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Mensajes de fin de Año.


 
30 de diciembre de 1962.

A través de los micrófonos de Radio Nacional de España y de TVE.
(Pronunciado en MADRID el 30 de diciembre de 1962)


Españoles:

Un año más hago llegar mi voz a vuestros hogares para hablaras de política, lo que no puede extrañaras, ya que de la política, como arte del bien común, depende el bienestar moral y material de vuestra familia.

El gobierno de los pueblos constituye una empresa eminentemente política, de la que no podéis desinteresaras. El que la política pueda tener defectos, no justifica nunca el indiferentismo político, que un día llegó a representar el suicidio de nuestra sociedad.

Varias veces he proclamado que en las líneas maestras de nuestra política no sólo nos interesan los bienes materiales, sino el orden moral que los presida; el pretender apartar la política de la Ley de Dios, como en muchos países se ha querido, es dejar penetrar en ella todos los materialismos e inmoralidades, ya que no hay regla moral que pueda sustituirla. La mayor parte de los males de la sociedad se deben al laicismo; y precisamente por haber colocado en nuestro Movimiento político lo espiritual por encima de lo meramente material, son muchos los que han llegado a considerarnos como la reserva espiritual del Occidente.

Sería interminable cuanto podríamos decir sobre la trascendencia de lo espiritual para el logro y el disfrute de los bienes materiales. En la Ley de Dios encuentra la justicia social su mejor base; y no olvidemos que donde no llegan la capacidad y los medios del hombre, llega siempre el poder de Dios.

Si nos ocupamos de .la parte material que ha de satisfacer una política, encontramos que no sólo ha de atender a las necesidades del presente, sino que ha de preparar y prevenir las del futuro, lo que requiere la existencia de una doctrina y la necesidad de una continuidad.

De la buena política de una nación depende todo en el orden temporal: la protección de la fe y de la guarda del orden y de la paz interna, la defensa de nuestras fronteras, el mantenimiento de nuestras libertades, la independencia de la justicia, la extensión de la cultura y la oferta de igualdad de oportunidades; la creación y multiplicación de los puestos de trabajo, con la propulsión y estímulo de los sectores productivos, el perfeccionamiento de las estructuras agrarias e industriales, la satisfacción de los anhelos y necesidades del pueblo, facilitada por la colaboración popular a la obra de gobierno; el amparo de los desgraciados e inválidos, la seguridad social y tantas cosas más que podríamos enumerar. De todo esto que nutre nuestro ser nacional, configurado por nuestra geografía y forjado al correr de los siglos, depende nuestro común destino.

El progreso de la Patria es para todos fuente inagotable de bienestar.

Lo que hoy nos importa considerar es nuestra situación presente y nuestra proyección futura, nuestra realidad viva y las posibilidades que se abren ante nosotros.

España, hoy, es un país en paz, en plena recuperación económica, con capacidad creadora en todos los órdenes de la vida, con un sólido prestigio internacional y con una juventud capaz y técnicamente preparada, que ansía proyectarse cara al futuro.

Hemos vivido años de excepción y de sacrificio, hemos atravesado un largo período de dificultades y combates, hemos debido mantener con energía el rumbo, frente a la incomprensión, el odio y el fanatismo; pero hemos conseguido ganar tiempo y contribuir a formar nuevas generaciones de españoles, que hoy son nuestro más preciado don y nuestra mejor esperanza. Valía la pena esperar y trabajar, preparando y mejorando las condiciones generales del país.

Por nacimiento, pertenezco a una generación, a un momento histórico, en el que el desaliento era la norma, y el pesimismo sobre el futuro nacional, el común denominador de nuestras juventudes. ¿ Qué ocurrió como consecuencia y cuáles fueron los abismos que hubimos de sortear? Son de todos conocidos y no creo hoy preciso recordarlos. La Historia juzgará de cómo supimos reaccionar frente al reto de la amargura, de la desunión y la falta de horizontes del país.

Los sistemas y las doctrinas son importantes, constituyen la osamenta invisible de un pueblo, el nervio y el espíritu que lo guía; pero sólo el hombre, en última instancia, es capaz de utilizar las organizaciones y de realizar las doctrinas.

El futuro de la Patria, la realización de lo que España deba ser mañana, será necesariamente el producto de los esfuerzos de nuestras juventudes de hoy, de los hombres que ahora llegan a los puestos de responsabilidad y que cada día en mayor número irán ocupando los que dejen vacantes sus mayores.

Toda realización, toda concreción material, tanto en el orden político como en el económico y privado, es, en cierto modo, producto del esfuerzo creador de los hombres que actuaron veinte años antes. Así como la España que hoy tenemos delante y en torno nuestro es el producto del esfuerzo de una generación benemérita que hoy está llegando a su culminación, los próximos veinte años vendrán marcados por ese origen, recordarán nuestros esfuerzos, transcurrirán dentro del marco general que dejamos trazado; pero, inevitablemente, serán la concreción, la actualización de la voluntad de empresa que tengan los hombres que hoy se mueven entre los treinta y cuarenta años de edad. Es decir, los hombres que se 'conformaron e hicieron a lo largo de estos últimos veinte años de Historia.

