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Actualizada: 31 de Enero de 2.011.  

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  Testimonio de Krivitsky, General del Ejercito Rojo.


 Stalin en la Guerra Civil Española


  Por Eduardo Palomar Baró.


 



Nacido Samuíl Ginsberg Gérshevich en el año 1899 en Podwoloczyska (Polonia), entonces parte del Imperio ruso, adoptó el nombre Krivitski (retorcido) como nombre de guerra revolucionario cuando entró en la Inteligencia Militar Soviética, en torno a 1917. Actuó como ilegal (agente con nombre y documentación falsa) en Alemania, Austria, Italia y Hungría y escaló puestos hasta convertirse en oficial de control. Robó planos de submarinos y aviones, interceptó correspondencia nazi-japonesa y reclutó a numerosos agentes, incluyendo a Madame Lupescu y Noel Field.

El General Krivitsky, destacada personalidad superviviente de la gran depuración efectuada en el Ejército Rojo, prestó sus servicios en el Departamento del Military Intelligence soviético cerca de quince años, hasta mayo de 1933. Iba con frecuencia al extranjero en misión confidencial de la mayor importancia. Después fue nombrado Director del Instituto Soviético de Industrias de Guerra, cargo que desempeñó durante 1933 y 1934. Al año siguiente se le confió el de Jefe Military Service Intelligence para el oeste de Europa y como tal estuvo encargado de las actividades soviéticas en el extranjero desde 1935 al 1937, llevadas a cabo en el mayor secreto.

En mayo de 1937, cuando el GRU (Directorio Principal de Inteligencia) quedó bajo control de la NKVD (futuro KGB), Krivitsky fue enviado a La Haya para operar como oficial de vigilancia regional. Bajo la tapadera de anticuario coordinó una serie de operaciones de inteligencia por toda Europa Occidental.

Krivitsky rompió sus relaciones con Stalin a últimos de noviembre de 1937, después de los fusilamientos al por mayor de los generales de más rango del Ejército Rojo, con los que estuvo relacionado durante dieciocho años. Los agentes de la GPU en Francia le hicieron objeto de dos atentados. Huyendo de la venganza de Stalin, Krivitsky fue a los Estados Unidos en calidad de refugiado y decidido a dar fin a toda actividad política, si bien continuó siendo fiel creyente del verdadero comunismo de Lenin.

El 10 de febrero de 1941 fue eliminado en una habitación del Hotel Bellavue a una manzana de la Union Station en Washington, con tres notas de “suicidio” en su cama. Lo ‘sospechoso’ es que el ‘suicida’ habría tomado la decisión de poner fin a sus días mientras se descalzaba, ya que fue hallado tendido en la cama con sólo un zapato calzado.

En el ABC correspondiente al 12 de febrero de 1941, bajo el título “¿Depuración?” se podía leer lo siguiente:

«En un hotel de Washington ha aparecido muerto el general ruso Walter Krivitsky, antiguo jefe de la Policía secreta soviética en Europa occidental. El drama tiene los perfiles tenebrosos del comunismo. ¿Se ha suicidado, efectivamente, Krivitsky, como asegura un raro papel encontrado en su habitación, o ha sido asesinado?

La vida de Krivitsky parece un capítulo alucinante. La quiebra de su vida, por lo visto, ha sido su enemistad con Stalin, surgida en los primeros días del año 1939, porque antes gozaba de tal modo de la confianza del dictador georgiano, que fue encargado por éste de misiones especialísimas, entre ellas, la de organizar la revolución soviética en la Península Ibérica.

Desde su tiendecita de Ámsterdam, donde Krivitsky aparentaba ser un pacífico anticuario en relaciones comerciales con España y Portugal, tendía sus lazos para que los agitadores comunistas fueran apretando el cerco a las masas de ambos países. Gran parte del impulso revolucionario de aquella tristísima época de España anterior al 18 de julio de 1936, se debió a este agitador profesional, dueño de los grandes secretos del Soviet.

Meses antes de las elecciones del 16 de febrero de 1936 estableció una oficina en Hendaya y pasó a Portugal, donde instaló, asimismo, un Centro de propaganda comunista. Amigo de Marcel Rosenberg, protector de Kleber, a quien designó como general de las Brigadas Internacionales, utilizó sus conocimientos militares –había sido miembro del Estado Mayor de Stalin– para dar cierta apariencia de unidad estratégica al Ejército rojo.

Las depuraciones de Stalin del año 1938, sobre todo contra quienes conocían el secreto de la salida del oro español, le hicieron temer por su vida y se refugió en el Canadá. Allí empezó a escribir sus “Memorias”, de enorme interés, porque ponían al descubierto la trama de muchos hechos cuyas causas aparecían en el misterio. “La mano de Stalin en España” es un libro impresionante. La organización de las “checas” en España, los planes de la GPU, los contactos con el partido comunista francés, la simulación de compra de barcos españoles para el transporte de material y tropas para la España roja, las intrigas para derribar a Largo Caballero, sustituyéndole por Negrín, entregado por completo a las directrices soviéticas; los perfiles de la tremenda represión contra el Partido Obrero de Unificación Marxista, en Barcelona, en aquella explosión de odios contra el trotskismo; el asesinato de Andrés Nin, etc., surgen de las páginas del libro con un vigor y una fuerza extraordinarios.

Ahora, ¿ha sido Krivitsky objeto de una depuración? ¿Es su muerte el punto final o el epílogo de sus “Memorias”? Como tantas otras muertes y desapariciones, en el fondo de las cuales bailan las fatídicas letras GPU, el drama del hotel de Washington, probablemente, quedará entre tinieblas».

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El precio político que pagaron los republicanos por la ayuda soviética fue uno de los factores determinantes de su derrota final. A cambio de la ayuda militar, Stalin exigió la transformación de la República en un prototipo de las llamadas democracias populares que se iban a establecer tras la Segunda Guerra Mundial en el centro y este de Europa. Además de generales y pertrechos, Stalin envió la policía secreta soviética, la NKVD (Naródniy Komissariat Vnútrennij Del) (Comisariado del pueblo para asuntos internos) precursora del KGB, y el servicio de inteligencia militar soviético, el GRU (Glavnoe Razvedyvatelnoe Upravleniye) que estableció prisiones secretas, llevó a cabo asesinatos y secuestros, y funcionó con sus propias reglas y leyes, independientemente del Gobierno republicano.

Uno de los primeros desertores soviéticos de la NKVD, Walter Krivitsky aseguró que «parecía que la Unión Soviética tenía cogida a la España leal por el gaznate, como si ya fuera su dominio soviético».

El historiador británico E. H. Carr, cuyas simpatías estuvieron siempre de parte de la Unión Soviética, escribió en su último libro, publicado póstumamente, que la República española se había convertido en «lo que sus enemigos afirmaban de ella, la marioneta de Moscú».

 

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En su libro póstumo editado en 1945, Walter Krivitsky, jefe del servicio Secreto Militar Soviético en la Europa Occidental de los años 30, comienza diciendo: «La historia de la intervención soviética sigue constituyendo el misterio más trascendental de la Guerra Civil Española. El mundo sabe que hubo Intervención y eso es todo lo que se sabe...». Esta afirmación, con algunos matices, podría ser totalmente válida hoy en día.

Mucho se ha escrito sobre este episodio de nuestra historia, la apertura de los archivos soviéticos a los investigadores internacionales, ha traído algo de luz, sin embargo, poco se sigue sabiendo sobre las intenciones militares y políticas que Stalin perseguía al intervenir en esa guerra. Hay que recordar a este respecto, que España no mantenía relaciones diplomáticas normales con la URSS. Marcel Rosenberg, embajador soviético en España, llegó a Madrid el 29 de agosto de 1936, y el Gobierno republicano en el momento del alzamiento militar no era ni tan siquiera afín a las tesis soviéticas. 

Las conjeturas, por lo tanto, son varias: “Formación de un estado bolchevique en la Península Ibérica; fortalecimiento del poderío soviético político y militar fuera de sus fronteras; defender a un pueblo proletario hermano; ocultar las purgas en Rusia con una guerra popular, etc.”

La verdad es que se desconoce por completo las intenciones reales, sin embargo esta guerra representaba para Stalin y la camarilla dominante una amenaza real, ya que Stalin pensaba que una revolución triunfante daría lugar a una nueva oposición dentro del PC alrededor de figuras que todavía tenían vínculos directos con el Octubre Revolucionario y pudiera significar el final del régimen estalinista. 

A finales de los años 30, la URSS se enfrentó al episodios de su historia más cruel y dramático que pudo conocer ese país: “las purgas estalinistas”, donde miles de personas fueron indiscriminadamente y con el pretexto de opositar en contra del gobierno estalinista, encerradas y masacradas en los campos de trabajo y de exterminio.

Las purgas diezmaron igualmente al Ejército Rojo. Entre 1937 y 1938, se liquidó entre 20 y 35.000 oficiales del Ejército Rojo. El 90% de los generales y el 80% de todos los coroneles fueron asesinados por la OGPU (Directorio Político del Estado), tres mariscales, 13 comandantes, 57 comandantes de cuerpo, 111 comandantes de división, 220 comandantes de brigada y todos los comandantes de los distritos militares, fueron fusilados por los pelotones de ejecución de la OGPU.

En los documentos del Comisariado Popular de Defensa de la URSS, la ayuda militar Rusa fue denominada con el nombre en clave "Operación X", en la que X era España (Yuri Rybalkin, coronel de artillería ruso, autor del libro “Stalin y España”). La decisión parece que fue tomada en la reunión del Politburó del Partido Comunista de la URSS el 29 de septiembre de 1936, sin embargo está más que demostrado que respecto a las cuestiones técnicas, el acuerdo sobre la ayuda fue alcanzado mucho antes. Puede demostrarse esta afirmación por el hecho que la llegada del embajador Rosenberg a Madrid coincide con la llegada de un número importante de asesores y especialistas militares, cuya función fue la de evaluar técnicamente el material existente, así como los medios con que contaba la República española y que muchos de estos hombres tuvieron una actuación importante y directa a partir de octubre de 1936.

José Díaz Ramos, Secretario General del Partido Comunista de España, se puso en contacto con Rusia desde el principio de la sublevación militar, aunque Dimitrov le pidió prudencia el 23 de julio de 1936, con la rúbrica de Stalin. Walter Krivitsky, por su parte, asegura que el Gobierno republicano intentó en agosto de 1936 comprar directamente a la URSS material de guerra y afirma que se presentaron en Odesa tres funcionarios de la República española que venían a Rusia para comprar pertrechos de guerra y ofrecían a cambio sumas enormes de oro español. 

El 6 de septiembre de 1936 el embajador Rosenberg envió un despacho a Stalin dando a entender que si no se intervenía de forma masiva en España, la República estaba perdida. 

Este despacho muy probablemente respondía a una gestión directa del Gobierno republicano y a la información recibida por parte de los precursores soviéticos que venían realizando labores de evaluación del material. Estos hechos pueden considerarse como el momento en que Rusia decidiera intervenir en España.

El 14 de septiembre de 1936, el jefe del OGPU Genrij Pagoda, convocó una reunión especial y urgente en su Cuartel General de la Lubianka en Moscú. En ella participaron Mikhail Frinovsky, entonces al mando de las fuerzas militares de la OGPU, Slutsky, jefe de la división Extranjera de la OGPU y el General Semyon Petrovich Uritsky del Estado Mayor del Ejército Rojo.

