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Actualizada: 31 de Enero de 2012.    

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  Memoria Histórica


 Franco según la Gran Enciclopedia de España


  Por Eduardo Palomar Baró.

 

(Ferrol, La Coruña, 4-XII-1892 – Madrid, 20-XI-1975). Militar y jefe del Estado (1939-1975). Hermano de Ramón y Nicolás y primo de Francisco Franco Salgado-Araujo. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio de Marina de su ciudad natal, siguiendo la tradición familiar, pero no pudo ingresar en la Escuela Naval a causa de las graves restricciones presupuestarias impuestas en la Armada tras la derrota española en la guerra contra EE.UU. (1898). En 29-VIII-1907, el mismo año en que su padre abandonó el hogar familiar para trasladarse definitivamente a Madrid, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, cuyos cursos terminó en 1910 con el grado de segundo teniente de Infantería y con un expediente académico inferior a la media general. Sin embargo, a partir de ese momento emprendió una carrera excepcional en el Ejército: teniente en 1912, capitán en 1914, comandante en 1916, teniente coronel en 6-VI-1923, coronel en 1925 y general de brigada el 3-II-1926, de manera que con 33 años se convirtió en el general de brigada más joven de Europa. A excepción del primero, todos sus ascensos se debieron a méritos de guerra, reconocidos con motivo de su participación en la campaña de Marruecos. Desde entonces, se erigió en el principal representante de los militares conocidos como “africanistas”, especialmente de la denominada por diversos autores “generación de 1915”, que integrarían los generales Luis Orgaz, Manuel Goded, Emilio Mola, José E. Varela, Antonio Aranda, Juan Vigón, Alfredo Kindelán y Vicente Rojo. Entre 1912 y 1926 su carrera militar se desarrolló en África, con sólo tres destinos en la Península durante ese periodo: diecisiete meses en Ferrol entre VIII-1910 y 11-1912; tres años en Oviedo (Asturias), entre V-1917 y IX-1920, sin que existan pruebas fehacientes de su mencionada actividad represiva contra la huelga de los mineros asturianos en el verano de ese primer año y otros seis meses en esta última ciudad entre I-VI-1923. Herido el 29-VI-1916 en El Biutz, cerca de Ceuta, participó en numerosas acciones bélicas, en cuyo transcurso mostró notables dotes de mando, ocupando con frecuencia posiciones de vanguardia a pesar de los requerimientos de sus superiores, entre ellos el general José Sanjurjo. En 1920 se responsabilizó de la I Bandera del Tercio de Extranjeros o Legión Española, recién fundada por Millán Astray a imitación de la francesa y, en VI-1923, substituyó al teniente coronel Valenzuela como jefe supremo de este cuerpo. En virtud de su rango intervino de manera destacada en la defensa de Xauen y Melilla (1921), en la ofensiva de Dar Drius y las operaciones de Tafersit, Bu Hafora y Tizzi Azza (1922), y en la retirada escalonada de Xauen (1924) frente a las harcas rifeñas de Abd el-Krim. Sin embargo, con el desembarco de Alhucemas (8-IX-1925) se inició una nueva fase de la guerra, caracterizada por las amplias maniobras, el control del territorio y la estabilización de frentes, en la cual prevalecían las dotes estratégicas –de Goded, por ejemplo– sobre las de mando, que habían permitido a Franco ser considerado por la opinión pública nacional como el más prestigioso militar del momento. Recogió sus vivencias bélicas desde 1920 en Diario de una Bandera (1922), exaltación de los valores castrenses y apología de la acción española en Marruecos, contraria a toda posibilidad de repliegue o abandono, así como al desarrollo de un protectorado civil apoyado en tropas estrictamente coloniales, opinión que transmitió personalmente al general Primo de Rivera el 19-VII-1924. En esta ocasión se manifestó, por primera vez, la decidida voluntad de quien consideraba que la guerra de África constituía una inmejorable escuela no sólo para el Ejército, sino también para toda una nación en proceso de decadencia. A esta idea Franco sumaba un ortodoxo sentimiento religioso –en la creencia de que el catolicismo había sido el “crisol de la nacionalidad española”– especialmente tras su boda con Carmen Polo Martínez (22-X-1923), que supuso también la confirmación de su ascenso social.

