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Actualizada: 09 de Enero de 2014.    

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  Kim Philby, el espía del siglo XX


 Misión: Matar a Franco


Por Eduardo Palomar Baró.


 



Harold Adrian Russell Philby, más conocido como Kim Philby, nació el 1 de enero de 1912 en Ambala (Punjab), en la India, hijo de uno de los personajes más notables del Imperio británico en el siglo XX, Harry St. John Philby, el cual había hecho una brillante carrera como administrador en la India, cuando al estallar la Primera Guerra Mundial, se convirtió en jefe de la Inteligencia británica en Oriente Medio, destacando entre sus hazañas el desenmascaramiento de las dos redes germanas de espionaje en la zona: la de Preusser, ‘el dueño del golfo pérsico’, y la de Waamuss, ‘el Lawrance alemán’. Ambas redes suponían un serio peligro para los intereses de Londres en tan estratégico lugar. Una vez limpiada Mesopotamia, se le encomendó otra misión extremadamente importante. Siguiendo la política de fomentar la subversión antiturca en los dominios de Arabia, por la que Lawrence había movilizado a Hussein de la Meca, St. John hizo lo mismo con Ibn Saud, al que instituyó en rey de Arabia.

Esta misión cambió el futuro del agente británico. Enamorado de Arabia, se hizo musulmán, siendo el principal asesor de Ibn Saud en el enfrentamiento de éste con los ingleses a raíz del acuerdo secreto Sykes-Picot, en el que, olvidándose de las promesas de autonomía árabe, Francia e Inglaterra se repartían Oriente Medio. Desde este instante, Harry St. John convirtió a Gran Bretaña en su enemiga y echó raíces en Arabia.

Por las misiones emprendidas y su posterior conversión al Islam, casándose con una esclava negra, le impidieron vivir dos años seguidos con su hijo Harold, apodado Kim en recuerdo al personaje de Kipling.

Kim pasó su niñez en Inglaterra y sólo veía a su padre en las visitas esporádicas que éste realizó al Reino Unido. Al igual que su padre, Kim estudió en el Colegio de Westminster. Antes de cumplir dieciocho años, pasó al Trinity College, en Cambridge. El ambiente intelectual izquierdista del Trinity, le transformó en un revolucionario en potencia.

El haber sido simpatizante comunista en la juventud no era óbice para escalar puestos en la Administración, máxime si se manifestaba un oportuno ‘arrepentimiento’ o cierta predisposición amistosa hacia los nazis, como expresó Philby.

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Lo primero que hizo la NKVD fue enviarlo a Viena, donde aprendió alemán y algo que sería mucho más útil para la doble vida que iba a llevar: las técnicas de espionaje. Allí trabajó como periodista y en sus ratos libres comenzó a ejecutar pequeñas misiones para el servicio secreto soviético, como ayudar a salir del país a comunistas perseguidos por el gobierno austriaco.

En mayo de 1934 regresó a Inglaterra. Su controlador, Arnold Henrikhovitch Deutsch, le encargó cumplir una misión especial: infiltrarse en el servicio secreto inglés. No tardó mucho en intentarlo enviando una solicitud oficial de ingreso. La respuesta fue igual de rápida: “No”. Deutsch se percató rápidamente de que había cometido un grave error. En aquella época el espionaje nunca aceptaba candidatos comunistas o que hubieran mostrado simpatías por Stalin.

Sin abandonar la idea, el controlador y su incipiente agente cambiaron de estrategia. Philby buscó trabajo como periodista y no tardó en conseguirlo gracias a las influencias de su madre rica y de sus amigos de Cambridge, todos pertenecientes a familias poderosas.

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Al mismo tiempo, abandonó los círculos comunistas de la ciudad y empezó a acudir a reuniones en las que contaba, a quien quería escucharle, que había cambiado de ideas. Y lo hizo de una manera tan radical y convincente que se apuntó a la Hermandad Anglo-Alemana, una asociación pro-nazi.

