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LIBRO FIRMAS

SUGERENCIAS

 

Mensajes de fin de Año.


 
31 de diciembre de 1958.

Españoles:

Permitidme que una vez más con mi voz irrumpa en la paz e intimidas de vuestros hogares para llevaros, con mis votos de felicidad en el año que vamos a empezar, una ligera exposición de nuestras líneas de pensamiento y acción ante la situación y perspectivas nacionales que por interesar al bien general son esenciales para vuestro futuro.

Los temas de la vida nacional no son ajenos a ese calor y efusión de las grandes fiestas en los hogares. Por encima de los muros que nos separan y hacen posible el marco de la intimidad de cada familia, estamos unidos en la gran comunidad nacional, cuyo destino es nuestro destino y cuya existencia nos afecta, como lo que atañe al todo, alcanza a sus partes y componentes. Así, pues, no me sitúo entre vosotros como un extraño para interrumpir el curso de una velada familiar, sino como expresión de lo que hay de común entre vosotros mismos para realizar la comunidad nacional en el tiempo y en el espíritu, como ya ocurre en el espacio, en el área de la unidad geográfica. Tampoco podemos recluirnos en la paz y el egoísmo de nuestra propia vida nacional. La situación del mundo afecta de tal modo a todos los países que hemos de pensar en la suerte de tantísimos pueblos y familias a los que un destino fatal arrastró a perder la paz y la libertad de sus hogares, cautivos hoy bajo la esclavitud más cruel de tiranía que conocieron los siglos: el dominio comunista.

Si hacemos este recuerdo de nuestro amor y caridad hacia nuestros hermanos de otras naciones, imaginaras cuánto debemos a nuestros compatriotas desvalidos, a los que podemos relevar de muchos sufrimientos materiales y morales si aunamos nuestros esfuerzos en lo político.

La cosa, pues, no es ajena al bienestar de nuestros hogares por felices que puedan sentirse; una buena política a unos y otros en una u otra forma favorece y asegura, así como una mala puede sumir a todos en la catástrofe, como ya ha estado en España a punto de ocurrir.

La política puede hacer a los hombres más felices o más desgraciados. ¡Cuántas no han sido las familias que en estos años han visto transformadas favorablemente sus vidas porque en la Nación se practicó una política justa y redentora!

Por todo ello, en estos días, en estas festividades del año en que damos gracias al Señor por habernos deparado estas horas en cierto modo felices, hemos de impetrar la protección divina para que ayude también a aquellos pueblos cautivos del comunismo que, como nosotros, disfrutaban de la paz y alegría de unos hogares cristianos y que hoy sufren los rigores de una espantosa servidumbre.

El progreso constante de la comunidad y la vida nacional es un fenómeno que aún no ha sido por todos debidamente valorados. Su alcance y profundidad revisten una singular significación. Porque si es ya realmente importante que en nada fundamental hayamos tenido que rectificar nuestros ejes de marcha, en medio de un mundo sin sentido de previsión que camina dándose de bruces cada mañana con la sorpresa y lo inesperado, que se debate entre contradicciones flagrantes como sujeto pasivo de los acontecimientos y no protagonista conductor de los mismos, lo es aún mucho más que en el marco de tales circunstancias internacionales, cuyas consecuencias descargaron violentamente sobre las espaldas del pueblo español, la línea ascendente de nuestro desarrollo en todos los aspectos no se haya interrumpido; antes al contrario, haya registrado progresivamente un ritmo más acelerado y más firme.

Es frecuente que un país, al romper enérgica y dramáticamente un proceso de desintegración, acuse, como consecuencia inherente a las reacciones viriles, un primer impulso de impetuosa recuperación en todos los órdenes; pero lo difícil, lo ejemplar y significativo está en mantener a lo largo del tiempo y sin desfallecimientos las suficientes reservas físicas y morales para que el pulso de las realizaciones concretas y tangibles en lo institucional, en lo cultural, en lo económico, en lo social y hasta en el campo de lo religioso tenga en cada instante la presión y la velocidad acomodadas a las circunstancias y a las posibilidades, sin que el termómetro de las ambiciones y aspiraciones ideales deje de marcar en momento alguno la temperatura máxima.

Esta conjunción de lo ideal con lo real y posible es lo que define una política bien orientada, con horizontes cada vez más anchos y abiertos en los propósitos y con una obra de Gobierno regida por el signo de la estabilidad, de la continuidad, de la eficacia y del progreso del bien común nacional.

Para que nadie pueda arrebatarnos los frutos de esta continuidad eficaz, una base fué, es y será siempre imprescindible: la unidad; unidad nacional, unidad religiosa, unidad social y unidad política; la unidad sentida, defendida y practicada; no simplemente proclamada como supuesto táctico desde el que operar impunemente al margen o contra aquellos postulados sobre los que justamente descansa esa unidad y que para todos fueron ya definitivamente establecidos en la Ley fundamental de los principios del Movimiento Nacional.

Esos principios han de ser aceptados en su integridad, forman un todo orgánico; ninguno de ellos tiene un carácter de provisionalidad. Nadie puede atribuir a alguno una vigencia transitoria ni puede limitar su extensión y alcance de acuerdo con interesados deseos y criterios puramente personales. En virtud de esa Ley fundamental, el Movimiento tiene el rango adecuado dentro de nuestro esquema institucional y sus principios son permanentes, inalterables y de aceptación obligatoria para gobernantes y gobernados en el presente y para el futuro.

Bien demostrada está su trascendente virtualidad a lo largo de veintidós años, en los que nada nos fué concedido gratuitamente, salvo la ayuda y la asistencia del Todopoderoso; como está comprobado que únicamente es fértil en resultados positivos y duraderos aquella legislación que nace decantada por la experiencia, vitalmente, como producto de hábitos y modo de pensar, querer y obra que le sirven de raíz moral en el ser y la conciencia del país.

Antes que la reforma de las leyes está la reforma de las ideas y las costumbres. Por eso nosotros no hemos procedido con el simplismo de quienes estiman que todo queda resuelto desde el momento que unos esquemas, elaborados en el ambiente aséptico y frío de un gabinete, son traducidos a prosa legal de acuerdo con las normas de la técnica jurídica.