 

El entendimiento entre Franco y Primo de Rivera, en el poder entre 1923-1929, culminó el 4-I-1928 con su nombramiento como director de la Academia General Militar reabierta poco tiempo antes en Zaragoza. Clausurada esta institución, el 29-VI-1931, por decreto del nuevo Gobierno Provisional formado tras la proclamación de la II República (14-IV-1931), el 14-VII Franco se despidió de los cadetes con un discurso en el que criticaba con dureza la decisión gubernamental. No fue ésta su única muestra pública de disconformidad con la nueva legalidad vigente: no arrió la bandera bicolor monárquica de la Academia de Zaragoza hasta que le obligaron las autoridades, el 20-IV, dos días después de que publicara en el diario monárquico ABC de Madrid una carta con la que respondía al rumor difundido sobre su nombramiento como alto comisario en Marruecos. En ella se afirmaba textualmente: “Ni el Gobierno Provisional ha podido pensar en ello, ni yo había de aceptar ningún puesto renunciable que pudiera por alguien interpretarse como complacencia mía con el régimen recién instaurado o como consecuencia de haber podido tener la menor tibieza o reserva en el cumplimiento de mis deberes o en la lealtad que debía y guardé a quienes hasta ayer encarnaron la representación de la nación en el régimen monárquico”. En situación de disponible y después de que Manuel Azaña, ministro de la Guerra, hubiera bloqueado todos los ascensos por méritos reconocidos con anterioridad, en II-1932 Franco recibió su nombramiento como jefe de la XV Brigada de Infantería y comandante militar de La Coruña, el primer retroceso en su carrera militar. A pesar de ello no apoyó el frustrado pronunciamiento del general Sanjurjo (10-VIII-1932) aunque, según el conspirador monárquico y posterior falangista Juan A. Ansaldo, declinó su colaboración en el último momento al considerar que se cometía un error porque “las masas que han votado por la República no han perdido todavía su entusiasmo y no ha llegado aún el momento de pasar a la acción”. Este hecho, además de su negativa a actuar como defensor en el proceso judicial emprendido contra su antiguo superior en Marruecos, pueden explicar el traslado de Franco a un destino relevante, la Comandancia General de Baleares, en II-1933. A su definitiva implicación en las principales cuestiones y problemas de la política nacional contribuyó decisivamente el triunfo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en las elecciones legislativas de 19-XI-1933. General de División desde III-1934, siete meses después (5-X) y como “asesor técnico” del ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, y del jefe de Estado Mayor, general Masquelet, se encargó de dirigir en Madrid las operaciones militares contra la insurrección obrera iniciada en la cuenca minera asturiana ese mismo día. Una vez cumplida con éxito su misión, al oponerse a las medidas legalistas propuestas por el general López de Ochoa favoreció la cruenta represión posterior. Al prestigio militar se sumó entonces la fama de contrarrevolucionario y Franco se erigió en la personalidad elegida por la derecha política y social para protagonizar una alternativa extralegal en el caso de que ésta resultara necesaria, apelación que ya resultaba explícita en la carta que el fundador de Falange Española (FE), José A. Primo de Rivera, le había enviado el 24-IX. En la prensa nacional e internacional –por ejemplo el periódico francés Le Temps (22-X-1934)– aparecían publicadas con frecuencia noticias acerca de la posibilidad de que dimitiera el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora y, tras suspender las garantías constitucionales, Franco pasara a presidir un directorio militar. Sin embargo, la incorporación al Gobierno de varios ministros pertenecientes a la CEDA, que había motivado los acontecimientos de X-1934, constituía en aquel momento el principal recurso de los sectores del tradicionalismo y catolicismo para intentar reconducir conforme a sus intereses el proceso iniciado en 1931. El 15-II-1935 fue nombrado jefe del Ejército de Marruecos, donde permaneció sólo tres meses porque, el 20-V, el ministro de la Guerra y jefe de la CEDA, José M. Gil-Robles, le designó para desempeñar el cargo más prestigioso de la jerarquía castrense, el de jefe del Estado Mayor Central. En el Ministerio coincidió con los generales Manuel Goded –subsecretario de Guerra– y Joaquín Fanjul, implicados en todas las conspiraciones desarrolladas contra la República desde su proclamación, así como con el general Emilio Mola, quien había renunciado a su republicanismo