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Actualizada: 31 de Julio de 2012.    

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  Miliciano comunista autor del libro "Soy del Quinto Regimiento"


 Juan Modesto, el único jefe de milicias que llegó a General


  Por Eduardo Palomar Baró.


 



Nació en Puerto de Santa María (Cádiz) el 24 de septiembre de 1906, hijo de Benito Guilloto Vaca, arrumbador y de Milagros León Obregón, costurera.

Realizó el servicio militar en África, como cabo de Regulares, participando en algunas operaciones bélicas. En 1930 ingresó en el Partido Comunista de España. La dirección del Partido lo envió a la URSS en 1933, en viaje de formación política. A su regreso a España se encargó de la administración del periódico “Bandera Roja” y trabajó en la creación de células comunistas dentro del Ejército. Responsable de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC).

Al estallar la guerra, participó en el asalto al Cuartel de la Montaña. Integrado en el 5º Regimiento, combatió en los frentes de Guadarrama, Tajo, Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y Ebro. Ascendido a teniente coronel de milicias y nombrado jefe del V Cuerpo de Ejército, tuvo bajo sus órdenes a Walter, a Líster y a “El Campesino”.

Al frente del Ejército del Ebro, el paso con éxito del río (25 de julio de 1938) le valió el ascenso a coronel. A la larga, la suerte le fue adversa, tanto en el Ebro como en la campaña de Cataluña, replegándose con sus tropas hasta alcanzar la frontera francesa. Fue el único jefe de milicias que llegó a general, mediante ascenso firmado por Negrín en los postreros días de la contienda.

A primeros de marzo de 1939 huyó de España en un avión pilotado por Ignacio Hidalgo de Cisneros, instalándose en la URSS, donde en la Academia Frunze le fue reconocido su empleo de general.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue general del Ejército búlgaro comunista que combatió a los nazis junto con las tropas de la URSS.

Fue derrotado por José Díaz en las luchas de facciones internas para hacerse con el control del Partido Comunista de España en el exilio.

Posteriormente se estableció en Praga (Checoslovaquia), donde permaneció hasta su muerte, ocurrida el 19 de abril de 1969. Autor del libro “Soy del Quinto Regimiento”, obra que ofrece un exhaustivo análisis sobre la Guerra Civil española.

El presidente Azaña, que no tenía muy buen concepto de los jefes militares salidos de las milicias, en su libro “Memorias políticas de guerra”, decía que “el único que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros −Líster, “El Campesino” y Mera− además de no saber, creen no necesitarlo”. 

ARRIBA   



Antesala del 18 de julio

Al ser designado Azaña presidente de la República el 10 de mayo de 1936, pasó el día 12 a la jefatura del Gobierno Casares Quiroga, que siguió manteniendo en sus manos la cartera de Guerra.

En este periodo, antesala del 18 de julio, se mascaba el clima de guerra civil. Los cuartos de banderas eran focos de subversión. La UME dio la directiva a todos sus afiliados de no aceptar los permisos de verano. Las continuas advertencias de los oficiales y jefes leales, en muchos casos postergados y perseguidos por sus “compañeros”, eran desoídas por el Gobierno. Igual suerte corrían las denuncias hechas en las Cortes por los diputados de izquierda sobre los preparativos de la sublevación, más señaladamente las que con pruebas irrefutables hacían José Díaz y Dolores Ibárruri en nombre del Partido Comunista.      

Los pistoleros fascistas proseguían sus crímenes. Orientados por la UME, asesinaron en Madrid el 9 de mayo al capitán Faraudo y el 12 de julio al teniente José Castillo.

El indefensismo en que los militares demócratas se hallaban por parte del Gobierno, excitó su indignación. La lenidad de aquél les hizo reaccionar con particular brío, desarrollándose en un núcleo importante de ellos la tendencia a actuar por su cuenta.

Al día siguiente del asesinato del teniente Castillo, promovimos una reunión a la que asistieron los dirigentes de las células del Partido del Segundo Grupo de Asalto (Ministerio de la Gobernación), del Ministerio de la Guerra, del Ministerio de Marina y del Batallón Presidencial, reunión que se celebró en el domicilio del teniente coronel José Barceló, sito en la calle Vallehermoso. A esta reunión asistió, en vísperas de incorporarse a su destino en África, el capitán de aviación Leret, uno de nuestros camaradas militares más lúcidos, asesinado por los franquistas el 18 de julio en la base de hidros de Atalayón.

En esta reunión de particular tensión, los camaradas Barceló, ayudante de Casares Quiroga y jefe del batallón del Ministerio de la Guerra; Enciso, jefe del Batallón Presidencial; Burillo, del Grupo de Asalto, y la célula del Ministerio de Marina expresaron su indignación por los crímenes de los militares fascistas y la necesidad de extremar la vigilancia para salvar la República en peligro. En aquella reunión se trazó la línea de conducta a seguir con vistas a que no pudieran sorprendemos los acontecimientos en los ministerios y en las unidades.

En este período, en nombre del Partido, yo estaba relacionado con el coronel Rodrigo Gil Ruiz, jefe del Parque de Artillería de Madrid, socialista. En vísperas de la sublevación y ante la eventualidad de que los fascistas intentaran apoderarse de las armas del Parque y se produjera un golpe fascista, fijamos ambos la consigna “Modesto” para la entrega de las armas a las MAOC.

ARRIBA    

La sublevación militar fascista

La sublevación militar fascista la inició el día 17 el Ejército de Marruecos, donde abarcó a las cuatro comandancias, más las regiones militares y la guarnición de las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del día 18 se sublevó la guarnición de Cádiz, a la que habían llegado la 5ª Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de las tropas de África a bordo del transporte Ciudad de Cádiz y del destructor Churruca.

La noticia fue conocida en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a través de los mil hilos por los que las grandes tragedias llegan al pueblo, el cual reaccionó con particular brío.

Sólo el 18 de julio, en Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernación, radiada a las 8:30, el Gobierno decía al país:

“Se ha frustrado un nuevo intento criminal contra la República. El Gobierno no ha podido dirigirse al país hasta tener conocimiento exacto de lo sucedido...

El Gobierno se complace en manifestar que varios grupos de elementos leales resisten frente a la sedición en las plazas del Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad de la República...

En este momento, las fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepción señalada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber y se dirigen contra los sediciosos... El Gobierno de la República domina la situación”.

Ocurría, por cierto, todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era manifiesto en todas las guarniciones del Ejército de Tierra de la Península; en muchas de ellas, la sublevación era un hecho consumado.

Pero las fuerzas políticas obreras del Frente Popular tenían conciencia clara de la situación y la expresaron llamando al pueblo a la defensa de la República.

Cuando el pueblo en la calle, en poderosas manifestaciones, pedía “armas”, el gobierno respondía esta vez en una Nota Oficial, radiada a las 15:15: “...el mejor concurso que se puede prestar es garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder”.

Hacia aquellas horas, los “resortes del poder” habían saltado en todas partes o estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el día 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y proclamando el estado de guerra, dependió en cada sitio de diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no querer ver la trágica realidad en toda su crudeza. Sus llamamientos al apaciguamiento tenían un eco unilateral y conducían a contener la réplica popular y adormecer su vigilancia. Donde ocurrió así, triunfó la sublevación militar.

Es notoria la actitud facciosa de la Flota de Guerra, que había comenzado el transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos auxiliares de la Armada −alma y motor de los barcos− sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la República 46 unidades de las 53 que la componían.

De las fuerzas del Aire, con la excepción de los aeródromos de Logroño y Burgos, dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las guarniciones, todos los demás y las bases de hidros se proclamaron al lado de la República.

Las fuerzas obreras, representadas por los Partidos Comunista y Socialista, que actuaban de acuerdo, reclamaron la formación de un gobierno de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevación. A esta exigencia, el presidente de la República, Manuel Azaña, opuso la formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio, presidente de las Cortes, que rompía el marco del Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposición de armar a las MAOC.