A ellos y a sus compañeros de generación van principalmente dirigidas estas palabras. España se les ofrece hoy desde el punto de vista espiritual más unida, despierta y consciente que lo estuvo en los últimos cien años de su Historia. Desde el punto de vista social, en auténtica paz y en plena evolución. La transformación de nuestras viejas estructuras es el empeño de nuestra hora; los sentimientos de justicia están vivos y activos; el afán de mejorar la composición de la sociedad es una realidad, y los cauces para que todo ello pueda producirse están trazados y son operantes.

Desde el punto de vista económico, la evolución es patente; la mejoría, notable, y los medios de que el país dispone, infinitamente superiores. Vivimos en este terreno, tal vez, la hora más decisiva de nuestra Historia, la hora en que todo parece posible; pero también la hora de las decisiones trascendentales, que marcarán con trazo imperativo el inmediato desarrollo de nuestra economía.

Por último, en el terreno político, hemos creado un Estado constitucional, provisto de sus órganos fundamentales. Hemos aprobado una legislación previsora y adaptada a nuestras necesidades. Tenemos una Administración capaz, honesta y organizada. Disfrutamos de unos preceptos y de un ideario que la inmensa mayoría de los españoles comparten, y vemos con satisfacción que el resto del mundo, lejos de apartarse de nosotros, tiende, por el contrario, a soluciones y doctrinas que, salvando las peculiaridades históricas de cada uno, vienen siendo cada día más próximas a las nuestras.

Podemos, pues, mirar al futuro con confianza, esperar que nuestra labor dé sus frutos, adaptar el detalle a la necesidad cambiante de cada circunstancia, observar el funcionamiento de nuestras instituciones, alentar las necesarias evoluciones que aconseje el acontecer histórico y emprender nuevos progresos en todos los campos de la actividad humana.

De lo que España puede ser mañana, serán responsables las nuevas generaciones, que deben pensar cómo lo que ahora tenemos es el fruto de un gran esfuerzo, el producto de una grave convulsión, la herencia de una larga, brillante y orgullosa historia. Recordad de dónde partimos y pensemos en dónde pudimos caer.

En los umbrales de un nuevo año no está de más que recapacitemos brevemente sobre algunas cifras y datos que. constituyen un exponente de nuestra situación económica y política, ambas de la mayor importancia en cualquier país.

Comparemos estos nuevos datos con los del año 1935, último anterior a nuestro Movimiento.

La producción de acero pasó, de 594.710 toneladas en el año 1935, a 2.900.000 en el año 1962.

El carbón, ,de 7.267.878 en el año 1935, a 15.973.332 en 1961.

Abonos nitrogenados, de 30.000 en el 35, a 598.800 en 1961.

En construcción naval, de 20.000 toneladas en 1935, a 170.000 en el año 1962.

En cemento, de 404.835 en 1936, a 3.131.013 solamente en el primer semestre de 1962, pues, sumándole el segundo, pasarán de seis millones de toneladas.

En energía eléctrica, de 3.272.000 kilovatios-hora en 1935, a 21.000.000 en 1961.

En viviendas construidas, de 29.000 en 1935, a 139.603 en 1962.

En regadíos sistematizados, de 400.000 hectáreas en el año 1939, a 1.000.000 en 1962.

Vehículos automóviles producidos, de ninguno en 1935, a 76.200 en 1961.

En importaciones, ,de 876 millones de pesetas oro, a 2.208 millones de pesetas oro.

Y en exportaciones, de 586 millones de pesetas oro en 1935, a 2.223 millones de pesetas oro en el año 1960.

Y de población penal, de 34.500 reclusos en 1935, a 14.700 en 1962.

Si estas cifras, que se ofrecen como premio a nuestros esfuerzos, podrían llenarnos de optimismo, la vida, sin embargo, nos hace volver a la realidad: a tener que contar con lo contingente, en lo que destaca esa meteorología extremada que padecemos y que nos lleva de las sequías prolongadas al desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza que producen inundaciones que han venido poniendo a contribución nuestra fortaleza y nuestra unidad.

Un día todavía no lejano fue el diluvio sobre Valencia el que desencadenó la invasión de la ciudad por el fango y por las aguas como no se había registrado en toda su historia; más tarde fueron las de Sevilla las que anegaron con sus aguas numerosos hogares; ayer fue la de Cataluña la que asoló a una de las zonas más ricas y laboriosas de la región barcelonesa, produciendo la cifra más alta de víctimas en la historia de nuestras catástrofes; hoy son las heladas de la región levantina las que han destruido en horas los frutos dorados de muchos meses de trabajo, que si en otras ocasiones proporcionaron daños irreparables a nuestra economía exterior, hoy nuestra fortaleza económica y las reservas de divisas alcanzadas nos permiten superarlas con el mínimo estrago. 

