra en sí necesita de los mandos y de los Estados Mayores, la «guerra fría», por su carácter insidioso y difícil, los necesita más, y no es fácil comprender que frente a un agresor que posee esa unidad de mando y esos Estados Mayores político económicos, a los que su acción se subordina, subsistan en los amenazados la desunión, las reservas, los recelos, cuando no las deslealtades, sin mandos ni organismos que los aúnen.

Que evidentemente existen, dentro del complejo de las naciones, situaciones difíciles, imperativos económicos, problemas de mercados y de rivalidades comerciales mal comprendidas por los otros y en las que parecen ampararse las discrepancias occidentales, es cosa que no puede discutirse, pero nunca bastarían esas circunstancias a justificar las reservas y las deslealtades frente al enemigo.

Yo no creo que ninguno de los problemas que pueden presentárseles sea inabordable o se parezca de medios para solucionarlo, si de buena fe y alrededor de una mesa son analizados por los interesados y un estado mayor de técnicos de buen sentido les buscan solución. La guerra real era una consecuencia de la «guerra fría», y bien merecen la pena los sacrificios que se hagan para ganar ésta y evitar la agresión.

Es extraño que el Occidente no se aperciba de la situación favorable que se le presenta: la muerte de Stalin y la subsiguiente eliminación del poderoso ministro del terror soviético han creado una honda crisis en la Administración moscovita, que ha de tardar algún tiempo en restablecerse. La absorción por Rusia en estos años de tantos países le ha creado, por otra parte, una grave responsabilidad necesidades de suministros que no pueden resolverse con los medios existentes tras el «telón de acero». La Administración comunista de los nuevos Estados se presenta impotente para sostener el bajo nivel de vida de aquellos países. La necesidad de la producción y el comercio con los países burgueses se presenta como imperiosa. La fuerza del comunismo forzosamente se debilita en ellos y empuja a los soviets a esa política de apaciguamiento que, evitando un frente unido occidental, les ofrezca medios y tiempo para salvar sus crisis y desenvolver sus gigantescos planes quinquenales.

Sería gravísimo que por un interés egoísta de colocar los excesos de producción o conquistar mercados, el Occidente perdiese la batalla más importante de la «guerra fría», que, perdida, podría entregarle definitivamente a la esclavitud y afianzar el comunismo en tantos países.

Si existe un importante problema de sobreproducción, de excedentes y de falta de mercados en las naciones más importantes, puede fácilmente solucionarse si se movilizase la capacidad de consumo del mundo fuera del «telón de acero», facilitándole empréstitos de pago a largo plazo y bajo interés que les permitan solucionar sus problemas de producción, de comunicaciones y de consumo, que, mejorando sus economías, puedan elevar definitivamente su nivel de vida. Si esto se realizase serían pocos los excedentes de producción para poder atender en estos años a tanta demanda.

No creo que pudiera existir en el mundo operación que más prestigiase ante el universo a los Estados Unidos de Norteamérica, ni acontecimiento histórico de más trascendencia, que, al tiempo que abre el comercio universal zonas inmensas, crearía mercados importantísimos a la sobreproducción europea y americana, lo que sirviendo al interés común establecería por lo menos una tregua en sus divisiones y rivalidades. El impacto que con esto en la «guerra fría» se lograse no podría ser más importante.

El que podamos ver claras los soluciones para los graves problemas que al Occidente y al mundo se presentan no quiere decir que los demás hayan de contemplarlos e interpretarlos en la misma forma. No nos olvidemos que de nuestras primeras voces de alarma frente al peligro del comunismo en acción, tuvieron que pasar años para que el mundo llegase a reconocerlo y hacerle frente. Por ello, si grandes son los horizontes que a España se le ofrecen en el campo internacional, sólo podrán convertirse en realidad con el fortalecimiento de nuestra unidad y de nuestras virtudes interiores.

Volviendo a nuestro quehacer interior, las empresas nacionales que tenemos en marcha no han dejado de llevar el ritmo acelerado que nuestras posibilidades han permitido. No voy a cansaros con la repetición de los acontecimientos favorables que ya las crónicas de fin de año registran, sino destacaros los aspectos que suelen escapar al conocimiento general.

Un dato importante que refleja la situación económica de la Nación es el de que, pese al mal año agrícola que padecimos por la enorme sequía, el nivel de vida de la Nación y de sus suministros han sido sostenidos, cuando no mejorados. Si miramos hacia atrás y recordamos la España que recogimos, y que nuestros adversarios proclamaban como no viable y otros creían no podría levantarse sin el apoyo extraño, apreciamos mejor la España de hoy, pujante y renovada por nuestro propio esfuerzo. ¿Cómo hubiéramos podido satisfacer las necesidades en materias primas de nuestras industrias, la creación de otras nuevas y el sostenimiento de cinco millones más de españoles, si una acertada política económica no hubiera presidido durante estos años nuestra obra de gobierno?