Hay una fotografía, tomada el 14 de julio de 1936, que muestra a los comensales de la cena de amistad anglo-alemana ofrecida en honor de la hija del káiser, la duquesa de Brunswick. Entre las personalidades británicas que, en mesas presididas por esvásticas, manifestaron su solidaridad con la causa nazi, se puede atisbar, al fondo, la cabeza de un joven que permanece atento. Harold Kim Philby completaba así una apariencia de evolución política que supuestamente le habría llevado de los planteamientos comunistas de su juventud hasta el fascismo en versión británica.

 

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Cuatro días más tarde estalló la Guerra Civil en España. Philby trabajaba entonces en la Review of Reviews resumiendo artículos de manera anodina y aprendiendo a la vez el oficio. Comenzó a colaborar en la revista de la Sociedad Anglo-Germana

En este cambio de personalidad estaba inmerso cuando estalló la Guerra Civil española y recibió un mensaje de Theodor Maly, el nuevo jefe de operaciones ilegales en territorio británico. Maly, que se hacía pasar por un banquero llamado Paul Hardt, junto con Deutsch, alias “Otto”, guiaron los inicios de la carrera de espía del antiguo estudiante de Cambridge. Hardt, pero también Otto, le ordenaron abandonar todo lo que estuviese haciendo, buscarse una tapadera adecuada y creíble y viajar a España para conseguir información y, si podía, asesinar –nada más y nada menos– al general Franco.

Bloqueado por la situación, demostró su capacidad para saltar cualquier obstáculo. Recurrió a la persona a la que jamás quiso pedir nada, pero que era la última posibilidad que le quedaba, y era la de su padre Harry St. John Philby, el cual estaba muy enfadado con él por sus veleidades comunistas, y no tardó en alegrar el rostro cuando escuchó a su hijo decir no sólo que había cambiado, sino que estaba en perfectas relaciones con la derecha política, como así era en realidad. Feliz por la vuelta al redil de Kim, le ayudó a conseguir que la agencia de colaboraciones London General Press le contratara. No era gran cosa, pero tampoco podía aspirar a más y el sueldo bajo le daba igual. El más difícil todavía fue que logró que el embajador que representaba a Franco en Inglaterra, Jacobo Fitz James Stuart, duque de Alba, le extendiera rápidamente un visado para poder trabajar en España. Ya podía emprender el viaje y lo hizo en enero de 1937.

Durante su estancia en España, Philby supo moverse como pez en el agua sin levantar la más mínima sospecha. En Madrid frecuentaba los lugares de moda del momento y no resultaba extraño verle en refinados salones y restaurantes como los del hotel Ritz. Philby se comportaba con una calculada pulcritud, que nada hacía sospechar a nadie. Tan sólo era un joven e inexperto periodista que enviaba puntualmente su crónica diaria.

El desorden monopolizaba su vida personal, ya que contraería matrimonio en tres ocasiones y tendría serios problemas con el alcohol, si bien en el terreno profesional era un auténtico maniático del orden y cumplía a rajatabla cualquier encargo. A la par que desempeñaba sus funciones de contrainteligencia en España, conoció también al escritor Graham Greene, con el que trabó una sólida amistad que se alargaría hasta su muerte. En 1968, Greene escribirá el prólogo de un libro de Philby, My Silent War.

Kim Philby fue un topo que siempre tuvo la suerte de trabajar con controladores que no tiraban demasiado de la cuerda. Confiaban en sus capacidades y nunca los defraudó, por lo que le dejaban moverse con libertad sin instigarle demasiado. Tras su llegada a España, con cierta autonomía para moverse por la zona nacional, se dedicó a conocer el terreno y a aprovecharse de su trabajo como periodista para ir de una ciudad a otra, de un frente a otro, sin parar. El asesinato de Franco era su gran misión, pero mientras llegaba el momento se dedicaba a pasar informes a la NKVD rusa de todo lo que veía, especialmente de la presencia de los fascistas alemanes e italianos en suelo español y el envío por parte de los primeros de aviadores y de los segundos de tropa de infantería. Obviamente, mandaba artículos a su agencia y maniobraba para conseguir que The Times le contratara, porque sabía que se le abrirían muchas más puertas trabajando para el periódico inglés más importante e influyente. No tardó mucho en conseguirlo, eso sí, después de que su padre oportunamente comiera con el subdirector del diario. Kim envió una serie de artículos, consiguiendo que le publicaran alguno de ellos. En mayo de 1937 sustituyó al corresponsal hasta entonces, James Holburn, y regresó unos días a Londres para recibir instrucciones. Philby sabía que, desde la Primera Guerra Mundial, una corresponsalía del The Times en el extranjero era el mejor camino para conseguir su objetivo: ingresar en las filas del servicio secreto británico. Ni sus más íntimos allegados sospechaban que, mientras tanto, era un activo agente del espionaje soviético.

