Los treces Prelados asesinados por los rojos.


 

 

LAPLANA Y LAGUNA, Cruz. 

 

Obispo de Cuenca. (1875-1936).

 

 

Nació en la Casa Alonso de Plan, pueblecito de Xistáu, el 3 de mayo de 1875. El apellido y la fortuna familiar de la casa Alonso de Plan, conocida estirpe del valle de Xistáu, en los Pirineos aragoneses, le sirvió a Cruz para recibir una esmerada educación. A la edad de once años escogió la carrera eclesiástica. Estuvo en el Seminario de Barbastro. Cursó tres años de Derecho canónico y uno de Teología en la Universidad Pontificia de Zaragoza. Desde 1902 a 1912 ejerció la docencia en el Seminario conciliar de Zaragoza. Fue ecónomo de Caspe y luego párroco de San Gil, en la capital metropolitana. La Santa Sede le nombró obispo de la diócesis de Cuenca, teniendo lugar la consagración episcopal en la basílica del Pilar el 26 de marzo de 1922. Hizo su entrada solemne en Cuenca el 8 de abril de 1922.

En el 18 de julio de 1936, la plaza de Cuenca se mantuvo republicana gracias al teniente coronel Francisco García de Ángela, manteniendo inicialmente el orden público, aunque algunos días después con la llegada de contingentes anarquistas mandados por Cipriano Mera, se produjeron asesinatos, incendios y toda clase de desmanes. En la tarde del 20 hizo explosión una bomba en la puerta del palacio episcopal. A partir del 28 de julio los acontecimientos se precipitan y el obispo es obligado a dejar su residencia en compañía de su mayordomo Manuel Laplana y de su familiar Fernando Español, bajo custodia de milicianos, al Seminario convertido en cárcel. 

El 7 de agosto, a medianoche se presentan un grupo de siniestros pistoleros, haciendo subir a un autobús al obispo y a Fernando Español.  Monseñor Laplana dijo: 

«Si es preciso que yo muera por España, muero a gusto. Ya voy preparado y confesado». 

El autobús después de recorrer los cinco kilómetros que separaban a la ciudad del kilómetro 5 de la carretera de Villar de Olalla, pasado el puente de la Sierra, el cabecilla del piquete Emilio Sánchez Bermejo, les hizo bajar del vehículo. El obispo Laplana levantó la mano para bendecirles, pronunciando las siguientes palabras: 

«Yo os perdono y desde el cielo rogaré por vosotros». 

Una bala le atravesó la palma y se le incrustó en la sien. Murió de sotana y con las insignias episcopales, ya que cuando lo detuvieron se negó en redondo a vestirse de paisano. Simultáneamente caía acribillado su sobrino y secretario, Fernando Español. Fueron sepultados al día siguiente en una fosa común del cementerio de Cuenca. 

En la exhumación, que tuvo lugar el 16 de octubre de 1940, se dio a conocer las brutalidades cometidas con el cadáver del obispo después del fusilamiento: 

«La tapa de los sesos, que le había sido saltada violentamente, estaba colocada junto al hombro derecho; las dos piernas le habían sido rotas a golpes por encima de las rodillas; una parte de sus piernas fueron quemadas y sus ropas habían sido presa del fuego; dentro del ataúd se encontró un anillo pastoral y un paño rojo, con el cual debieron cubrir el cadáver».

 

© Generalísimo Francisco Franco, 2.005.-


PÁGINA PRINCIPAL

ANTERIOR