Jamás una política de servicio al bien común se desarrolló más clara y con mayor constancia. Hay quienes con un espíritu mesánico pretenden asignar el mérito de la obra exclusivamente a la inquietud de los que la rigen y no a la feliz conjunción del Gobierno y del propio pueblo, cuando lo feliz de la obra descansa precisamente en haber ido a buscar en el propio corazón del pueblo sus inquietudes y sus necesidades: en haber ido recogiendo en Burgos y lugares aquellas aspiraciones seculares sobre los problemas pendientes, en cuyo estudio y confección intervinieron desde las más modestas Hermandades campesinas a las más altas autoridades provinciales, con la colaboración del Sindicato y fuerzas vivas, lo que estudiado y depurado por los organismos técnicos en las organizaciones centrales, sirvió para los programas de Gobierno y las leyes últimas sobre la redención de Badajoz y Jaén, aprobadas con aplauso unánime en las Cortes de la Nación.

Gracias a vuestros sacrificios, a vuestra disciplina y a los desvelos de todos, nuestra Patria está ganando una puesta en marcha sustancial de sus recursos económicos; estamos coronando los primeros picachos de la industrialización nacional; restaurando y mejorando nuestra superficie agrícola y recuperando para el arbolado las calveras y los montes; estamos poniendo en explotación nuestros recursos mineros y rescatando para España, en procedimientos y formas de trabajo, la más amplia difusión de las distintas técnicas.

El examen más exigente de la tarea realizada y el estudio de los posibles perfeccionamientos, nos llevan a intensificar el ritmo y a señalarnos más ambiciosas metas. Si en el orden industrial es tanto lo que ya se viene logrando en nuestra producción eléctrica y de materias primas, no es menor el despertar de nuestro campo con la modernización de cultivos, mejora de simientes y de especies, empleo de maquinaria y abonos, obras de nuevos regadíos y de colonización, concentración parcelaría, repoblación forestal y tantas y tantas obras que, como la de multiplicación de viviendas, son objeto de la más viva inquietud y de la atención por nuestro Gobierno. La obra continúa en las direcciones superadoras del pasado abandono y con intensidad cada día mayor, por que son estos sectores de nuestra economía los que hemos de considerar incorporados permanentemente a nuestra atención para no incurrir en la negligencia de tantos años de desgobierno, cuyas consecuencias ha tocado padecer a las generaciones actuales.

España, por tanto, cada vez más, debe prepararse a recoger el fruto de esta acción sostenida y continua en forma de aumento real y considerable de la renta nacional. Pero esta cosecha de la sangre y del espíritu de los mejores españoles debe llegar directamente a los grupos más numerosos y más necesitados, para que no se repita, después de ciento cincuenta años, el mismo recorrido en otros países por la revolución industrial, con su cortejo de egoísmos, miserias e injusticias.

Con la ayuda de Dios hemos de restablecer el fundamento de un patriotismo que no se alimente de mitos y de fábulas, sino de la tradición viva y de la experiencia inmediata. Los abusos y los errores por los cuales ha podido arraigar la idea de una oposición del pensamiento político de los pueblos occidentales desde el siglo XVIII, deben ser superados por los cánones clásicos de la acción del Estado. Es asombroso comprobar desde nuestra actual perspectiva histórica el arraigo que alcanzó la idea liberal del Estado. Esa idea es la que está en la base de los procedimientos con arreglo a los que se ha desarrollado la política social hasta hoy en todos los países.

Han pretendido alcanzarse los fines sociales sólo con medios indirectos, imponiendo obligaciones de difícil tangibilidad positiva, creando estímulos y aprovechando resortes de todas clases. Todo menos proponerse esos fines como un deber primario del bien común y concebir las medidas que inmediata y directamente aseguren su consecución.

Durante más de cien años se ha sembrado y cultivado sistemáticamente la idea de que el Estado era una creación absorbente, de dinamismo expansivo y peligroso; un mal necesario cuyos pasos había que vigilar con celo. Y acaso no haya otra razón que ésta para explicar la serie inacabable de ensayos, tanteos y falsos caminos, evitando atribuir al Estado una misión que no podía imaginarse sino como extensión de las que ya ha venido cumpliendo a través de los siglos. Pero, no: el poder y la autoridad vienen de Dios; se dan a la sociedad para cumplir los fines primarios del bien común, entre los que se encuentran los fines sociales básicos.