inicial para erigirse en uno de los más destacados promotores de la alternativa militar. Asimismo se trasladó entonces a Madrid el coronel José E. Varela, dedicado a la organización de las milicias carlistas con la ayuda financiera del banquero José L. Oriol, mientras los grupos fascistas intensificaban su activismo, tanto la Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FE y de las JONS) como las Juventudes de Acción Popular (JAP), dirigidas por Serrano Suñer, cuñado de Franco. La misión de este último tenía como objetivo, según las instrucciones de Gil-Robles, “poner en pie en el menor espacio de tiempo posible un Ejército fuerte que recobre la confianza en su propio poder y los destinos de la patria”. Durante su mandato en el Estado Mayor la generación de los oficiales “africanistas” accedió a la cúpula militar en detrimento de los que debían sus ascensos a Azaña o de quienes se sospechaba su pertenencia a la masonería, entre ellos los generales Masquelet, Miaja, Riquelme, Romerales, Martínez Cabrera, Urbano y López Ochoa y los coroneles Mangada, Villalba y Hernández Sarabia. A él se deben diversas iniciativas destinadas a la reforma y modernización del Ejército, así como la adopción para sus tropas de un casco similar al alemán. Creó un servicio de información para eliminar la subversión y la propaganda de izquierda en los cuarteles e, incluso, ultimó los preparativos de un plan para desembarcar en la Península los efectivos del Ejército de Marruecos, al mando de Mola, en colaboración con el almirante de la Marina de Guerra, Javier de Salas. En I-1936 viajó a Londres (Reino Unido) para asistir, con el agregado militar en París (Francia), comandante Antonio Barroso, y en representación del Ejército español, a los funerales del rey Jorge V y la coronación de Eduardo VIII de Inglaterra, ocasión que aprovechó para entrevistarse en ambas ciudades con miembros notorios de la oposición política al régimen republicano. Sin embargo, mostró una extremada precaución y se opuso a las iniciativas conspiratorias de otros oficiales, que consideraba precipitadas y condenadas por ello al fracaso. El 11-XII-1935 había rechazado la propuesta de Goded, Fanjul y Varela para encabezar un golpe de Estado, aunque ésta contaba con la aquiescencia de Gil-Robles, después de que el presidente Alcalá Zamora vetara la formación de un gabinete cedista y anunciara la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones para el 16-II-1936. Tras la victoria del Frente Popular en los comicios, solicitó al presidente del Consejo, el centrista Portela Valladares, la declaración del estado de guerra, pero aquél consideraba que sólo el Ejército tenía capacidad para tomar tal decisión, de manera que, tras una nueva negativa de Franco al proyecto golpista de Goded y Fanjul, Azaña pudo formar Gobierno el 19-II. A partir de entonces y contrariamente a lo afirmado por historiadores como H. Thomas o S.G. Payne, Franco se implicó totalmente en la conspiración: sus dudas, ambigüedades y reticencias hasta el último momento sólo eran resultado de la prudencia y el pragmatismo, así como de la decidida voluntad de reforzar su autonomía operativa, preservar su poder y sentar las bases que le permitieran finalmente asumir el mando único de la sublevación. A mantener esta actitud contribuía su prestigio no sólo entre los militares y la opinión pública derechista, sino también entre los dirigentes del Frente Popular, como Azaña o Indalecio Prieto, para quienes constituía el principal sospechoso de dirigir una posible acción armada contra la legalidad republicana. A pesar de ello, el Gobierno le encomendó un destino importante, la Comandancia General de Canarias, decisión que Franco interpretó como un destierro obligado. En los días anteriores a su partida mantuvo sendas entrevistas protocolarias con Azaña y Alcalá Zamora y, el 8-III-1936 por la mañana, se reunió con Serrano Suñer y José A. Primo de Rivera y, por la tarde, en la casa del político cedista José Delgado, con los generales Mola, Orgaz, Fanjul, Varela, Kindelán, Saliquet, Villegas, Rodríguez del Barrio, Galarza, Ponte y González Carrasco. En esta segunda y trascendental reunión los asistentes acordaron formalmente la preparación de un movimiento militar, presidido por Sanjurjo, que actuaría en caso necesario y sólo “en nombre de España”, relegando hasta la consecución victoriosa de los objetivos marcados todas las cuestiones referentes a la forma de Gobierno, estructura del nuevo régimen o símbolos nacionales. El 10-III embarcó con rumbo a Canarias, donde mantuvo contacto diario y