La reunión se encargó a Alexander Orlov. En esa reunión también se encargaría a la policía secreta de los soviets de las operaciones del Komintern en España y se decidió que coordinaran las actividades del PCE conjuntamente con las del OGPU.

Otra decisión de esta reunión fue que la OGPU vigilase secretamente el movimiento de los voluntarios en España de todos los demás países.

Las principales directrices de la ayuda militar de la URSS a la España republicana fueron marcadas como asistencia técnica y militar; es decir: envío de asesores y especialistas militares para la organización de las fuerzas Aéreas de la República; preparativos de operaciones bélicas del Ejército Popular y la Armada; preparación del personal del Ejército Popular y participación directa en acciones bélicas de voluntarios soviéticos.

No cabe duda que el material enviado por Rusia, en el campo aeronáutico correspondía a la última generación de Cazas y Bombarderos Soviéticos y eran  superiores a todos los que se habían empleado en España desde el comienzo de la Guerra Civil. 

Tal como hemos mencionado, la decisión de ayudar militarmente a la República española se tomó a finales de septiembre de 1936. La llegada masiva de personal y material soviético, se produjo en octubre cuando la situación para el bando republicano se había convertido en insostenible. Sin embargo la llegada de los soviéticos a España tuvo dos resultados: el primero, fue parar la ofensiva y salvar Madrid del cerco de los Nacionales, y el segundo, motivó a Mussolini y Hitler, a decidirse a proporcionar  a los Nacionales más tropas y mejor material de guerra para contrarrestar el potencial soviético y asegurar la victoria.

Otro tema debatido, es la cantidad de personal soviético que participó en la Guerra Civil española. Al respecto hay informaciones dispares. Así M. Alpert en una obra recientemente publicada en la Unión Soviética da las siguientes cifras: 772 aviadores, 351 tanquistas, 222 consejeros e instructores militares, 77 miembros de la marina, 100 artilleros, 52 expertos militares de otras clases, 130 ingenieros y trabajadores de la industria aeronáutica, 156 especialistas en radio y comunicaciones, 204 intérpretes. En total: 2.064, de los cuales sólo hubo entre seiscientos y ochocientos a la vez en España. Estas son las cifras que daba también Vittorio Vidali (Carlos Contreras) en un artículo en el diario italiano “Avanti”. Indalecio Prieto, mantuvo que nunca hubo más de 500 soviéticos a la vez, y como se realizaron tres o cuatro relevos, sitúa la cifra en torno a 2.000 personas. Si consideramos la situación a finales de 1936, momento en que volaban varios grupos de escuadrillas totalmente rusas, que la primera formación de carros también lo era y que había gran cantidad de consejeros en todas las demás armas así como muchos policías, burócratas y traductores, se ha de admitir que al menos en aquel momento había en España mucho más de 500 hombres.

Podemos comprobar otras referencias en otros autores sobre la cantidad de rusos que actuaron en España. Brasillach y Bardache aceptan la cifra de no más de 500 a la vez; Broué y Terminé elevan a nunca más de 1.000 y Krivitsky da la cifra de un total de 2.000. Muy pocos de los que componían el contingente soviético permaneció en España por periodo superior a un año.

La estructura del aparato de consejeros militares soviéticos estaba organizada de forma que la ayuda abarcaba tanto a los órganos centrales de la República así como a las unidades, divisiones y destacamentos militares. Este aparato estaba dirigido por un Consejero Militar jefe con Cuartel General propio, a este le subordinaban los consejeros. El grupo fundamental de consejeros trabajaba de forma directa en las Unidades Militares y Flota. Desempeñaron el cargo de consejero Militar jefe en España Janis Berzin (1936-1937) que tenía bajo sus órdenes a los Generales Jakob Shmuschkievitch, alias «Douglas», jefe de la Aviación Republicana; a Berzin le fue confiado en octubre de 1936 toda la responsabilidad del frente Centro debido a la situación tan caótica por la que atravesaba; G. Stern reemplazó a Berzin en 1937 y K. Kachanov hizo lo propio en 1938. 

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«La historia de la intervención soviética en España es todavía el mayor misterio de la gran tragedia española que toca ahora a su fin. El mundo sabe que hubo intervención soviética en España, pero este simple hecho es todo lo que se sabe. Ignora el por qué Stalin intervino en España, como desarrolló allí sus actividades, quienes eran los hombres que detrás de la escena estaban encargados de su realización y lo que obtuvo de su aventura en España.

Ocurre, precisamente, que soy yo él único superviviente en el extranjero del grupo de empleados y oficiales del ejército soviético encargado personalmente de organizar la intervención soviética en España y también yo el único libre en estos momentos de poder exponer este episodio dramático e histórico contemporáneo digno de ser conocido. Como Jefe del Soviet Military Intelligence de la Europa Occidental estaba en el intríngulis de todas las resoluciones de carácter internacional tomadas por el Kremlin. Tenia en mis manos los principales resortes de la política extranjera de Stalin de la cual formaba parte la cuestión española.

No fue por mera casualidad que la nave del Estado de Stalin fuese a parar a los lejanos puertos españoles. Desde la subida de Hitler al poder en 1933, la política extranjera seguida por Stalin ha sido desastrosa, motivada por el temor al aislamiento. Cogido entre la creciente amenaza japonesa en el Este y la amenaza alemana en el Oeste, Stalin fue a la caza de un aliado fuerte entre las grandes potencias del mundo. Todos sus esfuerzos para llegar a un acuerdo con Hitler, eran estimulados unas veces y desairados otras. Nuevamente trató de restablecer el antiguo tratado zarista con Francia, pero no le fue posible obtener la estrecha alianza en la forma que él esperaba. Sus intentos de darse la mano con Gran Bretaña tuvieron aún menos éxito. En 1935 Anthony Eden y el Presidente Laval habían hecho una visita oficial a Moscú. El Comisario de Relaciones Exteriores Litvinof, había estado en Washington, logrando el reconocimiento norteamericano y luego había jugado un papel de primera magnitud en Ginebra. Consiguió un renombre mundial pero esto es todo lo que obtuvo. Londres no quería entrar en compromisos formales y el tratado con Francia era un sostén muy endeble en que apoyarse.

 

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Stalin, en busca de seguridad y después de la sublevación de Franco, dirigió su mirada hacia España. Su actuación fue muy lenta, como todas las suyas. Al principio adoptó una posición expectante y de tanteo. Stalin quería estar seguro que la victoria de Franco no seria fácil ni rápida.

Entonces, Stalin intervino en España con la idea de hacer de Madrid un vasallo del Kremlin. Con un tal vasallo, obtendría, por un lado estrechas relaciones con París y Londres y por el otro, reforzaría su posición para un tratado con Berlín y Roma. Una vez dueño de España, posición de vital y estratégica importancia para Francia y Gran Bretaña, su nave del Estado encontraría la seguridad que deseaba y entonces vendría a ser una potencia con la que habría que contar y un aliado codiciado.

Pero Stalin, al revés de Mussolini, quería jugar en España sin arriesgar nada. La intervención soviética pudo, en ciertos momentos, haber sido decisiva si Stalin hubiese arriesgado del lado gubernamental lo que Mussolini hizo del lado de Franco. Pero Stalin no arriesgó nada. Hasta se aseguró con anterioridad que había bastante oro en el Banco de España para cubrir con creces el costo de su aventura material a Madrid. Stalin procuró siempre por todos los medios evitar que la Unión Soviética se viera envuelta en una conflagración. Su intervención fue bajo la consigna de: “Mantenerse fuera del alcance del fuego de la artillería”. Esta consigna trazó nuestra línea de conducta durante toda nuestra campaña de intervención.

El día 19 de Julio de 1936, en que el general Franco se sublevó contra el Gobierno de España, me encontraba en la oficina central de La Haya (Holanda). Vivía allí con mi esposa y mi hijo de corta edad, haciéndome pasar como anticuario austriaco. La simulación de anticuario justificaba admirablemente mi lujosa residencia, los fondos cuantiosos que me suministraban y mis frecuentes viajes a distintos puntos de Europa.

Casi todas mis energías las había dedicado a organizar una red de servicio policíaco secreto en Alemania. Los esfuerzos de Stalin para conseguir mi acuerdo con Hitler fracasaban siempre. El tratado Alemán-Italo-Japonés que entonces acababa de negociarse en Berlín, tenía al Kremlin sumamente preocupado. Secretamente, yo estaba siguiendo de cerca las negociaciones.

Al primer estruendo de los cañones del otro lado de los Pirineos desplacé un agente a Hendaya en la frontera Franco-Española y otro a Lisboa a fin de organizar el servicio secreto de información en el territorio de Franco.

Estas no eran para mi sino medidas rutinarias. No había recibido instrucciones de Moscú referentes a España y no existía en ese tiempo contacto entre mis agentes y el gobierno de Madrid. Como jefe responsable del servicio secreto europeo del gobierno soviético, procuraba simplemente obtener informes y comunicarlos a Moscú.

Mis agentes de Berlín, Roma, Hamburgo, Brennen, Ginebra y Nápoles, me informaban escrupulosamente de la inmensa ayuda material que Franco recibía de Italia y Alemania.

Todos esos informes los enviaba al Kremlin donde eran recibidos con silencio. No obstante, no recibía instrucciones referentes a España.

Solamente el Komintern –La Internacional Comunista con ramificaciones en lodos los países del mundo– rompió el silencio de Moscú.

Desde hacía mucho tiempo, la oficina central del Komintern había sido relegada a un humilde suburbio y sus manifiestos carecían de toda influencia en nuestros consejos privados. El mismo Stalin había calificado desdeñosamente al Komintern de      “la vachka” –aglutinante– y éste calificativo era el apodo que se le daba en las altas esferas soviéticas.

Desde la antorcha luminosa de la que tenía que prender la revolución mundial, el Komintern había degenerado a poco menos que a un simple accesorio de la política extranjera de Stalin. A propia conveniencia podía emplear “la vachka” para promover en cualquier país una agitación interior en contra de un gobierno hostil, o crear, ambiente sobre determinado problema internacional.

En 1935, puso en juego al Komintern para establecer la nueva política del «Frente Popular». En lodos los países democráticos los afiliados disciplinados del Partido Comunista cesaron su oposición al gobierno y en nombre de la «democracia» juntaron sus fuerzas a las de otros partidos. La técnica consiste en elegir, con la ayuda de unos incautos v otros varios crédulos, un gobierno nacional de simpatía hacia la Unión Soviética. En Francia el Frente Popular eleva a León Blum al poder, pero fue León Blum quien con la ayuda de Londres, creó la política, de no-intervención en España.

Dimitrov, secretario general del Komintern en Moscú, héroe del juicio sobre el incendio del Reichstag que se había infiltrado en el régimen, lo cual motivó la creación del Nazismo en Alemania, era también encargado del Partido Comunista Español, el cual después de cinco años de una propaganda muy costosa y con toda clase de agitación revolucionaria solamente había podido reunir 3.000 comunistas en España.

Las organizaciones obreras españolas al igual que todos los partidos políticos más avanzados, se mantenían obstinadamente anticomunistas. La República Española, después de cinco años de existencia, no había reconocido aún al gobierno soviético ni tenia relaciones diplomáticas con Moscú.   