En torno a estos problemas sociales se ventila la satisfacción intima, la unidad y el fortalecimiento de la fe de nuestro pueblo. No hay objetivo más importante en la política exterior e interior, en especial si se tiene en cuenta que puede llegar a necesitarse de toda la fuerza de esa unión y de esa fe para conservar las esencias de nuestra civilización, amenazadas de cerca por el comunismo. Insistimos y persistimos en los afanes sociales de nuestro Movimiento porque no queremos incurrir en el error de no ver las cosas en toda su corpórea y cierta realidad.

Hoy hace un año que os hablaba a esta misma hora de nuestra voluntad de llegar a conquistas sociales positivas. Toda nuestra obra está dirigida a la solución del gran problema social de nuestro tiempo. Es el capítulo del gran quehacer nacional, donde contamos con el mayor volumen y mejor calidad de obras, hasta el punto de que para una sinceridad y para un empeño menores que los de nuestro Movimiento, con lo hecho ya habría para llenar de orgullo a otras generaciones.

Hemos conformado la fisonomía social de España con el régimen de las relaciones laborales, la red de instituciones de previsión social y los servicios que en todas partes y de todos modos traducen la intensidad y la constancia de nuestras decisiones. El gran sector de la formación profesional, al que van unidos los mejores intereses y la más nobles aspiraciones de la Patria, está siendo objeto de un avance profundo, sostenido y sistemático.

Esta inquietud sobre el orden social que viene presidiendo la legislación de nuestro Estado, y que alcanza preferente atención en nuestra obra de gobierno, que el Movimiento Nacional ha llevado a los ámbitos de la Nación, no es, sin embargo, bien conocida y comprendida por algunos de los que de esta materia se preocupan, y con frecuencia vemos arrastrar los viejos resabios liberales e incurrir en importantes errores, sembrando la confusión, cuando no el daño, entre aquellos a quienes se pretende servir.

Mas no podríamos abordar este tema si una vez más no llamáramos la atención de todos sobre lo que constituye la piedra angular del bienestar social: la necesidad imperiosa de aumentar la productividad y de obtener mayores rendimientos; sólo rindiendo y aumentando la producción se pueden alcanzar verdaderos avances en este camino.

Existe una ecuación, que muchos parecen ignorar, entre los salarios y los precios, que no es posible violentar. De poco valdrían las mejoras de aquellos si a su progresión aritmética correspondiese en los segundos la progresión geométrica. Es necesario ser dueños de los precios y disfrutar de disponibilidades en la balanza comercial para poder mantener aquel concierto. Materia es ésta tan grave y delicada, que el Gobierno atiende con la mayor solicitud, siempre dispuesto a resolver dudas, a sostener el diálogo y a satisfacer las inquietudes que en este orden puedan presentársele.

España, para saltar desde el trance de disolución de 1936 a la estabilidad, la continuidad y la fortaleza duraderas, precisa aceptar de pleno e incluso sobrepasar a los demás países en la concepción feliz y la ejecución atinada de soluciones políticas y sociales que se echan de menos en todas las naciones.

Es verdad que Dios nos ayuda y que podernos estar seguros de que acaso en ningún otro tiempo ha marchado nuestra Patria tan directamente por el camino que conduce a la prosperidad y la gloria. Hay motivos sobrados de satisfacción; mas no habla de servir todo ello única y exclusivamente pava envanecernos y perder el impulso o la conciencia de cuanto sigue absolutamente necesario. Si cediésemos a la ligereza de los fatuos sin caridad y sin inteligencia, si nos conformáramos con soluciones a medias y con palabras, si dejáramos discurrir nuestra obra por la senda de la retórica vana y de la insinceridad, cuanto hemos hecho quedaría comprometido para el futuro.

Es necesario mantener el alerta contra quienes ni ven ni sienten la grandeza de esta hora histórica, en la que el comunismo, como resultado de una larga evolución donde hacen crisis antiguas apostasías y desvíos, niega a Dios el derecho de presidir nuestra vida, el derecho de inspirar las instituciones y de recibir homenaje público de los pueblos.

Si con la ayuda de Dios y con el sacrificio de nuestros caídos hemos podido evitar a España el duro calvario por el que pasan otros pueblos de Europa, justo es que renovemos en esta hora nuestras promesas de ser fieles a sus mandatos y no descansar en defensa de la unidad, de la fe y del fortalecimiento de nuestra Patria.

Que Dios os depare a todos unas felices Pascuas, en paz con vuestra conciencia y con vuestro prójimo, y en atenta espera hacía los afanes y trabajos del año que comienza, encomendemos a España y la suerte del mundo, en este Año Santo Mariano y compostelano, a nuestros amados y santos Patronos.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.012. - España -

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