cifrado con Mola, conocido entre los conspiradores como El Director, cuyas instrucciones recibió también por medio de enlaces, como Serrano Suñer, Bartolomé Barba y Valentín Galarza. Incluso se planteó la posibilidad de que Franco pudiera trasladarse a la Península y asumir la condición de civil para presentarse como candidato en Cuenca (donde, por defectos formales, habían de repetirse las elecciones), iniciativa finalmente fracasada debido al veto de José A. Primo de Rivera, quien optaba desde la cárcel a la misma acta de diputado. Durante ese periodo permaneció reservado y expectante, salvo con ocasión del grave incidente que protagonizó contra el gobernador civil durante la recepción en el puerto de Santa Cruz de Tenerife de la escuadra comandada por Salas. En el reparto de responsabilidades le correspondió el Ejército de África, 47.127 soldados que formaban el más equipado y mejor preparado cuerpo militar existente en territorio español, cuyo mando directo pasaría a Yagüe hasta la llegada de Franco desde Canarias, tal como concertaron Mola, Kindelán y Vigón el 11-VI-1936. Sin embargo, el día 23-VI, Franco tomó una decisión excepcional, que ha sido interpretada de manera muy diferente por los historiadores: envió una carta al jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, Casares Quiroga, para alertarle con calculada ambigüedad sobre el creciente malestar en el Ejército. Si para sus hagiógrafos éste suponía el último acto del general para saldar su cuenta de lealtad con la República, para otros autores constituía un ofrecimiento destinado a recuperar un protagonismo que se le antojaba difícil entre el elevado número de altos oficiales implicados en los preparativos de la insurrección. Asimismo, el texto ha sido calificado como un ultimátum, si bien resulta probable que su única finalidad consistiera –al delatar la existencia de organizaciones políticas de izquierdas y de derechas entre la tropa y los oficiales de baja graduación– en confundir al Gobierno sobre el verdadero alcance de la conspiración. El 6-VII-1936 confirmó a Fanjul su participación en el alzamiento, un día después de que el director del diario ABC, Juan I. Luca de Tena, encargara a su corresponsal en Londres la compra, con el dinero aportado por el banquero Juan March, de un avión –el Dragon Rapide– que habría de trasladar a Franco desde Canarias a Marruecos para tornar el mando del Ejército de África. El 16-VII el general pasó de Tenerife a Las Palmas, el 18 pernoctó en Casablanca (Marruecos) y el 19 a primera hora, en Tetuán, se puso al frente de las guarniciones sublevadas dos días antes.

 

Desde el primer día de la Guerra Civil (1936-1939) Franco tomó la iniciativa, tanto en el enfrentamiento bélico, como en la lucha por el poder iniciada entre los principales responsables militares de la sublevación. La voluntad de estadista resultaba evidente en sus primeras acciones, como la promulgación de un bando para tratar de “restablecer el imperio del orden dentro de la República” y, en especial, la publicación de un manifiesto que terminaba con el lema de los revolucionarios franceses de 1789, aunque significativamente transcrito en orden inverso: “Fraternidad, libertad, igualdad”. El 24-VII la Junta de Defensa Nacional formada en Burgos le otorgó el mando del Ejército de África y del S. (Andalucía), mientras que Mola se responsabilizaba del Ejército del N., pero el traslado de sus efectivos a la Península se demoró con motivo de la rebelión de la marinería contra sus oficiales, que permitió al Gobierno republicano mantener el control sobre la mayor parte de la flota del Mediterráneo. Finalmente pudo emprenderse por medio de los aviones alemanes e italianos llegados a Marruecos los días 29 y 30-VII, gracias a los contactos mantenidos por Franco con el cónsul de Alemania en Tánger y las negociaciones de Luis Bolín y Juan March en Roma (Italia). Una vez en Sevilla (7-VIII), Franco avanzó con sus tropas hacia Madrid por la ruta de Extremadura que, si bien resultaba más larga, permitía la protección y el aprovisionamiento a través de la frontera con Portugal, país gobernado por el régimen dictatorial de Oliveira Salazar. El Ejército del S. cumplió sus objetivos con extrema rapidez, sin hallar casi resistencia de las tropas republicanas –a excepción de Badajoz– y el 3-IX-1936 entró en Talavera de la Reina (Toledo), mientras el Ejército del N. permanecía retenido en Somosierra (Madrid) desde finales de julio. Como estratega Franco se mostró reflexivo y cauteloso, más partidario de la táctica logística y de control territorial