En unos y otros casos, la solidaridad nacional tuvo r su más alta expresión en la cálida y urgente asistencia de todas las regiones españolas a las zonas afectadas por la catástrofe.

Esto no hubiera podido conseguirse sin un programa de urgencia y una voluntad férrea para seguirla. Así, desde los primeros tiempos de nuestro Movimiento constituyó nuestra mayor preocupación el preparar todos los medios para transformar la estructura económica de nuestra Nación, que nos permitiese la realización de aquella España mejor que todos anhelaban, y que se venía frustrando al correr de las generaciones por la incapacidad y falta de eficacia de los sistemas políticos que nos habían precedido.

Nuestra política económica y social respondió desde la primera hora a los imperativos de la situación. No creo que sea necesario recordar a los que las visteis las grandes dificultades de aquellas horas y la falta de base en que poder levantar nuestro futuro. Nunca tuvo más valor la frase de tener, con nuestro trabajo, que ganamos el pan de cada día. Esta era una de nuestras principales preocupaciones: asegurar la alimentación de la población en lucha contra las sequías y las incomprensiones ante una guerra exterior que arruinaba al mundo y dificultaba nuestros intercambios y asistencias. Entonces se realizó ese gran esfuerzo que, sin duda, ha de asombrar un día a los historiadores de haber levantado de la nada a la Nación.

Desde aquella débil base de partida, sin reservas ni ayudas extranjeras y sin apenas excedentes para exportar, nuestra política no podía ser otra que la de intensificar las producciones naturales vitales y exportables y la de producir en España todo aquello indispensable a nuestra vida que no cabía dentro de nuestra balanza de pagos. Fue la etapa larga y penosa de las intervenciones y de las tasas que nos permitió, con los sacrificios mínimos, poder alcanzar un día las puertas de una normalidad. Entonces se inició el primer programa de desarrollo de urgencia que veníamos preparando desde los primeros meses de nuestra Cruzada, que nos permitiese cambiar el signo de nuestra balanza de pagos, marcando las líneas maestras de nuestra política económica y de sus conquistas. Tuvimos que superar las dificultades de la falta de estadística y de estudios técnicos en nuestra Nación para la transformación de sus estructuras y de la carencia de técnicos económicos preparados que nos ayudaran en la tarea, y que motivó el que creásemos las Facultades de Ciencias Políticas y Económicas, que, despertando el interés de nuestra juventud por estas materias, nos ofrecen hoy ese plantel logrado de economistas que vienen colaborando en los estudios y planeamiento de esta nueva y trascendental etapa.

La conjugación de las necesidades e imperativos sociales, con las exigencias de orden económico, presidieron esta primera etapa de urgencia, cuyos frutos están a la vista.

Esto que muchos ya llaman el milagro español, ha sido nuestra obra común, la de todos los españoles que colaboraron con sus esfuerzos y disciplina a vencer esta difícil y fundamental etapa. Sin ella no hubiera sido posible nuestro acceso a los órganos económicos internacionales ni la estabilización, ni tras el período de la reactivación subsiguiente, el empeño en que ahora nos encontramos de nuevo y trascendental plan de desarrollo, asentado sobre las bases firmes de la estabilización, de las importantes reservas de divisas alcanzadas y del saneamiento y robustecimiento de nuestra hacienda.

Aquí vemos cómo el desarrollo económico no es para nosotros una cosa nueva, pues viene practicándose progresivamente desde nuestra Cruzada, y que si en los años anteriores obedeció a imperativos de la urgencia, a líneas simples y a esfuerzos limitados por la escasez de medios, hoy, con la experiencia adquirida, recursos suficientes, reservas fuertes y horizontes dilatados, podemos enfrentarnos con planes de mayor envergadura, en los que están colaborando todos los sectores de la Nación a través de sus representaciones más genuinas y de aquellos valores individuales que patrióticamente se han implicado en esta tarea.

Para superar el ritmo normal de Crecimiento, se hace necesario conocer las estadísticas reales, realizar la preparación de los cuadros técnicos, de la mano de obra especializada, de las materias primas, de la maquinaria, de un crédito fluido y de la producción y suministro paralelo de los bienes de consumo.

En el plan de desarrollo colaboran hoy activamente, a través de subcomisiones y ponencias, más de seiscientos empresarios, técnicos, obreros, economistas y representantes de la Administración, que imprimen al plan de desarrollo el máximo rigor técnico y el más exigente sentido social.

El plan de desarrollo vendrá a acelerar el proceso de transformación social, constituirá un arma poderosa en la lucha contra las injusticias y desigualdades y no admitirá parcialidades, ya que contempla al pueblo español en su unidad y al hombre en su entera personalidad moral y material.

Antes de pasar a ponderar los datos políticos, y en la imposibilidad de ocuparme de todas las actividades de expansión de la Nación en sus diversos aspectos, quiero recordar por su trascendencia la importantísima extensión que ha tenido la cultura, que tanto repercute en nuestro progreso, citando unas cifras que destacan la expansión de la cultura, en la importancia de las campañas de extensión de la alfabetización, que lleva a cabo nuestro esforzado Magisterio, y la multiplicación en nuestra Nación de los estudios, estimulados por la creciente protección escolar.

