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 El 28 de abril 
de 1936 unos pistoleros abatían a tiros a los hermanos Miguel y José Badia 
Capell a plena luz del día en la calle Muntaner de la Ciudad Condal. La 
Vanguardia del miércoles 29 de abril de 1936 daba a conocer la 
noticia en los siguientes términos: 
				
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					Cuando la normalidad política en Cataluña 
					ha pasado a ser un ejemplo para el resto de España, y todos 
					los partidos, gubernamentales y de oposición, se 
					desenvuelven dentro de una convivencia civil digna de 
					elogios, la paz pública se ha visto interrumpida en nuestra 
					ciudad por un inesperado y bárbaro crimen. Desde hacía 
					tiempo, las calles barcelonesas no eran testigos de hechos 
					de esta naturaleza, que parecían ya, desterrados de nuestra 
					ciudad. Pero su existencia, antaño, como su reaparición 
					ahora, no entrañan ningún problema político, sino una pura 
					cuestión de policía. Lo hemos dicho en otras innumerables 
					ocasiones. Este tipo de delincuencia, que alienta en los 
					bajos fondos de todas las grandes aglomeraciones humanas, 
					debe ser batido en sus propios reductos por agentes 
					especializados, enérgicos y eficaces, en funciones, más que 
					represivas, de previsión y vigilancia.      
					
					Independientemente del juicio que las 
					victimas pudieran haber merecido por sus actuaciones en 
					cargos públicos, el repugnante crimen de ayer será, sin duda 
					alguna, enérgicamente reprobado por todos los partidos 
					políticos, por todos los 
					ciudadanos honrados, sin distinción de matices. La 
					violencia, condenable siempre, criando deriva hacia esos 
					procedimientos criminales no tiene posible justificación. 
					¿Se puede esperar que las autoridades competentes segarán en 
					el acto la mala hierba que amenaza brotar de nuevo en 
					nuestras vías públicas? 
 
				
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				El ex jefe de los servicios de Orden público, 
				don Miguel Badía y su hermano don José, fueron muertos a tiros. 
				Ayer por la tarde, a las tres y media aproximadamente, se 
				cometió un atentado en la calle de Muntaner, del que resultaron 
				víctimas el ex jefe de los servicios de Orden público de la 
				Generalidad, don Miguel Badía, y su hermano don José. Ambos 
				habían regresado recientemente del extranjero, donde se hallaban 
				expatriados, acogiéndose a la reciente amnistía. La mortal 
				agresión se cometió en la calle Muntaner, esquina a Diputación 
				en la ciudad de Barcelona. 
				
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				El atentado, como ya hemos dicho, se perpetró a 
				las tres y media de la tarde de ayer. El ruido de los disparos 
				causó la natural alarma entre los transeúntes y en el 
				vecindario. Rehecho el público, afluyó rápidamente al lugar del 
				suceso un enorme gentío. De las versiones recogidas en el lugar 
				del suceso y por las investigaciones iniciadas por parte de la 
				autoridad judicial y policíaca, se desprende que el atentado se 
				perpetró de la siguiente manera: A la hora indicada, los 
				hermanos Badía, tal como tenían por costumbre, salieron de su 
				domicilio, sito en la casa número 52 de la calle de Muntaner, en 
				la cual habitaban con su madre, hermana y un cuñado. Dicha casa 
				está situada casi en el chaflán de la calle de Consejo de 
				Ciento. Miguel Badía y su hermano bajaban por la misma acera de 
				los números pares y cuando llegaron a la altura de la casa 
				número 38, o sea antes de la esquina con la calle Diputación, se 
				les acercaron dos .individuos por la espalda y haciendo uno de 
				ellos ademán de llamar a Miguel Badía, cuando éste se volvió, le 
				disparó a bocajarro varios tiros de pistola, causándole una 
				primera herida en la cara y dos en el tronco. Al mismo tiempo el 
				otro desconocido, empuñando también una pistola, disparó contra 
				José Badía, dirigiendo el primer disparo a la cabeza. Ambos 
				hermanos, mortalmente heridos, cayeron al suelo, quedando 
				tendidos en medio de un charco de sangre. 
  