 

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Naturalmente, el Komintern emprendió una campaña virulenta contra Franco organizando en todos los países grandes mítines de propaganda y recaudando fondos para Madrid. La Unión Soviética envió cientos de comunistas extranjeros, quienes expulsados de sus respectivos países, vivían en Rusia como refugiados.

Para algunos antiguos líderes del Komintern que permanecían fieles al postulado de una revolución mundial, la lucha en España significaba para ellos un rayo de esperanza, pero esos antiguos revolucionarios, supervivientes de la primera depuración sangrienta del proceso Kamenev-Zinoviev, eran unos cuantos timoratos. Toda su palabrería no produjo municiones ni tanques ni aviones, ni ninguno de los elementos de guerra que Madrid pedía a gritos y que las potencias fascistas suministraban a Franco.

Las confidencias obtenidas sobre la ayuda militar de Italia y Alemania a Franco y las angustiosas demandas de los jefes revolucionarios españoles en petición de ayuda al extranjero, no obtuvieron respuesta alguna por parte del Kremlin. La guerra civil española se había convertido en una enorme conflagración y aún así Stalin permanecía callado e inmóvil.

Por toda Europa y América los comunistas y sus simpatizantes se preguntaban el por qué la Unión Soviética no hacia nada para ayudar a la defensa de la revolución española, mientras que ellos por si solos levantaban la opinión pública y recababan donativos.

A pesar de que el gobierno de Madrid poseía reservas en oro en el Banco de España por valor de 700.000.000 de dólares, los esfuerzos de la República Española para comprar armamento de la casa Vickers de Inglaterra, de la fábrica Skoda de Checoslovaquia, de la de Schneider de Francia e inclusive de los productores más importantes de municiones de Alemania, fracasaron debido a la no-intervención.

Esta era la situación internacional a la que mis agentes secretos estaban ojo avizor y sobre la cual me enviaban informaciones en profusión constante a La Haya, las que retransmitía urgentemente a Moscú. A todo lo cual Stalin permanecía callado.

A fines de agosto de 1936, y con el permiso de Moscú, tres altos empleados de la República Española llegaban en secreto a Odesa para adquirir material de guerra soviético ofreciendo a cambio sumas enormes de oro español. En vez de permitírseles llegar a Moscú, fueron retenidos calladamente en un hotel de Odesa.

El jueves 28 de agosto de 1936 Stalin firmó un decreto por el cual el Comisario de Relaciones Exteriores prohibía «la exportación, reexportación o tránsito a España de toda clase de armamentos, municiones, material de guerra, aeroplanos y barcos de guerra».

Este decreto fue publicado y emitido por radio para conocimiento de todo el mundo. Este decreto oficial del soviet estaba en armonía con la política de no-intervención de León Blum. Ello levantó severas críticas por parte de todos los grupos del occidente europeo y de América, donde el Komintern procuraba a toda prisa crear un ambiente de simpatía en favor de la desesperada República Española.

Entre tanto, Stalin convocó al Politburó a sesión extraordinaria.

El Buró político es la suprema autoridad del partido y por lo tanto del gobierno soviético. Contra las decisiones del Politburó no hay apelación posible. Tienen la fuerza de una orden militar dada sobre el campo de batalla.

En esta sesión del Politburó Stalin se manifestó en favor de una acción inmediata en España. En aquellos momentos, los primeros días de septiembre de 1936, había formado gobierno en Madrid el Frente Popular Español. Con la intensa ayuda del Komintern, Largo Caballero había formado un gobierno de coalición, en el cual entraron dos miembros comunistas, figurando él como Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra. Largo Caballero era uno de los jefes socialistas. Al igual que León Blum era partidario de la cooperación con el Soviet.

Stalin argüía que la vieja España había desaparecido y que la nueva España no podía subsistir por sí sola. O tendría que aliarse con Italia y Alemania o bien con los contrarios de esas dos potencias. Stalin dijo que ni Francia ni Inglaterra podrían permitir que España, que domina la entrada al Mediterráneo, fuera controlada por Roma y Berlín.

Para Paris y Londres, la amistad de España era asunto de primordial importancia. Stalin era de opinión que él podría crear en España un régimen controlado por Moscú. Con España en el bolsillo podría realizar una alianza permanente con Francia e Inglaterra. Al mismo tiempo su intervención haría avivar la fe de los partidarios del Soviet en el extranjero, que habían sufrido un rudo golpe con la depuración de la vieja guardia Bolchevique.

Con referencia a los 700.000.000 de dólares de oro acumulados en España, el gobierno de Largo Caballero estaba dispuesto a invertirlo en material de guerra. La cantidad de oro que podía transportarse a Rusia en pago de las municiones entregadas a España constituía un problema a estudiar sin demora por cuanto el gobierno soviético se había adherido oficialmente a la política de estricta no-intervención.

El Politburó se pronunció a favor de una acción inmediata. Stalin hizo hincapié a sus comisarios de que la ayuda a España por parte del Soviet, debía llevarse con todo secreto con el fin de eliminar toda posibilidad de que su gobierno se viera envuelto en un conflicto armado. Su última frase que debían tener presente los reunidos por el Politburó y que se retransmitió como una orden a todos los empleados fue: «Podalshe el artilleiskavo ognia» («Mantenerse fuera del alcance del fuego de la artillería»).

Dos días después, un enviado especial que vino a Holanda en avión, me trajo instrucciones de Moscú. Las órdenes fueron: «Amplíe inmediatamente sus actividades a la guerra civil española. Movilice todos los agentes disponibles y dé todas las facilidades para la pronta creación de un sistema de compra y transporte de armamento a España. Sale un agente especial para París para ayudarle en este trabajo. Se presentará a Vd. y trabajará bajo su dirección».

Al mismo tiempo, Stalin en Moscú daba instrucciones a Yagoda, entonces jefe de la GPU, de establecer una ramificación de la policía secreta soviética en España.

El 14 de septiembre, Yagoda convoca una conferencia urgente de la Lubianka, en su oficina central de Moscú, en la que estaban presentes: el General Uritaky del Estado Mayor del Ejército Rojo; Frinovsky, actual Comisario de Marina, en aquel entonces Jefe de las Fuerzas Militares de la GPU, pero considerado ya en el seno de los círculos soviéticos como uno de los hombres de Stalin que más prometía; y mi camarada Sloulsky, jefe del departamento extranjero de la GPU.

Supe por Sloulsky, con quien me encontraba con frecuencia en París y otros puntos, que en dicha conferencia había sido nombrado un antiguo oficial de su departamento para establecer la GPU en la España republicana. Este era Nikilsky, alias Schewed, alias Lyova, alias Orlov.

La conferencia de la Lubianka puso también bajo el control de la policía secreta soviética las actividades del Komintern en España. Decidió coordinar o armonizar las actividades del Partido Comunista Español con la política de la GPU.

Otras de las decisiones de esta conferencia fue que la policía de la GPU se hiciese cargo del movimiento de voluntarios de cada país hacia España. En el Comité Central de cada partido comunista del mundo hay un miembro que desempeña una misión secreta de la GPU.

En muchos países, incluyendo los Estados Unidos, la cruzada para salvar la revolución española se apreció como una noble expedición internacional para rescatar la democracia y mantener la justicia en nombre de la humanidad. Jóvenes de todo el mundo se alistaban voluntarios para luchar en España por estos ideales. Pero la España Republicana que luchaba contra Franco, no estaba de ningún modo unida en ideologías ni tácticas políticas. Estaba constituida por muchas fracciones demócratas, anarquistas, socialistas y sindicalistas. Los comunistas lo eran en gran minoría. El éxito de Stalin en asegurarse el control y hacer uso de él como arma para conseguir una alianza Franco-Inglesa con el gobierno Soviético, dependía de que antes diera al traste con la poderosa oposición anticomunista en el campo gubernamental. Era primordial, por lo tanto, controlar el movimiento de estos voluntarios idealistas extranjeros hacia España, para evitar que ellas se uniesen con los elementos opuestos a la política y ambiciones de Stalin.

El principal problema de organizar los embarques de armamento a España fue resuelto por la conferencia de la Lubianka con la decisión de llevarla a efecto simultáneamente desde Rusia y desde el exterior. La labor en el extranjero se me encargó a mí. La relativa al interior fue atendida por Yagoda personalmente. La de éste presentaba mayores dificultades que la mía, porque era absolutamente necesario no dejar el menor rastro en territorio soviético, de la participación oficial del gobierno en el asunto.

ARRIBA     



Yagoda, llamó al capitán Oulansky de la GPU encargándole que organizase un sindicato privado de comerciantes de municiones en la Unión Soviética. El capitán Oulansky era un hombre excepcionalmente hábil en trabajos de servicios secretos. La GPU le había confiado inclusive el servicio de escolta de Anthony Eden y del presidente Laval en su visita a la Unión Soviética.

«Vd. encontrará en Odesa a tres españoles que desde hace algún tiempo se les han enfriado los pies», dijo Yagoda al capitán Oulansky. «Están aquí para comprar armamento nuestro extraoficialmente. Constituya una firma de carácter privado y neutral para tratar con ellos».

Puesto que en la Rusia Soviética nadie puede comprar ni un simple revólver al gobierno, el cual es el único fabricante de armas, la idea de una firma privada dedicada al negocio de municiones en territorio soviético es tan absurda que ningún ciudadano soviético podría, por un momento, creer en ello. Pero esa farsa era un caso olvidado ante el extranjero en previsión de sobrevenir alguna complicación internacional. En realidad, el trabajo del capitán Oulansky era el de organizar y dirigir una cadena de contrabandistas de armas y llevarlo a cabo de una manera tan inteligente que no pudiera ser descubierto rastro alguno por agentes secretos extranjeros.

«Si tiene éxito», le dijo Yagoda, «vuelva con un ojal en la solapa para colocarle la ‘Orden de la Bandera Roja’».

El capitán Oulansky salido para Odesa con instrucciones de tratar solamente a base de pago al contado y con la información de que los españoles facilitarían sus propios barcos para transportar las municiones, las cuales naturalmente serian entregadas de los arsenales del Ejército Rojo. Iba provisto con documentación en la que se le otorgaban plenos poderes y por las que se ponían bajo su control todas las autoridades de Odesa, desde el Jefe local de la policía secreta, hasta el Presidente de la región.

ARRIBA     



El general Urisky representaba la Intelligence Service del Estado Mayor del Ejército Rojo en la conferencia de la Lubianka. Era función propia de su departamento entender en la cuestión técnico-militar de nuestra empresa. Fue su sección la que determinó las cantidades y clases de tipo que los arsenales debían proveer, fijar el número y personal de los expertos militares, pilotos, oficiales de artillería y tanques a enviar a España. Concerniente a los asuntos de índole militar, estos hombres quedaron bajo las órdenes del Estado Mayor del Ejército Rojo; de todos modos eran vigilados por la policía secreta.

La intervención de Stalin en España estaba ya en marcha: Yo me puse en acción como si estuviese en el frente en verdad, yo había sido designado para activo servicio militar. Llamé a un agente importante de Londres, a otro de Estocolmo, un tercero de Suiza y dispuse que nos encontráramos en París para celebrar una conferencia en unión de un agente especial desplazado de Moscú. Este agente llamado Zimin, era experto en municiones y miembro de la sección militar de la GPU.

El 21 de septiembre y con absoluto secreto nos encontramos en París. Zimin, trajo instrucciones explícitas y concretas de que nosotros debíamos evitar toda posibilidad de mezclar al gobierno soviético con nuestro tráfico de armamento. Debíamos llevar el asunto de las municiones “privadamente” por medio de firmas comerciales creadas a este fin.