El pretexto de rubricar el contrato con su nuevo periódico le permitió regresar a Londres y aprovechar para reunirse con Otto y Hardt, que le facilitaron nuevos sistemas de envío para sus informes e instrucciones concretas sobre su misión de acabar con Franco.

A su regreso amplió sus relaciones con españoles influyentes de la mejor manera que sabía: liándose con Frances Lindsay Hogg, una actriz canadiense enamorada del sol, los toros y la comida local, a pesar de estar casada, algo que nunca fue un impedimento para el joven inglés. “Lady” Lindsay era mucho mayor que Kim y perdió la cabeza por él, que siempre tuvo claro que la antigua actriz era su pasaporte para entrar en los círculos más poderosos de la España que apoyaba a Franco. Cuando un miembro de los servicios de información alemanes se acercó a él para saber si tendría inconveniente en permitirle intentar tener una relación con “lady” Lindsay, Kim le abrió encantado las puertas de par en par para obtener información a cambio de compartir a la chica. Poco caballeroso, pero muy útil para un espía.

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El momento más complicado que hubo de afrentar Philby en esta época fue cuando se decidió ir a Sevilla, para escribir sobre los discursos radiofónicos de Queipo de Llano que apasionaban a los ingleses. De allí se trasladó a Córdoba para asistir a una corrida de toros. Le aseguraron que no hacía falta pase alguno, pero una pareja de desconfiados guardias civiles le despertó de la habitación del hotel en el que se alojaba, le pidió que recogiera sus pertenencias y que les acompañara a comisaría. Hacía falta un pase que no tenía y le registraron minuciosamente el equipaje. En un bolsillo interior de los pantalones escondía un papelito con las instrucciones para el uso del código del servicio secreto ruso, como agente del NKVD. En un instante, arrojando con fuerza la billetera para desviar la atención de sus vigilantes, hizo una bolita con el papel y se lo tragó.

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El tórrido verano de 1937, después de la batalla de Brunete, se centra por parte de los nacionales la ofensiva sobre Santander. Tras la desaparición de Mola en accidente de aviación y estacionado el frente en Madrid, Franco avanza hasta conquistar por completo en octubre toda la zona norte. En Salamanca, cuartel general del Generalísimo, Philby es un corresponsal ejemplar, que jamás dio un problema a Pablo Merry del Val, encargado de informar y atender a los corresponsales extranjeros, ni a Luis Bolín, que le describió como “un chico muy decente, cuyas informaciones inspiraban confianza por ser siempre objetivas”. Para terminar su camuflaje ideológico, Philby mantuvo una relación amorosa con lady Frances, ardiente monárquica y mediocre actriz a la que hizo creer que compartía sus opiniones.