característica del Ejército francés que de la denominada “guerra relámpago” alemana. El 20-IX se encontraba en Maqueda (Toledo) donde, en contra de la opinión de Kindelán y Yagüe, decidió aplazar la marcha sobre Madrid para acudir a liberar el Alcázar de Toledo, sitiado desde los primeros días de la contienda. La conquista de esta ciudad una semana después constituyó un éxito propagandístico que contrarrestaba el obtenido por Mola con la toma de San Sebastián (Guipúzcoa), pero permitió al Gobierno republicano completar las labores de fortificación y defensa de la capital española. Tras la muerte de Sanjurjo en accidente de aviación (20-VII), la competencia por el mando único quedó restringida a Mola, a quien Franco superaba no sólo por rango jerárquico (general de división frente a general de brigada), sino también por el prestigio obtenido durante su estancia en Marruecos y Zaragoza, y por la iniciativa operativa y la importancia intrínseca de sus tropas respecto al total de las sublevadas. También por coherencia pública en su adhesión a la Corona, en oposición al anti monarquismo manifestado por El Director en 1931 y todavía en 1936, al dictar la expulsión del infante Juan de Borbón cuando éste pretendía incorporarse a los efectivos de la zona nacionalista. El 13-VIII Franco se entrevistó con Mola y dos días después, en Sevilla, con Queipo de Llano, ocasión que aprovechó para izar ante una multitud la bandera monárquica, sin consultar a la Junta de Burgos, donde todavía ondeaba la republicana. A partir de entonces contó con el importante apoyo de los monárquicos, representados en el Ejército por Kindelán, sin que perdiera, aún a pesar de este gesto, el respaldo de los falangistas, muy influyentes entre la baja e incluso alta oficialidad (Yagüe o Muñoz Grandes), a lo cual contribuía la confianza de los gobiernos de Italia y Alemania en Franco. El 21-IX, se reunió con los generales Cabanellas, Mola, Queipo, Saliquet, Dávila, Orgaz, Kindelán y Gil Yuste en las cercanías de Salamanca para tratar la cuestión de la jefatura única, a la que sólo se opuso Cabanellas, quien también rechazó la candidatura de Franco para desempeñarla de manera provisional. El 27-IX, durante los actos de celebración de la conquista de Toledo, Franco fue presentado por Yagüe a la multitud concentrada ante el cuartel general de Cáceres como “primer magistrado, indiscutido generalísimo y regente de España”. Al día siguiente presentó ante la Junta un decreto –elaborado por su hermano y asesor, Nicolás, y por Kindelán– en virtud del cual a sus funciones de mando supremo unía las de jefe del Estado en tiempo de guerra. El 1-X-1936 Franco fue proclamado “generalísimo de las fuerzas nacionales de tierra, mar y aire” y “jefe del Gobierno del Estado español”, legalizando su decreto previo con la única salvedad que suponía cambiar la Jefatura de Estado por la de Gobierno. Sin embargo, su primera medida consistió en crear una Junta Técnica de Gobierno, en vez de formar un gabinete ministerial con más amplios poderes y, en el discurso pronunciado ese mismo día, afirmó su intención de organizar el Estado “dentro de un amplio concepto totalitario”. Anunció, asimismo, la “implantación de los más severos principios de autoridad” y la subordinación de las regiones a “la más absoluta unidad nacional”, en un sistema por el cual la voluntad pública se expresaría mediante “órganos técnicos y corporaciones”. Nada se especificaba sobre el tipo de Estado, el funcionamiento del Gobierno o el ordenamiento jurídico, pero resultaba ya evidente la plena determinación de asumir el poder absoluto y de ejercerlo con un estilo caudillista, para lo cual contaría con la plena colaboración del falangismo. El fracaso de la ofensiva sobre Madrid (23-XI-1936) y, en segunda instancia, del avance por Guadalajara (20-III-1937), inició una nueva fase caracterizada por la prolongación, magnificación e internacionalización del conflicto, que obligaba a modificar las tácticas iniciales. Respecto al desarrollo bélico, Franco optó por una estrategia gradual, comenzada con el traslado del frente al N. (País Vasco, Asturias y Cantabria), que sólo abandonó para responder a cada una de las ofensivas emprendidas por el Ejército de la República. Respecto al ámbito político, suponía una necesaria afirmación de su poder personal y de los órganos institucionales del nuevo Estado que habría de gobernar en el territorio controlado por los nacionalistas y, luego, en toda España. El 19-IV-1937 promulgó un decreto –redactado por su entonces asesor, Serrano Suñer– por el cual las fuerzas políticas