Nuestro primer paso fue estudiar la creación de una nueva red europea de empresas comerciales aparentemente «privadas e independientemente», aparte de las que ya teníamos, para dedicarse a la importación y exportación de materiales de guerra, lo cual se trata de una antigua profesión en Europa.

El éxito dependía de la selección de personal apropiado. Contábamos ya con elementos de esta clase. Algunos de ellos figuraban en las organizaciones aliadas con los distintos centros del Partido Comunista en el extranjero, tales cono los amigos de la Unión Soviética y las muchas Ligas para la Paz y la Democracia. La GPU y el Military Intelligence del Ejército Rojo veían a ciertos miembros de estas sociedades como reservas de guerra, y como auxiliares del sistema de defensa soviética. Nosotros podíamos escoger hombres de los ya suficientemente probados en trabajos extraoficiales para la Unión Soviética. Unos cuantos eran aprovechados y arrivistas pero los más eran sinceros idealistas. Todos ellos eran discretos, de confianza, contaban con las relaciones indispensables y eran aptos para jugar un papel sin delatarse así mismos en ninguna ocasión. Nosotros suministramos el capital, montamos sus oficinas y garantizamos sus beneficios.

En el término de diez días se estableció una red de firmas de importación y exportación de reciente constitución en París, Londres, Copenhague, Ámsterdam, Zurich, Varsovia, Praga, Bruselas y otras ciudades europeas. En cada firma había un socio comanditario que era el agente de la GPU, el cual suministraba el dinero y controlaba todas las operaciones. En caso de equivocarse pagaría su error con la vida. Mientras esas firmas recorrían los mercados de Europa y América para encontrar material de guerra disponible, el problema del transporte preocupaba mi atención de manera urgente. En Escandinavia, podían conseguirse barcos apropiados para este objeto a buen precio. La dificultad consistía en conseguir permisos para el envío de armamento a España. Esperábamos consignar los envíos a Francia y reembarcarlos desde Francia para los puertos gubernamentales. Pero el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia se negó a conceder la documentación de despacho.

Pero había otra salida, la de proveerse de documentación consular de otros gobiernos certificando que el armamento había sido adquirido para importarlo a sus países.

De determinados consulados Latinoamericanos pudo conseguirse un sinnúmero de certificados de importación y, de vez en cuando, tuvimos la suerte de obtener otros similares de consulados europeos y asiáticos.

Con tales certificados obtuvimos el despacho de aduanas. Los barcos continuaron, no para Suramérica o China, sino para los puertos de la España gubernamental.

Hicimos grandes compras a las fábricas Skoda de Checoslovaquia, a varias firmas de Francia y a otras de Polonia y Holanda. Tal está el comercio de municiones, que llegamos a comprar armamento de la Alemania Nazi. Envié un agente que representaba a una firma nuestra de Holanda a Hamburgo, donde averiguamos que había en venta una cantidad de fusiles y ametralladoras anticuadas. El director de la firma alemana solamente se interesaba por el precio, las referencias bancarias y la documentación legal del embarque.

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No todos los materiales que compramos eran de primera clase, ya que en Europa, y sobre todo en la actualidad, el armamento se vuelve anticuado muy rápidamente. Pero nuestro objeto era el de suministrar al gobierno de Largo Caballero fusiles y cañones que disparasen y el suministrarlos sin demora. La situación de Madrid se agravaba.

A mediados de octubre empezaron a llegar cargamentos de armas a la España gubernamental. La ayuda soviética se realizó de dos maneras. Mi organización empleaba únicamente vapores extranjeros, la mayoría de los cuales arbolaban bandera escandinava. «El Sindicato privado de Odesa» del capitán Oulansky empezó utilizando barcos españoles si bien en número limitado. Moscú, debido a la insistencia de Stalin de guardar absoluto secreto ante el miedo de verse envuelto en una guerra, no permitió autorizar barcos soviéticos provistos de documentación soviética, especialmente después que los submarinos y auxiliares empezaron a atacar y apresar buques mercantes en el Mediterráneo con destino a las costas españolas.

Sin embargo, el capitán Oulansky era hombre de recursos. Llamó a Mueller, jefe de la Sección de Transportes de la GPU para que le suministrara documentación de despacho falsa y extranjera. El departamento de Mueller había llevado el arte de la falsificación a una perfección inimaginable debido a los inagotables recursos del gobierno.

«Ah, se trata nada menos que de un nuevo campo de operaciones: forjar documentación de embarque», –me declaró Mueller en Moscú cuando algunos meses después le jaleé por haber recibido la condecoración de La Estrella Roja». «¿Pensaba Vd. que era cosa fácil?» –Preguntó. Hemos trabajado día y noche».

Con esas documentaciones falsas, los barcos soviéticos que llevaban materiales de guerra partían de Odesa bajo nuevos nombres y bandera extranjera y conseguían pasar el Bósforo, donde agentes de contraespionaje alemán e italiano guardaban una vigilancia contumaz. Cuando los transportes llegaban fácilmente a los puertos gubernamentales y habían descargado sus cargamentos, sus nombres se sustituían por sus primitivos nombres rusos y volvían a Odesa bajo su propia bandera.

Madrid pedía desesperadamente aeroplanos. Moscú se hizo eco de ello dándome órdenes. Franco avanzaba sobre la capital; sus escuadrillas de aviación italiana y alemana eran las dueñas del aire. Nuestros aviadores y mecánicos iban llegando a Madrid, pero los aeroplanos gubernamentales eran pocos e inferiores. Tuve que buscar en cualquier punto de Europa una partida de aeroplanos de bombardeo y de caza que pudiera adquirirse rápidamente. Naturalmente, ninguna firma privada puede suministrar a rajatabla una considerable cantidad de aviones de guerra. Esto puede solamente hacerlo un gobierno.

Con los rápidos adelantos de la aviación, era razonable suponer que un gobierno amigo consentiría la venta de sus aparatos de aviación en uso, lo que le permite modernizar su fuerza aérea. A tal efecto me decidí a visitar a un gobierno de tal naturaleza en el Este de Europa el cual poseía alrededor de 50 aviones de combate de modelo antiguo fabricados en Francia. Naturalmente, para esa empresa se necesitaba un agente excepcional. Tenía para ello el hombre apropiado. Era de sangre azul, hijo de una antigua familia aristocrática europea, estaba relacionado con lo mejor y tenia, inmejorables referencias bancarias. Ambos, él y su esposa eran amigos incondicionales de la Unión Soviética y entusiastas colaboradores de la causa gubernamental española. Nos había prestado algunos servicios y sabía que podía contar con él.

Le pedí que me viniera a ver a Holanda y le expuse la situación. Al día siguiente se trasladó a la capital del Este europeo. Aquella noche llamó por teléfono a mi agente de París, quien a su vez llamó a La Haya y dispuso que yo por la mañana del día siguiente esperase una llamada directa en lugar y hora determinado. Cuando mi aristócrata me llamó, me dio en cuidadoso lenguaje de clave, un informe de su deplorable gestión.

Obtuvo una recomendación para el Ministro de la Guerra. Al presentar al Ministro su tarjeta, que llevaba el nombre de uno de los más grandes héroes del mundo, le expuso lisa y llanamente su misión. «He venido aquí a comprar una cantidad de aviones de guerra a su gobierno. Desearía saber si su excelencia permitiría su venta. Necesitamos comprar cincuenta aviones, por lo menos, al precio que su excelencia indique».

El Ministro de la Guerra se levantó de su asiento. Se volvió pálido. Miró nuevamente la tarjeta del visitante. Examinó la carta de recomendación y volviéndose hacia mi agente le dijo secamente: «Le ruego salga inmediatamente de mi oficina».

Mi agente se levantó para marcharse pero no podía resignarse al fracaso de su gestión sin hacer otro esfuerzo añadiendo: «Perdóneme su excelencia. Permítame añadir una palabra. No hay nada misterioso en mi misión. Se trata de ayudar al Gobierno español. He venido aquí como representante de distintos grupos de mi país que creen que nosotros debemos por humanidad proteger a la República Española. Creemos que su país tiene manifiesto interés en mantener las potencias fascistas fuera del Mediterráneo, privando al efecto lo que pueda Italia dominarlo».

«Soy el ministro de la guerra; no un comerciante». El ministro terminó fríamente: «Buenos días, señor».

«Lo veo mal; mal del todo», me dijo mi agente por teléfono.

«Abandónelo como si se tratase de un mal negocio y a otra cosa», le dije. «Le encontraré en el aeropuerto».

«Aún no –me dijo–. No estoy dispuesto a abandonarlo todavía». Tres días después fui informado de que volvía a La Haya en avión. Cuando salió de la cabina, vi que llevaba la cabeza vendada. Le vi agotado y le llevé rápidamente a mi coche.

Tan pronto estuvimos en él me dijo que había tenido éxito; había comprado los cincuenta aviones. Me explicó «Al día siguiente de llamar a Vd. me pasaron en mi hotel una tarjeta de un caballero que representaba el mejor Banco del país. Le invité a que entrase. No hizo referencia alguna a mi visita al ministro de la guerra, pero si dijo que él pensaba que yo deseaba comprar aviones de guerra. De estar yo dispuesto a realizar la operación podríamos discutir el asunto en su despacho».

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Mi agente compró los cincuenta aviones al gobierno por 20.000 dólares cada uno, previa inspección. Con respecto al consignatario, ofreció escoger entre un país Latinoamericano o Chino; el vendedor prefirió China. «Le aseguré que la documentación estaría en regla y a favor del gobierno chino».

«¿Pero como se hizo Vd. eso»? le pregunté señalando la venda que llevaba puesta en la frente.

«Oh, fue un fuerte trompazo que me di al montar en este maldito avión», contestó riéndose.

Inmediatamente tuvieron que hacerse diligencias para examinar y tasar los aviones. Fui a Paris y contraté para este objeto a un francés experto en aviación y a dos ingenieros como ayudantes. Todos partieron para la capital del Este europeo y dictaminaron favorablemente. Ordené que desmontaran los aviones y que los embalaran con la mayor rapidez.

Por todo el mundo se extendía un clamor de fuerte angustia por el bombardeo sin piedad del indefenso Madrid. Mi organización obró milagros en el rápido transporte de los cincuenta aviones de caza y bombardeo. A mediados de octubre se cargaron en un barco noruego.

Entonces recibí instrucciones concretas de Moscú de no permitir que el barco dejase su cargamento en Barcelona. Bajo ninguna circunstancia estos aviones debían pasar por Cataluña que tenía su propio gobierno dentro de España y era, muy parecido al de un Estado independiente. El gobierno de Cataluña estaba dominado por revolucionarios de convicciones anti-estalinistas. Moscú no tenía confianza con ellos aunque defendían desesperadamente uno de los sectores más vitales del frente gubernamental contra terribles ataques del ejército de Franco.

Se me ordenó que enviase los aviones al puerto de Alicante. Pero aquel puerto estaba bloqueado por los barcos de guerra de Franco. El capitán hizo ruta para Alicante pero tuvo que retroceder con el fin de salvar el vapor. Intentó dirigirse a Barcelona, lo que impidió mi agente de abordo. Entre tanto, la España gubernamental luchaba desesperadamente, a la vez que carecía desgraciadamente de aviones. Mi agente de abordo permitió que hiciera rumbo a Marsella.