Cuando se desencadenó la ofensiva final sobre Santander, el corresponsal mandó una información que ilustra la inclinación nacionalista de todos sus trabajos. Aséptica, descriptiva, muy documentada, pero descansando sutilmente sobre la abrumadora superioridad armamentística de los atacantes y su eficacia. La crónica, publicada el 26 de agosto y fechada dos días antes, estaba llamada a despertar el interés internacional ya que describía el avance de tres divisiones italianas. Afirma, por ejemplo, que los “observadores rusos estaban impresionados por la actuación de los tanques italianos Fiat-Ansaldos”. El día 26 anota que el entusiasmo de la población ante la entrada de los nacionales en la ciudad era “inequívocamente verdadero”. The Times publicó encantado estas notas de su enviado especial, que atemperaban la marejada de sonoras protestas del Eje desencadenadas por la crónica de Steer sobre Guernica. Los compañeros de Philby en España recordaron que no paraba de hacer preguntas sobre el número de regimientos, divisiones y soldados. Alguien le vio en contacto con miembros del servicio secreto británico, por lo que es más que probable que se hubiera convertido ya en agente al servicio de su majestad británica. Un funcionario de prensa español, que hacía en el bando nacional lo que Barea en el republicano, se extrañó de que no recurriera a las habituales artimañas para intentar obtener información o pasarla: pensó que era porque se trataba de un caballero, el representante de The Times.

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Philby siguió el avance de Franco hasta que, a finales de año, la caravana de coches con periodistas que había partido de Zaragoza con destino a la batalla de Teruel paró en un pueblo llamado Caude, situada a unos 12 kilómetros de Teruel. Salieron todos a estirar las piernas, pero volvieron pronto al interior del vehículo por el intenso frío. La bomba arrojada por un cañón ruso –precisamente– impactó de lleno en el coche. Bradish Johnson, fotógrafo de Newsweek, se desplomó sin vida con la espalda agujereada y otro norteamericano, Ed Neil, de la Associated Press, logró salir con la pierna rota por dos sitios, pero murió un par de días después por la gangrena. Dick Sheepshanks, de la agencia Reuter, que charlaba en ese momento con Philby, fue alcanzado en la cabeza, perdió el sentido y falleció a las pocas horas. El único que se libró de la muerte y no sufrió más que cortes en la cabeza y la muñeca fue el corresponsal de The Times. La prensa internacional publicó las fotos del coche impactado y de Philby herido.

Curiosamente, un cañón fabricado por los rusos, casi mata a su mejor topo.

Philby fue trasladado a un hospital y no tardó en mandar una crónica narrando los acontecimientos de ese día, que tuvo mucha repercusión en varios países. Pero con una medida e intencionada modestia, evitó relatar los daños que él había sufrido en el bombardeo. La modestia sólo era aparente, porque en realidad Philby temía que si contaba toda la verdad su periódico reaccionara ordenándole regresar inmediatamente a Londres, con lo que acabaría su misión de espionaje y ya no podría asesinar a Franco. Nuevamente, todo le salió bien. Sin haberlo previsto, otros periodistas sí contaron lo que realmente había pasado y se convirtió en un héroe en Inglaterra y en España, hasta el punto de que el general Franco decidió condecorarle personalmente en un acto que le serviría de propaganda de cara al extranjero.

Philby siguió mandando periódicamente información a Moscú, esperando que le dieran la orden de ejecutar el plan que había sido uno de los principales motivos de su llegada a España.

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El 2 de marzo de 1938, Harold Adrian Russell Philby, el periodista inglés que trabajaba como corresponsal durante la Guerra Civil española para el diario inglés The Times, iba a ver por primera vez en persona al general Francisco Franco, que en Burgos le impuso la Cruz de la Orden del Mérito Militar, que había sido gestionada por el general Dávila Arrondo, ministro de Defensa.

La valentía y el arrojo que había mostrado semanas atrás, en la batalla de Teruel, durante un bombardeo del bando republicano en el que terminó levemente herido, le habían valido la Cruz Roja al Mérito Militar, que el jefe del bando nacional le iba a imponer. También habían pesado bastante las crónicas “objetivas e independientes” que su prestigioso diario había publicado sobre distintos acontecimientos de la guerra y en las que se dejaban traslucir las bondades de Franco y sus soldados.

Muchas personalidades civiles y militares iban a estar presentes en el importante acto. Destacados miembros del cuerpo diplomático acreditado, numerosos mandos militares, periodistas nacionales e internacionales. Kim Philby, tan buen observador como conversador, habitualmente despreocupado de su apariencia, pero ese día reconvertido en un perfecto caballero inglés, no paraba de mirar con discreción a la guardia del general. Allí estaba su escolta personal, integrada por requetés navarros. Había leído que en su mayoría eran ex combatientes de los Tercios de Lácor, Montejurra y María de las Nieves, que guardaban las dependencias de Franco y su familia. Todos y cada uno de ellos estaban dispuestos a entregar su vida antes de permitir que alguien rozara un brazo a Franco. En el trayecto, Philby había podido ver a numerosos Guardias Civiles que protegían la zona exterior, sin contar a la Guardia Mora.

