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Declaraciones a la Prensa.


 
Declaraciones al redactor político del «Evening Star»

7 de agosto de 1957.

El pequeño despacho del Generalísimo Franco, con su mesa Imperio repleta de carpetas, periódicos y cartas para contestar, estaba igual que cuando yo lo vi la última vez, hará unos cinco años. Los mismos magníficos tapices de Goya adornaban las paredes en paneles. Nada ha cambiado, excepto el Caudillo. Su Excelencia pesa alguna libra más.

El gobernante español no habla el inglés, aunque parece comprenderlo muy bien. Le gusta charlar con extranjeros que no están en visita oficial y disfruta escuchando temas diferentes de los fatigosos informes oficiales. También es sincero al expresar sus propios pensamientos. El reparar los destrozos de la guerra civil ha dejado de ser su principal preocupación. Dieciocho años después de la terminación de la guerra civil gobierna un país unido, y España, internacionalmente, ha ocupado, una vez más, el lugar que le corresponde entre las naciones occidentales, o al menos está cerca de lograrlo.

Hace un par de meses el Congreso americano aprobó una resolución en el «sentido» de que España debía unirse a la N. A. T. O. La Casa Blanca y el Departamento de Estado fueron de la misma opinión. Pero para ser admitido en ese exclusivo «club» es necesario tener el voto unánime de todos sus miembros. Y por ahora Noruega ha indicado que no votaría por España. Esto ofende el orgullo de los españoles. Sin embargo, Franco lo toma filosóficamente. Se da cuenta de que el socialismo internacional -por mucho que diga éste que es opuesto al comunismo imperialista- sigue estando enfrente del hombre que con tanto éxito logró frustrar el objetivo de Moscú, que era establecer un país satélite en el rincón más estratégico de Europa.

El Caudillo cree que una agresión soviética contra Europa no es inminente. Los rusos, afirma, están preparados para iniciar un ataque que podría tener éxito en la primera fase de la agresión. Lo que les hace vacilar, sin embargo, es la falta de confianza en sus satélites. Cree que la propaganda occidental -con todos sus defectos- ha hecho verdadera mella entre las gentes de estos países oprimidos. Puede ser que los Ejércitos satélites -unas 70 divisiones- permanecieran durante un cierto tiempo obedientes al mando de sus dueños soviéticos impuestos a la fuerza. Pero en el caso de una agresión rusa, estos mismos pueblos se levantarían y los Ejércitos soviéticos tendrían que hacer frente a la misma situación con que se encontraron los Ejércitos de Hitler en Stalingrado: sus líneas de comunicaciones se verían fuertemente hostigadas por las guerrillas.

El principal problema de la Europa occidental, Franco afirma es la unidad de Alemania. Esta nación es el núcleo más importante del Occidente. Para ella, la unidad de su territorio es el problema capital. Toda la política interior de Alemania girará, mientras no se logre, alrededor de este problema. Yo temo que, siguiendo el espíritu de convivencia que parece señalarse en la política de Occidente, pudiera llegar un día no lejano a aceptarse, a fin de lograr la unidad de Alemania, la retirada de las fuerzas americanas y aliadas estacionadas en Alemania, a cambio de alcanzar la reunión del territorio. Esto, que no sólo satisfaría a los alemanes, sino también a los rusos, tendría que prevenirse y para lo cual creo que debe fortalecerse a los países de Europa en quienes se tenga confianza.

Cuando hice notar que mientras que nosotros tendríamos que retirar nuestras cuatro divisiones a 3.700 millas a través del océano Atlántico, los rusos necesitaban recorrer menos de 500 millas por tierra firme, el Caudillo insinuó que lo limitado de esas fuerzas americanas en Europa representaba poco ante las posibles concentraciones rusas, y que si Europa quisiese le sobra demografía para poder constituir mayores efectivos. Que el coste de una división española, comparado con el de una americana, se aproxima a la tercera parte, y que las fuerzas de aquellas naciones de Europa en que Norteamérica puede confiar podían constituir la vanguardia de la resistencia del Occidente, en caso de emergencia.

En relación con las declaraciones del Generalísimo Franco, debe recordarse que potencialmente España tiene 20 divisiones. Actualmente sólo tres de estas unidades están siendo modernizadas de forma muy lenta. Si los Estados Unidos quisiesen suministrar el material necesario, los españoles podrían hacer el resto. Es verdad que el coste inicial para equipar una división con las armas más modernas tal vez fuese muy elevado, pero mantener un soldado americano en el extranjero cuesta tres o cuatro veces más que mantener un soldado español.

La guerra moderna, suponiendo que no sean utilizadas las bombas A y H, empezará con un ataque aéreo masivo, por el que se intentará impedir principalmente la movilización de las reservas y la destrucción de las líneas de comunicaciones. La segunda fase estará a cargo del Ejército de Tierra. Los países de la N. A. T. O. están bien preparados para rechazar un ataque aéreo soviético. Las bases americanas, estratégicamente situadas en Marruecos, Inglaterra y España, están en este mismo momento en disposición de dar algo más que una buena respuesta en caso de un ataque por sorpresa. Las fuerzas de la N. A. T. O., empero, no son lo suficientemente fuertes, y su posición en Alemania es difícil.

Además, los británicos piensan ahora en la economía y están reduciendo drásticamente sus presupuestos militares. Se espera que al final del próximo año reducirán sus fuerzas en Alemania a dos divisiones. Los franceses están empeñados en una dura guerra en Argelia. Se espera que esto continúe durante algún tiempo, ya que el Kremlin está resuelto a que siga. La mayor parte de las fuerzas destinadas a la N. A. T. O. han sido retiradas del Rhin y enviadas a Argelia. Las fuerzas del Benelux son de poca importancia. Un potente ejército de tierra español, contando con el apoyo americano, podría convertirse en la vanguardia de la resistencia de la N. A. T. O., después que la primera fase de la guerra hubiese terminado. Las cadenas de montañas que separan la Península Ibérica del resto de Europa no son obstáculo que se pueda pasar fácilmente, aun en nuestros días de aviones a reacción, que vuelan más rápidamente que el sonido a grandes altitudes. Estos obstáculos naturales -casi prohibitivos- impidieron a Hitler invadir España durante la segunda guerra mundial y le obligaron a aceptar la así llamada «benevolente neutralidad española». Se debe recordar que en aquellos días la fuerza aérea de Franco -por llamarla así- consistía en menos de cien «cacharros» pasados de moda. Hoy en día existen cuatro bases americanas en España -la más eficaz del mundo, desde donde puede operar la fuerza estratégica americana. Además, la misma fuerza aérea española tiene en la actualidad más de 150 aviones a reacción, tripulados por pilotos de gran habilidad. Este número será considerablemente aumentado durante este año y el próximo. Por todo esto, Franco tiene la convicción de que la vanguardia lógica bien protegida para oponerse a una eventual agresión rusa está en la Península Ibérica. Esta creencia es compartida por todos los militares americanos en este país.


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