La noche del 19 al 20 de julio transcurrió bajo el signo de la lucha popular contra el gobierno de Martínez Barrio. Este y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien hicieron proposiciones que Mola rechazó. El pueblo, lanzado a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades, enarbolando como consignas de lucha “Abajo Martínez Barrio”, “Abajo los traidores”, y “Armas”, destrozó de un manotazo aquel gobierno de capitulación. La formación del nuevo gobierno fue encomendada al Dr. José Giral.

 

Los días de julio en Madrid

Conocido el ambiente en los cuarteles y en los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la sublevación militar fascista, a partir del 16 de julio las MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y concentradas en los que consideramos puntos clave para responder rápidamente a los facciosos en el terreno y lugar donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se concentraron el día 17. Cada distrito de las MAOC conocía su misión. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas constantemente para que la desplegaran al máximo.

Aquella jornada y las de los días 17, 18, 19 y 20 de julio las pasamos en plena dedicación a la liquidación del movimiento faccioso en Madrid y en las guarniciones de su periferia. Desbordante actividad realizaron las MAOC bajo la dirección inmediata y en ligazón con el Comité Central y el Comité de Madrid del Partido Comunista, bajo cuyas directivas actuábamos.

Nos habíamos instalado en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC de la capital, Agustín Lafuente y Juan Fernández (Juanito), caído el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, caído en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el puente de Titulcia, mandando el 40 batallón de la 18 Brigada Mixta; Julio Zamalea, caído en la defensa de Madrid al mando de un batallón de la 3ª brigada en los combates de la Casa de Campo en el mes de enero; Manuel Díaz del Valle (“el Tendero”), quien después de una actuación heroica en las guerrillas en todos los teatros de Europa durante la Segunda Guerra Mundial hasta la liberación, combate que prosiguió en España hasta 1951, murió en Varsovia con el nombre de Manuel Arana.

Estábamos al corriente de lo que ocurría en la ciudad a través de las MAOC de los distritos, con los que teníamos enlace permanente.

(…) En lo que se refiere a las organizaciones del Partido en las instituciones de Orden Público y en las unidades militares, jugaron el papel que les correspondía. Los comunistas, unidos a sus camaradas socialistas y republicanos, o simplemente a núcleos de militares patriotas que hicieron honor a su juramento de soldados de España, tomaron la iniciativa político-militar en los ministerios de la Guerra, Gobernación, Marina y en las unidades militares donde pudieron hacerla y desde aquellas posiciones, ganadas para la República a los militares facciosos, hicieron abortar la sublevación.

Además, aportaron su modesta contribución a enderezar los asuntos en la Flota de Guerra. En la reunión celebrada en la mañana del 19 con la célula comunista del Ministerio de Marina (compuesta en su totalidad por oficiales de los llamados Cuerpos Auxiliares de la Armada), sobre la base del conocimiento de la actividad facciosa de algunas unidades navales que transportaron los días 18 y 19 tropas marroquíes y legionarias a la provincia de Cádiz donde desembarcaron, así como la enemiga de los comandantes de los barcos, en actitud de franca rebelión a cumplir las órdenes del Ministerio, se acordó que los marineros y jefes leales actuaran resueltamente en todas partes para que la Flota se mantuviera fiel a la República.

El día 19, la situación en Madrid se había ido clarificando. Las bandas fascistas, en lo fundamental, habían sido derro­tadas. Pero quedaba la guarnición, en gran parte sublevada. Lo que ésta representaba, tanto en Madrid y sus suburbios como en las provincias limítrofes, resalta en el cuadro siguiente.

Fuerzas sublevadas en Madrid ciudad Cuartel de la Montaña: Regimiento de Infantería núm. 31; Regimiento de Zapadores; Grupo de Alumbrado de Ingenieros.

Esas unidades fueron reforzadas con una compañía de la Guardia civil y otra compañía de cadetes de Toledo. Cuartel del Pacífico: Regimiento de Infantería núm. 1. Cuartel de la calle Moret: Regimiento de Infantería núm. 2. Centro Electrotécnico: con una escuela al completo de oficiales cursantes de diversas armas.

−En la periferia de Madrid. Campamento: Regimiento de Artillería a Caballo; Batallón de Zapadores; Grupo de Información de Artillería; Escuela Central de Tiro de Artillería; Escuela Central de Tiro de Infantería; Escuela de Equitación. Getafe: Regimiento de Artillería. El Pardo: Regimiento de Transmisiones. Vicálvaro: Regimiento de Artillería Pesada.

−Otras fuerzas más alejadas de Madrid, también sublevadas. Alcalá de Henares: Regimiento de Caballería. Toledo: Academia Militar, el Tercio de la Guardia Civil de la provincia. Escuela Central de Gimnasia. Guadalajara: Regimiento de Aerostación, Maestranza de Ingenieros, Academia de Ingenieros, Colegio de Huérfanos Cadetes, Prisiones Militares. Segovia: Academia de Artillería, Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia. Ávila: Academia de Intendencia, Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia.

Así, pues, las unidades de la 1ª División Orgánica −salvo honrosas excepciones−  y otras fuerzas ya mencionadas se alzaron contra la República. Algunas que no operaron con los fascistas activamente en la sublevación, estaban inutilizadas para ser empleadas contra los sublevados, tanto por el forcejeo interior entre los partidarios de ellos y los leales, como por la falta de decisión de estos últimos.

Desde el Cuartel de la Montaña, donde se encontraba el centro de la sublevación, el general Fanjul y su Estado Mayor dirigían a los sediciosos. Para hacer frente a los facciosos, las autoridades republicanas contaban en Madrid con las siguientes fuerzas leales:

−Primer Grupo de Asalto, en el que buena parte de los mandos eran facciosos.
−Segundo Grupo de Asalto, unidad republicana y patriótica ejemplar.

−Tercer Grupo de Asalto, en el que el 50% de los mandos eran reaccionarios.

En los dos últimos había células de oficiales, más numerosas en el Segundo Grupo. En el Primero había un camarada.

El Primero y Tercer Grupos de Asalto fueron ganados por sus oficiales y guardias leales a la República actuando así los tres en el aplastamiento de la sublevación.

Las tropas de la guarnición fueron cercadas en los cuarteles, asediadas por el pueblo. Las MAOC y las fuerzas leales que no quedaron desorganizadas, como el famoso Segundo Grupo de Asalto, mandado por el comandante Ricardo Burillo, donde por su espíritu todos eran milicias, fueron el catalizador de las energías populares y, con los milicianos, las fuerzas decisivas que aplastaron a los facciosos.

En el Regimiento de Infantería núm. 2 (Cuartel de la calle Moret) las tropas fueron acuarteladas el 17 de julio. Toda la oficialidad estaba comprometida con la sublevación. El día 19 empezaron a poner en práctica sus planes. Estos consistían en formar a la tropa en el patio, fusilar al suboficial Alonso Moreno y al cabo Francisco Abad (ambos comunistas), salir con las tropas a la calle y acudir en ayuda de los sublevados del Cuartel de la Montaña.

La organización comunista y de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista) observaban los preparativos de los mandos, que emplazaron las ametralladoras, el cañón de infantería y los morteros contra la 2ª compañía del Primer Batallón, en la que era conocido que el Partido Comunista tenía una fuerte organización. Francisco Abad, comisionado por sus compañeros, se dirigió al oficial de la pieza conminándole a retirada.

La 2ª compañía tenía enfilado el patio desde las ventanas. Los jefes y oficiales habían perdido ya la partida cuando quisieron reaccionar. Las organizaciones antifascistas se hicieron cargo del regimiento sin necesidad de disparar ni un solo tiro.

El propósito de salir a la calle con el regimiento fue cortado por el camarada Vicente Uribe, miembro del Buró Político del Partido y responsable del trabajo en el Ejército y las fuerzas armadas en todo el país, cuyas instrucciones al camarada Alonso Moreno fueron: “Nada de sublevarse, porque pueden pensar que son los fascistas”.