				
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				Los agresores, una vez cometido el hecho, se 
				dirigieron hacia la calle de Diputación. Según varias versiones, 
				en la misma calle de Muntaner, frente al lugar donde se cometió 
				la agresión, había permanecido estacionado durante largo rato, 
				un coche en el cual estaban apostados otros dos individuos para 
				proteger la retirada de los agresores. 
Las mismas versiones aseguran que éstos, al pasar por aquel 
lugar las víctimas del atentado, descendieron del automóvil. 
Los autores de la agresión y aquellos que se cree protegían su 
retirada, se dieron a la fuga, sin que fuera posible, debido a la velocidad que 
emprendieron, poder precisar la dirección que tomaron. 
En la calle de Aribau, esquina a la de Diputación, estaban 
prestando servicio dos guardias de Seguridad, de a caballo, los cuales, al oír 
los disparos, acudieron al lugar del suceso e intentaron perseguir a los 
agresores, siguiendo las indicaciones de algunos transeúntes que, decían saber 
por dónde habían huido. No obstante, los agresores no pudieron ser detenidos. 
Como sea que los agresores, al retirarse del lugar del suceso, 
amenazaban con sus pistolas a las personas que pasaban por aquel lugar, no fue 
posible acudir en auxilio de los heridos hasta que los pistoleros hubieron 
desaparecido.  | 
                  
                  
                    
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				Las primeras personas que acudieron en auxilio 
				de los heridos recogieron a éstos, trasladándoles al Dispensario 
				de la calle de Sepúlveda, donde inmediatamente fueron asistidos 
				por los médicos de guardia. Miguel Badía presentaba tres 
				heridas por arma de fuego, todas mortales de necesidad: 
				una con orificio de entrada por la región malar izquierda 
				y salida por la región occipital; otra con entrada por el 
				hipocondrio derecho, y la tercera con entrada por 
				el segundo espacio del costado izquierdo y salida por la 
				región escapular derecha. 
				
				Su hermano José presentaba una sola herida, 
				también por arma de fuego, con orificio de entrada por el labio 
				superior derecho y salida por el occipital. El primero ingresó 
				ya cadáver en el Dispensario, y el segundo falleció a los pocos 
				momentos de haber ingresado en aquel establecimiento benéfico. 
				
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					Rápidamente cundió por la ciudad la noticia 
					del atentado y los grupos que se formaron ante el 
					Dispensario fueron engrosando. De entre el gentío se 
					destacaron numerosos amigos de los agredidos, los cuales 
					entraron en el Dispensario a fin de interesarse por 
					aquéllos. Al saber que habían fallecido dieron muestras de 
					profunda indignación, condenando, en términos duros, el 
					atentado. Entre las personas que en los primeros momentos 
					acudieron al Dispensario figuraba el diputado señor Trabal. 
					Poco después llegaba e1 consejero de Trabajo, señor Barrera; 
					el de Cultura, señor Gassol, y el de Gobernación, señor 
					España. 
				
				También acudieron al dispensario el diputado 
				señor Tomás y Piera y el delegado general de Orden público, 
				señor Casellas, acompañado del teniente coronel de Seguridad, 
				señor Sánchez Plaza. Luego fueron llegando el ex consejero de 
				Gobernación, señor Dencás; el diputado señor Serra Hunter; el ex 
				comandante Sr. Pérez Farras; el ex comisario general de Policía, 
				los ex consejeros señores Tarradellas; los diputados señores 
				Soler Bru, Bru Jardí, Calvet y Batestini; los consejeros 
				municipales señores Bernades, Altaba, Pía y Carbonell; los 
				compromisarios señores Llardent y Aguadé (Artemio), además de 
				otras personalidades de la “Esquerra” y numerosos militantes de 
				dicho partido y amigos de las víctimas. Entre estos últimos 
				figuraban gran número de los agentes de Policía de la 
				Generalidad y personal administrativo de la antigua Comisaría 
				general de Orden público.  
				
				A las cinco y media llegó al Dispensario el 
				alcalde de la ciudad don Carlos Pi Suñer, quien había regresado 
				precipitadamente de Sitges al tener conocimiento del hecho. 
				