En las escuelas primarias hemos pasado, de 2.120.436 matriculados en 1935, a 4.448.535, que figuran hoy en nuestras escuelas.

En Enseñanza Media, de 124.900 en 1935, a 420.636 en 1959.

En Enseñanza Laboral, de 32.477 en 1935, a 101.668 en 1959.

Y en Universidades, de 29.249 matriculados en 1935, a 62.895 en 1959.

Si de los aspectos políticos tratamos, los datos estadísticos son estos:

1935, en un solo año hubo siete cambios de Gobierno, en tanto que desde 1938 a nuestros días, esto es, en veinticuatro años, ha habido sólo diez.

Y de cómo fueron aquellos años de la vida nacional .lo reflejan las siguientes cifras, tomadas del inolvidable Calvo Sotelo y referidas apenas a unos meses.

El resumen de la situación desde el 16 de febrero al 16 de junio, y declarado por nuestro protomártir ante el Parlamento, fue:
 

Iglesias totalmente destruidas, 160; asaltos a templos, con incendios sofocados y destrozos, 275; muertos, 269; heridos, 1.287; agresiones frustradas, 215; atracos con- sumados, 138; tentativas de atraco, 23; centros políticos o particulares destruidos, 69; asaltados, 312; huelgas generales, 113; huelgas parciales, 228; periódicos totalmente destruidos, 10; bombas y petardos explotados, 146; recogidos sin explotar, 78.

Las instituciones estaban, pues, paralizadas, la legalidad había desaparecido y el orden público era desconocido. El país estaba dividido hasta tal extremo, que el odio y la sangre llegarían a cubrirlo.

Yo ya sé que ninguna obra humana es perfecta ni eterna, y menos que ninguna la obra política; pero dentro de esos límites, ¿se puede oír razonablemente afirmar que nuestra situación no es previsora? España dispone de instituciones colegiadas, tales como el Consejo del Reino y las Cortes, que, por los hombres que las encarnan y por su carácter representativo, pueden y deben ser una garantía del futuro del país.

Los textos de Derecho Político hablan de constituciones fijas y cerradas y de constituciones abiertas y flexibles. ¿Hay en el mundo Constitución más abierta y flexible que la española? Recientemente, y por nuestros enemigos de siempre, se nos ha acusado de evolucionar sólo en la fachada, con el fin de adaptamos a la moda imperante. Si la evolución no se hubiera producido, entonces seríamos atacados por nuestro inmovilismo. La verdad es mucho más sencilla. España, como todo organismo político sano, se mueve hacia adelante y trata de adaptar su esquema jurídico constitucional a la realidad de cada momento histórico, momento que evidentemente viene marcado por nuestras propias necesidades internas y por la evolución del pensamiento universal, que, por ser tal, lo es también español. No en vano nosotros supimos descubrir con veinticinco años de adelanto los rumbos que el mundo había de tomar.

Sin duda por haber vivido la política con mayor intensidad y pasión, como pueblo meridional, precipitamos el desgaste de las viejas fórmulas liberales, teniendo que buscar nuevos horizontes. El mismo asco y desprecio hacia la política de partidos que hoy se manifiesta en tantas naciones, antes lo sufrió el pueblo español con mucha mayor intensidad. Sin embargo, no todo es malo en los sistemas políticos anteriores; hay cosas que deben y pueden salvarse, y nosotros hemos sabido extraer de los viejos sistemas, de aquel conjunto de fórmulas y de ideas enfrentadas, todo lo noble y constructivo que podía encontrarse en ellos, lo que vivifica a la sociedad y no la destruye, lo que encarnaba nuestras más nobles tradiciones, todo aquello que el pueblo anhelaba y que el Movimiento Nacional vitalizó.

La realidad es que en España afloró un nuevo sistema político, que por servir al interés de la nación nos rebasaba en su evolución de lo que en otros países todavía predominaba. Esto constituía para nosotros una dificultad, ya que las naciones no pueden mostrarse por mucho tiempo ajenas a la influencia del medio imperante en el mundo que las rodea y sobre el cual sólo las revoluciones verdaderas acaban imponiéndose. El tiempo ha venido a darnos la razón, y hoy vemos cómo el mundo, aunque no quiera confesarlo, sigue los caminos que nosotros trillamos.

Todos los fenómenos políticos que en el mundo observamos, pese a las diferencias de sus etiquetas, registran el mismo contenido: incapacidad de los viejos sistemas políticos para conseguir el bien común, enemiga y desprecio hacia la política de partidos, repudio a los abusos económicos y a los imperialismos, aspiraciones al progreso económico y a una más justa distribución de la riqueza; anhelos de justicia social y de mejora del nivel de vida; persecución del orden y de la paz interna. En general, ansias de urgencia y de eficacia.