La legislación, expresión siempre de una concepción política, cae bajo los mismos imperativos que ésta, y para gobernar con el menor número de errores posibles, hay que auscultar diariamente la vibración de la realidad humana, interpretar con ojo clínico los síntomas que presenta el complejo social, al que tenemos que servir legítima y acertadamente.

El fin del sistema político y de la obra de Gobierno en su más alta «acepción» es procurar la estabilidad, la continuidad y el perfeccionamiento del fluir de la vida política y en la atención a las necesidades colectivas. Esta empresa requería fundar, iniciar y crear una nueva tradición de continuidad histórica, que es cuestión no de formulaciones solemnes y verbales, sino cosa de hecho, construida materialmente por el concurso de todos y como fruto del Gobierno, tratamiento y conformación de las fuerzas políticas verdaderas.

Y bajo esta orientación hemos ordenado nuestros pasos durante todos estos años, bien convencidos de que es pura ilusión engañosa el pensamiento de que una misión constituyente puede cumplirse solamente elaborando una Constitución. Una misión constituyente requiere instaurar una tradición de continuidad, que al romperse haga que se sienta la necesidad de ella, y en esa empresa de instaurar la tradición de continuidad política, la Ley o Leyes fundamentales no pasan de ser un medio entre otros y en manera alguna el medio exclusivo y en sí mismo suficiente.

Yo estimo que muchos españoles no han valorado suficientemente nuestra Ley de Sucesión, la institución del Consejo del Reino y el papel llamado a desempeñar no sólo con su superior consejo en materia de la exclusiva competencia personal del Jefe del Estado, sino en las resoluciones de las crisis naturales por las que los pueblos forzosamente, más tarde o más temprano, suelen pasar. Cuando esta institución existe y sus miembros gozan de prestigio y autoridad, la línea de menor resistencia es el aceptar las resoluciones de lo que está previa, legal y sabiamente instituido.

La institución, que España refrendó en casi unánime plebiscito, está constituida por lo más alto y representativo de la Nación; por personas que han alcanzado en su servicio los puestos más elevados o están más caracterizados en la vida pública. Los brazos seculares se encuentran representados en ella por sus supremas jerarquías. La justicia, por sus elevadas Magistraturas; la cultura y las profesiones liberales, por la representación de las Universidades y los Colegios profesionales, y el pueblo, a través de la representación de Municipios y Sindicatos. Si a eso unimos la guardia fiel que las Instituciones armadas y fuerzas de orden público mantienen en defensa del Régimen legalmente constituído, se apreciará mejor cómo nuestro sistema se ve adornado de las máximas garantías que saben en el orden terrenal. Era un vacío que había que llenar, que no sólo se echó de menos en las grandes crisis contemporáneas de otras naciones, sino que se acusó con mayor gravedad en nuestra Nación al correr de los dos siglos últimos.

Lejos de nosotros la soberbia pretensión de alcanzar fórmulas y soluciones perfectas que excluyan la sucesiva revisión y ajuste de lo accidental. Hemos considerado que también ahí se escondía una peligrosa fuente de error en la pretensión misma y que, bien al contrario, era condición necesaria de acierto en la obra de edificación institucional y política contar siempre con las correcciones que la experiencia vaya aconsejando. Porque es preciso insistir en ello incansablemente: la estabilidad y la continuidad política no podrán ser nunca el rendimiento de un aparato legal y orgánico externo que se superponga al ser de la comunidad nacional, sino una conquista diaria y una meta permanente de esa comunidad en plena posesión de las conveniencias políticas objetivas.

Nuestra obra, pues, no ha seguido los caminos trillados y habituales en la materia. Ello ha servido para que se intentara explotar la ingenuidad de las gentes, tratando de reducir el Régimen a una situación excepcional y necesariamente transitoria de poder. Mas nadie, honesta y profundamente interesado en estas cuestiones, podía verse inducido a error ante la elocuencia de los hechos y de los acontecimientos que han tenido lugar en cada etapa. Para dotar a nuestra Patria de los instrumentos propios de su vida política, que se destruyeron en más de cien años de vacilaciones y tanteos contradictorios, hemos asumido la tarea de establecer de hecho una tradición de continuidad histórica viva y esperamos cumplirla con la ayuda de Dios. A esta tarea hemos entregado nuestras energías, y en su realización y servicio esperamos emplear los años que Dios nos conceda de vida.

La política ha de ser entendida no como poder, sino como servicio, como misión, y ha de ser realizada y servida con entereza, sencillez y humildad. Quien gobierna ha de saber renunciar a la vanidad y ha de conducir el navío del bien común a buen puerto, buscando y preparando la adhesión y el asentimiento, aunque para ello tenga que frenar y tomar en determinadas coyunturas rumbos distintos a aquellos que, por falta de datos o desorientación, pudieran considerar algunos como más convenientes. Es más cómodo situarse a favor de los instintos, como es sumamente fácil el gesto teatral de cara a la galería. Pero la política no es el carro de la farándula, la política no es teatro, sino la acción prudente sobre la compleja realidad de un pueblo con sus virtudes y sus pasiones. Siempre hemos confiado en la rectitud insobornable del hombre español, en la nobleza con que termina respondiendo ante la presencia de lo auténtico, en la sinceridad y gallardía con que reconoce la pureza de intención y los aciertos. Nunca se vió fallida esta confianza. De vosotros hemos recibido el aliento necesario para llevar adelante la obra de recuperación y puesta a punto de todas las energías nacionales, antes aplastadas, malversadas y esterilizadas por los viejos sistemas políticos. Los tiempos no han sido risueños y las tareas fáciles. Podríamos sin injusticia calificarlos de duros, pues aunque la vida de la Nación haya transcurrido con las mínimas molestias, los problemas que vienen presentándose a sus Gobiernos no han sido nada corrientes.