Este desarrollo fantástico era parte de la batalla feroz pero callada que hacia Stalin para conseguir el control completo del gobierno legal,  una batalla que se libraba entre los bastidores del teatro de la guerra. Si Stalin quería hacer de España un peón de su juego de ajedrez para conseguir una sólida alianza con Francia y Gran Bretaña debía reducir a todo lo que fuera oposición en la República Española. La fuerza principal de esta oposición estaba en  Cataluña. Stalin estaba decidido a sostener con armamentos y hombres solo aquellos grupos de España que estuviesen dispuestos a aceptar su dirección sin reservas de ninguna clase. Estaba resuelto a no dejar que los catalanes pusieran mano a nuestros aviones, con los cuales hubieran podido conseguir una victoria militar que hubiera aumentado su prestigio y fuerza política en las filas republicanas.

Durante esos días,  mientras con una mano privaba a Barcelona de ayuda militar con otra dirigía su primer mensaje abierto a José Díaz, jefe del Partido Comunista de España. El 16 de octubre Stalin telegrafió a Díaz: «Los obreros de la Unión Soviética solo cumplen con su deber cuando toda la ayuda de su fuerza sirve a las masas revolucionarias de España. La lucha española –continuaba Stalin– no es un asunto privado de los españoles, es causa común de la humanidad avanzada y progresista». Naturalmente, este mensaje fue enviado con vistas a los afiliados al Komintern y al Soviet por todo el mundo.

El barco noruego se deslizó finalmente por entre el bloqueo de Franco y descargó sus aviones en Alicante. Al mismo tiempo llegaban de la Unión Soviética otros suministros de guerra incluyendo tanques y artillería. Toda la España gubernamental vio que era de la Rusia Soviética de donde venía actualmente la ayuda. Los republicanos, socialistas, anarquistas y sindicalistas no tenían otra cosa a ofrecer que teorías e ideales. Los comunistas producían camiones y aviones a emplear contra Franco. El prestigio del Soviet aumentaba. Los comunistas –satisfechos de esta oportunidad– sacaron de ella el mejor partido posible.

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El 28 de octubre de 1936, Largo Caballero lanzó –como Ministro de la Guerra– una proclamación a la República Española. Era una llamada a la victoria: «Por fin en este momento tenemos en nuestras manos un armamento formidable; tenemos tanques y una poderosa aviación».

Largo Caballero, que había abierto las puertas de par en par a los mensajes de Stalin, ignoraba de qué suerte y calibre era la mano que llegaba en socorro de la España republicana. No se daba cuenta de que esta ayuda seria la causa de su propia caída.

El movimiento de suministros de guerra hacia España iba al unísono con el movimiento mundial de hombres hacia Madrid. Voluntarios de las Islas Británicas, de los Estados Unidos, del Canadá, de América Latina, de Escandinavia y de los Balcanes; de toda Europa, hasta de la Alemania Nazi e Italia fascista; de Australia y de las Filipinas, estaban ansiosos por luchar por la causa gubernamental. La famosa Brigada Internacional estaba en vías de formación.

En estos momentos, si Stalin quería controlar España a la que empezaba ya a sostener con armamento, era necesidad imperiosa organizar y dirigir estas cruzadas venidas de lejos en grandes oleadas y amalgamarlas en una fuerza común. El gobierno de Frente Popular de Largo Caballero era una coalición de partidos políticos antagonistas entre sí. El reducido duro y disciplinado grupo de comunistas mandado por la GPU sostenían el gobierno de Largo Caballero pero no lo controlaban. Para Moscú era importante coger las riendas de la Brigada Internacional.

El núcleo central de la Brigada Internacional, la formaban de quinientos a seiscientos comunistas extranjeros. Entre ellos no había un solo ruso. Más tarde, cuando la Brigada se elevó a quince mil combatientes no se permitió enrolar a ningún ruso. Intencionalmente se levantó un muro impenetrable entre dichas fuerzas y las unidades del Ejército Rojo que habían sido desplazadas a España para otros servicios. En cada país, incluyendo los Estados Unidos, las agencias de reclutamiento para la Brigada Internacional estaban formadas por el Partido Comunista de cada localidad. Algunos grupos independientes de socialistas y otros grupos avanzados intentaron organizar columnas, pero la mayoría abrumadora de reclutas los alistaban los comunistas, que los atraían por medio de una amplia red y frecuentemente ignoraban en absoluto el control que ejercían los «fellow travelers» (compañeros viajeros) sobre ellos.

En cada centro comunista importante del mundo la GPU había desplazado un agregado militar. Este agente y nadie más que él, es enlace de unión entre el Partido Comunista y el Military Intelligence del gobierno soviético.

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Al ofrecerse un voluntario, se le dirigía a una oficina secreta de alistamiento. Llenaba un cuestionario y se le decía que esperase aviso. La GPU estudiaba su historial político y si parecía aceptable se le volvía a llamar y a interrogar por un agente de la GPU. Entonces se le enviaba a un médico comunista, a ser posible, para su examen físico. Si este era satisfactorio, se le suministraba con los medios de desplazamiento y con instrucciones de presentarse en Europa a determinada dirección. Allí improvisamos un número de controles secretos, donde nuestros agentes hacían una nueva y definitiva investigación de cada solicitante. En España mi departamento traspasó esa responsabilidad a la GPU que destacó delatores entre los voluntarios para limpiar a los sospechosos de espionaje, eliminar aquellos otros cuyas ideas comunistas no eran de pura ortodoxia y vigilar sus lecturas y conversaciones.

Cuando los voluntarios llegaban a España se les quitaba su pasaporte que se les devolvía raramente. Incluso cuando se licenciaba a alguno, se le decía que su pasaporte se había extraviado. Solo de los Estados Unidos llegaron unos dos mil voluntarios siendo de notar que los auténticos pasaportes norteamericanos eran muy apreciados por la oficina central de la GPU en Moscú. Casi todas las valijas diplomáticas que llegaban a la Lubianka, procedentes de España, contenían una remesa de pasaportes pertenecientes a individuos de la Brigada Internacional.

Algunas veces, durante mi estancia en Moscú en la primavera de 1937, vi el contenido de ese correo en las oficinas de la sección extranjera de la GPU. Un día llegó una  remesa de cerca de cien pasaportes, la mitad de ellos eran americanos. Habían pertenecido a soldados muertos. Una adquisición tan importante daba motivo para su celebración. Los pasaportes de los caídos son fácilmente adaptados a otros individuos, agentes de la GPU, después de haber investigado durante algunas semanas el historial familiar de los primitivos propietarios.

Mientras la Brigada Internacional –ejército del Komintern– se formaba a toda prisa en el frente, las unidades puramente rusas del Ejército Rojo llegaban calladamente y tomaban posiciones en la retaguardia del frente. Esta fuerza militar soviética en España no pasó de los dos mil hombres, de los cuales solo los pilotos y oficiales de tanques dieron activo servicio. La mayoría de los rusos eran técnicos, hombres de Estado Mayor, instructores militares, ingenieros, especialistas en montaje de industrias de guerra, expertos en química de guerra, mecánicos de aviación, operadores de radio y expertos artilleros. A estos hombres del Ejército Rojo se les apartó de la gente civil española tanto como fue posible, se les acomodó en viviendas aparte y nunca se les permitió mezclarse en ninguna forma con los grupos o figuras de relieve político. Se les vigilaba constantemente por la GPU a fin de guardar en secreto su presencia en España y evitar que cualquier herejía política corrompiese al Ejército Rojo.

Esta fuerza expedicionaria estaba bajo el control personal del general Ian Berzin, una de las dos figuras soviéticas nombradas por Stalin para conducir su intervención en España.

El otro era Arturo Stashevskv, enviado comercial soviético con carácter oficial y residencia en Barcelona. Estos eran los verdaderos hombres misteriosos de Moscú que funcionaban entre los bastidores del teatro de la guerra española, cuya misión permaneció completamente a la sombra, mientras se hacían dueños de todos los controles del gobierno republicano.

El general Berzin había servido durante quince años como jefe del Military Intelligence del Ejército Rojo. Nativo de Latvia, dirigió a la edad de dieciséis años una banda de guerrilleros durante la lucha revolucionaria contra el Zar. Fue herido, hecho prisionero y condenado a muerte en 1906, sin embargo, el gobierno zarista conmutó dicha sentencia por la de cadena perpetua a Siberia, debido a su juventud. Escapó y hacía ocultamente la vida de revolucionario cuando el Zar fue derribado. Berzin se incorporó al Ejército Rojo bajo el mando de Trotsky, escalando una de las posiciones más elevadas del alto mando. De gran estatura, canoso, de pocas palabras, el astuto Berzin fue seleccionado por Stalin para organizar y dirigir el Ejército gubernamental.

El jefe comisario político de Stalin en España era Arturo Stashevsky. Era de origen polaco. Bajo, pagado de sí mismo, parecía un hombre de negocios. Oficialmente, era el enviado comercial soviético en Barcelona. Stashevsky había servido también en el Ejército Rojo. Stalin le designó para el trabajo de llevar las riendas de la política y economía de la España gubernamental.

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Mientras Berzin y Stashevsky operaban entre bastidores, la Brigada Internacional absorbía la mayor atención de la espectacular campaña gubernamental. Para los corresponsales de guerra extranjeros que se hallaban en el frente,  Emilio Kleber era una de las figuras más dramáticas de la heroica defensa de Madrid.

A Kleber se le presentó mundialmente en entrevistas y reseñas como el hombre fuerte «providencial» a quien el destino ha reservado un papel de suma importancia en la historia de España y del mundo. Su aspecto físico dio color a las leyendas creadas en torno a su figura. Era alto y de facciones rudas, impresionante pelo canoso que desmentía sus cuarenta y un años. A Kleber se le introdujo mundialmente como a soldado afortunado, naturalizado canadiense, nativo de Austria y que como prisionero de guerra austriaco en Rusia, se había incorporado a la Guardia Blanca en sus luchas contra los Bolcheviques para convertirse más tarde al comunismo. Esta descripción de Kleber fue compuesta en las oficinas centrales de la GPU en Moscú, las cuales facilitaron a Kleber su falso pasaporte canadiense. Kleber tuvo que moverse al dictado de la GPU. Sus intervenciones se las hacían los agentes del Kremlin. Yo conocía a Kleber, a su esposa e hijos, así como a su hermano, desde hacía muchos años.

El verdadero nombre de Kleber era el de Stern. Era nativo de Bokavina, entonces perteneciente a Austria y actualmente a Rumania. Fue oficial durante la guerra mundial, se le hizo prisionero por las fuerzas del Zar y se le envió a un campo de concentración de Krasnoyersk en la Siberia. Después de la revolución soviética se incorporó al partido bolchevique y al Ejército Rojo, luchando al lado del Soviet a través de la guerra civil rusa. Luego estudió en la Academia Militar Frunze del Ejército Rojo, de la que se graduó en 1924. Durante algún tiempo trabajamos juntos en el Intelligence Departament del Estado Mayor. En 1927, Kleber fue destinado a la sección militar del Komintern, actuando en calidad de instructor en sus Escuelas Militares. Fue enviado por el Komintern a China en misiones confidenciales.