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Todos los allí presentes le saludaban como si fuera uno de ellos, aunque sabían perfectamente que era un distante periodista inglés. Lo que ninguno, sin excepción, conocía era que llevaba varios años trabajando para el NKVD, el servicio secreto ruso. Y que su principal encargo en territorio español no era informar a Moscú de los detalles tácticos y estratégicos del conflicto. Su misión principal era… matar a Franco.

Cuando el fascismo empezó a levantar sus muros en Europa, Stalin duplicó su trabajo de limpieza interior para combatir ferozmente a los nuevos enemigos del comunismo, ideología que él deseaba exportar a todo el mundo. En octubre de 1936 dirigió una carta a los comunistas españoles en la que dejaba sobradamente claras sus intenciones futuras: “La liberación de España del yugo de los reaccionarios fascistas no es sólo de la incumbencia de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad progresista”.

Antes de iniciarse la Guerra Civil española, Stalin tomó la decisión personal de acabar con la vida de Franco, quien era uno de los representantes más detestados de su odiado fascismo. Para el cumplimiento de la delicada misión contó con Nikolai Yezhov, jefe de la NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, precursor del conocido KGB, aunque todavía más temido y odiado. Los dos años en que Yezhov mandó la NKVD fueron de una crueldad sin límites. Llevó a cabo las purgas requeridas por Stalin con un sadismo que le valió el apodo de “enano sangriento” –medía poco más de un metro y medio–. Muchos fueron los dirigentes extranjeros que ordenó matar, y en la mayor parte de los casos con éxito. Uno de ellos fue Andrés Nin, asesinado en España en 1937. Nin había fundado el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), más cercano a Trotski que a Stalin, motivo por el cual terminó siendo detenido en plena guerra, luego fue torturado y finalmente asesinado. Otra muesca en la lista de éxitos de Yezhov.

El jefe de la NKVD encargó a uno de sus hombres, Theodor Maly, que había sido destinado a Londres a principios de 1936 como jefe de las operaciones encubiertas, que buscara entre sus agentes ingleses a uno que pudiera infiltrarse en España, que no despertara recelos entre los fascistas, para asesinar al general Franco. El plan estaba en marcha, sólo hacía falta encontrar la mano que tuviera la audacia y el valor para empuñar el arma.

El elegido iba a ser Kim Philby, uno de los mejores espías del siglo XX. Un hombre que desde los veinte años estuvo metido en el espionaje y jamás contó a su famoso padre o a alguna de sus numerosas mujeres la doble vida que llevaba. Precisamente su padre le ayudó en sus inicios, siempre ignorante de los peligrosos manejos de su hijo.

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A los pocos meses de aquel bombardeo, su principal jefe, Theodor Maly, fue llamado a Moscú, donde la fiebre de traidores que padecían Stalin y el jefe del NKVD, Yezhov, hizo que fuera asesinado. Otto también fue retirado de Londres pero no le asesinaron. Algo que sí hicieron poco después con el jefe de ambos, Yezhov. La desaparición de sus contactos rusos pudo ser el motivo, nunca suficientemente explicado, por el que finalmente Philby no intentara ejecutar la orden de asesinato.

Documentos confidenciales desclasificados en noviembre de 2001 por el servicio secreto británico detallan que el general Walter Krivitsky, un desertor soviético, había confirmado la existencia de la operación, aunque sin dar el nombre de Philby. Decía que el encargado de ejecutar el asesinato era un joven inglés, periodista de buena familia, idealista y fanático antinazi. Una descripción que señala indudablemente al jefe del clan de Cambridge, que durante muchísimos años más estuvo espiando al servicio secreto inglés para los rusos.