Apoyados en nuestra unidad hemos sido capaces de ofrecer al mundo el ejemplo de un pueblo que convirtió las adversidades en estimulantes de su virilidad; la carencia de medios materiales, en reactivo de su economía; el asedio y el injusto aislamiento, en fuerza creadora de cohesión espiritual; la enemistad internacional en la oportunidad para recobrar el puesto que nos corresponde; la «depauperación» producida por una guerra, en el punto de arranque para la conquista de un más alto nivel espiritual, cultural y económico; la coyuntura de unas engañosas circunstancias internacionales, para demostrar una claridad de juicio, un sentido de la justicia, un espíritu de independencia y un sincero amor a la paz, sin perjuicio de mantener unas reivindicaciones históricas españolas absolutamente justas y moralmente importantes.

El mundo occidental y cristiano no ha saldado aún su deuda con un pueblo que supo ofrecerle tan fuerte y trascendente partida de valores espirituales y morales. Si Europa puede un día recobrar su integridad, su alma y su misión, a la Cruzada española se lo deberá en primer lugar.

Conviene recordarlo de vez en cuando para que nadie entre nosotros olvide sobre qué base y cimientos descansa el orden, la paz y el progreso, que, si no tuvimos la fortuna de heredar, hemos ganado y transmitiremos cuando Dios nos llame, como el patrimonio más valioso, a las generaciones que han de sucedernos. A la generación actual le corresponde aún y durante muchos años todavía administrarlo con honradez, defenderlo sin debilidades, que serían suicidas, y acrecentarlo haciendo rendir el ciento por uno a las realidades espléndidas y amplísimas posibilidades que aún tenemos entre las manos como fruto del sacrificio, de la inteligencia, de los titánicos esfuerzos de unas promociones españolas heroicas, ejemplares y fieles a sí mismas y a su hora.

Recordad la situación de la que hubimos de partir y que puso en marcha las ansias renovadoras del Movimiento: España se moría desintegrada por sus luchas intestinas. Sus partes estaban en trance de disgregación. La anarquía, estimulada desde el Poder, se señoreaba del país progresivamente. El comunismo acechaba su presa. El eje Moscú-Madrid,. apuntando a Hispanoamérica, no constituía una invención, pues estaba perfectamente definido en las actas del Congreso de la Komintern de 1.935.

La creación en este mismo Congreso de la táctica de los Frentes Populares de alianza con los más afines para más tarde desbordarlos; de filtración en las organizaciones obreras para parasitarlas, tuvo en nuestra Nación una realidad inmediata. El primer Frente Popular se constituyó en España en el mes de diciembre de aquel mismo año. En febrero, la desunión de las otras fuerzas políticas facilitó el triunfo del Frente Popular. La suerte estaba echada. El camino para la subversión comunista se ofrecía franco. La organización de las Milicias populares se encontraba al orden del día; la provocación por los partidos en el Poder de alteraciones del orden público, buscaba la intervención de las fuerzas de seguridad para explotar la reacción creando el clima favorable para su disolución. El licenciamiento de gran parte de los efectivos militares perseguía debilitar toda resistencia.

Las informaciones que desde la propia Dirección de Seguridad recibían las autoridades militares superiores acusaban la proximidad del golpe comunista. Se les prevenía contra el proyecto de eliminación de sus jefes y oficiales al salir de los domicilios para incorporarse a los cuarteles e incluso en muchas ciudades en las puertas de sus domicilios se descubrían señales y marcas misteriosas. La supresión de las principales y posibles cabezas de la contrarrevolución estaba decretada. Muy pronto, Calvo Sotelo, jefe de la oposición parlamentaria, había de encabezar el número de las víctimas. Su asesinato, premeditado por las fuerzas de orden público del Gobierno del Frente Popular, señaló el comienzo de la revolución.

Que no eran comunistas todos los que integraron el Frente Popular es cosa cierta, pero que su acción fué eminentemente comunista y servía a Moscú, nadie puede dudarlo. Los hechos siguientes lo demuestran:

La revolución del año 1934 en Asturias fué ya dirigida por agentes de Moscú; en ella se asesinó, se asaltaron Bancos y se llevaron los millones robados al extranjero. El Gobierno del Frente Popular amnistió esos crímenes y los millones robados no se devolvieron.

Desencadenada la revolución roja en 1936, vino a España a dirigir los acontecimientos el embajador ruso Rosemberg, no obstante no haber tenido España hasta entonces relaciones oficiales con los soviets. Desde los primeros momentos se establecieron en las poblaciones checas tipo ruso, Tribunales populares, y en el Ejército, comisarios políticos comunistas, mientras el retrato de Stalin llenaba las fachadas de los grandes edificios. El comunismo internacional introdujo por la frontera pirenaica, desde los primeros momentos, una cifra de dos mil voluntarios diarios, con los que se constituyeron las Brigadas Internacionales. Muchos de los jefes comunistas de los Estados satélites soviéticos y jefazos del comunismo en Francia figuraron en España al frente de las Brigadas comunistas internacionales. El Gobierno rojo entregó a Rusia en depósito todo el oro de la Nación. A Rusia se llevaron por los Gobiernos rojos millares de niños para sovietizarlos. No creo que pueda existir una mayor política de sumisión a Moscú que la que aquellos Gobiernos practicaron.

El mundo no aprovechó la lección debidamente, pues pronto la historia habría de repetirse, y son muchos todavía los que aún creen posible el servirse del comunismo o aliarse con él para alcanzar sus fines. Y es ya realidad histórica que es del comunismo, como elemento más fuerte, del que acaban siendo juguetes.

Nosotros hubiéramos deseado que en estos días de paz del Señor, cuando se conmemora el Nacimiento de nuestro Redentor en su humilde cuna de Belén, no tuviéramos que recordar estos hechos y se hubieran reintegrado a la unidad de los españoles todos los que hemos tenido la suerte y el honor de haber nacido en esta tierra bendita de nuestra Patria; pero el genio del mal no reposa y encarna en esos desdichados policastros exilados que, a través de las logias y de las internacionales, no descansan pretendiendo tergiversar los hechos y mantener un clima de difamación contra nuestra Patria. España
puede perdonar, pero no olvidar.