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					A poco de haber sido ingresados en el 
					Dispensario los hermanos Badía, acudió el Juzgado de 
					guardia, constituido por el juez municipal suplente, don 
					Emiliano Vilalta, el oficial criminalista señor Borrás y 
					otros funcionarios. Asimismo acudió al Dispensario el fiscal 
					de guardia, señor Solano. El Juzgado inició acto seguido las 
					primeras diligencias. 
				
				A iniciativa de varios elementos de “Estat 
				Català”, el diputado señor Trabal solicitó de los consejeros del 
				Gobierno de la Generalidad y del alcalde, allí reunidos, que 
				gestionaran el que los cadáveres, en lugar de ser trasladados al 
				depósito judicial, lo fueran al “Casal d'Esquerra de Estat 
				Català”, sito en la calle de Gerona, del cual era presidente 
				Miguel Badía. 
				
				Dicha gestión dio el resultado apetecido, 
				ordenando el juez la autopsia de los cadáveres en la misma sala 
				de operaciones del Dispensario. 
				
				A este propósito acudieron los médicos forenses, 
				quienes tramitaron dicha diligencia, siendo ordenado 
				inmediatamente el levantamiento de los cadáveres y su traslado 
				al centro político antes indicado. 
				
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					Poco después de las siete de la tarde partió 
					del Dispensario de la calle de Sepúlveda la comitiva que 
					trasladó los cadáveres de los hermanos Badía al “Casal 
					d'Esquerra de Estat Català”, de la calle de Gerona. 
				
				Como sea que el gentío que se había reunido 
				frente al Dispensario y calles adyacentes era muy numeroso, 
				varios números de la guardia urbana, junto con ciudadanos que se 
				brindaron espontáneamente, abrieron paso para que pudiera 
				desfilar dicha comitiva. 
				
				Los guardias de Seguridad y Asalto que habían 
				cuidado del mantenimiento de! orden en los alrededores del 
				Dispensario, por orden de sus jefes se retiraron, por haber sido 
				garantizado el orden por elementos organizadores de la comitiva. 
				
				Los cadáveres, colocados en camillas y envueltos 
				en banderas de “Estat Català”, fueron depositados en un coche 
				ambulancia. En el interior del mismo tomaron asiento los señores 
				Coll, Cebriá, Mensa y Soler, íntimos amigos de los finados. 
				
				El coche ambulancia iba rodeado por elementos 
				del partido al cual pertenecían los hermanos Badía.
				Tras el coche ambulancia se formó una presidencia 
				constituida por el consejero de Cultura, señor Gassol; el 
				alcalde, señor Pi Suñer; el doctor Carré Civit, cuñado de los 
				fallecidos, el diputado señor Batestini, el capitán señor 
				Medrano y varios dirigentes de “Estat Català”. 
				
				A continuación seguía el público. La fúnebre 
				comitiva siguió por la Ronda de San Antonio, atravesó la plaza 
				de la Universidad, Ronda de la Universidad, Plaza de Cataluña y 
				Ronda de San Pedro, hasta la calle Gerona, donde está situado e1 
				citado Casal político del que era presidente Miguel Badía. 
				
				La circulación fue interrumpida durante loa 
				breves momentos que duraba el paso por los cruces de las calles 
				por donde siguió la comitiva. 
				
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					En el “Casal d'Esquerra de Estat Català” y 
					en la sala de actos del mismo, habían sido dispuestos dos 
					túmulos con crespones negros, donde fueron colocados los 
					cadáveres. Presidía la sala un retrato del primer Presidente 
					de la Generalidad, don Francisco Macià, y daban guardia a 
					los cadáveres jóvenes de la citada agrupación política. 
				
				Al cabo de pocos momentos de haber sido 
				instalada la capilla ardiente llegó al local doña Rosa Capell, 
				madre de los hermanos Badia, y las hermanas de éstos Ana y 
				Montserrat, desarrollándose la natural escena de dolor. 
				
				En una dependencia del mismo Casal se reunieron 
				los señores Gassol, Pi Suñer y doctor Carré Civit, con los 
				directivos de aquel centro político, para tratar de la 
				organización del entierro. 
				