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Kleber no había estado nunca en el Canadá ni relacionado con la guardia blanca. Esta pequeña patraña sirvió para ocultar el hecho de haber sido oficial del Estado Mayor del Ejército Rojo. Ello hacia más plausible su papel de jefe de la Brigada Internacional. En realidad y no obstante la parte dramática que se le designó, no tenia fuerza alguna dentro de la política soviética.

En noviembre de 1936 el citado general del Komintern fue nombrado jefe supremo de las tropas gubernamentales en el sector norte del frente de Madrid. Yo salí de Marsella en avión hacia Barcelona. Un coche me llevó a un hotel de la parte vieja de la ciudad que hacia las veces de oficina central del Soviet en Barcelona. No se permitía estar en dicho hotel a ningún huésped extraño. Allí encontré a Stashevsky, nuestro enviado comercial y a su plana mayor y allí residía y trabajaba la plana mayor de nuestra Intelligence Service en Cataluña bajo la inspección del general Akulov.

Fui a Barcelona para poner a mis agentes de la zona de Franco bajo las órdenes del Estado Mayor que estaba encargado de las operaciones militares que el general Berzin dirigía secretamente, pues pensé que la información que se recibía de la zona rebelde sería más útil tenerla en Madrid y Barcelona que en Moscú, que es a donde iba a parar.

El general Akulov había organizado eficazmente nuestro Servicio Secreto de Espionaje en el campo enemigo. Nuestros operadores de radio trabajaban sin interrupción y diariamente se transmitía valiosa información del lado de Franco por medio de aparatos de radio portátiles.

Mis primeras preguntas fueron naturalmente acerca de las posibilidades de una victoria militar. Su contestación fue la siguiente: “Aquí las cosas están en un desorden horrible. Nuestro único consuelo es que las del otro lado están en un desorden peor”.

El general Berzin trabajaba infatigablemente para formar un ejército de los milicianos indisciplinados y de sus unidades sin conexión a la vez que presionaba a Largo Caballero para la movilización general.

Berzin reunió a un grupo de oficiales del Estado Mayor ruso, para hacer de ellos la piedra angular del mando militar gubernamental. Tomó una parte principalísima en la organización de la defensa de Madrid durante los días angustiosos de noviembre y diciembre. Tanto había disfrazado Berzin su identidad que su persona era solamente conocida en España por media docena de altos personajes del régimen.

Berzin insistía en el nombramiento de un Jefe militar supremo. El Gobierno republicano, sostenido por partidos y fracciones celosas unas de otras, se resistía a establecer autoridad de tal naturaleza. Berzin encontró en el General Miaja a un candidato apropósito, buen soldado y sin ambiciones políticas, y en pocas semanas –noviembre de 1936– consiguió el nombramiento en favor de Miaja, el cual se ha mantenido en el mando supremo desde entonces hasta el fin.

Entre tanto, Arturo Stashevsky desplegaba todos sus esfuerzos para asegurar el control de las finanzas de la República en manos del Soviet, sentando la teoría de que la fuerza política dimana de una base económica. Quería a España y a los españoles. Estaba encariñado con su cargo porque creía revivir sus experiencias de la revolución rusa de hacía veinte años.

Descubrió en Juan Negrín, Ministro de Hacienda del gobierno de Madrid, un colaborador que se prestaba con voluntad a sus planes financieros. Madrid se vio en la casi imposibilidad de comprar armamento libremente en el mercado mundial, ni importa en que país fuese. La República Española había depositado en los Bancos de Paris una cantidad considerable de sus reservas oro, en espera de importar materiales de guerra de Francia. Pero surgió una dificultad insuperable; los bancos franceses se negaron a desprenderse del oro que era parte del Tesoro Nacional, porque Franco amenazaba con proceder contra ellos en el caso de una victoria. Tales reclamaciones tenían al Kremlin sin cuidado. Stashevsky ofreció enviar el oro español a la Rusia Soviética y a cambio del mismo, suministrar armamento y municiones a Madrid. Por mediación de Negrín hizo el convenio con el gobierno de Largo Caballero.

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Sea como fuere, en el extranjero se corrió rumor de la existencia de ese convenio. La prensa extranjera acusó a Largo Caballero de haber hipotecado parte de la reserva de oro nacional a cuenta de la ayuda soviética. El 3 de diciembre, mientras se preparaba el transporte del oro, Moscú desmentía oficialmente que un convenio tal se hubiese consumado, de la misma manera que se desmentía constantemente todas las noticias concernientes a la intervención soviética en España. Entre nosotros y de una manera íntima llamábamos irónicamente a Stashevsky «el hombre más rico del mundo»  debido al control que ejercía sobre la tesorería española.

Durante mis conversaciones con Stashevsky, en el mes de noviembre en Barcelona, empezaban ya a vislumbrarse los próximos pasos de Stalin. Él no me ocultó el hecho de que Juan Negrín sería el próximo Presidente del Consejo de Ministros. En aquel entonces todo el mundo consideraba a Largo Caballero como favorito del Kremlin. Pero Stashevsky había ya escogido a Negrín como sucesor.

Largo Caballero era radical de pura cepa, hombre de ideas revolucionarias. Además, no favorecía la actuación de la GPU, la cual bajo Orlov, empezaba a efectúa en España la acción depuradora de todos los disidentes independientes y anti estalinistas, los cuales el partido  agrupaba bajo la denominación de trotskistas.

Por otra parte, el doctor Negrín tenía todas las características propias de un político. Aunque profesor, era hombre de negocios con aspecto de comerciante. Era exactamente el tipo que se ajustaba a la política de Stalin acerca del Frente Popular. Al igual que el general Miaja, Negrín haría una buena impresión a Londres, Paris v Ginebra. En el extranjero personificaría la «cordura» y la «propiedad» de la causa  republicana española; él no atemorizaba a nadie con arengas  revolucionarias. Su esposa era rusa. Como hombre práctico, el Doctor Negrín deseaba la depuración de los “incontrolables” y “alborotadores”, a  nombre de quien fuese,  aunque éste fuera Stalin.

Además, el Dr. Negrín vio que la única salvación de su país estaba en la más  estrecha cooperación con la Unión Soviética. No estaba interesado en reforma política alguna pero si en la victoria de su gobierno. Como se había puesto en evidencia, la ayuda práctica sólo podía venir de la Rusia Soviética y estaba dispuesto a sacrificar toda clase de consideraciones para la obtención de dicha ayuda.

Todo ello se discutió durante mi estancia en Barcelona; seis meses antes de la caída de Largo Caballero. Stashevsky le tomó todo ese tiempo en llevarlo a cabo pero al fin lo consiguió con la ayuda de un complot tramado por la GPU en Barcelona. Marcelo Rosenberg, embajador ruso acreditado en España, era el que se mostraba en público y le hablaba, pero el Kremlin nunca consideró importante su representación. Callada y prácticamente Stashevsky hacía el trabajo de Stalin.

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Mi camarada Sloutski, jefe del Departamento Extranjero de la GPU, recibió órdenes especiales de Moscú de montar un sistema de policía secreto a hechura del de Rusia. Sloutski llegó un día o dos después de mi salida. En aquel entonces la GPU florecía en todo el territorio gubernamental y se concentraba en Cataluña donde los grupos independientes eran fortísimos y donde los verdaderos trotskistas tenían el cuartel general de su partido.

La organización de Orlov sirvió a Sloutski de núcleo central. Con la ayuda de expertos llegados de Moscú y de comunistas españoles escogidos, montó en España el sistema completo de la GPU.

«Allá disponen de buen material –me dijo, cuando una semana más tarde regresó a París– pero carecen de experiencia». «No podemos permitir que España se convierta en refugio accesible a todos los elementos anti soviéticos que han acudido de todo el mundo. Después de todo, ahora España es nuestra y forma parte del Frente Soviético. Debemos asegurarla para nosotros. ¿Se sabe, acaso, cuantos espías hay entre esos voluntarios? En cuanto a los anarquistas y trotskistas, a pesar de ser soldados antifascistas, son enemigos nuestros. Son contrarrevolucionarios y debemos extirparlos de raíz».

Sloutski había hecho un valioso trabajo. En diciembre de 1936, el terror se enseñoreaba de Madrid, Barcelona y Valencia. La GPU había establecido sus prisiones especiales propias. Tenían tribunales y patrullas de control propias. Los que los formaban llevaban a cabo asesinatos y detenciones. Llenaban calabozos ocultos y hacían razias a toda prisa. Naturalmente, funcionaban independientemente del gobierno legal. El Ministro de Justicia no tenía autoridad sobre la GPU. Esta era un imperio dentro de un imperio; era una fuerza ante la cual llegaban a temblar alguna de las más altas figuras del gobierno de Largo Caballero. La Unión Soviética parecía haber cercado la España gubernamental, como si se tratara ya de una posesión soviética.

El 16 de diciembre, Largo Caballero hizo una vibrante alocución desafiando a Franco: «Madrid no caerá. Ahora va a empezar la guerra porque ahora tenemos los materiales de guerra necesarios».

Al día siguiente, el periódico Pravda, portavoz oficial de Stalin en Moscú, hacía explícita declaración de que la depuración en Cataluña, que había ya empezado, «se llevaría a cabo con la misma energía que lo había sido en la Unión  Soviética».

La heroica y desesperada defensa de Madrid había llegado a su punto culminante. Las escuadrillas de la aviación de Franco destruían la capital, sus tropas estaban casi en los suburbios. Pero los gubernamentales tenían ya bombarderos y pilotos, tanques y artillería. Nuestra ayuda militar llegó a tiempo de salvar Madrid cuando casi todo estaba ya en las garras de Franco. El general Berzin y su Estado Mayor dirigían calladamente la lucha en la cual el general Miaja aparecía como General en Jefe, mientras que Kleber, general del Komintern la dramatizaba ante el mundo.

Las brillantes hazañas de la Brigada Internacional y la ayuda material recibida de la Unión Soviética, favoreció el crecimiento del Partido Comunista en España de tal manera que, en enero del 1937, el número de sus afiliados excedió de 500.000.

El haberse salvado Madrid elevó el prestigio soviético enormemente. Al mismo tiempo, ello determinaba el fin de la primera parte de la intervención de Stalin en la guerra civil de España. El problema de estalinizar España se veía favorecida de una manera resuelta. De ello se encargaba la GPU. El Komintern había sido relegado a segundo término.

El 4 de febrero de 1937, el general Kleber fue destituido del mando de la Brigada Internacional. Se anunció que el general del Komintern había pasado a Málaga a organizar la defensa gubernamental. Nunca más se supo de él.

Algunas semanas después, encontrándome en Moscú, me enteré que la desaparición de Kleber estaba relacionada con la depuración del Ejército Rojo y los numerosos arrestos de la oficialidad de la Plana Mayor con que estaba relacionado. Muchos de sus mejores camaradas, acusados de conspiración, eran fusilados por los pelotones de ejecución de Stalin. Me apresuré a visitar al hermano de Kleber que había sido llamado a regresar del extranjero en el mes de abril. Él también dos días después fue arrestado por la GPU.

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La desaparición del general del Komintern durante la gran depuración significaba simplemente que él era de los que ya no eran útiles a Stalin. Estaba, además, demasiado enterado.

Stalin decidió que el Komintern había ya hecho su trabajo en España. Para ese tiempo, Berzin y Stashevsky tenían bien dominado al Gobierno español. La desaparición sin el menor rastro del general Kleber de los escenarios del Soviet y Komintern, no dio lugar a comentarios por parte de los que cantaron sus proezas en el mundo.