Si tenemos en cuenta esa influencia que el medio imperante en el mundo ejerce sobre las naciones, y recordamos la huella que la revolución francesa imprimió en el mundo que le siguió, y consideramos la extensión del socialismo y del comunismo en un área incomparablemente mayor, no tenemos más remedio que reconocer su influencia en la política del mundo futuro.

Es evidente que el tiempo ya transcurrido acabará transformando esos sistemas, purgándolos de sus muchos errores, corrigiendo sus fracasos y apropiándose de cuanto por agradable y eficaz destaca en la evolución de los pueblos libres. Lo que nos lleva a poder asegurar que la sociedad política futura no será la capitalista y liberal que conocimos, ni tampoco la materialista y bárbara del despotismo comunista soviético, sino muy próxima a la que nosotros concebimos.

Nuestra situación actual es el producto de un condicionamiento histórico inevitable y del libre juego, dentro de un esquema de las opiniones y necesidades del tiempo en que vivimos.

Hoy importa más a los pueblos la sustancia de las realizaciones que la lucha abstracta de las ideologías. Hoy es más grave y decisivo el problema de las estructuras sociales y de la justicia distributiva que el de los cuadros constitucionales y los grandes esquemas doctrinales. Hoy cuenta más en la opinión popular la problemática del quehacer del Gobierno que el viejo dilema de las formas. Hoy el hombre pide eficacia, justicia y estabilidad, antes que teoría o inseguridad. Por eso, tras siglo y medio de luchas dogmáticas, España aprueba nuestro cuarto de siglo de paz, progreso y estabilidad. Nuestro problema hoy es el de mejorar las realidades del país, el de elevar los niveles de vida de los españoles, el de hacer real una mejor y más justa distribución de la riqueza, y de actualizar y potenciar la auténtica representación de los intereses españoles; el de seguros de nosotros mismos, encarar con confianza el futuro y aunar nuestros esfuerzos para conseguir la realización óptima de nuestros lemas y enunciados.

Yo quisiera llevar a vuestro ánimo la seguridad de que el Gobierno conoce vuestros problemas y trata honestamente de solucionarlos, y os prometo que haremos cuanto humanamente esté a nuestro alcance para tratar de mejorar las condiciones presentes, producto, como sabéis, del enorme esfuerzo de crecimiento que está realizando el país.

Nuestras leyes e instituciones tienden a solucionar esos problemas, a mejorar la suerte de los menos favorecidos, a elevar ante todo las condiciones del mundo del trabajo; pero si, a pesar de ello, por incomprensión de algunos o por egoísmo de otros, se demostrase que resultan ineficaces, el Gobierno está dispuesto a dictar nuevas disposiciones que hagan imperativo el respetar, mejorar y. elevar las condiciones en que hoy se desenvuelve el trabajador español.

Porque el Movimiento no fue un privilegio de vencedores ni sumisión de vencidos, sino la oportunidad que se brindaba a todos los españoles para satisfacer sus anhelos de revolución social, es posible que hoy podamos abordar de cara los problemas de su crecimiento, unidos por la certeza de que hemos hallado el sistema de democracia abierta y de autenticidad representativa que conviene a las aspiraciones nacionales de paz y justicia sociales.

Al considerar tema tan trascendente hemos siempre de tener en cuenta y recordar los principios que condicionan la evolución económica de las sociedades y de los individuos: las aspiraciones naturales del progreso social y del aumento del nivel de vida requieren siempre unas bases previas económicas que las hagan posible. Si importante es la distribución justa de la renta nacional, tanto o más es que esta renta se acreciente y aumenten las posibilidades de distribución. Los pueblos sin riquezas naturales tienen que buscar en la industrialización y en la aplicación de los progresos técnicos a todas las actividades la sustitución de aquellas riquezas que les permita acrecentar su renta. Y todo esto hemos de hacerla sin violencias, dentro de un estado económico elaborado con la aportación de generaciones, que puede y debe ser perfeccionado, pero al que no se puede impunemente destruir.

Tiene que llegar al convencimiento de todos que del progreso general de la Nación y de su paz y orden internos dependen en gran parte la estabilidad y el buen desarrollo de las empresas, que se traduce en posibilidades de retribución mayor para las clases laborales; así como que gran parte de la buena marcha de las empresas depende de las buenas relaciones humanas, de la compenetración y entendimiento con sus trabajadores.

Constituye una quimera pretender alcanzar niveles altos de salario sin la transformación de fondo de las estructuras. Si los salarios subiesen artificiosamente, sin que al mismo compás haya habido un aumento de la productividad, se produciría una subida en mayor escala del nivel de precios.

Se habla con frecuencia de la aspiración de que nuestros salarios puedan alcanzar el nivel de los correspondientes europeos; mas para ello es necesario la equiparación de las estructuras y de la productividad. Siempre existirá una diferencia importante entre las naciones ricas y adelantadas y las pobres con una gran demografía; un ejemplo lo constituye para todos el Japón, nación perfectamente industrializada, pero que por su estructura general económica, carente de materias primas, y su gran población, exige para poder vivir que sus salarios sean muy inferiores a los que disfrutan las naciones más adelantadas del Occidente.