				Parece ser que era intención de los compañeros 
				de los hermanos Badía, efectuar, el sepelio a cargo del centro 
				político del cual era presidente Miguel Badía. 
				
				El público que siguió la comitiva que fue 
				afluyendo frente al Casal donde habla sido instalada la capilla 
				ardiente, expresó el deseo de desfilar ante los cadáveres de los 
				hermanos Badía, cosa a la que se accedió una vez se hubo 
				organizado la entrada y salida. En primer término desfilaron las 
				autoridades y personalidades políticas, que también se 
				encontraban en aquel lugar. 
				
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					La Federación de las Juventudes de UCD hace 
					constar su más enérgica protesta por el atentado que 
					ha costado la vida a los hermanos Miguel y José Badía, 
					y reclama de las autoridades, una acción inmediata 
					para cortar de raíz las actividades delictivas de los 
					enemigos de Cataluña.  (Hasta aquí la crónica de 
					La Vanguardia del miércoles día 29 de abril de 1936) 
				
				
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					Uno de los 
					interrogantes de la historia de Cataluña es el asesinato de 
					los hermanos Badía, militantes ambos de “Estat Català”, el 
					partido de Francesc Macià. Miquel Badía, que había sido jefe 
					de la policía de la Generalitat republicana, y Josep, un 
					activo separatista que casualmente acompañaba a su hermano, 
					fueron tiroteados por unos pistoleros de la FAI el 28 de 
					abril de 1936, ochenta días antes del estallido de la Guerra 
					Civil española. El asesinato conmovió a la sociedad 
					catalana, pero se perdió en el limbo de la historia, entre 
					otras razones, por el inmediato Alzamiento y la contienda 
					bélica. Pero también porque en algunos sectores de aquella 
					Cataluña interesó el olvido. El presidente Josep Tarradellas 
					acostumbraba a decir que en aquel asesinato “había mucha 
					niebla”.  
				
				Lo cierto es que 
				muy poco se ha investigado sobre aquellos hechos. Aparecen por 
				supuesto reseñados en diversas historias y monografías, siempre 
				de forma lateral, si exceptuamos la publicada por Jaume Ros i 
				Serra, un activo ex militante de “Estat Català”. Su libro ‘Miquel 
				Badia, un defensor olvidado de Catalunya’ (Editorial 
				Mediterrània, 1996) apenas tuvo difusión a pesar de aportar 
				datos de interés.  
				
				Aquel doble 
				asesinato fue el desencadenante de una serie de acontecimientos, 
				algunos de ellos muy sorprendentes, cuya narración se aproxima 
				mucho a una historia de ficción o de novela negra. Sin embargo, 
				cuanto se narra en los ocho capítulos de ‘La maldición 
				de los hermanos Badía’ está documentado, aunque la historia 
				nunca se puede dar por definitiva. Ningunos de los datos –por 
				tangenciales que sean– ha sido inventado para facilitar la 
				narración periodística. El conocimiento de lo que sucedió con 
				los Badía y la serie de acontecimientos que provocó su 
				asesinato, permite la aproximación a una Barcelona de mediados 
				de los años treinta y principios de los cuarenta que muy poco 
				tiene que ver con el supuesto “oasis catalán” de la actualidad. 
				Pero, sobre todo, lo más importante es que permite reflexionar 
				sobre las terribles consecuencias de la violencia política. 
				
				Eran las tres y 
				veinte de la tarde del 28 de abril de 1936 cuando los hermanos 
				Badía, Miquel y Josep, salieron de su casa de la calle Muntaner, 
				52, en dirección hacia el centro de la ciudad. Un hombre que 
				estaba estacionado frente a la vivienda del que había sido jefe 
				de Policía de la Generalitat, en la acera de numeración impar, 
				dobló el periódico que simulaba estar leyendo y se puso en 
				movimiento en paralelo a los dos hermanos. Un Ford de color rojo 
				oscuro, matrícula B-39763, inició una lenta marcha, en la misma 
				dirección.  
				