El éxito de la defensa de Madrid con armamento soviético, dejó nueva ocasión a la GPU de extender su poder. Se arrestó a miles, incluyendo a muchos voluntarios extranjeros que habían venido a luchar contra Franco. Cualquier critica sobre métodos, cualquier opinión contraria o desagradable para la dictadura de Stalin en la Rusia Soviética, toda relación con hombres de heréticas creencias políticas era considerada traición. La GPU empleaba todos los procedimientos sumarísimos.

Ignoro el número de anti estalinistas fusilados en la España gubernamental. Podría describir un sinnúmero de casos pero me limitaré a uno, ya que quizás la víctima aún vive. Los escasos hechos que relataré acaso ayuden a su familia a salvarle. Un joven inglés ingeniero de radio llamado Friend, tenía un hermano en Leningrado casado con una muchacha rusa. Era un antifascista entusiasta y consideraba a la Rusia Soviética como la tierra de promisión. Consiguió, después de muchos esfuerzos, ser admitido en la Unión Soviética donde emplazó su residencia.

Al empezar la intervención soviética, fue desplazado a España en calidad de técnico de radio. En los comienzos de 1937, el cuartel general de la GPU en Moscú  recibió uno información que indicaba que Friend demostraba simpatías trotskistas. Yo conocí al muchacho y no me cabe la menor duda de que sentía una verdadera devoción para la causa gubernamental y la Unión Soviética. Ciertamente, él se asoció con socialistas y otros elementos radicales lo cual al fin y al cabo, era natural para un joven que no estaba enterado de la invisible ‘muralla china’ que separaba el personal ruso de los españoles.

Más tarde, pregunté a uno de los personajes de la GPU en Moscú acerca del muchacho a lo que me contestó con evasivas. Por otras investigaciones supe que Friend había sido llevado a Odesa en calidad de prisionero. Se me relató el engaño de que se le hizo objeto para cogerle. La GPU en España le condujo a un barco ruso con la excusa de que se le necesitaba para reparar el aparato de radio transmisor del vapor. Friend no sospechaba que la GPU le iba a la zaga. Una vez a bordo fue detenido y el 12 de abril de 1937 fue puesto en los calabozos de la GPU en Moscú. Hasta ahora su hermano de Leningrado y su familia de Inglaterra ignoran su paradero. Nunca pude saber si había sido fusilado «por espía» o si se le tenía en algún campo de concentración lejano.

Hubo un sinnúmero de desapariciones de índole semejante. A unos se les raptaba y llevaba a la Rusia Soviética. A otros se les asesinaba en España. Uno de los casos más espectaculares fue el de Andrés Nin, jefe del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Nin era trotskista y algunos años antes, un elemento activo del Komintern. Con un grupo de compañeros, Nin se evadió de la cárcel donde había sido puesto por la GPU. Sus cadáveres fueron hallados por una comisión de diputados del parlamento inglés que fueron a España a efectuar investigaciones sobre su desaparición. [N. del A.] Las observaciones de Krivitsky no coinciden con la realidad. Como es sabido, Nin no se fugó sino que fue secuestrado por agentes del GPU y su cadáver nunca apareció. 

Otro caso notable fue el del joven Smille asesinado en una cárcel de GPU en España. Era hijo del famoso jefe laborista inglés Robert Smille. Otro caso fue el de Camilo Berneri, intelectual anarquista que se distinguía por su labor documental antimarxista.

La actuación de la GPU en territorio español era causa de división en las filas antifascistas de la República Española. Empezaba ya el declive de Largo Caballero y de sus compañeros, que todavía no se habían dado cuenta de lo que significaba su colaboración con el Partido Comunista en el frente único. El Presidente del Consejo de Ministros, Largo Caballero, no tenía estómago para digerir el terror soviético que diezmaba su propio partido y conmovía a sus aliados políticos. El gobierno autónomo de Cataluña se resistía con uñas y dientes y con el beneplácito de Largo Caballero a la depuración de la GPU. En España se incubaba una crisis interna.

En estos momentos yo recibía instrucciones con regularidad para liquidar nuestro trabajo de compra y suministro de material de guerra a España. Deliberadamente, nuestra ayuda se facilitaba en la medida justa que permitiese sostenerse en los frentes. Ella se efectuaba a modo de mazazo sobre la cabeza de Largo Caballero.

Desde Moscú, en donde se decidían los asuntos interiores de España, veía yo como se desarrollaba la crisis en el campo gubernamental, y llegaba ésta a su punto álgido.

En marzo de 1937, leí un informe confidencial del general Berzin al comisario de guerra Vorochilov, el cual fue asimismo leído por Yezhov, nuevo jefe de la GPU. Tales informes eran naturalmente transmitidos únicamente para Stalin, aunque iban dirigidos a mi superior jerárquico. 

Después de darle una opinión optimista de la situación militar y la del comandante en jefe, Generalísimo Miaja, Berzin le informaba de los resentimientos y protestas que se producían en las altas esferas españolas en contra de la GPU. Le manifestaban que nuestros agentes de la GPU comprometían la autoridad del Soviet en España por interferencia y espionaje injustificado en las dependencias ministeriales. Terminaba haciendo una demanda enérgica para que Orlov regresara a España inmediatamente.

«Berzin tiene toda la razón», fue el comentario que me hizo Sloutski después de leer el informe. Sloutski, jefe del departamento extranjero de la GPU, se daba cuenta que nuestros hombres se conducían en España como si estuvieran en país conquistado, llegando a tratar a los jefes políticos españoles como seres inferiores. Al preguntarle si se podía hacer algo para hacer regresar a Orlov, Sloutski me dijo que ello era de la competencia de Yezhov.

Yezhov, como gran mariscal de la inmensa depuración que aquel entonces se llevaba a cabo, miraba a España como si fuera una provincia rusa.

Además, los compañeros de Berzin en el Ejército Rojo iban siendo detenidos por toda la Unión Soviética, no estando su propia vida más segura que la de otro cualquiera. La desaparición de sus camaradas en las redes de la GPU significaba que su informe habría sido visto con sospecha en el Kremlin.

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En abril, Stashesvky llegó a Moscú para informar personalmente a Stalin de la situación en España.

Slashevsky aunque estalinista de cuerpo y alma y afiliado incondicional del partido ortodoxo, también consideraba que la conducta de la GPU en los ámbitos gubernamentales era un error. Al igual que el general Berzin, era opuesto a una depuración en España hecha al estilo ruso.

Stashevsky no perdonaba a los disidentes o trotskistas de Rusia por lo que aprobaba los métodos de la GPU al encararse con aquellos, si bien era de opinión que la GPU no debía meterse con los partidos políticos serios de España. Con precaución insinuó que Stalin podía acaso cambiar la política de la GPU con respecto a España. El gran amo de Rusia parecía estar de acuerdo con él y Stashevsky salió del Kremlin enteramente satisfecho.

Stashesvky y yo sostuvimos varias conversaciones, él esperaba la caída próxima de Largo Caballero y la subida de Negrín al poder, el hombre que él había apadrinado. «Grandes sucesos nos esperan en España», hizo resaltar más de una vez.

Era evidente para algunos de nosotros que en España iban a desarrollarse acontecimientos de la mayor importancia. El plan de Stalin había progresado lo suficiente para hacer de España un vasallo del Kremlin y estaba ahora en condiciones para darle otro empujón. El Komintern iba desapareciendo del ambiente. Berzin mantenía en sus manos el control del Ejército español. Stashevsky había transferido la mayor parte de la reserva oro del Banco de España a Moscú. La GPU marchaba a todo gas. La intervención rusa procedía de acuerdo con la consigna de Stalin: «Mantenerse fuera del alcance del fuego de la artillería». Hasta este momento habíamos evitado los riesgos de una guerra internacional. El objetivo de Stalin parecía estar a su alcance.

El obstáculo grande que se le interponía en su camino era Cataluña. Los catalanes eran anti estalinistas y además constituían uno de los principales puntos de apoyo de Largo Caballero. Para conseguir el control absoluto Stalin tenía todavía que poner a Cataluña bajo su dominio y echar a Largo Caballero.

Stalin había designado a la GPU la labor de elevarle a la cumbre de España. Esto me fue revelado en un informe procedente de uno de los jefes de los grupos anarquistas rusos de París, que era un agente secreto de la GPU. A éste se le había enviado a Barcelona, en donde, por tratarse de un destacado anarquista gozaba de la confianza de los anarcosindicalistas del Gobierno autónomo. Su misión era la de actuar como agente provocador para incitar a los catalanes a lanzarse a actos que justificaran la intervención del Ejército a manera de sofocar una revuelta en la retaguardia.

Su informe se componía de treinta páginas por lo menos. Como todos nuestros informes secretos, había sido trascrito en rollos diminutos de película fotográfica. En el cuartel general de Moscú existe un departamento especial provisto de los aparatos norteamericanos más modernos, para revelar y ampliar esa clase de películas. Cada página de informe era impreso en un negativo ampliado.

El espía anarquista, informó detalladamente de sus entrevistas con los distintos jefes del partido de cuya confianza gozaba y de las medidas que había tomado para inducirles a cometer actos que fueran una excusa para la GPU para aniquilarles. Tenía la seguridad de que pronto habría una revuelta en Barcelona.

Se recibió otro informe de José Díaz, jefe del Partido Comunista Español y dirigido a Dimitrov, secretario del Komintern. Dimitrov lo envió inmediatamente al Cuartel General de la GPU puesto que él sabia bien desde hacia tiempo quien era su verdadero amo. Díaz acusaba a Largo Caballero de ser un soñador y amigo de hacer frases, que nunca llegaría a ser un aliado de confianza de los estalinistas y ensalzaba a Negrín. Seguidamente describía el trabajo que hacían los comunistas entre los socialistas y los anarcosindicalistas para minar su fuerza en el interior de sus organismos.

Estos informes mostraban claramente que la GPU tramaba aplastar los elementos «incontrolables» de Barcelona y conseguir para Stalin el control de la situación.

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El 2 de mayo de 1937, Sloutski me telefoneó al Hotel Savoy en donde me hospedaba y me pidió que fuera a ver a un destacado comunista español llamado García. Este era jefe del servicio secreto del gobierno de la República cuya sede estaba entonces en Valencia. Había sido enviado a Rusia para asistir a la celebración del primero de Mayo. Debido a la depuración que se efectuaba en aquel entonces, se había diferido la transmisión de un telegrama anunciando su llegada. Por este motivo nadie fue a esperarle, encontrándose completamente solo en el lejano hotel Nuevo Moscú. Sloutski, me pidió que excusara la negligencia lo mejor que pudiese.

Con otro camarada fui a visitar a García encontrándonos frente a un hombre de aspecto fuerte y pulcro y de unos treinta años. García me dijo que su buen amigo Orlov había tenido la delicadeza de proporcionarle estas pequeñas vacaciones en la capital soviética.

«Me ha gustado venir –me dijo– pero nadie vino a recibirme y no pude obtener un pase para entrar a la Plaza Roja el día primero de Mayo. Todo lo que he podido ver de la revista fueron simples ojeadas a través del río desde esta ventana».

Dimos las excusas de rigor al camarada García y lo llevamos a cenar al Savoy. Hizo resaltar que los trabajadores soviéticos, a juzgar por su aspecto en la calle, estaban en peores condiciones que los trabajadores españoles aún durante la guerra civil. También había observado escasez de suministros y me preguntó por que el Gobierno soviético no había conseguido elevar el estándar de vida de las masas.