La realidad es que se había venido abajo el edificio entero de los instrumentos de la vida política nacional. En más de un siglo de ensayos y experiencias fracasados se habían agotado las fórmulas alternativas del sistema político con vigencia en el mundo; y si resultaba imposible el mero trasplante a nuestro momento de los usos y soluciones de la tradición antigua de España, porque la tradición no es mera copia ni pétrea inmovilidad, el fracaso experimental reiterado descartaba las soluciones de constitucionalismo habituales a partir del siglo XIX.

Nació el Régimen español no como sustitutivo conveniente de otro régimen torpe, incapaz o inadaptado a la personalidad histórica de España y a sus necesidades. En 1936 había quebrado la legalidad republicana al convertirse el mismo Poder en promotor y protagonista de la más radical subversión de los derechos de la persona y de la sociedad. Al ordenar el Gobierno a la Policía del Estado el asesinato del jefe de la oposición parlamentaria y entregarse a los designios de Moscú, dejaban de existir los últimos restos del que se decía Estado de derecho. En consecuencia, las fuerzas armadas de la Nación, conscientes de sus deberes para con la Patria y en cumplimiento de lo que prescriben sus leyes constitutivas, con el respaldo entusiasta del pueblo sano, alzado en armas para defender su existencia, su historia y su soberanía, eligen y nombran un Caudillo y abren una etapa creadora, instauradora, fundacional.

Lo que con el Movimiento y la Cruzada surge no es la pasarela ni el puente, que tendido sobre el turbio caudal de unos años de miseria, traición y terror, restaura y restablece la unión entre dos orillas, sino una concepción política y una estructura estatal que por ser legítimas de origen y por estar insertas biológicamente en las entrañas de la tradición y ser conformes con los imperativos de nuestro tiempo, cristaliza desde el primer instante en un sistema políticosocial de derecho, españolamente original, superador, sin lastres ni taras, con un sentido de la continuidad histórica y una sincronización vital con las exigencias de justicia y transformación social que caracterizan y especifican a la etapa actual del mundo.

Es un hecho palmario que el Régimen fundado en la Cruzada responde a estas urgencias del tiempo y es solución eficaz de los problemas de toda índole -incluidos los institucionales y de organización política- que por la frivolidad, la imprevisión, el abandono, la torpeza, la ceguera de quienes durante más de un siglo vinieron desempeñando funciones rectoras, pesaban como una losa sobre los hombros, la frente y el corazón de los españoles de nuestra generación. Y si a origen y títulos de tan nobilísima naturaleza se añade un sistema ortodoxo de ideas y de valores, que ha fructificado en realidades sociales, no cabe sino la aceptación y el reconocimiento de su terminante legitimidad. Cualquier otra actitud de apatía o rebeldía sabemos muy bien a qué responde y obedece. Obedece y responde, en unos, a egoísmos personales y a debilidad mental: enfermos de bienestar, les hace daño el clima saludable de una comunidad que a paso de carga recupera el tiempo que sus dirigentes de otras épocas tan lamentablemente le obligaron a malgastar. En otros pocos refleja el morboso espíritu de tertulias decadentes, residuos de viejos modos políticos. En algunos descubre un impaciente apresuramiento que pone de manifiesto la inconsistencia de su adhesión a los principios del Movimiento Nacional, ya que buscan por cualquier medio que la ruleta se detenga sobre el número al que apostaron, tenga o no el asentimiento de la Nación.

En su pasión y egolatría desconocen, los que de tal forma se producen, la transformación que el Movimiento ha impreso en toda la vida española, el despertar cívico del pueblo, especialmente en los grandes sectores de las provincias que un día no contaban; que toda España ha despertado a una ilusión y a una vida nueva llena de fe y de esperanzas, que ya no se conforma con el triste vegetar. Han comprendido la virtualidad del Régimen y de sus doctrinas, palpan ya la mejora y a él se entregan con entusiasmo. Saben lo que vale la unidad, la autoridad y el orden y ven cómo en años se rectifican los abandonos de siglos. Los hechos son en sí tan elocuentes que malamente lo pasarían los que un día intentasen oponerse a este movimiento arrollador. España entera se movilizaría contra los locos que tal cosa pretendiesen. El Régimen está firmemente enraizado y su contraste con lo que le precedió no puede estar más claro.

Durante cuatro lustros la madurez, el juicio y la fortaleza del cuerpo social han tolerado sin ninguna alteración estimable en su temperatura política y moral a estos bien localizados y reducidos núcleos de seres anacrónicos e inadaptados, sin peso específico, que progresivamente la guadaña de la muerte va segando sus vidas y que acabarán por desaparecer.

El pueblo español, dueño de la seguridad interior más fecunda que ha conocido en más de doscientos años, empeñado en empresas de alto vuelo y largo plazo, esenciales para su bienestar, continúa su marcha con la satisfacción de haber superado las etapas más penosas y arduas, sin descomponer siquiera el gesto ante quienes, de espaldas a sus verdaderos problemas y necesidades, pretenden provocar artificialmente oposiciones y situaciones, que por haber sido previstas, analizadas y reguladas oportunamente, tienen señalados su tratamiento y plazo en la legislación vigente.

Dentro de la amplitud de las ordenadas doctrinales del Movimiento caben, sin discriminación de procedencia o estamento, todos los españoles que por sus actividades en el ambiente privado, familiar y profesional responden con generosidad a la llamada del sacrificio diario por la Patria; pero hay que hacer una discriminación entre el Movimiento Nacional, que comprende a todos los españoles, y el servicio de este Movimiento, que requiriendo una actividad política, como en todos los países, es tarea de minorías, pues no todos aman al servicio político cuando éste entraña sacrificios. Los principios todos del Movimiento han de ser aceptados y de modo especial han de servir de norma y norte a quienes asumen función de servicio. Pero no por ello sería aconsejable concebirlo sin una configuración orgánica y una disciplina efectiva entre sus miembros, que han de guardar no sólo fidelidad a la doctrina, sino también lealtad a la organización y a sus jerarquías. Porque no se trata sólo de una manera de pensar, de una mera coincidencia en la aceptación de unos postulados comunes mínimos, sino de una manera de ser y de participar en las tareas de una institución política con capacidad para obligar a los que en ella se integran voluntarios como cuadros más particularmente activos.