En la noche del 19, salí acompañado por Agustín Lafuente y otro camarada de las MAOC, cuyo nombre no recuerdo desgraciadamente, a conocer la situación existente en los cuarteles periféricos. Al amanecer participamos en la toma del cuartel de Artillería de Getafe. En esta acción tomaron parte las MAOC de la localidad, armadas por el personal mecánico del aeródromo. Recuerdo con emoción la actitud de los soldados de artillería. Después de la rendición de los oficiales, al venir a depositar las armas en la montonera que se les indicó, casi todos sacaban la munición y, tirando los peines, decían: “Ahí están las balas que me han dado. Yo no he disparado ninguna”. Entramos en el cuartel, reunimos a los soldados en el patio y, desde la baranda del corredor de los dormitorios del primer piso, improvisamos un mitin, en el que les dirigí la palabra en nombre del Partido.

Regresé a la calle Piamonte hacia media mañana, donde informé al Partido sobre la situación en Getafe y volví a salir, esta vez con Juanito Fernández, para recoger a un camarada soldado, escapado del cuartel de la Montaña, que estaba en “terreno de nadie” al pie de la montaña del Príncipe Pío, donde se alzaba aquella fortaleza. Pasamos por el cruce de la calle Ferraz desde la dirección de Gran Vía y recogimos en su abrigo al camarada, con el que nos trasladamos a la calle Piamonte, donde informamos al Partido de la situación.

La jornada del día 20 coronó la victoria popular contra la guarnición. La dinámica de la lucha ofreció, tras Getafe, la caída del Cuartel de la Montaña, a la que siguieron Campamento, el Regimiento núm. 1 y el Regimiento de Artillería de Vicálvaro.

En Campamento se mantuvo leal el grupo de artillería de la DECA, mandado por el comandante Cimarro, que se enfrentó a los sediciosos y cooperó a su derrota.

En el Regimiento número 1, donde la situación era muy tensa e indecisa, porque la mayor parte de sus mandos, con el coronel-jefe a la cabeza, eran partidarios de la sublevación y se aprestaban a secundarla, fue decisiva la intervención de la camarada Dolores Ibárruri, que entrando audazmente en el cuartel con Enrique Líster y otros camaradas, habló a los soldados reunidos y les decidió a que impidieran el levantamiento del Regimiento y defendieran a la República. Los soldados abrieron las puertas del cuartel a un buen grupo de milicianos que vigilaban expectantes en la puerta y formaron con ellos una columna que salió días después para la Sierra al mando del capitán Benito y con Líster de comisario. La camarada Dolores fue también con ellos.

En los asaltos y tomas de los cuarteles fueron conquistadas las armas que hicieron posible la derrota de los sublevados de las guarniciones alejadas de Madrid y la resistencia en la Sierra. Pero las primeras vinieron del Parque de Artillería, el día 18, entregadas por el coronel Rodrigo Gil.

Al finalizar la jornada del 20, en una reunión de la dirección del Partido para examinar la situación militar creada por la sublevación y la disolución del Ejército decretada por el gobierno, se acordó comenzar a reagrupar las milicias.

Mi última gestión como responsable nacional de las MAOC consistió en transmitir personalmente a todos los distritos de las MAOC que recorrí, así como a los comités de radio del Partido las directivas que recibí, en nombre de la dirección del Partido, de los camaradas Pedro Checa y Francisco Antón de concentrar a todos los milicianos en Francos Rodríguez, en el edificio abandonado del viejo convento de los Salesianos, donde ya se habían instalado las MAOC de la barriada obrera de Cuatro Caminos y donde fue organizado el 5° Regimiento. Igualmente se indicó intensificar la recluta de voluntarios en las distintas barriadas y su traslado posterior al cuartel del Quinto. Allí participé en la reunión constitutiva del mismo, a la que asistieron los camaradas José Díaz, Dolores Ibárruri, Pedro Checa, Francisco Antón, Daniel Ortega, Victorio Codovilla y yo, por mi responsabilidad de las MAOC, así como algunos responsables de las milicias de distrito.

En aquella reunión donde nació el Quinto Regimiento, no se nombró a nadie comandante, ni comandante en jefe. El jefe del Quinto era de hecho el Partido, sin personalizar todavía en nadie. Lo que si ocurrió es que aquellos camaradas que habían dirigido las milicias de distrito y tenido responsabilidad en ellas, continuaban haciéndolo, aunque no todos. Y de ahí el que, a pesar de la constitución del Regimiento, subsistieran durante algún tiempo diversas organizaciones milicianas, que en el desarrollo del Quinto fueron incorporándose a éste, ocupando puestos de dirección los camaradas que más se habían distinguido en su organización y en los primeros combates. Algunos de ellos, como el renegado Enrique Castro, fracasaron, mientras que otros consolidaron su mando por su valiosa contribución a la lucha.

 

La Sierra y su importancia

Tras la derrota de la sedición en Madrid y en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoció que sobre la Capital venían varias columnas procedentes del Norte. Para hacer frente a la amenaza que ello representaba, salieron a su encuentro, con la misión de contenerlas en la Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los combates de julio-agosto en la Sierra.

Dichos combates se desarrollaron por el dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo medio de la barrera montañosa del Sistema Central que separa ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones convergentes en Madrid. Las más importantes desde el punto de vista operativo son:

−Madrid-Burgos, por Somosierra y Aranda de Duero.

−Madrid-Segovia, por Villalba y el Puerto de Navacerrada o por el valle del Manzanares, Puerto de Navacerrada.

−Madrid-Valladolid, por el Puerto de Guadarrama o el Alto de León.

La principal es la última, que supera la cordillera por el Puerto de Guadarrama. Por ella pasa la carretera general Madrid-Valladolid (Madrid-La Coruña) y cruza la cordillera el ferrocarril Madrid-Valladolid por Segovia y Medina del Campo, este último uno de los más importantes nudos ferroviarios del país. .

Superar la barrera montañosa por el Puerto de Guadarrama (1.511 m.), que es el paso más estrecho de la cordillera (10 km.) y el más cercano a Madrid (58 km.), saliendo a Villalba, daría a las columnas de Mola el dominio de la Sierra. Ello explica que fuera precisamente en el paso de Guadarrama donde se libraran combates casi ininterrumpidos y tenaces desde el 22 de julio hasta el 15 de agosto de 1936. Por su importancia, la segunda dirección operativa cruza el macizo por el Puerto de Somosierra (1.454 m.). Por éste pasa la carretera de primer orden Madrid-Burgos.

La otra dirección es la que salva la Sierra por el Puerto de Navacerrada (1.860 m.). Su importancia reside en que es el paso más próximo a Segovia y en su situación entre las Guarrenas (2.262 m.) y Siete Picos (2.183 m.), casi en el centro de la Sierra, unido a que en él convergen otros puertos que de hecho son sus tributarios; da solidez a la defensa de los otros pasos, principalmente el del Alto del León, el más próximo, cuya defensa, sin dominar el Puerto de Navacerrada se hace extremadamente difícil.

La ventaja de tener la iniciativa en el desencadenamiento de las acciones militares, por el mero hecho de la sedición, y el propósito de apoderarse de Madrid indujo a los sublevados a enviar vanguardias facciosas para la ocupación de los tres puertos mencionados, con la misión de mantenerlos en sus manos, facilitando así el paso de las columnas del N. y del NO. lanzadas sobre Madrid.

El paso de Somosierra, hacia donde venia la columna de Burgos, lo ocupaba una unidad de falangistas; fuerzas de artillería y de la Guardia Civil de Segovia se instalaron en Navacerrada: núcleos de fascistas lo hacen en Guadarrama, hacia donde avanzaba la columna de Valladolid.

 

Los primeros combates de la Sierra

Como responsable de la organización de las milicias, participé en la organización y gestioné el armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para Somosierra y Villalba, incorporándome a esta última. Al frente de ella íbamos el camarada Félix Bárzana, maestro nacional, miembro del Comité Provincial de Madrid del Partido Comunista, y yo como responsable militar.