que habían participado en el alzamiento quedaban unificadas en un partido único, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), cuya Junta política y Consejo Nacional constituían un primer ensayo de administración pública. Los estatutos del partido reconocían a Franco la libre facultad para designar a los miembros de ambos órganos, así como de nombrar a su propio sucesor en la Jefatura del Estado, y le declaraban responsable sólo “ante Dios y ante la historia”. El fallecimiento de Mola en un accidente de aviación (3-VI-1937) favoreció este proceso de concentración del poder: el decreto del 30-X declaraba oficial el grito “¡Franco!,¡Franco!,¡Franco!” como ritual de identificación con el nuevo Estado. El 30-I-1938 formó su primer Gobierno, única institución política efectiva del régimen, y promulgó la Ley de Administración Central del Estado, que afirmaba: “La Presidencia [del Gobierno] queda vinculada al Jefe del Estado” (art. 16), a quien se concedía “la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general” (art. 17). El 26-1-1939 se rindió Barcelona y el 27-II Francia y el Reino Unido se sumaron a Italia, Alemania, Japón y la Santa Sede –desde IV-1938– en el reconocimiento diplomático del Gobierno de Franco. El 1-IV-1939 firmó el último parte de guerra y poco tiempo después estableció su residencia oficial en el Palacio de El Pardo (Madrid): a partir de ese momento el relato de su vida se confunde casi totalmente con el del régimen que él fundó y dirigió con poder absoluto durante treinta y seis años.

 

Las ideas políticas de Franco se basaban en un conjunto de elementos simples, reiterados y, en ocasiones, obsesivos, formulados como rechazo a las principales aportaciones ideológicas de la historia contemporánea universal. Anticomunista desde sus primeros años de milicia, en 1928 Primo de Rivera le subscribió al Bulletin de l’Entente Internationale Anticomuniste, organización con sede en Ginebra (Suiza) en la cual se inscribió en la primavera de 1934 y cuyo objetivo consistía en combatir la actividad y propaganda del Komintern. La coyuntura internacional desde 1945, la conocida como “guerra fría”, supuso un refrendo internacional, primero del Reino Unido y luego de EE.UU., a su personal lucha contra el comunismo. Todavía el 18-VII-1964, durante la conmemoración de los “25 Años de Paz”, su discurso se centraba en la exposición de cómo el mundo estaba sometido a una constante propaganda subversiva dirigida desde la URSS, cuyo principal obstáculo era la fe religiosa. Dos años antes, el 27-V-1962, había proclamado ante una concentración de ex combatientes en el Cerro Garabitas (Madrid), que el liberalismo era “una de las puertas principales por donde el comunismo penetra”, por lo que España constituía “el punto clave más importante de la resistencia política occidental”. En consecuencia, esta amenaza le reafirmaba en su clericalismo, contrario a “la relajación de costumbres”, “el contubernio con el mal”, “la indiferencia religiosa” o “la intensa descristianización”, así como en su antiliberalismo. Franco rechazaba el s. XIX por liberal, el XVIII por enciclopedista, el XVII por decadente e, incluso, el XVI por heterodoxo, de manera que su concepción utópica de la historia se remontaba al reinado de los Reyes Católicos (s. XV). La centuria transcurrida entre 1833-1931 había culminado el declive nacional y la derrota de 1898, resultado de la “traición” del poder civil al Ejército, había inaugurado una “España chata y chabacana, de espíritu decadente, incapaz de continuar siendo cabeza de un imperio ni de sostener sobre sus hombros el peso de su gloria”. De los políticos de la Restauración sólo respetaba a Antonio Maura y consideraba a Alfonso XIII un buen rey, pero responsable de dos graves errores: haber aceptado la dimisión de Primo de Rivera (28-I-1930) y el no haber recurrido al Ejército el 14-IV-1931. La II República “compendiaba en sí todas las revoluciones, anarquías y desenfrenos” tanto por su política anticlerical como por haber legalizado la democracia y el “separatismo”. En consecuencia el Ejército, garante de la unidad nacional, había obrado con legitimidad moral, institucional e histórica al intervenir en lo que consideraba urgente “salvación de la Patria”. El nacionalismo castrense de su juventud y el hispanismo reaccionario aprendido en la revista Acción Española (1931-1937), a la que se había subscrito desde el primer número, evolucionaron por influencia del fascismo hacia una concepción totalitaria del Estado, superadora del corporativismo primorriverista, aunque caracterizada