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Finalizada la contienda española, Philby logró burlar los exhaustivos controles del Servicio Secreto británico y, de vuelta a la isla inglesa, alcanzó la jefatura de la sección antisoviética. No en vano, Londres le llegará a considerar el hombre perfecto y de confianza para mantener relaciones diplomáticas con el Servicio de Inteligencia de Washington. Es nombrado jefe del Departamento Nueve, que se encargaba directamente de la contrainteligencia soviética. De este modo, Philby tiene acceso a los dos servicios de Inteligencia más potentes del mundo, cuyos planes y estrategias eran revelados de inmediato al enemigo a batir: Moscú. Teóricamente, su misión es combatir las operaciones de la Inteligencia rusa en suelo británico, pero en realidad actúa como un apéndice del mismo. Su misión era captar a los disidentes soviéticos para después delatarlos.

Además del papel que el espía británico desempeñó en la Guerra Civil española, sería durante la Segunda Guerra Mundial cuando realmente puso en práctica los conocimientos aprendidos durante la contienda española. Así, se encargará de dar la voz de alarma al NKVD al conocer que los enviados de Hitler y Churchill se habían reunido para negociar en secreto la firma de un armisticio a espaldas de los soviéticos, de manera que nadie en Occidente pudiera levantar la voz contra la posterior invasión del territorio ruso por parte de las tropas alemanas. La Unión Soviética llegará a tiempo para variar el curso de la contienda mundial.

Junto a sus tres amigos –Blunt, MacLean y Burguess–, Philby era la cuarta pata de un círculo históricamente conocido como Los Cuatro de Cambridge. El reclutamiento de ninguno de ellos había sido al azar. La NVKD tan sólo seleccionaba personas aptas para trabajar para el Gobierno británico y que a su vez difícilmente pudieran ser reconocidos como comunistas. MacLean, Burguess y Blunt, abiertamente homosexuales, estaban alejados del perfil ideal del agente soviético. Philby, simplemente era hijo de uno de los más respetados miembros del servicio exterior inglés. Sin duda alguna, la pieza más importante de todo el grupo fue Philby, quien desde su puesto en el MI5, y como controlador de todo lo que entraba y salía de la Inteligencia británica, era capaz de sabotear cualquier investigación que fuera por buen camino. Nadie sospechó de la doble actividad del espía con más éxito hasta que dos de sus compañeros –MacLean y Burguess– desertaron a la Unión Soviética en 1951. Él haría exactamente lo mismo en 1964.

Indro Montanelli, corresponsal que coincidió con Philby en Salamanca y luego en la cobertura de Santander, escribió en “Memorias de un periodista”: “Una mañana llamó a mi puerta un periodista inglés que me pareció que se encontraba ya en estado avanzado de embriaguez”. Philby le dijo que le habían echado de su habitación porque no pagaba y que en España el whisky era muy caro. Se acomodó en la habitación de Montanelli y se dedicó a “saquear” no sólo su información sino también sus pertenencias. Hasta que un día desapareció “aquel borrachín gandul, y lo lamenté porque en el fondo me caía simpático”. Veinticinco años después, cuando se pasó a la URSS, reconoció su foto en los periódicos. Le envió sus saludos y Philby le contestó con una caja de caviar y una nota que decía: “Gracias por todo, incluidos los calcetines”.

En el transcurso de su vida, Philby habrá de hacer frente a los insultos de sus más acérrimos detractores, sobre todo en las filas británicas. Tras su fallecimiento, ocurrido el 11 de mayo de 1988, en las páginas de un conocido periódico británico podía leerse el deseo de un periodista que esperaba que hubiera tenido "una larga agonía". Sus amigos, sin embargo, lamentaron la pérdida de un hombre excepcional. Los funerales se celebraron frente al cuartel general del KGB en Moscú. Miles de ciudadanos le rindieron un sentido homenaje a los acordes de la Marcha fúnebre de Chopin. La Unión Soviética le concedió la Orden de Lenin, mientras que un sello con su rostro circuló durante años por todo el país como homenaje póstumo.

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