A la anochecida llegamos a Villalba, donde encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel Castillo, y del 2° Grupo de Asalto, al mando del teniente coronel Burillo, así como otros jefes y oficiales de Madrid y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada. Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En Navacerrada se combatía. Sobre la base de esa situación, en la reunión que celebramos el coronel Castillo, los tenientes coroneles Moriones, Redondo y Burillo, el capitán Fontán, Enrique Zafra, responsable de las milicias de Villalba y su comarca, Félix Bárzana y yo, se decidió que las milicias del Quinto Regimiento y las fuerzas del Grupo de Asalto formasen una columna y marchasen al encuentro del enemigo en dirección Navacerrada. Las otras fuerzas marcharían hacia Guadarrama, donde las milicias de Villalba ocuparon posiciones cercanas a San Rafael.

Al amanecer del día 22 subimos al Puerto de Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y leñadores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva “el Tuerto”, que se habían batido con el enemigo. Este se encontraba situado en el gran mirador que se alza en la divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, límite de las provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas. Después de algunos disparos, del primer impulso coronamos Dos Castillas. Tornamos un cañón del 7,5 allí emplazado. Y nos lanzamos adelante, bajando hacia Balsaín y La Granja. Lo montañoso del terreno, cubierto además por el gran pinar de Balsaín, subordinaba todo movimiento serio a la carretera. Los obstáculos naturales, reforzados con barreras de pinos, nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte.

El capitán José Fontán, con un pelotón de guardias de Asalto, y yo, con un grupo de comunistas, íbamos en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su artillería, apoderándonos de otros siete cañones del 7,5 emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las Siete Vueltas.

 

El hundimiento del Este. Los últimos días de Teruel        

El último intento de conquistar Teruel lo inició el enemigo el 5 de febrero de 1938 y se prolongó hasta el día 8. En el participaron, además del Cuerpo de Galicia con las divisiones 13, 85 y 84, el Cuerpo Marroquí con las divisiones 108, 11, 4 y 82, y un cuerpo mixto formado por la 1ª División de Caballería y la 5ª División de Infantería. Es decir, tres cuerpos de ejército con un total de ocho divisiones de infantería, una de caballería y tres batallones de tanques. Como medios de refuerzo contaba con toda la aviación hitleriana y fascista y una gran masa de artillería.           

La solidez alcanzada por nuestras líneas en las direcciones oeste y sudoeste llevó al enemigo a buscar nuevos caminos para alcanzar su objetivo. Por eso extendió la zona de operaciones más al norte, contra el saliente republicano de Sierra Palomera en el frente Pancrudo-norte de Teruel.

A excepción de las inmediaciones de la plaza, en su conjunto todo aquel sector estaba semidesguarnecido de fuerzas. Sólo hacia la profundidad existían, en las comunicaciones, algunas unidades con la 27 División y varias brigadas más, encargadas de la contención del enemigo. El ataque se realizó en la orilla izquierda del Alfambra, donde consiguió unas pequeñas cabezas de puente. Sin embargo, en las inmediaciones de la plaza, el Cuerpo de Galicia fue contenido y derrotado una vez más, sin conseguir el objetivo.

(...) Fue entonces cuando el Alto Mando republicano dio por terminada la batalla de Teruel, ordenando el relevo de unidades y la salida de aquella zona de un buen número de ellas. La zona de defensa inmediata de la plaza, hasta entonces mantenida por el V Cuerpo, fue cubierta por la 46 División, cuyas unidades relevaron del 10 al 12 de febrero a las fuerzas de las 35 y 47 Divisiones.       

La marcha de los acontecimientos posteriores puso de manifiesto que el Alto Mando republicano cometió un error al dar por terminada la batalla de Teruel. No era el primero ni sería el último del ministro Indalecio Prieto.   

Asegurado el relevo de las fuerzas, salimos de Teruel el mando, el comisariado y el Estado Mayor del V Cuerpo. Las Divisiones 35 y 47 habían combatido durante cuarenta y un días consecutivos. Al ser relevadas, entregaban una organización defensiva sólida.

Nos instalamos en Valencia, en el palacio de Benicarló. Aún no habíamos sentado el pie en la ciudad del Turia cuando un emisario de Sánchez Rodríguez me alcanzó en casa de Saturnino Barneto diciéndome que fuera urgentemente al Estado Mayor Central.

Me presenté al general Rojo, quien me dijo:

−Ha comenzado otro ataque enemigo sobre Teruel, de mucho empuje; debes salir mañana al mediodía para allí. Otra vez tendrás que hacerte cargo de aquello; ya te lo dirá Sarabia. Y después de un momento de reflexión, agregó: Se han adelantado a lo que preparábamos en Extremadura.

Vuelto a mi Estado Mayor, Sánchez Rodríguez me dijo:

−Ya conozco todo. Me lo ha contado Rojo.  

−Pues vámonos para allá.

Consultamos la carta y decidí mover todo con destino a Puebla de Valverde (...). A las 8 horas del 18 de febrero me acerqué al puesto de Galán. No le veía desde que me visitó en la sala de operaciones del Hospital Obrero de Madrid. Luego fue enviado al norte, como lo fue Nino Nanetti, caído en los combates de Vizcaya. Hablamos un rato y la cosa parecía fea. Por la derecha, en Santa Bárbara y el Muletón, era cuestión de poco tiempo. Salvo...

En el curso de los días 17 y 18 de febrero el enemigo consiguió apoderarse de las alturas dominantes en la margen izquierda del Alfambra. Prosiguiendo sus acciones avanzó en la dirección norte de Teruel, ocupando el Muletón, Santa Bárbara y saliendo al este y sudeste de Teruel.

−No tengo reservas, Modesto −me dijo Galán−. ¿Puedes prestarme algo?
−No tengo más que mi batallón especial −le contesté−. Ahora mismo lo pongo a tus órdenes.

(...) Era la primera vez que ponía el batallón especial del V Cuerpo a las órdenes de otro.

El batallón de Fernando y de Bascuñana, de Huertas, de Manuel del Valle, de Cándido, de Antonio Blanco, de Manuel López, de José Moreno y de centenares de héroes anónimos, restableció de momento la situación en el flanco derecho.

(...) Nuestros contrataques chocaron con los ataques reiterados del enemigo y limitaron sus éxitos. No obstante la superioridad enemiga, las unidades de la 46 y la 69 Brigada mantuvieron sólidamente en sus manos las alturas próximas a la carretera de Sagunto y garantizaron las comunicaciones de Teruel, aunque batidas por la artillería y, en ciertos tramos, por los fuegos de las ametralladoras del enemigo, evitando el cerco de la guarnición de la ciudad y la caía de nuestras posiciones en La Muela por su retaguardia.          

(...) Marché nuevamente a Teruel. El día 22 había ordenado que una brigada de la 11 División avanzara hasta las proximidades de la ciudad, entre la carretera de Sagunto-Teruel y el río Turia, para hacer frente a cualquier eventualidad. Por la noche vimos que del este bajaban a la ciudad algunas fuerzas enemigas. Apreciamos la situación como un peligro inmediato de cerco si flaqueaban las fuerzas del interior de Teruel. Creyendo que el jefe de la 46 se encontraba en la ciudad, y así como el grueso de la unidad, y en la seguridad de que La Muela estaba guarnecida por la brigada de la 46 que mandaba el comandante Aparicio, decidí un ataque de noche sobre la plaza. Para realizar este ataque se organizaron dos columnas: a la derecha, una brigada de la 11 División estaría mandada personalmente por mí; a la izquierda, otra brigada de la 11 sería mandada personalmente por Líster. La hora de comenzar el ataque se fijó a las 0 horas 15 minutos del día 24.

A los 5 segundos, el jefe del Estado Mayor del V Cuerpo me llamó urgentemente al teléfono (Daniel González, jefe del Estado Mayor de la brigada que mandaba Leal, trajo el aviso). Tomé el teléfono y oí a Sánchez Rodríguez que decía:

−No comiences, porque "El Campesino" y la 46 están fuera, en un pueblecito más allá de Castralvo. He hablado personalmente con él y espera tus órdenes.

−¿Has avisado a Líster?

−Sí, ya se lo he dicho.

−Dile a Valentín que venga al Puesto de Mando del Cuerpo.