Este alistamiento no supone tampoco ni puede suponer el usufructo de derechos especiales, ni mucho menos privilegios, sino el de ser los primeros en la entrega al servicio diario, tenaz y riguroso a esa comunión de ideales que deben de informar y conformar toda la vida nacional. Su cometido, entre otros, es mantener vivas y actuantes las virtudes de la época heroica, para aplicarlas a los problemas reales y concretos que cada hora nos presenta, aprovechando siempre al máximo cuantas posibilidades licitas se nos ofrezcan o seamos capaces de provocar.

Un Movimiento no puede estancarse ni detenerse, ha de estar en periódica renovación. Una política nacional que merezca este nombre necesita mirar al futuro, señalarse metas ambiciosas y movilizar los medios todos para alcanzarlas. Un Movimiento ha de pugnar y esforzarse sin descanso porque se realicen, hasta el extremo límite que las circunstancias y los medios disponibles prudentemente permitan, cuantas aspiraciones están contenidas en su entendimiento del bien y el perfeccionamiento de la persona y de la sociedad. Aquí radica, en última instancia, la diferencia sustancial entre partido y Movimiento, entre la adscripción a un programa y la fe operante ordenada a un quehacer nacional, entre una etiqueta política y un modo de ser y de actuar.

Este modo de ser ha penetrado en todas las capas sociales mucho más profundamente de lo que algunos creen. Hasta algunos de los pequeños e inconscientes grupos de detractores, que desde el extranjero vienen hostilizando durante cuatro lustros a nuestro Régimen, se ven forzados, mal que les pese, a moverse en su lenguaje y sus teorías dentro de la órbita de nuestro ideario, dándose frecuentemente el caso de que llegan a poner en circulación como descubrimiento y novedades lo que ya hace tiempo es una realidad palpable y hasta consustancial con el Régimen. En comparación con los años anteriores a 1936, puede y debe hablarse de un nuevo tipo de hombre español. Conquistado esto, estad seguros de que hemos remontado la cota más difícil, de que ha sido alcanzada la posición clave y se han asentado las bases más firmes para la continuidad política.

El fin de este año de 1958 nos encuentra invariables y constantes en el gran empeño de transformación y mejora de las bases materiales de desenvolvimiento de nuestro pueblo. La conveniencia y la necesidad de promover nuestras fuentes de riqueza, de fortalecer las ya existentes y de multiplicar las posibilidades de trabajo fructífero para los españoles, han estado presentes sin interrupción en nuestro ánimo a lo largo de todos estos años y sin dejar que la obra se viera afectada por elemento alguno de perturbación e inquietud. Industrializar, regar los campos, embalsar las aguas, repoblar los montes y capacitar mejor a las nuevas generaciones, con una enseñanza profesional cada vez mejor y más difundida, son metas obligadas de la más legítima ambición nacional.

En este camino llevamos cubiertas grandes etapas, que eran acaso las mas ásperas y llenas de dificultades. Nuestra España ya no es hoy un país de espaldas a los progresos de industrialización y de aprovechamiento técnico intensivo. Tenemos puesto el pie en la otra orilla, en la de expansión industrial y de la difusión tecnológica, la del horizonte abierto a los grandes planes de desarrollo económico con eficacia simultánea sobre los múltiples aspectos y factores de la vida nacional y para los cuales nuestro equipo material empieza a estar a punto.

Lo más problemático y erizado de dificultades era cuanto hemos cumplido ya en las etapas pasadas, cuando el mundo ardía en el conflicto más destructivo y sangriento de todos los siglos y carecíamos en medida gravísima de recursos y de antecedentes. Si volvemos la mirada atrás, tenemos sobrados motivos de amplísima satisfacción y elementos de juicio para tener confianza y seguridad en las tareas presentes y futuras.

Una vez más yo pongo ante vosotros esa gran empresa en que estamos empeñados, de la más amplia y profunda transformación de nuestra estructura económica. Es una tarea a la que se deben ineludiblemente las generaciones actuales y respecto de la cual no caben dudas, vacilaciones ni distingos. Quien no tenga sensibilidad para, un imperativo nacional de esta magnitud y naturaleza, por sí mismo se descalifica y se coloca fuera de todo título a la consideración y al respeto. Debemos y podemos aspirar para nosotros al nivel de vida de los pueblos más adelantados, llenando los vacíos y ganando las condiciones necesarias de ello con mano vigorosa y resuelta.

Si hemos de establecer esa tradición de continuidad histórica viva de que os hablaba, no es menos necesario que el repertorio de las leyes oportunas, una experiencia ejemplar de eficacia del Estado, capaz de hacer olvidar la antigua y arraigada decepción que agostaba los mejores espíritus, haciéndolos huir de la actividad pública. Por eso sentimos traspasada nuestra obra cotidiana de una alta proyección y significación, que se acentúa cuando se trata de esa tarea magna de restañar heridas seculares y de modificar las condiciones adversas de nuestra geografía, en el sentido de robustecimiento de la base material de sustentación y acción de nuestro pueblo.

Nuestra trayectoria en el área de la política interior es clara, está firmemente establecida y viene respaldada por los antecedentes y premisas de todos estos años. Durante el que ahora termina hemos mantenido la línea esencial permanente a la que venimos sirviendo. En el que ahora empieza hemos de renovar el esfuerzo para cubrir y aun desbordar los objetivos accesibles en su marco, para realizar y asegurar el progreso económico y social a que aspiramos legítimamente para nuestra Patria.