Las relaciones entre la política social y la económica han sido una de las claves de la actividad del régimen. Sólo demagogia puede haber allí donde, sin progreso económico, se pretende llevar a la práctica revoluciones sociales. Para conseguir el bienestar hay que acertar primero con una línea adecuada para obtener el desarrollo económico. Conviene, sin embargo, estar en guardia contra quienes ven siempre solas las razones económicas y no encuentran nunca momento oportuno para aplicar ,las medidas sociales. Así es que ni política social sin fundamento económico ni desarrollo económico de espaldas a las exigencias de la justicia social.

Como una consecuencia más de un proceso seguro de continuidad, el pueblo español se enfrenta hoy con una decisiva coyuntura de su existencia. Aunque lo más duro y difícil del camino ha sido ya superado, vivimos, sin embargo, una ocasión prometedora y comprometida. Alcanzar esta coyuntura excepcional de accesos a niveles altos de bienestar y a una paz permanente y compartida y pertenecer a una comunidad realmente independiente y soberana nos ha costado mucho. Nos ha costado, en la época más reciente, tener que soportar, por imperativo de los fenómenos económicos, determinadas tensiones alcistas en los precios, que han sido debidamente valoradas por mi Gobierno, tanto respecto de los factores que las han originado como de su repercusión en el coste de la vida.

Hemos estudiado cuidadosamente la coyuntura y sus posibilidades; tenemos conciencia de las grandes mejoras que están introduciendo, de un lado, los convenios sindicales colectivos, instrumentos de comprensión y de diálogo sobre temas vitales y elementos básicos para la paz inteligente y justa en las empresas y entre los sectores laborales, y de otro, las mejoras voluntarias otorgadas por las empresas, que, con amplitud y haciéndose merecedoras de la confianza que el Estado tiene puesta y sigue poniendo en ellas, han ido elevando sus cuadros y retribuciones. Pero nos duele en lo más profundo de nuestro corazón que existan todavía sectores y zonas minoritarias y aisladas, dispersas en la geografía de nuestro país y en sus actividades, a las que aquellas mejoras no han llegado. Por eso mi Gobierno acude ahora, bajo mi promoción, a esas zonas para establecer un salario mínimo para la categoría laboral básica de peón no especializado de sesenta pesetas diarias, uniforme para la población laboral española.

Somos conscientes de la perturbación que en algunos pequeños sectores de nuestra economía esta elevación de las retribuciones pueda producir y de las repercusiones con que hemos de enfrentarnos; pero mi Gobierno no podía por más tiempo contemplar la existencia de salarios mínimos vitales. intolerables, que un elemental deber de justicia política social no consiente. 

Esto elevará las bases futuras de cotización y de prestación de la seguridad social, de forma que estas bases estén en condiciones de atender mucho mejor a nuestros caídos en el trabajo, a nuestros enfermos, a los ancianos que se han hecho merecedores de un retiro después de una larga vida laboriosa, a las viudas y a los huérfanos de nuestros muertos y a quienes quieren trabajar y momentáneamente no pueden en los grandes procesos de transformación tecnológica que están produciéndose bajo el impulso vigoroso de nuestra expansión y desarrollo. Para realizarlo y evitar las repercusiones posibles en los costos de producción de estas mejoras de la seguridad social, el Estado está decidido y ha tomado el acuerdo de participar transitoriamente en la carga que originen los incrementos de seguridad social, para que los beneficiarios puedan desde el primer momento disfrutar de su protección. Esta medida facilitará al empresario su desenvolvimiento en el marco de una previsión de costos necesaria y sentará el principio de solidaridad nacional que vengo sosteniendo en la síntesis de la unidad nacional que hemos proclamado.

Disposiciones oportunas promulgarán y reglamentarán estos acuerdos a través de las disposiciones reglamentarias, lo que, unido a las que últimamente han sido adoptadas en materia de seguridad social y ayuda familiar, ensanchan aún más la esfera tutelar del trabajador español, que desde el primer momento ha afirmado con un ambicioso propósito de superación.

La conciencia de que la capacidad adquisitiva del trabajador en lo que al salario se refiere no está solo determinada por lo que él percibe, sino por el ámbito de compra que éste posee, y el propósito decidido de proporcionar siempre no una mejora ficticia, sino real, nos ha impuesto la decisión que hemos tomado de asegurar por todos los medios, y con el rigor de todos los resortes, la estabilidad económica indispensable, habiendo ordenado las disposiciones y medidas correctoras precisas para encauzar nuestra expansión económica en los límites justos, que impidan una presión sobre los precios, que a toda costa hemos de defender,. y fijar su natural curva de flexibilidad, dentro siempre del marco que debe ceñir nuestra propia coyuntura económica.