En vista de lo expuesto, suspendimos el contrataque proyectado. “El Campesino” nos había jugado una nueva mala pasada que, desgraciadamente, no sería la última. Evacuado Teruel sin orden ni necesidad, abandonada La Muela sin combate por el comandante Aparicio −hecho decisivo que originó el cerco de nuestras fuerzas, un cerco que era bien relativo− las líneas volvieron a formarse delante de mi puesto de mando en la Venta del Puente, donde permanecí hasta el día 29.

El 10 de marzo recibí la orden de instalar mi puesto de mando en Sot de Ferrer. El día 11, de situarlo en Alcoriza. Había sido nombrado jefe de las reservas estratégicas del Ejército, con dependencia exclusiva y directa del Estado Mayor Central.

Aquellos movimientos y los siguientes los realicé todos acompañado de mi Estado Mayor y el Cuartel General y los servicios del V Cuerpo. Una sola unidad me acompañaba: el batallón especial, vivero de cuadros de mando para misiones más altas. Lo que acabo de decir tenía una causa concreta: una ofensiva de amplios vuelos que se desencadenó el 9 de marzo al sur del Ebro, en el espacio comprendido entre la orilla derecha de dicho río y el Vivel del Río Martín.

El 14 de marzo me citó un ayudante de Rojo en Morella. Con el general estaba Cordón, que había sido quitado por Prieto de la jefatura del Estado Mayor del Ejército del Este. Estos días acompañaba a Rojo como jefe de Operaciones de su E.M.                        

Rojo me informó de las dimensiones de la catástrofe con una frase: “El Ejército del Este ha naufragado al sur del Ebro”. Me anunció la llegada de las divisiones 11 y 15 y me dio instrucciones que terminó con las siguientes palabras: −La 45 vendrá a tu disposición. Ahora tienes la 11 y todas las fuerzas que se encuentran en ese frente al sur del río, más la que integran la Agrupación Reyes. Ni él ni yo encontramos nunca a esa agrupación fantasma.

Lo sucedido entre el 9 y el 15 de marzo en el sur del Ebro era bien triste e indignante. El XII Cuerpo, comenzando por su jefe, desapareció del teatro de la lucha. Sólo núcleos de combatientes intentaron hacer frente y se batieron con el enemigo sin directivas del mando superior, por su propia iniciativa. En aquellas condiciones, el resultado de la lucha tenía que ser favorable al enemigo, máxime teniendo en cuenta su gran superioridad de fuerzas y material de guerra. En cuanto al XVIII Cuerpo, su jefe, el teniente coronel Heredia, siguió la misma conducta; no sin antes (cuando ya el enemigo avanzaba en todo el frente de ataque) desorganizar y dispersar la 35 división.

(...) El XII Cuerpo, pues, entregó al enemigo el territorio al sur del Ebro, desde su margen derecha hasta las proximidades de Montalbán. Cuando una masa de fuerzas como las que participaban en ese ataque (13 divisiones) recibe tal obsequio, se crea una situación crítica como la que estaba planteada. Para hacerla frente habíamos ido allí. Pero todo tiene un porqué.

Ese interrogante me lo hice al instalarme el 11 de abril en Alcoriza. Al principio no encontraba respuesta. Bien dice el refrán que la pasión quita el conocimiento. En este caso pasión era igual a indignación. De ahí que, al reflexionar, se me viniera a la mente todo lo que había visto al sur del Ebro en los meses de agosto-septiembre, que brevemente recojo en un solo aspecto antes, en el subcapítuloUn raid instructivo: la obra de los ensayistas libertarios. (...) En contraposición a la indigna conducta de los jefes del XII Cuerpo, el combate y el comportamiento de la 35 División, por la que pasaban en rotación todas las internacionales y que me acompañó en toda la guerra, desde Brunete hasta el Ebro, me llenaba de orgullo en este aciago mes de marzo. Y me sigue llenando hoy.

 

Un cuadro desolador

El 18 de marzo de 1938, en el frente encomendado al V Cuerpo, comenzó una nueva fase de la maniobra enemiga. Participó en ella, en dirección a Caspe, el Cuerpo Marroquí en primer escalón; en segundo escalón otro Cuerpo, con las divisiones 1, 55 y 1ª de Caballería que entró en combate después del paso del Marroquí al norte del río; el Cuerpo Italiano con las divisiones Littorio, 23 de Marzo, Flechas Negras y Flechas Azules atacó el nudo de Valdealgorfa, en el sector defendido por la 11 División.

(...) En el frente del V Cuerpo los ataques -que duraban ya más de una semana- de las divisiones enemigas fueron contenidos en todas partes: por la 45 División, en dirección Caspe-Maella; por la 11 y la 3, en dirección Calaceite. En esta dirección estaban instalados en una masía el puesto de mando y el Estado Mayor del V Cuerpo.

Al norte del Ebro las cosas sucedían de manera diferente. El enemigo comenzó sus acciones el día 22 en las tres direcciones antedichas. Horas después (con excepción de la 43 División, que permaneció en su zona de defensa −comarca de Bielsa−, manteniendo en sus manos los altos valles del Cinca y del Cinqueta, y de algunas otras unidades sueltas de mucha menor entidad) desde la frontera pirenaica se repitió por los mandos fundamentales del X y XX Cuerpos de Ejército y del Ejército del Este lo ocurrido con el XII al sur del río y con las mismas características.

El derrumbe del Ejército del Este abrió aquel inmenso frente al enemigo. Éste tenía los caminos hasta el Segre y más allá.

Y no había reservas.

Hacía finales de marzo prosiguió sus acciones en las tres direcciones del ataque, sin tener ante sí nadie que le disputara el terreno.

Sólo en los primeros días de abril, la llegada de reservas del Centro y de Andalucía permitió hacer frente a la situación, siendo detenido el enemigo en todo el frente de la línea del Segre y del Noguera Pallaresa, en cuya orilla izquierda creó unas cabezas de puente en Tremp, Balaguer y Serós.

 

Además del sur, el norte

A partir del día 22, a medida que el avance enemigo se desarrollaba al norte del Ebro, se extendía más mi flanco derecho en esa dirección. Todas las noches recibía una orden del EMC [Estado Mayor Central] en la que me anunciaban nuevas decenas de kilómetros de ampliación del frente. Algo parecido ocurrió, aunque en menos proporción, con nuestro flanco izquierdo después del día 25.

(...) Hasta finales de marzo mantuvimos las posiciones en la línea del Guadalupe. Pero en el curso de aquellos días, las unidades del V y del XXII Cuerpos agotaron sus reservas, que no fueron repuestas porque las unidades que en principio estaban destinadas a reforzarnos fueron enviadas al sector norte, a causa de la marcha de los acontecimientos allí. Además fueron privadas de parte de la artillería y del apoyo de la aviación republicana que, a partir del día 22, actuó con toda su masa en las direcciones de Lérida y Balaguer. Los factores señalados debilitaron las posibilidades de resistencia al sur del Ebro y crearon las condiciones para que el ataque enemigo alcanzara su principal objetivo estratégico: salir a la costa y cortar en dos la zona republicana.

El 30 de marzo avanzó en el frente del V Cuerpo hasta el Matarraña, en dirección Maella, y hasta la ermita de San José, al pie del macizo de La Ginebresa. En el frente del XXII Cuerpo penetró en la sierra de San Marcos y avanzó sobre Morella.

(...) Durante los días 31 de marzo y 1, 2 y 3 de abril, las unidades de los Cuerpos V y XXII, sin perder el contacto con el enemigo y frenando su avance, se batieron continuamente sin poder impedir que el enemigo entrara el día 3 en Gandesa y Morella. Las fuerzas del general Walter pasaron el río por Mora y García, y desde la orilla izquierda, cumplieron la misión de impedir a los fascistas la creación de una cabeza de puente en el sector de Mora. Como medios de apoyo, pues la artillería que teníamos era mínima, les di la batería antiaérea. Su misión ahora era defender el puente sobre el río en Mora del Ebro, dejando a su criterio la voladura del mismo. E igual con el el puente de ferrocarril de García.