				En la esquina de 
				Consejo de Ciento, el dueño del Bar Bremen, que 
				declararía horas después a la policía que conocía a los dos 
				hermanos de verles casi a diario, se percató de que algo raro 
				ocurría. Le llamó la atención aquel tipo que simulaba estar 
				leyendo el periódico y que, con un gesto nervioso, se había 
				puesto a caminar calle abajo. También se fijó en el coche oscuro 
				que descendía por la calle Muntaner a marcha lenta. Unos 
				instantes después oyó cinco disparos. Cuando se asomó, vio a los 
				dos hermanos abatidos en el suelo, frente al número 38, donde 
				había una tienda de bicicletas.  
				
				Otros testigos 
				presenciales de los hechos contaron que dos de los asesinos 
				fueron por detrás de las víctimas, hasta alcanzarles. En ese 
				momento, uno de ellos gritó “¡Badía!” y efectuó tres disparos, 
				siendo secundado por su acompañante sobre el otro hermano. Todos 
				coincidieron en que, tras los disparos, los tres individuos 
				saltaron al interior del Ford que huyó por la calle Diputación 
				en dirección a la plaza España.  
				
				Miquel Badia, de 29 
				años, tenía tres heridas mortales, en la cabeza, en el hígado y 
				en el pecho. Su hermano Josep, de 32 años, fue herido en la 
				cabeza. Ninguno de los dos tuvo tiempo de escapar a la agresión 
				ni de hacerle frente. Ni hubiesen podido, porque la Generalitat 
				les había denegado el permiso de armas. Los pistoleros, por su 
				parte, conocían su oficio. Bien trajeados, sin llamar la 
				atención, cumplieron su objetivo y, tras amenazar a los 
				sorprendidos testigos, desaparecieron. Los cuerpos de los 
				hermanos Badía fueron trasladados de inmediato al Dispensario de 
				Sepúlveda, apenas a 200 metros del atentado. Miquel llegó muerto 
				y Josep expiró en la mesa de operaciones.  
				
				Inmediatamente 
				corrió la voz por Barcelona de que los hermanos Badia habían 
				muerto en un atentado y un numeroso grupo de personas acudió al 
				dispensario, entre las que se encontraban el conseller Ventura 
				Gassol y el alcalde Carles Pi i Sunyer. Aquel asesinato provocó 
				un rechazo unánime, una adhesión que no habían concitado los 
				Badía en vida. Los primeros en lamentar aquella muerte fueron 
				las bases de “Estat Català”, el partido del presidente Macià, 
				muerto tres años antes, que acusaron a la Generalitat de no 
				haber protegido al “patriota” Miquel Badía, cuando “todos 
				sabíamos que estaba amenazado de muerte”.  
				
				Miquel Badía i 
				Capell, natural de Torregrossa (Lérida), formaba parte de 
				aquella masa de jóvenes que llegaban a Barcelona llamados por 
				las posibilidades de trabajo en oficinas. La figura del 
				oficinista fue en aquellos años de la posguerra mundial un 
				potente reclamo para los habitantes de las zonas más pobres de 
				Cataluña. Josep Badía, el hermano mayor, había emigrado a 
				Barcelona desde el Urgell en 1919 y, poco a poco, se fue 
				introduciendo en el comercio de vinos. Miquel llegó a la capital 
				catalana en 1922 siguiendo a su hermano, para compaginar los 
				estudios de Náutica –quería ser marino mercante– con el trabajo 
				en una farmacia de la Riera de Sant Miquel. Después llegarían 
				sus padres y sus hermanas, Ana y Montserrat.  
				
				Los hermanos Josep 
				y Miquel contactaron con el separatismo a través del atletismo, 
				el excursionismo y la natación. En los círculos frecuentados por 
				los Badía se soñaba con el Exèrcit Català, se admiraba a los 
				voluntarios catalanes que habían ido a luchar al frente en la 
				Primera Guerra Mundial y estaban deslumbrados por el caso 
				irlandés. Era aquel primer separatismo catalán que hacía frente 
				al emergente ultranacionalismo español. El historiador Enric 
				Ucelay da Cal ha profundizado en la competencia entre los dos 
				grupos. Unos por defender la expansión de la Administración 
				estatal como tal, y por tanto en castellano. Otros por la 
				Administración catalana y, por tanto, en catalán, para cubrir el 
				déficit de servicios públicos que era cada día más patente en la 
				sociedad catalana.  
				