Sólo así pueden abordarse confiadamente estos nuevos objetivos sociales que hemos proclamado, y que a su vez deben ser la base sana de un desarrollo eficiente. La precisa política de gastos, la adecuada ordenación de inversiones y, de una manera especial, el cuidado en el abastecimiento de los bienes de consumo básico, promoviendo y regulando el comercio y controlando y liberando de obstáculos los canales que estructuran su distribución, son las palancas de esta tensa y vehemente acción nuestra.

Estos problemas, que el abandono de un siglo acumuló sobre nuestra sociedad, no son exclusivos de nuestra Patria. En mayor o menor escala se produce fuera de nuestras fronteras, y las posiciones mentales, salvadas las circunstancias de cada país, vienen siendo muy parecidas.

Los pueblos, sobre todo los más jóvenes, buscan la eficacia, la estabilidad y la justicia, viven preocupados por el presente histórico y tienden a relegar los esquemas doctrinales heredados del pasado, que se pierde en bizantinismo s, sin repercusiones prácticas. En el materialismo que el mundo padece, el tema de nuestra época es el de la liberación económica del hombre. El sistema político que antes lo consiga llevará una ventaja sobre los demás, independientemente de su forma o de sus raíces doctrinales. En última instancia, en eso reside el gran reto comunista.

El problema para Occidente consiste en probar su mayor eficacia para elevar las condiciones espirituales y económicas en que se desenvuelve la vida del hombre de nuestros días. No se trata de implantar unas u otras formas de gobierno, no se busca el conseguir un mimetismo político ni una uniformidad constitucional; se pretende proporcionar un sustento digno a todos los hombres, que todos puedan constituir una familia, tengan un hogar digno, una estabilidad cara al futuro y una seguridad económica que garantice su vida y la de sus hijos y los riesgos que toda vida humana supone. En una palabra, se trata de promover la auténtica libertad del hombre, aquella que garantice su presente y conforme con seguridad su futuro.

El problema es el mismo en los varios continentes, tanto si miramos a los países hermanos de Hispanoamérica como si lo hacemos al continente africano o al asiático. Los pueblos aspiran a su independencia, con el fin de alcanzar mejor su propio desarrollo, cara al bienestar económico. Les preocupa el fin que quieren conseguir y están dispuestos con frecuencia a olvidar los medios, si éstos son meras formas políticas.

Hoy empieza a acusarse en el mundo el que la injusticia social no se encuentra sólo entre los individuos de una nación, sino que existe también entre las naciones, y que un deber de humanidad llama a las más ricas y adelantadas a promover el bienestar y el progreso de las más pobres y atrasadas.

Si en este orden pensamos en los miles de millones de dólares que el mundo malgasta en armamentos, que podrían labrar la felicidad y el progreso de tantos pueblos hambrientos y subdesarrollados, tenemos que rebelarnos contra el signo social que el comunismo ruso pretende monopolizar, cuando él y sólo él es la causa principal de esta loca carrera de armamentos que, paralizando al mundo en su obra social de mejoramiento, sacrifica a aquélla el nivel de vida de su propio pueblo.

Los países ricos, los industriales plenamente desarrollados, tienen hoy la grave responsabilidad histórica de enfrentarse con este panorama. O su generosidad conduce a una auténtica comprensión de los problemas y arbitran los medios para encauzarlos, o el peligro de una era revolucionaria, conducente a la guerra, se dibujará en el futuro.

La estabilidad en los precios de las materias primas, la honesta regulación de los mercados internacionales, la libertad en la circulación de mercancías, capitales y mano de obra, y una amplia concesión de créditos e inversiones son otros tantos supuestos urgentes y capitales, sin cuya rápida realización no es posible pensar en un mundo próspero y en paz.

Las causas que han conducido a esa situación son evidentes. Los países que tomaron la delantera en el momento de la revolución industrial acumularon en sus manos un caudal de medios de producción que por su sola existencia los hace diferenciarse en grados distintos de los restantes países. De ese modo, y partiendo de esas diferencias, los países super industrializados han atesorado una inmensa riqueza, que, elevando sus niveles de vida, los ha diferenciado sustancialmente de cualesquiera países menos favorecidos.

Cuando se habla de ayudas a los países subdesarrollados o, en general, a los menos favorecidos se olvida con frecuencia que sin alterar las bases de partida antes señaladas será prácticamente imposible reducir la distancia que hoy separa al grupo de países privilegiados de aquel otro al que pertenecen los que no lo son. Es más, de continuar la tendencia actual, la distancia entre unos y otros tiende cada vez a aumentar, de tal modo que en breves años podría darse la circunstancia de que un grupo muy reducido de países habrían alcanzado una total acumulación de medios de producción, que los restantes países del modo se vieran obligados a aceptar de un modo definitivo su superioridad económica, con las correspondientes implicaciones internacionales.

En esta gran crisis moral que el mundo sufre, y ante los egoísmos que en él predominan, es muy posible que las naciones cuyas economías se fortalecieron con las miserias ajenas pretendan conservar, por uno u otro medio, el predominio económico con el que venían fortaleciendo su propio bienestar; pero sólo una política audaz e imaginativa, que pretenda corregir de modo sustancial esas circunstancias, puede permitir al mundo occidental sobrevivir dentro del sistema conceptual que lo define, ya que la evidente injusticia que hoy predomina no se corrige, a la rebelión de las masas sucederá, sin duda, una auténtica rebelión de las naciones, que, empujadas y estimuladas por el comunismo, tratarán de mejorar la distribución del poder y de la riqueza, que es patrimonio de todos los pueblos.