 

El corte

(...) El Alto Mando republicano aceptó de antemano el corte de la zona leal y fijó a los Cuerpos V y XXII la misión de ganar tiempo para asegurar el paso de las unidades a la zona catalana, ordenando al V que se replegara al norte del Ebro y al XXII que lo hiciera en dirección sur.

En el sector del V Cuerpo, dirección Tortosa-Vinaroz, el Cuerpo intervencionista del fascismo italiano atacó con la misión de salir al mar en la zona Vinaroz-Amposta-San Carlos de la Rápita. Desde el oeste al flanco derecho del Cuerpo extranjero, la 15 División atacó a través del macizo de Beceite en dirección Alfara-Tortosa.

En el sector del XXII, el Cuerpo de Galicia atacó con la misión de ocupar el cruce de comunicaciones que tiene como centro San Mateo, dejando atrás el amplio macizo del Maestrazgo.

Con tres tanques como toda fuerza, situados en la comunicación principal por donde venía el Cuerpo Italiano, amaneció el 3 de abril (...). En la noche del día 4 instalé el puesto de mando en una huerta de Cherta. El EMC me ordenó resistir a toda costa para permitir el paso por Tortosa de las unidades que debían proveer el norte del Ebro y hacer frente a la situación creada por el desastre del Ejército del Este.

(...) Los ataques continuos y reiterados del Cuerpo Italiano, con la masa de artillería y de aviación que le apoyaban, no prosperaron. A veinticinco kilómetros de Tortosa tuvieron que echar el freno. “Por aquí no hay salida al mar”, le dijeron las brigadas 72, 68 y 124, que cubrían la línea Cherta-Pauls-Alfara.

La graciosa concesión a los italianos de ser ellos los primeros en llegar al Mar Latino tuvo que ser corregida. Recibieron aquella misión las siete divisiones enemigas que atacaron al XXII Cuerpo y ocuparon San Mateo y Cervera. El 15 de abril salieron por aquel lado a la costa, en Vinaroz.

También desde el día 13 atacaron en nuestro flanco izquierdo por el macizo de Beceite. Unos pelotones del batallón especial del V cerraron el paso al enemigo en aquel terreno endemoniado.

A partir del día 15 atacaron asimismo desde el sur en dirección Tortosa.

(...) Ese mismo día había venido el general Rojo a mi puesto de mando. Hablamos a solas de las perspectivas y me anunció que iban a confiarme la organización y el mando de la Agrupación Autónoma del Ebro, compuesta por dos Cuerpos de Ejército: el V y el XV. Le propuse para el mando del V al jefe de la 11 División, Enrique Líster; y para el del XV, al jefe de la 3ª División, Manuel Tagüeña, propuestas a las que dio su acuerdo.

 

El Ebro. Todos los que tenían que pasar

En las primeras luces del día 25 pude comunicar al ministro de Defensa y al Estado Mayor Central, confirmando el triunfo de la maniobra: “Han pasado todos los que tenían que pasar. Los que fueron detenidos, lo han hecho por la zona inmediata. Se ha ocupado, combatiendo, Miravet y El Castillo. Las vanguardias están en sus primeros objetivos. Las pasarelas, todas tentidas. Los puentes de vanguardia, tendidos dos y tendiéndose otros dos. Ha comenzado el paso del grueso de las fuerzas. Se ha reiterado la orden de que no se detengan ante las resistencias de la orilla y que sigan a sus objetivos lejanos. El enemigo ofrece una resistencia extraordinaria en la demostración del flanco izquierdo. En la derecha está cortada la carretera de Mequinenza a Fayóin y se ha tomado artillería. No hay bajas acusadas”.

Al finalizar la jornada del 25, las fuerzas del Ejército del Ebro habían derrotado a la 50 División enemiga, parte de la 150 y una Brigada de la 13 División, conquistando el territorio al este del km. 161 del ferrocarril Tarragona-Caspe, la divisoria de la Sierra de la Fatarella, Corbera, Sierra de Pandols y vertientes norte del Canaletas, cubriendo todos los objetivos de la primera fase y parte de los de la segunda. Las guarniciones enemigas de Mora del Ebro, García y Benifallet tenían cortados todos los caminos de repliegue y aquella zona caía por envolvimiento. La aviación enemiga empezó a desplegar una gran actividad contra los medios de paso. Se acusaban ya los primeros síntomas de la irregularidad en el Ebro. En Gandesa, varias unidades enemigas ofrecían una gran resistencia. La demostración del flanco derecho había tenido un éxito completo. La del flanco izquierdo había cesado. Se habían hecho más de 2.000 prisioneros y capturado varias piezas de artillería y otros trofeos.

A mi puesto de mando habían venido muy de mañana el general Rojo; el coronel Cordón, subsecretario del Ejército de Tierra; el coronel Patricio Azcárate, jefe de ingenieros del Ejército Republicano; Gallo (Luigi Longo), comisario inspector de las Brigadas Internacionales, y Pietro Nenni. Gallo y Nenni se fueron a visitar a las unidades empeñadas en el combate, después de conversar un rato conmigo. Los demás marcharon a sus funciones respectivas. Más tarde volvieron Rojo y Azcárate. Se había producido ya la primera crecida y sus resultados eran dañinos. Oí, no recuerdo a quién, la palabra catástrofe, que le obligué a retirar. Con Botella Asensi, jefe de ingenieros del Ejército, y Sánchez Rodríguez, mi jefe de Estado Mayor, llegamos a conclusiones prácticas: retirar cabestrantes de las minas y otros medios para la fabricación de compuertas. En aquellos momentos, los medios discontinuos eran los mejores. La maniobra del Ebro sorprendió al enemigo estratégica y tácticamente. Lo primero, sin duda, por la confianza que tenía en el obstáculo que representaba la barrera del río y por el conocimiento de nuestra pobreza técnica. Lo segundo quedó demostrado en el desconcierto de que dio pruebas el mando enemigo, desde los jefes de las unidades sorprendidas hasta el Cuartel General de Franco. La reacción de éste fue paralizar totalmente su ofensiva de Levante. Le habíamos quitado la iniciativa de las manos.

Pero aún no medía toda la magnitud de la acción emprendida por nosotros. No conocía el alto nivel político y moral de los combatientes que habían pasado al ataque. Por eso creyó que alcanzaría el objetivo de aniquilar a nuestras fuerzas en la orilla derecha y restablecería la situación anterior con el envío de las primeras seis/ocho divisiones, apoyadas, eso sí, por toda la aviación.

(...) Hasta el día 2 de agosto no vino la aviación republicana a la zona catalana. Sólo siete aparatos Delfines se pusieron a nuestro servicio y actuaron con su heroísmo característico en las misiones que les eran propias.

Los enemigos entonces de la aviación nazi-fascista eran: en el frente, los equipos antiaviacionistas (en el periodo de preparación de la operación del Ebro se adiestraron en todos los batallones tiradores especiales para esa misión, y hay que decir que la cumplieron bien) y, en los pasos del río, la DECA, que mandaba el comandante Paz, con el fuego de sus baterías, y las tropas de ingenieros con el aseguramiento de las comunicaciones entre las dos orillas.

La iniciativa y el ingenio, unidos al rigor técnico, que iba desde la maniobra de montar y desmontar puentes hasta encontrar formas diversas para prevenir los daños que los brulotes lanzados en las avenidas de agua provocadas por el enemigo podían originar, son dignos de estudio y también una escuela de heroísmo.

 

Resistencia

El periodo de crisis político-militar por el que atravesamos en los meses de marzo, abril y mayo empezó a superarse con la salida de Prieto de Ministerio de Defensa. Pero su política había originado reveses como el desastre del Este y el corte en dos de la zona republicana, que influirían negativamente en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.

Al formarse el nuevo Gobierno, el presidente Negrín tomó en sus manos la cartera de Defensa (...) El nuevo Gobierno tomó decisiones importantes, promulgando entre otros los decretos de centralización de la industria de guerra y de militarización de los puertos. Nos llegó también material de guerra de la URSS, que permitió armar −aunque insuficientemente− a nuestras fuerzas (...) Pudo llegar mucho más, pero la No intervención cerró la frontera el 13 de junio, esta vez definitivamente, y reforzó el bloqueo en el mar. La política de Londres y París aceleró su rumbo hacia Múnich.