Cuando vi a Sloutski le pregunté, ¿por qué motivo se trajo aquí a ese español?  «Orlov se lo quiere quitar de encima» dijo Sloutski. «Debemos hacer que se divierta aquí, hasta fines de mayo».

Habiendo leído los informes ni siquiera pregunté lo que Orlov se proponía hacer en mayo. Las noticias de Barcelona produjeron sensación en todo el mundo. Los titulares de los periódicos anunciaban con grandes títulos: Revuelta Anarquista en Barcelona.

Los corresponsales telegrafiaban la noticia de una conspiración anti estalinista en la capital de Cataluña, la lucha por la Telefónica, tanques, tiroteos y tumultos en las calles, barricadas, fusilamientos. Hasta hoy, las jornadas de mayo en Barcelona aparecen en la historia de nuestros días como una guerra fraticida entre antifascistas mientras Franco atacaba en el frente. Según los partes oficiales, los revolucionarios catalanes pretendían conquistar alevosamente el poder en el preciso momento que se necesitaba de todas las energías para resistir al fascismo. La versión dada a la prensa de la tragedia de Barcelona y de la que todo el mundo se hacia eco, es de que se trataba de una rebelión hecha por algunos elementos incontrolables que se habían introducido en las avanzadas del partido anarquista, con el fin de provocar disturbios en favor de los enemigos de la República.

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Lo absurdo de este informe salta de inmediato a la vista. Los revolucionarios catalanes controlaban ya al gobierno. ¿Por qué habían de «pretender conquistarlo»?

El hecho es que la revuelta de Barcelona era una conspiración fraguada con éxito por la GPU. La lucha empezó por un ataque a la Telefónica dirigido por los agentes de la GPU. A ello siguieron cinco sangrientos días; hubo más de quinientos muertos y más de mil heridos. Por esta operación la GPU convirtió a Cataluña en una cuestión de vida o muerte para el gobierno de Largo Caballero.

Después de los sangrientos sucesos de Barcelona, los comunistas españoles, dirigidos por Díaz, pidieron la supresión de todos los otros partidos y organizaciones obreras de Cataluña; poner los periódicos, emisoras y lugares de reunión política o mítines, bajo la GPU y la inmediata y completa eliminación de todo movimiento anti estalinista en territorio gubernamental.

Largo Caballero no quería ceder a esas demandas y el día cinco de mayo se vio obligado a dimitir. El Dr. Juan Negrín advino presidente del nuevo gobierno, tal como lo había planeado Stashevsky. Su gobierno fue llamado el ‘Gobierno de la Victoria’. Negrín estuvo en el poder hasta el colapso del Ejército gubernamental, en marzo de 1939.

Al enterarse García de lo que ocurría en Barcelona, vino corriendo a verme en un estado de gran excitación. Había ya estado en la Embajada española. Quería regresar inmediatamente a España. No podía comprender el por que no podía marcharse. Pero Sloutski no podía permitirle partir; Orlov en Barcelona no quería verle por allí. Verdaderamente, García era un comunista prominente pero que podría causar trastornos. La GPU en Barcelona hacia miles de prisioneros. Sloutski ofreció a García un viaje al Cáucaso y a Crimea, insistiendo que el gobierno del Soviet quería que lo visitara todo. Pero García quería volver a casa. Pero, naturalmente, no regresó.

En la embajada española García mantuvo relación con otros cuatro españoles, que también querían volver a casa. A estos cuatro se les había facilitado dos grandes habitaciones en el hotel Metropol. Se les llevó a visitar todos los museos de Moscú centro y alrededores de la capital. Habían estado en Crimea, en el Cáucaso, en Leningrado y hasta en la presa de Nieprostrou. Habían permanecido en la Unión Soviética durante cinco meses.

Diariamente iban a la Embajada española para saber noticias de España y trataban de que se les devolvieran sus pasaportes, a fin de poder conseguir el permiso para regresar a su país. Hablando con ellos sospeché que se daban cuenta de que eran prisioneros. Su gobierno no les podía prestar ayuda alguna, puesto que el amo de su gobierno era Stalin. Pregunto a Sloutski quienes eran. «Estos cuatro –dijo– son cajeros del Banco de España. Vinieron con el cargamento del oro. Se han pasado tres meses día y noche contándolo y repasando las cifras. Y ahora quieren volver a casa». Añadió que podían darse por muy satisfechos si alguna vez regresaban.

Con anterioridad había visto en la prensa de Moscú una lista de altos empleados que habían sido agraciados con la orden de la Bandera Roja. Entre ellos había algunos nombres que me eran familiares. Se me ocurrió preguntar a Sloutski, cual era el servicio tan meritorio que habían realizado para otorgarles estas codiciadas condecoraciones. Me contestó que los hombres objeto de dicha distinción habían sido los jefes de un grupo especial de treinta agentes declarados y de confianza quienes durante el mes de diciembre habían sido enviados a Odesa para trabajar en calidad de trabajadores del muelle.

Una enorme cantidad de oro había llegado a Odesa procedente de España. Stalin no confiaba a nadie sino a los más altos empleados de su policía secreta el trabajo de descargar el precioso metal, por miedo de que no se supiera una palabra de ello. Encargó a Yezhov que personalmente seleccionase los hombres para dicho cometido. Toda la operación se llevó a cabo con tal extraordinario secreto que ésta fue la primera vez que yo supe de ella.

 

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Uno de mis camaradas que había formado parte de esta expedición excepcional, me describía la escena de Odesa. Toda la vecindad del muelle había sido evacuada y rodeada de cordones de tropas especiales. Por entre ese espacio desocupado que va del muelle a la línea de tren, los más altos empleados de la GPU habían transportado los cajones de oro sobre sus espaldas. Durante días y días estuvieron haciendo el traslado del oro colocándole en vagones de carga que fueron luego conducidos a Moscú bajo escolta.

Intentó darme un cálculo de la cantidad de oro que habían descargado en Odesa mientras atravesábamos la enorme plaza Roja. Me señaló una superficie de varios acres de terreno a nuestro alrededor y dijo: «Si todas las cajas de oro que apilamos en los almacenes de Odesa se colocasen una al lado de otra en esta plaza la cubrirían de uno a otro extremo».

El tesoro que Stalin obtuvo en España se eleva con seguridad a cientos de millones de dólares, tal vez a quinientos. Poco después de la caída de Largo Caballero, estaba yo sentado en la oficina de Slouski, cuando sonó el teléfono. Era una llamada de la Sección Especial. Querían saber si la señorita Stashevsky había salido de la Unión Soviética.

Sloulski que era amigo de Stashevsky y su familia, quedó preocupado. Por otro teléfono llamó al Departamento de Pasaportes. Cuando colgó el receptor suspiró tranquilamente. La señorita Stashevsky había pasado la frontera y pasó esta información a la Sección Especial.

Los dos sabíamos que dicha llamada no significaba nada bueno para Stashevsky. Se había reintegrado a su puesto de Barcelona y Regina, su esposa, estaba en Paris trabajando en el pabellón soviético de la Exposición. Stashevsky lo había dispuesto todo para que su hija, de 19 años, se fuera con su madre para trabajar juntas. La muchacha llegó a Paris al cabo de un mes. En junio recibió instrucciones de regresar a Moscú llevándose consigo ciertos objetos exhibidos en el Pabellón soviético. Sin sospechar nada, regresó a la Unión Soviética donde quedó en rehén, respondiendo por su padre.

Al mismo tiempo, se ordenó a su padre que regresase de España. Esto era en julio de 1937. Yo me encontraba de regreso en París. Estuve constantemente telefoneando a la señora Stashevsky para saber cuando llegaría su esposo. Un día me dijo que él y el general Berzin se habían encontrado, pero fue solamente el tiempo justo que media entre la llegada y salida de trenes, continuando él hacia Moscú a toda prisa. Ella no podía disimular su ansiedad. En el mes de junio, Stalin había barrido casi todo el alto mando del Ejército Rojo, con el mariscal Tujachevsky a la cabeza.

La depuración soviética era una monstruosidad enorme de dimensiones inimaginables.

A la señora Stashevsky la veía constantemente. No tenía noticias de su hija ni de su esposo. Empezó por telefonear a su casa de Moscú. Sabía que si ellos no estaban algún amigo estaría en ella. Durante algunos días y noches hizo llamar constantemente desde su casa a conferencia telefónica. La respuesta era siempre la misma: «No contestan».

Dos semanas pasaron sin noticias. A primeros de agosto, la señora Stashevsky recibió una nota lacónica de su esposo pidiéndole que lo empaquetara todo y regresara a Moscú. Después de sus llamadas telefónicas comprendía ella que indudablemente la carta había venido de la cárcel. Lo empaquetó todo y regresó a la Unión Soviética a juntarse con todo lo que le quedaba en este mundo.

El general Berzin también desapareció. El fusilamiento de los jefes del alto mando del Ejército Rojo, le auguraron mala suerte. Al igual que Stashevsky, Berzin, había estado íntimamente relacionado con los comisarios y generales depurados, desde el comienzo de la revolución soviética, hace cerca de veinte años. Contra este hecho, sus éxitos en España y su rigurosa y obediente lealtad de nada le valieron. Hasta hoy, Berzin figura entre el gran número de jefes soviéticos que han desaparecido y cuyo destino uno puede solamente suponerse pero, acaso, no saberse nunca de cierto.

En aquel entonces, en el verano de 1937, precisamente cuando parecía conseguido su objetivo en la lejana España, el Japón arremetió contra China. La amenaza contra la Unión Soviética en Extremo oriente se hizo alarmarte. Las fuerzas japonesas tomaron Peiping, bombardearon Shangai, avanzaron hacia Nankin. El gobierno de Chang-Kai-Chek hizo la paz con Moscú y solicitó la ayuda soviética.

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Simultáneamente, las potencias fascistas se volvieron más y más agresivas en el Oeste. Italia y Alemania intervinieron descaradamente en favor de Franco. La situación militar de la República Española se agravó progresivamente. Si Stalin fuera a capitalizar sus éxitos en España, tendría que rendir todo el esfuerzo necesario para poder derrotar a Franco y sus aliados. Ahora quería menos que nunca arriesgarse a una mayor contienda. Desde el comienzo de esa aventura el lema por el anotado había sido «Mantenerse fuera del alcance del fuego de la artillería». Esta consigna se hizo más imperativa después de la invasión de China por el Japón y sus amenazas en la frontera siberiana.

El rol de Stalin iba eclipsándose. Stalin había intervenido con la esperanza de que podría con la ayuda de un régimen español de vasallaje, construir un puente desde Moscú a Londres y París. Fracasó su maniobra. León Blum y Anthony Eden dimitieron. París y Londres adoptaron una actitud más amistosa hacia Franco. En 1938 Stalin se retiró gradualmente del círculo de acción de España. Todo lo que obtuvo de su aventura fue el oro español. No había podido conseguir su objetivo primordial de sacar la nave del Estado Soviético de su aislamiento de entre las grandes potencias del mundo».

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La sombra de la NKVD que se proyectó en España fue la causante de todo el horror, el terror, las mentiras, el odio y los manejos de la Komintern para hacerse con el poder en España. Lo de la República fue una cortina de humo.

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