por el respeto a las directrices de la Iglesia católica y la recuperación del pasado imperial (propósito pronto relegado al olvido por imperativo de las circunstancias). Esta idea de Estado, que “necesita sacrificar el yo a una unidad” no entraba en contradicción con un humanismo esencialista, tornado del falangismo, que pretendía “elevar al hombre como portador de valores eternos”, porque al individualismo liberal oponía la armonización entre libertad y orden, sólo posible por medio de la unidad, autoridad, disciplina y del “servicio a Dios y a la Patria”. Con posterioridad asumió antiguos privilegios reales, como desfilar bajo palio o el nombramiento de obispos refrendado por el Concordato de 1953, y se rodeó de un aparatoso ceremonial público, como la denominada “guardia mora”, de manera que el 1-V-1956 podía afirmar: “Somos de hecho una monarquía sin realeza”. El sentido mesiánico y redentorista de su misión constituía otra de las claves de su pensamiento: en carta a Juan de Borbón (6-I-1944), enumeraba como bases sobre las cuales se asentaba la legitimidad de su poder el haber “salvado” a España, “propios merecimientos constatados en una vida de intensos servicios”, “prestigio y categoría en todos los órdenes de la sociedad”, “reconocimiento público” y “el haber alcanzado, con el favor divino repetidamente prodigado, la victoria”. El contubernio de la masonería internacional se convertía en elemento aglutinador de todo cuanto representaba la “anti-España”: “Todo obedece a una conspiración masónica-izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social que si a nosotros nos honra a ellos les envilece”, afirmó en su último discurso público (1-X-1975). En palabras de Ricardo de la Cierva “la convicción antimasónica se incorporó a Franco como una segunda naturaleza, simplificó en la masonería todas las causas de la decadencia histórica y la degeneración política de España, la persiguió de forma implacable, se creyó cercado por ella y transformó toda su vida en una cruzada antimasónica”. Esta obsesión, estudiada incluso en ensayos psicoanalíticos como los de Castilla del Pino, resultó manifiesta en la serie de 49 artículos que, con el pseudónimo de Hakim Boor, publicó en el diario Arriba (14-XII-1946-3-V-1951), posteriormente recopilados en la obra Masonería (1952). Ésta constituía su segunda incursión en la literatura después de escribir el guion –bajo el pseudónimo Jaime de Andrade de Raza (1941), película dirigida por Sáenz de Heredia, cuyo argumento suponía un trasunto ennoblecido de la historia familiar de los Franco. En su opinión el pluralismo político era un obstáculo para el crecimiento económico, de manera que su defensa de la autarquía resultaba coherente con su proyecto político global, en mayor medida que el resultado de una coyuntura histórica específica. Conforme al pensamiento del laudes hispaniae, afirmó que “España es un país privilegiado que puede bastarse a sí mismo. Tenemos todo lo que hace falta para vivir y nuestra producción es lo suficientemente abundante para asegurar nuestra propia subsistencia; no tenemos necesidad de importar nada”. La clave para cumplir su objetivo prioritario, la reconstrucción del país y el consiguiente saneamiento de la economía, se encontraba en superar el déficit de la balanza comercial, así como en supeditar las fuerzas y capacidades productivas a las necesidades nacionales. Según relata Navarro Rubio, resultó difícil convencer al general del fracaso efectivo de esta tesis y de la necesidad urgente de aplicar las medidas contenidas en el Plan de Estabilización (1959). De hecho, Franco desarrolló su política desde 1939 en frecuente contradicción con su pensamiento global, pero se mostró como un estadista capaz de aprovechar la cambiante coyuntura internacional y de mantener el equilibrio entre las diferentes facciones dominantes del régimen. Su poder se afianzó al superar cada una de las graves crisis producidas en el transcurso de la II Guerra Mundial (1939-1945), en especial las provocadas por monárquicos y falangistas en 1941 y 1942, por los generales restauracionistas en 1943 y por el fin del conflicto europeo y el aislamiento diplomático, a partir de 1945. Sin embargo, siempre minimizó la importancia de los cambios gubernamentales, sin reconocer en ningún caso su condición de ajustes de una política legitimada por la guerra y de un sistema cuya unidad y virtualidad defendía en todas sus intervenciones públicas. El anticomunismo justificó, asimismo, las decisivas rectificaciones de una política exterior que él supervisaba directamente, aunque