				Dirigidos por los 
				Xalabarder, Cardona y Pagès, estos grupos separatistas, con 
				ansias militares, ensayaron la instrucción en Collserola, en el 
				Montseny y en el Pirineo, a través de la Societat d’Estudis 
				Militars. Miquel Badía no tuvo suficiente con jugar a soldados 
				y, con apenas 19 años, integrado en la Bandera Negra de 
				Compte, Perelló y Cardona, participó en el subterráneo del 
				Petit Versalles, de la plaza Universidad, en la preparación 
				del frustrado atentado contra Alfonso XIII, en mayo de 1925. 
				Había preparada una potente bomba que debía explosionar al paso 
				del tren real en un túnel del Garraf. Badía en las memorias que 
				escribió, cuando se tuvo que exiliar a Colombia por la 
				revolución del 6 de octubre de 1934, lo siguiente: “no es una 
				invención de la policía española como muchas veces se ha dicho. 
				El atentado de Garraf  fue planeado por unos jóvenes idealistas 
				que pretendían, con este acto, 
				liberar a su Patria”. Hubo una delación que provocó la caída 
				del grupo y Miquel Badía fue condenado a 12 años en 1926 y 
				cumplió la pena en varias prisiones, entre ellas Alcalá de 
				Henares y Ocaña, con varios intentos de evasión. En abril de 
				1930 salió amnistiado y formó la guardia personal de Macià.
				 
				
				Miquel Badía no 
				era, pues, un desconocido, cuando en 1931 organiza por orden de 
				Macià los célebres “escamots” de las “Joventuts d’Esquerra 
				Republicana i d’Estat Català” (JEREC) para defender las 
				instituciones catalanas y que tanto darían que hablar. Su papel 
				de jefe de los “escamots” será la causa de no pocos de los odios 
				que concitará.  
				
				Los “escamots” eran 
				una organización paramilitar creada por la organización “Estat 
				Català”, poco después de que éste fuera fundado como 
				organización política y de combate en 1922. Se crearon como 
				subdivisiones del llamado Ejército Catalán creado por el “Estat 
				Català” para protagonizar los Hechos de Prats de Molló (1926) 
				durante la dictadura de Primo de Rivera. 
				
				 Jaume 
				Ros i Serra explica en su biografía de Miquel Badía, que el 
				presidente Macià, al tomar posesión del gobierno catalán, 
				encarga la organización de su defensa a Jaume Comte, el 
				principal condenado por el Garraf y fundador del “Partit Català 
				Proletari”. Éste, que había coincidido con Badía en varias 
				cárceles e intentos de evasión, contestó al presidente que él no 
				era la persona indicada. “El hombre más valiente, el de más “collons”, 
				ya lo tenéis en vuestra escolta: Miquel Badía”. De ahí que 
				en círculos catalanistas se conociera a Badía como el “capità 
				Collons”. 
				
				En la fiebre por 
				buscar un contingente dispuesto a defender las nuevas 
				instituciones catalanas, se creó en un primer momento una fuerza 
				de choque con las milicias de “Estat Català”, bautizada como 
				“Guardia Cívica Republicana”. Pero moderados “d’Esquerra”, como 
				Lluhí Vallescà, o de “Acció Catalana”, convencieron a Macià de 
				que era un grave error y que había que solicitar el traspaso de 
				los servicios de policía. Macià les hizo caso, pero pidió a 
				Badía que inculcase a los jóvenes el espíritu premilitar de 
				aquellos grupos que creó en 1922, y que les introdujese en 
				deportes más duros como el boxeo, la lucha y la gimnasia: los “escamots”.
				 
				
				Su presencia en 
				aquella Barcelona republicana se hizo pronto evidente, porque 
				chocaron inmediatamente con los anarcosindicalistas de la FAI 
				que habían desplazado a los sindicalistas de los órganos de 
				decisión de la CNT. Aquellos “escamots” fueron utilizados para 
				romper huelgas, especialmente de los transportes. Jaume Ros 
				compara en su obra a Badía con García Oliver, dos catalanes 
				emigrados a Barcelona, uno de Lérida, otro de Reus, frente a 
				frente, uno en los “escamots”, el otro en la FAI, ambos pasados 
				por las cárceles por haber atentado contra el Rey, uno en Garraf 
				y el otro en París. Escribe Ros que Badía se presentó en una 
				ocasión en el Bar La Tranquilidad, donde acostumbraban a 
				reunirse los de la FAI, retando chulescamente a los presentes 
				diciendo: “Soy Miquel Badía y me han dicho que alguien de 
				aquí me busca”.  
				