No bastará, para remediar esa situación, el conceder a los países subdesarrollados una mera ayuda económica que les permita resolver de modo inmediato sus pequeños problemas. Es preciso tratar de transformar las estructuras económicas de esos países, ayudándoles de modo generoso y eficaz para que puedan alcanzar en un plazo no lejano un nivel técnico y una acumulación de medios de producción que les permita cambiar el signo actual de sus índices de producción, haciendo pasar éstos por delante de su progresión demográfica.

La posición española frente a ese problema es sencilla y está trazada claramente. España, que mantiene pacíficas relaciones con todos los pueblos que respetan nuestra personalidad y soberanía, defiende el principio de que es preciso luchar contra la injusta distribución de la riqueza universal, y mantiene la tesis de que, sin un reconocimiento de la libertad y soberanía de los pueblos, no es posible mantener el orden y la paz internacionales.

Ante Europa, de la que formamos parte, nuestros sentimientos están claros y formalmente definidos. Como parte, tenemos una definitiva vocación europea, y como europeos, defendemos una consideración de igualdad, que nos compromete en cuanto respeta nuestra personalidad.

Al acercarnos a Europa y pensar en una posible asociación con sus principales países no nos lleva un simple interés nacional más o menos claro de compartir el egoísmo europeo, sino el incorporarles un sentido humano y social de la política exterior, una conciencia cristiana de la justicia entre los pueblos, un concepto ecuménico de la economía y las realidades de un mundo nuevo y poco comprendido.

En nuestras relaciones con el resto de las naciones, por razones de toda índole, seguimos con especial interés y con cordialidad familiar los problemas de Hispanoamérica y Filipinas, pueblos a los que nos sentimos entrañablemente ligados. Por motivos similares, a los que se añade el de la vecindad, queremos siempre mantener y estrechar nuestras cordiales relaciones con Marruecos, y por nuestra secular historia atlántica, nos sentimos ligados a cuanto viene del Continente americano, y unidos bilateralmente por acuerdos con los Estados Unidos, admiramos su difícil misión rectora del mundo libre.

Deliberadamente he dejado para el final a Portugal, país hermano, a quien deseo testimoniar nuestra admiración por su esforzado y ejemplar comportamiento en los momentos difíciles, en que se ve injustamente atacado, con olvido de su ejemplar historia y de su insigne contribución a la cultura y formas de vida del mundo a que pertenecemos.

Igualmente, en estas fechas de la Navidad y el año nuevo, tan vinculadas al hogar y a la familia, quiero enviar un saludo muy especial a los españoles que están fuera de la Patria, llevados por el afán humano de la lucha y aventura por mejorar. Siempre fue España tierra de emigración. Si más de medio continente americano se expresa en lengua española se debe no sólo a la labor de los conquistadores, sino también a los hombres de nuestro pueblo, que con su sacrificio y esfuerzo han mantenido la herencia espiritual e histórica que allí dejamos durante siglos. Pero hay que reconocer que el acicate principal de estas corrientes emigratorias ha sido siempre la incomodidad y pobreza del propio solar, la falta de horizontes y de puestos de trabajo.

Hoy la crisis que sufren las naciones de Hispanoamérica y las demandas de mano de obra en Europa hace que la mayor parte de nuestra emigración se mueva en el marco europeo. Pero en la España mejor que estamos forjando aspiramos a ofrecer a las clases laboriosas tantas facilidades que hagan más acogedora la propia tierra e inútil el sacrificio de tener que ir a trabajar a las extrañas; pero mientras esa hora no llega, nuestro Gobierno ha velado en todo momento porque el esfuerzo de sus emigrantes sea eficaz. Hemos suscrito tratados con diversos países para atender al mejor cuidado de estos hombres fuera de nuestro territorio. Sabemos que por su esfuerzo se han ganado el respeto y la consideración de los pueblos con los que ahora conviven, pero también conocemos cuán penoso es salir de la Patria y dejar en ella familia, amistades y todo cuanto nos liga a los lugares en que se ha nacido. Es preciso que estas bravas gentes nuestras sepan que no las olvidamos, que conocemos el valor de su sacrificio y que estamos dispuestos a continuar nuestro esfuerzo para cambiar las estructuras y mejorar las condiciones de vida de todo el pueblo español, como también conviene que sepan cómo continuaremos nuestras gestiones en su favor en tanto no llega el momento feliz de su total reintegración a la Patria.

Una vez más despedimos un año de vida española y nos situamos ante otro nuevo período, del cual esperamos, con la ayuda de Dios, beneficios y venturas para nuestra Patria.

¡Arriba España!


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© Generalísimo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.005. - España -

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