(...) En el orden militar, la ofensiva del Ebro estaba destinada a poner fin a los reveses que veníamos sufriendo en los frentes de batalla, recuperar la iniciativa y destruir los planes enemigos de invasión y conquista de Valencia y su región (...) Éste era el objetivo estratégico de la operación. Un objetivo que fue, sin duda, alcanzado plenamente por los combatientes del Ebro.

La ofensiva perseguía, en particular, crear una cabeza de puente al otro lado del río, atraer y sujetar ante ella durante el mayor plazo de tiempo posible -por lo menos un mes- a la masa de maniobra de las armadas del enemigo: nacionales, alemanes e italianos. Éste era el objetivo operativo, que también fue logrado. Y bien cumplidamente, porque volvimos a pasar el río el 16 de noviembre, esto es, ciento trece días (cerca de cuatro meses) después de haberlo cruzado.

(...) Hay quienes afirman que la operación no debió realizarse; otros dicen que precipitó el desenlace de la guerra; otros, en fin, niegan que pudiera ejercer influencia en el desarrollo de la batalla general entablada. Todas esas opiniones tienen un rasgo común a pesar de su diferencia de matiz: la sensación de la impotencia y de la derrota. Digamos de pasada que esas opiniones son el leit motiv de la propaganda enemiga que persiste hasta hoy.

(...) Es cierto que, después del corte del territorio republicano en dos, la situación era más desfavorable que antes para nosotros; pero de ahí a la pérdida de la guerra había una gran diferencia. Incluso teniendo en cuenta la superioridad del enemigo en ese período, superioridad que se cifraba en unos doscientos mil hombres en fuerzas organizadas y en una proporción de seis/siete a uno, como promedio, en material de artillería, aviación y tanques, la situación no era como para perder la perspectiva de la resistencia, cuyo mantenimiento era la condición para evitar la victoria de Franco.

A partir de la segunda quincena de mayo de 1938, la estrategia republicana (confirmada en el Ebro) tenía que orientarse, por imperativo de las circunstancias, a no permitir al Alto Mando fascista la concentración de su masa operativa en una u otra de nuestras zonas. Por eso fue correcto el planteamiento de la operación cuando el enemigo marchaba sobre Sagunto-Valencia y todo el Levante. Con lo fueron también las directivas del Gobierno a los mandos más caracterizados de la zona centro-sur para activar ésta en el curso de la batalla, cuando la masa de maniobra enemiga estaba combatiendo en el Ebro.

La pasividad en una zona republicana era la entrega de la otra al enemigo y contribuía a facilitar su victoria militar.

(...) En lo que concierne a los que sostienen que la operación del Ebro acortó los plazos de la guerra, la realidad fue todo lo contrario. Los casi cuatro meses de combate de la ofensiva, primero, y de la resistencia en la margen derecha del río después, salvaron Valencia y su región del peligro inminente que la amenazaba, fueron una contribución viva a la defensa de la República y contribuyeron a prolongar la resistencia del pueblo español.

 

Barcelona no se defendió

El día 20 de enero de 1939 mi puesto de mando se instaló en Martorell y el Cuartel General en Granollers. Seguía de cerca las direcciones de repliegue de los Cuerpos V y XV, que en esta etapa absorbieron el resto de las fuerzas, hasta el Llobregat, a partir del cual habían de proseguir su repliegue.

El V lo efectuó por Martorell −Sabadel-Granollers− las comunicaciones al Sur de la Sierra del Montseny a la general de Gerona; el XV por Molins de Rey− Vallvidrera− al Norte del río Besós −carretera de la costa.

En la noche del 24 nos instalamos en Vallvidrera. Me acerqué a Barcelona, con Delage, el día 25. Fui a la “Casa Roja”, donde estuvo siempre el Estado Mayor Central. Este había evacuado hacia el Norte, igual que los ministerios y la Generalitat.

En la “Casa Roja” estaba el general Sarabia, con quien hablé un rato. Seguía esperando al coronel Brandari, jefe de la Isla de Menorca hasta que fue designado jefe de la defensa de Barcelona. Me ofrecí a Sarabia, que era mi jefe natural, por si tenía algo que mandarme. Me dijo que no, que cumpliera las órdenes de Rojo.

De allí fuimos al Comité Central del Partido, donde hablamos con los camaradas Vicente Uribe, Santiago Carrillo, Luis C. Giorla, Manuel Delicado y Antonio Mije. La única dirección, de las fuerzas políticas del Frente Popular que en aquellos días mantenían la serenidad en el caos de la ciudad, que se esforzaba por evitar el indefensismo de Barcelona, era la del Partido Comunista de España.

Recorrí nuevamente las instalaciones oficiales, que estaban terminando de evacuar archivos y documentos.

Volvimos a la “Casa Roja”. Esta vez estaba sin inquilino. El cuadro que encontramos era desolador: ni una persona; las puertas y ventanas estaban abiertas; los teléfonos sonaban ininterrumpidamente.

Durante los días 26 y 27 de enero, el enemigo avanzó en todo el frente de su movimiento hasta la Seo de Urgell, Berga, proximidades de Vich y Barcelona. Esta última fue ocupada sin defensa, por cuerpos italianos, Navarra y Marroquí el 26 de enero de 1939.

En este segundo período, las fuerzas del Ejército del Ebro habían realizado proezas como la de Celestino García o la del jefe de la 101 brigada, Alabau, y el comisario Hipólito del Olmo, quienes rodeados por un enjambre de enemigos cuyos jefes gritaban:

“Cazarlos vivos”, les respondieron: “No lo veréis”, disparando sobre ellos hasta el penúltimo cartucho y guardando el último para pegarse un tiro en vez de entregarse.

Pero el intenso esfuerzo defensivo que hicieron no tuvo éxito, no podía tenerlo, por las condiciones de inferioridad en que estaban. Incluso la artillería había consumido los nueve módulos de proyectiles con los que el 23 de diciembre empezamos la defensa de la zona catalana.

 

Hacia Madrid, pasando por Perpiñán

En el último periodo de la lucha en Cataluña, las dificultades de la defensa se acrecentaron. Las unidades del Ejército del Ebro no perdían el contacto con el enemigo, pero sus efectivos eran muy escasos. La artillería dejó de actuar por falta de proyectiles, como anteriormente lo había hecho la DECA. La aviación pasó toda a Francia. Sólo los tanques y los blindados cooperaban estrechamente y con abnegación característica a la defensa.

(...) Este periodo fue el más difícil, el más agotador, el de mayor heroísmo. Porque nuestros efectivos disminuían paulatina e inexorablemente. No se trataba de las bajas en el combate solamente, no; se trataba de otro tipo de perdidas que empezaron a producirse en el periodo anterior, al quedar en la retaguardia del enemigo, rebasados por el avance de éste, núcleos de combatientes (...) Eran batallones, brigadas, divisiones, aunque nominales, las que quedaban en retaguardia del enemigo. Y esas mismas unidades, conducidas por sus mandos, rompían el intento de copo del enemigo, abriéndose paso a fuerza viva hacia nuestra retaguardia, cuando el corte inmediato lo permitía, como le sucedió a la 59 Brigada de la 42 División (...) o bien adelantaban por caminos paralelos a las unidades enemigas, frenando su avance con secciones a sus flancos (...).

(...) El 6 de febrero ordené el repliegue de nuestras fuerzas a la línea del río Fluviá. En esos días, Negrín y Rojo eran asiduos visitantes nuestros. Hasta comían y cenaban con nosotros. Los esfuerzos del Gobierno estaban orientados al envío del material de aviación y de otras clases desde Francia a la zona Centro. Negrín y Rojo nos hablaban de ello, así como de los cuadros de mando y del resto del Ejército de Cataluña.

La actividad diplomática del Gobierno cera de las autoridades del país vecino, para obtener la admisión de los restos del Ejército de Cataluña, fueron arduas y difíciles. Pero al fin se logró. Más difícil fue obtener autorización para la salida de la población civil.