En cifras bien convincentes por sí mismas expusimos ante las Cortes, al inaugurar la nueva legislatura, cómo los índices que arroja el haber del Régimen en el campo de las realizaciones concretas son de tal volumen que, sin jactancia, se puede afirmar que, dadas las circunstancias, no hubiera podido nadie mejorarlos ni relativa ni absolutamente estimados. Hoy prefiero llamar vuestra atención más particularmente sobre la transformación conseguida en los españoles individual y colectivamente considerados, aspecto este de mayor trascendencia aún que el anterior. Para comprobarla son suficientes estos hechos: el español de hoy se va liberando de su complejo de inferioridad ante los secretos de la investigación científica y de la técnica; percibe con claridad meridiana que las nuevas formas de organización políticosocial hacia las que el mundo camina nada tendrán que ver con los nacionalismos aldeanos o con la lucha de clases, ni con el liberalismo de principios de siglo, y que el sistema del futuro será aquel que logre conjugar los anhelos de justicia social y bienestar que mueven a la sociedad moderna, y lo que en el orden espiritual y nacional ha labrado la personalidad histórica de los distintos pueblos, y valora lo que supone el que hayamos recobrado la independencia de criterio y decisión en el ámbito de las relaciones internacionales, dentro del cual nos movemos sin otras cortapisas que las que determina la presencia y potencia del comunismo internacional.

Una consideración interesa añadir para captar con exactitud esta transformación y madurez del pueblo español en lo moral. Es un hecho que la eficacia y la previsión de los acontecimientos mundiales es lo que ha venido labrando ante el mundo el prestigio del Régimen. Si un día fué el blanco de las campañas más tendenciosas, hoy va conquistando la admiración de unos, el respeto de los más y aun la imitación de algunos. Y es precisamente esa eficacia, esa previsión y ese respeto y admiración los que han determinado un cambio de táctica y de procedimientos en los enemigos, que en sus propios y reiterados fracasos han conocido la inutilidad de sus ataques frontales.

Hay quienes proclaman, no siempre por ingenuidad, que sería saludable abandonar ya el uso de ciertos resortes legales; como si el arte de gobernar no consistiera, también por su misma naturaleza, cuando hay agresión y guerra fría, en mantener bien defendidos los núcleos fundamentales de resistencia y cobertura, que son exactamente los que el adversario aspira a dominar, mientras en otros terrenos se toma e impulsa la plena iniciativa de movimientos y de juego abierto e ilusionado. Resulta incomprensible que algunos desconozcan o subestimen la potencialidad del comunismo internacional y los dispositivos que utiliza para la subversión en aquellas naciones que le abren sus puertas. Por una experiencia que nadie se permitirá negarnos, sabemos qué tesón y perspicacia son necesarios frente a un atacante tan tenaz como implacable; tan sutil en sus métodos de penetración como cínico y amoral en la utilización de sus servidores directos o indirectos; tan fácil e inclinado a cualquier tipo de compromisos, tácitos o expresos, como calculador y frío a la hora de abandonar a sus aliados y explotar la victoria.

A estas alturas, gran parte de los desequilibrios pasajeros que se presentan en el proceso evolutivo de nuestra economía tienen su origen casi siempre en dos fenómenos que hemos de estimar como fundamentalmente deseables y positivos: el creciente aumento de nuestra demografía y la constante elevación de los índices no sólo absolutos, sino relativos del consumo, tanto en lo que a materias y productos de primera necesidad se refiere como de aquellos que no tienen ese carácter de necesidad primaria.

La elevación del nivel de vida de los españoles es una realidad que las cifras proclaman con harta mayor elocuencia que las palabras. Los consumos «per capita» de los principales productos alimenticios han aumentado en la siguiente forma:

De un consumo anual de aceite de 8,21 litros por persona en 1940, se ha pasado a 16,26 litros en 1958; del de carne, 12,82 kilos a 16,54, y de pescado fresco, de 15,24 kilos a 19,89 en el mismo período; en el de leche pasamos de 67,2 litros en 1943 a 86 en 1958; de azúcar el consumo de 6,46 kilos en 1941 pasa a 12,27 en 1958, y el de trigo, que era de 144,9 kilogramos, sólo llega a 155,3 kilogramos en 1958. Y si de los alimentos pasamos a la producción industrial, veremos que el índice medio del año 1958 es el de 234,5 por 100, tomando como base 100 la producción del año 1940.

Como medida puramente episódica de emergencia podría considerarse útil por algunos para cubrir con mayor rapidez otros objetivos, por ejemplo, la normalización o robustecimiento de la balanza de pagos, frenar el alza del consumo; pero como constante política no es rentable, ni deseable, ni progresiva. Y en países como el nuestro, que en comparación con otros de su misma área cultural y geográfica  aún ocupan un lugar inferior en cuanto a su nivel de vida, sólo podría aceptarse la reducción del consumo cuando el potencial agrícola y el desarrollo y rendimiento de sus plantas industriales hubiesen alcanzado ya el límite tope de elasticidad. Mas no es este último nuestro caso, y de ahí la dirección en que viene moviéndose la acción del Gobierno para impulsar y facilitar el bienestar para todos mediante la revalorización, transformación e incremento de las fuentes de producción y de riqueza.

Como el punto de arranque era de subconsumo y de un retraso secular y la demanda de bienes a partir de 1939 se produce con ritmo mucho más acelerado que el que muchas veces es posible imprimir a la producción industrial, ganadera y agrícola, representa una tarea agotadora el mantener el equilibrio. Cuando por causas que no está en las manos del hombre evitar o que tienen su origen en la órbita individual o internacional a la que no alcanzan nuestras facultades ordenadoras, se registra momentáneamente el consiguiente desfase, son inevitables sus naturales repercusiones en la economía familiar. No desconoce estas repercusiones el Gobierno, y a aminorar sus defectos acude con todos los recursos que tiene a su alcance. Conllevar solidariamente estos desequilibrios transitorios es la mínima contribución temporal que todos hemos de aportar para mantener la paz y el orden mientras dan su fruto los planes de inversiones y de producción en desarrollo.

Para acortar tiempo en esta navegación importa sobremanera que todos los estamentos y sectores se percaten de que esos niveles que hemos de conseguir hay que ganárselos trabajando y produciendo más, perfeccionando nuestros métodos y productos, racionalizando la organización de las empresas, fomentando el espíritu de equipo, asociando inteligencias, coordinando la investigación y la realización técnica, dando a la juventud, a la universitaria, a la que ha de trabajar en el campo, en la fábrica, en el comercio, en la Banca, en las oficinas o en el taller artesano, la orientación adecuada y una preparación seria, profunda y completa.