				Pero no fue 
				solamente con la FAI con quien los “escamots” de Badía tuvieron 
				problemas. También fueron objeto de persecución los rivales 
				políticos, como el grupo “L’Opinió” de ERC, a los que reventaron 
				algún mitin. Asimismo fue muy polémico el desfile del 22 de 
				marzo de 1933 en el estadio de Montjuich, en el que unos 8.000 “escamots”, 
				uniformados con camisas verdes e insignias en el pecho, 
				desfilaron ante Macià. Aquel acto provocó la reacción airada en 
				el Parlament donde se acusó al conseller Dencàs y a Badía de 
				haber organizado un acto “de tipo francamente fascista, con 
				estos aprendices de nazis”. 
				
				Esta 
				organización juvenil de ERC de Cataluña, también conocida como 
				“Juventudes de ERC de Estado Catalán”, que, más allá de ser una 
				fracción del partido, pretendió actuar como una fuerza 
				nacionalista catalana independiente, en especial a partir de 
				1934. 
				
				
				El origen de las JEREC se encuentra 
				en el servicio de orden, formado por Miquel Badía y Capell, que 
				el 14 de abril de 1931, custodió el edificio del Gobierno de la 
				República Catalana. Surgió entonces la iniciativa de formar una 
				Guardia Cívica Republicana, a la cual se sumaron los fines 
				nacionalistas partidarios de la lucha armada (Daniel 
				Cardona,
				
				Josep M. Batista i Roca 
				y Ricard Fages). Pero el 17 de abril de 1931, con el 
				restablecimiento provisional de la Generalidad de Cataluña, y 
				Francesc Macià 
				como primer 
				Presidente de dicha institución, abandonó la idea de una fuerza 
				armada catalana. 
				
				
				Cuando algunos nacionalistas 
				descontentos, en nombre de la pureza, se escinden de ERC y 
				reclamaron de nuevo de “Estat Català”, Badía y Josep Dencás 
				(aliados desde el verano de 1931) construyeron las JEREC como 
				organización juvenil del partido y fueron la base de un poder 
				alternativo a los dirigentes históricos de “Estat Català” más 
				cercanos a Macià (como Jaume Aiguader o Ventura Gassol). Durante 
				el 1932, Badía amplió JEREC, multiplicó los centros propios y se 
				instaló en centros de otras fracciones, aunque ni él ni Dencás 
				tenían el favor explícito de Macià.  
				
				
				Sin embargo, existían núcleos de 
				las Juventudes que no respondían a su dirección. La oportunidad 
				de Badía y Dencás se presentó a partir de enero de 1933, con el 
				cese de Josep Tarradellas como consejero de Gobernación, y en 
				septiembre siguiente con la escisión del Grupo de 
				La Opinión, 
				que creó el “Partit Nacionalista Republicà d’Esquerra” (PNRE), 
				seguido por una parte de la juventud que quería una organización 
				juvenil genérica, de todo el partido. Badía, nombrado secretario 
				general de la Comisaría de Orden Público y 
				después jefe de servicios, conectó con las fuerzas policiales e 
				impulsó una actuación enérgica contra 
				
				el terrorismo anarquista, 
				transgrediendo ocasionalmente la legalidad, y utilizó las JEREC 
				durante la huelga de transportes de Barcelona de diciembre de 
				1933 para garantizar servicios mínimos. Las juventudes habían 
				comenzado una acción contra los críticos de Macià –ataque a 
				finales de octubre contra la imprenta Nags, donde se 
				imprimía 
				El Be Negre– 
				acompañada de un despliegue uniformado y paramilitar de 
				“guerrillas” desfilando por la Gran Vía y la plaza de España 
				hasta el estadio de Montjuich, que tuvo lugar el 22 de octubre 
				de 1933.  
				