con una escasa participación personal desde 1945. Sólo abandonó España en tres ocasiones: la entrevista con Hitler en Hendaya (Francia) el 23-X-1940; la visita a Mussolini en Bordighera (Italia) el 12-II-1941, a cuyo regreso se reunió con Pétain en Montpellier (Francia), y el viaje realizado a Portugal en 22-X-1949 por invitación de Oliveira Salazar. De su inicial reticencia a las propuestas de liberalización económica e institucionalización del régimen durante la década de 1950, pasó a convencerse de la necesidad de las reformas y se convirtió en su más destacado propagandista. La promulgación de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento (19-V-1958) le permitió iniciar una campaña destinada a reafirmar la legitimidad del Estado surgido en 1936: el 30-X presidió la conmemoración de FE y de las JONS, el 18-II-1959 el I Congreso Nacional de la Familia Española y el 1-IV el traslado de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera al Valle de los Caídos (Madrid) desde Alicante. La boda de su única hija, Carmen (n. en 1926), con el médico Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde, en 1950, así como el leve accidente de caza que sufrió el 24-XII-1961, provocaron amplia incertidumbre acerca de la sucesión en la Jefatura del Estado, si bien esta cuestión no quedó definitivamente resuelta hasta 1969 con la designación de Juan Carlos de Borbón como príncipe de España y futuro rey. Con las celebraciones de los denominados oficialmente “25 Años de Paz” (1964), se alcanzó la máxima exaltación del culto a la personalidad, dominante también en los numerosos actos de “adhesión al Caudillo” y en sus viajes multitudinarios por todas las provincias españolas, en los cuales creía recibir el necesario respaldo popular. También apeló públicamente a sus treinta años de “sacrificio por la Patria” para solicitar el voto afirmativo en la campaña previa al referéndum para la aprobación de la Ley Orgánica del Estado, el 14-XII-1966. En 1970 todavía mantuvo una intensa actividad: viajó a Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cáceres, Jerez de la Frontera (Cádiz) y Salamanca y recibió a los presidentes Richard Nixon y Américo Thomas, así como a 9.169 personalidades y 5.023 comisiones, integradas por otras 68.596 personas, en su residencia de El Pardo. Sin embargo, desde 1971 sus presentaciones públicas se limitaron a lo exclusivamente protocolario, retirándose al ejercicio de sus ocupaciones favoritas: la caza, la pesca a bordo del yate Azor, el golf, la pintura y los veraneos en San Sebastián y el pazo de Meirás (La Coruña) que, en 1938, le había regalado el ayuntamiento ferrolano. En los discursos pronunciados con motivo de la apertura de la X legislatura de las Cortes (18-XI-1971) y del XII Consejo Nacional del Movimiento (31-I-1972) afirmó que todo estaba “atado y bien atado”, pero su régimen había iniciado un irreversible proceso de descomposición. Conmocionado por el asesinato, realizado por Euskadi Ta Askatasuna (ETA) de su más antiguo y valioso colaborador, el presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco (20-XII-1973), el 9-VII-1974 Franco fue hospitalizado a causa de una tromboflebitis y del agravamiento de la enfermedad de Parkinson que padecía desde hacía varios años, de manera que el príncipe Juan Carlos hubo de asumir la Jefatura del Estado entre el 19-VII y el 2-IX. El 26-IX-1975 firmó la sentencia de muerte contra cinco miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y de ETA, ejecutados al día siguiente a pesar de las numerosas solicitudes de clemencia recibidas y de una campaña internacional de repulsa sin precedentes, a la que Franco respondió con la última de sus apariciones públicas en la Plaza de Oriente (Madrid) el 1-X. El 12-X, tras presidir los actos del Día de la Hispanidad, se sintió enfermo y durante más de un mes, en el hospital de La Paz (Madrid), adonde fueron trasladados el brazo incorrupto de Santa Teresa y el manto de la Virgen del Pilar, se prolongó su agonía: insuficiencia coronaria, encharcamiento pulmonar, parálisis intestinal, hemorragias gástricas, ascitis, inflamación del hígado, peritonitis y hemorragias masivas, varios infartos, numerosas transfusiones y tres operaciones. Pocos días después de su fallecimiento (20-XI) y ante la presión de la llamada “marcha verde”, organizada por Marruecos, el Estado español abandonó el Sahara Occidental, la última de las posesiones africanas en las que el general Franco había emprendido su larga carrera.

(Documento extraído de aquí)

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