Dilatado es el campo que al ímpetu de las generaciones jóvenes se ofrece con sólo apoyar y continuar con sus manos vigorosas los planes en marcha de este gran quehacer nacional. Ya desde ahora han de sentirse movilizadas y comprometidas en la marcha olímpica hacia sus objetivos, que pueden y deben ser conseguidos en pocos años. Hombro con hombro, bisoños y veteranos han de acumular en torno a tan fascinante cometido todos los recursos, todas las disponibilidades privadas y públicas, toda la capacidad de entusiasmo de nuestra Revolución Nacional. Si sólo en unos años, y con todas las dificultades que se acumularon en nuestro camino, la renta nacional ha pasado de 257.426 millones (en pesetas de 1958) que España tenía en el año 1941 a 433.546 millones en 1957, y la renta «per capita» en diez años, de 1948 a 1958, pasa de 9.832,7 pesetas de 1958 a 15.124,7 pesetas, imaginaros lo que podemos lograr de progresivo aumento en los años futuros.

El año que ahora termina ha registrado en el mundo exterior dos acontecimientos que no han podido dejar de afectarnos, cada cual en la medida y en la forma correspondiente. El primero de ellos fué la muerte de Su Santidad Pío XI, que nos ha conmovido como pueblo esencialmente católico. El sentimiento y el dolor, sin embargo, han hallado la compensación posible en la piedad manifestada en el mundo entero con este motivo, que ha revelado la vida, el esplendor y el prestigio de la Iglesia y, sobre todo, con la elección del nuevo Papa en la augusta persona de Juan XXIII, cuya sabiduría, bondad e inimitable sencillez hacen augurar un gloriosísimo Pontificado.

El otro acontecer ha sido el cambio de régimen en Francia, que constituye un acontecimiento de rango universal con dos vertientes: una que mira a la seguridad del Occidente europeo y otra al terreno de las cuestiones más generales del pensamiento político. En cuanto al Occidente se refiere, la situación de la política interior francesa con la expansión comunista venía poniendo en peligro en el corazón del área occidental todo el dispositivo de su defensa. Si una España roja hubiera representado, hace años, la entrega total de Europa al comunismo, la descomposición interna francesa y el peligro de un Frente Popular de dominio comunista hubiera causado a plazo corto análogos efectos. He aquí por qué, sin querernos inmiscuir en lo que es privativo de cada pueblo, hemos de ver con optimismo la revolución que al otro lado del Pirineo se ha producido por acción de su Ejército y respaldo de la gran mayoría de los franceses.

En el aspecto del pensamiento político tiene para nosotros otra dimensión. Precisamente nuestro Movimiento y la Revolución Nacional española han sido objeto de incomprensión y de trato injusto en cuanto se ha propuesto la ordenación de la vida pública de espaldas al parlamentarismo y al juego y las maquinaciones de los partidos políticos. y he aquí que ese cambio de régimen en Francia y, sobre todo, el modo cómo ha podido llevarse a cabo muestran en el país que vió nacer el sistema el grado de desasistimiento y de repulsión que ha podido suscitar.

La crisis del sistema institucional y del modelo de Estado que se construyó en el siglo XIX está iniciada en el mundo desde los años inmediatos a la primera guerra mundial; pero esa crisis alcanzó este año en máximo con el desmoronamiento de la IV República francesa. Con su derrumbamiento no son las formas de vida política libre lo que ha perdido prestigio, pero sí una ideología y una técnica política cuya realización pretendía lograrse a costa de la autoridad mediante ese juego parlamentario, incompatible con las conveniencias más elementales de la vida nacional en cualquier país.

Apenas si será necesario un poco más para que alcance pleno reconocimiento el error de ligar las instituciones de Estado representativo y de vida política libre a una doctrina histórica y filosófica carente de los más elementales títulos de respetabilidad. Nuestro Movimiento ha visto en la pujanza y fuerza expansiva de las organizaciones sindicales en todos los pueblos la prueba y la posibilidad práctica de fundar sobre estas entidades naturales y de vida auténtica y propia un sistema representativo y de libertad política. A medida que aquel error se reconozca en toda su entidad, cambiarán las bases más
generales de pensamiento político y se descubrirán las posibilidades inmensas de las organizaciones naturales para un sistema representativo con todas las ventajas, sin ninguna de las gravísimas deficiencias del viejo sistema.

Toda la filosofía política ha venido girando en torno al problema de asegurar la posibilidad de la insolidaridad del individuo frente a la comunidad y a autoridad, cuando el problema central de la organización y constitución política es el de asegurar las bases y condiciones de cooperación en el desenvolvimiento de la vida pública. Si la libertad de la persona es y ha sido una gran aspiración y un valor político, no es como posibilidad de desenfreno, en la que no puede estar interesado más que el insolidario y el egoísta, sino como garantía del más amplio desarrollo autónomo de todas las cualidades personales y del mejor aprovechamiento de éstas, por vía de cooperación, en el servicio de la comunidad. Interesa el sistema de Estado representativo porque mediante él, a través de la representación pública, tienen oportunidad de ejercicio las vocaciones políticas, resultado de ese ejercicio normal de la cooperación.

En todos los pueblos, los movimientos sindicales no han dejado de crecer desde aquellos primeros tiempos de persecución y proscripción a que los condenaba el liberalismo, y ofrecen una densa trabazón orgánica que encuadra y comprende a la mayor parte de la población. Cuando las instituciones políticas decimonónicas se resquebrajan por todas partes, ¿cómo no pensar en reconocer su personalidad de Derecho público a las instituciones naturales y constituir políticamente la sociedad sobre ellas? Los movimientos sindicales asumen cada día el cuidado por los intereses de una masa de población numerosa y abigarrada. Por esto necesitan cada vez más el acceso a la legislación y a los órganos representativos y colegiados de dirección de la vida pública donde se decide sobre esos intereses. Esa es, en síntesis, la orientación en la que se mueve nuestro Sindicalismo Nacional.