				
				El debate sobre el “fascismo 
				catalán” trajo a la Unión Socialista de Cataluña, aliado 
				electoral de ERC, a amenazar con la ruptura si no se desmontaban 
				los “comandos”. Finalmente, una Asamblea Nacional Extraordinaria 
				de las JEREC (3/XII/1933) los disolvió formalmente, pero no en 
				la realidad.  
				
				
				Cuando muere Macià el día de 
				Navidad de 1933, Dencás dio su apoyo a Companys, a cambio del 
				reconocimiento como jefe de fracción. Dado que Companys quería 
				reincorporar a los sectores opuestos al “macianista”, el acuerdo 
				no fue difícil. El nuevo presidente contó con las JEREC para 
				facilitar la presencia de ERC en algunos pueblos rurales o de 
				disputar algunos predominios locales de la Unión de Rabassaires 
				o del Bloque Obrero y Campesino (BOC) que representó la fuerza 
				marxista más importante de Cataluña entre 1930 y 1936. Las JEREC 
				tuvieron un fuerte arraigo entre los estudiantes universitarios 
				y de bachillerato de Barcelona (declaraban poseer unos 10.000 
				afiliados). Las JEREC, bajo Dencás (consejero de Gobernación 
				desde junio de 1934) y Badía, se propusieron reunir todos los 
				sectores nacionalistas de acción, como la Agrupación 
				nacionalista radical Nosaltres Sols! (Nosotros Solos!), 
				liderada por Daniel Cardona i Civit, que se transformó en la 
				Organización Militar Nosaltres Sols! al producirse el 
				estatuto de Núria. Durante la crisis constitucional de 1934 las 
				JEREC tuvieron un papel destacado: en verano desarmaron al 
				Somatén y el 9 de septiembre provocaron incidentes en el Palacio 
				de Justicia de Barcelona a raíz del procesamiento de un 
				dirigente del PNC. Los hechos comportaron la destitución de 
				Badía (12 de septiembre de 1934). El resultado fue una actuación 
				confusa de las milicias nacionalistas el 6 de octubre de 1934, 
				con el consiguiente descrédito, acentuado porque Dencás fue el 
				único consejero que se evade en el exilio con Badía. 
				 
				
				
				La victoria del Frente Popular (16 
				de febrero de 1936) consagró el triunfo de Companys ante el 
				“fascista” Dencás y el retorno de los dirigentes nacionalistas, 
				determinó una agresiva ruptura dentro de las Juventudes. Los 
				partidarios de Dencás y Badía preconizaron la necesaria 
				“depuración” de las JEREC desde su semanario 
				Ahora! 
				(febrero-mayo 1936) y al asesinato de Badía y de su hermano José 
				(28 de abril de 1936) acentuó el conflicto. 
				 
				
				
				Companys atacó a Dencás con dureza 
				en el Parlamento (5-6 de mayo), pero aunque se culpó 
				oficialmente primero a los falangistas y luego a los cenetistas 
				de la muerte de los hermanos Badía, los nacionalistas radicales 
				responsabilizaron al presidente. Los diversos sectores 
				nacionalistas de acción apoyaron a Dencás e iniciaron el proceso 
				de escisión, que se produjo en el Congreso de las JEREC 
				(22-25/V/1936), para formar un nuevo “Estat Català”, donde en 
				junio entraron el PNC, 
				Nosotros Sólo! 
				y otros núcleos menores. Como respuesta, el manifiesto 
				Acción 
				Unificadora de las Juventudes 
				(26 de mayo 1936) reclamó una “Comisión Unificadora” que 
				enderezara las JEREC al servicio de todo el partido. El 28-30 de 
				mayo, los sectores leales a Companys celebraron el II Congreso 
				Nacional Ordinario, si bien sus organizadores (Jaume Vachier y 
				Antoni Perramon) irían al Partido Socialista Unificado de 
				Cataluña (PSUC), fundado el 23 de julio de 1936 en el Bar del 
				Pi como producto de la fusión de las Federaciones Catalanas 
				del PSOE, la Unión Socialista de Catalunya, el Partit Comunista 
				de Catalunya y el Partit Català Proletari. 
				
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