Pesa sobre nosotros y sobre el mundo entero el riesgo y los peligros que amenazan la paz, dando a estos años el dramatismo que los distingue. Y es tal la índole de estos riesgos, que fuera de la normal diligencia para hacerlos frente, sólo cabe atenerse a un riguroso sentido de los más altos deberes morales para arrostrar el porvenir con la conciencia tranquila. En el desarrollo de nuestra actividad hacia el exterior extremamos, por nuestra parte, la prudencia que impone el reconocimiento de esos deberes. Por la marcha histórica inexorable van siendo barridas las condiciones que antaño presidían las relaciones entre los pueblos. Los imperativos de la vida moderna nos atan con nuevos y más fuertes lazos unos pueblos a los otros.

Por nuestra parte hemos comprendido este hecho en toda su importancia, y aun sobreponiéndonos a motivos circunstanciales de queja cuando se han dado, nos hemos dedicado a fortalecer y a servir esos nuevos y superiores motivos de solidaridad. El mundo se ha empequeñecido hasta tal extremo que han hecho acto de presencia en el ámbito de la política exterior y de la diplomacia razones de conveniencia general como las que en el seno de un país impone a cada región o parte integrante la solicitud y el cuidado por los demás, sobrepasando el egoísmo mezquino. Nuevos y mayores patrones de unidad y de organización política han desarticulado las viejas tramas de intereses antagónicos entre pueblos relativamente próximos, lo cual hace cobrar mayor relieve a las vinculaciones espirituales y a las de proximidad histórica y geográfica.

Nunca se han dado en la medida que se dan hoy las condiciones favorables a un eficaz desarrollo de órganos de alumbramiento y ejecución del Derecho internacional, si no existiera, no ya la potencia soviética, cuya existencia no tenía por qué ser en sí misma perturbadora, si se atuviera a las normas de relación honesta entre los pueblos, sino el imperialismo comunista en cuanto factor de subversión moral inadmisible. Mientras el comunismo aparezca unido a esa gran concentración de poder de Rusia, existirá el máximo peligro para la civilización y para la paz.

Nuestra política exterior es política de paz y de concordia que deseamos acentuar, como corresponde con aquellos pueblos a los que nos unen vínculos históricos y geográficos permanentes. Vivimos atentos a todos los problemas y acontecimientos que surgen en el área geográfica en que estamos más interesados, y ofrecemos nuestra colaboración constructiva a su feliz resolución.

Un hecho esencial preside en esta hora todas las inquietudes. Por donde quiera que se extiende la vista nos encontramos con la acción agresiva del comunismo soviético propulsando la subversión del orden, fomentando y aprovechando las disensiones internas, armando y financiando las revoluciones, explotando los sentimientos naturales de emancipación de los pueblos, mientras con descaro y desvergüenza notorios esclaviza y aherroja a ocho naciones europeas en un grado avanzado de civilización, ayer independientes y hoy bajo el yugo férreo de sus Ejércitos. El Occidente no puede permanecer indiferente al cerco que se le tiende, y se hace indispensable intensificar una acertada acción política común, exenta de egoísmo. En este orden no pueden cometerse errores. Existen zonas vitales que Europa por ningún concepto puede abandonar y que necesita asociar a ella por ser con ella solidarias y estar su suerte íntimamente ligada a la suya. La asociación armónica de los mutuos intereses es la seguridad para todos.

Es necesario y urgente que en esas zonas neurálgicas no haga su aparición la ley del más fuerte, pues ésta es una ley que se quiebra con facilidad y con peligros muy graves para todos. El sentido de independencia es en sí una función creadora que tiene sus fines y legítimos campos de acción que objetivamente respalda el mismo Derecho natural; pero se ha de vigilar con suma atención el imperialismo comunista, que desde fuera interesadamente tratará de desvirtuar aquel sentimiento para, aprovechando su generosidad y su energía, llevar las aguas a su molino, un molino en el que triturará indefectiblemente aquella misma independencia. Nada tiene España que disimular ni de qué arrepentirse en su vieja y moderna historia, pero sí es un pueblo experimentado que conoce hasta qué punto puede ser explosiva una equivocación en este asunto.

Si entre los factores que han de cooperar a esa conquista de la paz ocupan un importante lugar los Ejércitos de los pueblos libres, disponiendo de la potencia y modernidad suficientes para que el imperialismo soviético no dude de que la réplica a su posible asalto sobre Occidente supondría necesariamente su aniquilación, hay otro que yo considero trascendente en esta batalla, que es el de la unidad política y fortaleza interna. La guerra abierta podrá, sin duda, retrasarse e incluso evitarse con la certeza de una mutua destrucción; pero la guerra actual, la guerra fría, la que está minando y prepara la subversión interna como precedente obligado de la otra, sólo se evita si reconociendo su valor vital se evita por todos los medios, como en caso de guerra, que aquella unidad y fortaleza sean menoscabadas.

En esto no podemos engañarnos. La guerra caliente será una consecuencia de la guerra fría que la precede, y en ésta se enfrentan dos organizaciones, una con unidad, fortaleza y disciplina en sus partes y en su conjunto, y sería una locura el enfrentarla; otra, desunida en el todo y en sus partes. He aquí la trascendencia en este orden de una buena política.

No está España, extremo y decisivo bastión en Europa de la civilización cristiana, libre de la obligación de estar preparada para la defensa de los derechos de Dios y de la recta y justa libertad del hombre y de la sociedad. Por eso a las virtudes de las que siempre fueron alta escuela nuestras Fuerzas Armadas, procuraremos sumar la modernización de sus medios, la formación más depurada en todos los órdenes de sus cuadros y la fortaleza económica, social y espiritual de la Nación.

A la sombra tutelar de las banderas victoriosas en la Cruzada, con fidelidad inquebrantable a los Caídos, defenderemos esta paz que disfrutamos, y estad seguros que mientras el Señor nos conceda vida, la seguiremos empleando en el servicio de Dios y en la grandeza de la Patria.

¡Que el Cielo siga dispensándonos la asistencia que ha prodigado a nuestra Patria, para que podamos entregar a las generaciones venideras una España Unida, Grande y Libre!

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.005. - España -

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