El día 8, hacia las 16 horas, fui convocado a una reunión en La Agullana. Asistían a ella unos treinta jefes y comisarios de los eslabones superiores (...) Presidía la reunión el jefe del Gobierno y ministro de Defensa, Juan Negrín.

(...) Recibí la orden de efectuar el repliegue de mis fuerzas, ya comenzado, en el plazo menor posible. Así se hizo, y las fuerzas subordinadas al Ejército del Ebro salieron de España en las jornadas del 8 y 9 de febrero. La 35 División del XV Cuerpo fue la última unidad que cubrió la retirada de las demás en la dirección principal de repliegue. Sus últimos eslabones y los grupos que habían cumplido misiones especiales para obstaculizar el avance del enemigo salieron el 9 de febrero, entre las diez y las diez y media de la mañana.

Hacia las cuatro de la tarde del 9 de febrero de 1939, llegamos al Consulado español de Perpiñan. Un deseo único nos animaba a todos: marchar a la otra zona para proseguir la lucha. El desenlace de la batalla de Cataluña no era aún la pérdida de la guerra.

 

Compás de espera

En el Consulado de España en Perpiñan esperábamos la salida para la otra zona. Ésa era la idea que presidía nuestro ánimo desde que salimos de Cataluña. El cónsul nos rogó vestirnos de paisano a fin de pasar desapercibidos. Un pantalón de Sánchez Rodríguez y unos zapatos de Hidalgo de Cisneros, que me regalaron, me solucionaron el problema.

−¿Cuándo salimos para la otra zona? −fue la pregunta con la que recibí al general Rojo en la primera visita que me hizo en el consulado.

−Hay dificultades. Se espera que sean pasajeras.

−Pero, ¿cuando autorizaron la entrada del Ejército en Francia, ¿no habían prometido facilidades en el sentido de libertad de movimiento, para marchar a la otra zona?

−Sí, eso dijeron. Pero la gentuza de Múnich actúa así.

−¿Y con nuestra gente qué va a pasar?

−Eso está ya bien claro. No dejarán salir a nadie: ni hombres ni armas ni alimentos ni los bienes del Estado.

Poco después, creo que el día 12 de febrero, nos llegó la noticia de que el Gobierno había salido para España. Al día siguiente, el subsecretario del Ejército de Tierra, coronel Antonio Cordón, que nos visitó en el Consulado, nos informó de que Negrín había ordenado nuestra salida.

Hacia el mediodía aterrizó el avión en España. Ese mismo día llegamos a Madrid. En la ciudad héroe, por los sacrificios conscientemente aceptados por su pueblo, me instalé con un grupo de camaradas en Lista 20. Otros, en Lista 23. Todos los que formábamos parte de esta expedición estábamos a las órdenes del ministro de Defensa.

Conocíamos la zona leal y sus posibilidades de resistencia. En febrero de 1939 disponíamos los republicanos de las siguientes fuerzas y medios fundamentales de combate:

−El Ejército de Tierra, con efectivos superiores a setecientos mil hombres. De estos, unos quinientos noventa mil encuadrados en unidades de los cuatro Ejércitos: Centro, Levante, Extremadura y Andalucía. Los demás formaban en las distintas tropas, armas y servicios.

−Una flota compuesta por los cruceros Libertad, Cervantes y Méndez Núñez; la flotilla de destructores con trece unidades; cuatro submarinos; dos cañoneros, tres torpederos y otros barcos auxiliares. En este periodo resaltaba especialmente el papel de la Flota, ya que, privados de las fronteras terrestres, ella era el nexo de unión de la zona republicana con las fuentes exteriores de abastecimiento.

−En fuerzas del aire, nuestros medios eran francamente escasos.

−En armamentos, teníamos la posibilidad de producir armas ligeras como fusiles, ametralladoras, morteros y municiones. También de asegurar la reparación del material de guerra en las fábricas de Madrid, Sagunto, Ciudad Real, Murcia, Albacete y Alicante. Si a las provincias mencionadas agregamos Almería, Cuenca, Jaén, Guadalajara y Valencia, tenemos las diez provincias que comprendían la zona leal, con una población de cerca de ocho millones.

Por lo dicho, la orientación del Gobierno de la República en febrero de 1939 era correcta. Estaba dirigida a poner en pie, apoyándose en lo ya existente, todos los recursos de la zona leal y lo que se pudiera hacer llegar del exterior para fortalecer la resistencia.

 

La antesala de la sublevación casadista

Recibimos la orden anunciada por el general Rojo. En ella se precisaba que el enemigo estaba terminando la concentración de sus fuerzas operativas, las cuales tenían como objetivo la invasión y ocupación de Cataluña (...) A continuación, se fijaba la misión del Ejército en la zona catalana: “intentar contener al enemigo con las fuerzas en líneas; en caso de ruptura, maniobrar con las reservas sobre los flancos del enemigo y su retaguardia; de ser obligados a ello, asegurar el repliegue metódico de la defensa a líneas interiores”.

En lo que concierte a la zona centro-sur, se indicaba empezar el 8 de diciembre a dar cumplimiento al Plan de Operaciones para la zona occidental, de fecha 20 de octubre. En dicho plan se ordenaba:

1.- Una acción ofensiva combinada en el sector de la costa, al sur de Granada, con la participación de las fuerzas de tierra de aquel frente y de la Flota. La Flota tenía como misión convoyar, proteger y asegurar el desembarco en Motril de una brigada reforzada, especialmente preparada para esta acción.

2.- Con la participación de tres cuerpos de Ejército, cinco días después de iniciada la operación de Motril, se realizaría un ataque en el frente Córdoba-Peñarroya para ocupar ambas poblaciones o al menos una de ellas, abriendo así los caminos de penetración en dirección sudoeste sobre las provincias andaluzas occidentales.

3.- Una semana después de lanzada la ofensiva en el frente suroccidental, se emprendería la ejecución de una tercera, que tendría como misión principal el corte de las comunicaciones de Madrid con Extremadura.

(...) Entrado enero, cuando la ofensiva enemiga estaba en pleno desarrollo, se puso en marcha, en la zona occidental, la operación de Extremadura. El día 10 de dicho mes, estando mi puesto de mando en Valls, nos visitó Rojo. Hablamos precisamente de la otra zona.

−¿No dan señales de vida?

−Sí, tengo noticias. Van a comenzarla de un momento a otro.

−¿Cómo estaba prevista en las directivas y órdenes de octubre?

−Quita, hombre, quita. Nos han hecho la faena. Han suspendido lo de Motril.

Con el fin de respetar el pensamiento del general Rojo, creo que es mejor transcribir lo que escribió sobre la operación de Motril en su libro Alerta a los pueblos:

“Habíamos hecho, personalmente, el general jefe del Estado Mayor del Grupo de Ejércitos y yo, el reconocimiento de la zona de maniobras, elegido la línea de ruptura del frente enemigo y comprobado la posibilidad de lograr esa ruptura en cuanto había asegurado el jefe de la Flota que dejaría las tropas en el puerto. La razón principal de la dificultad que este jefe señalaba era el temor de que fuesen descubiertos los transportes por la luna; dificultad que yo apreciaba también, pero que no estimaba suficiente para suspender el ataque, ni siquiera para aplazarlo, pues la eficacia del plan radicaba en su oportunidad”.

Luego, insistiendo sobre las posibilidades de éxito, Rojo prosigue: “Por el mar iba a actuar una brigada reforzada y especialmente preparada para la operación, apoyada por toda la Flota, en condiciones de superioridad sobre la adversaria y no digamos sobre el puerto, que contaba con pocas y malas defensas. A tal amenaza seria iba a unirse un ataque por tierra en un frente estrecho, con una división, para cortar las comunicaciones enemigas, cosa calculada y posible, como en otras operaciones realizadas, a pocas horas de comenzada la operación; apenas teníamos enfrente cuatro batallones de reservas locales, repartidos en diversos puntos para acudir a los lugares amenazados; unidades éstas acreditadas por su pasividad y con mandos cuya suficiencia no se había contrastado aún en la guerra...”

La suspensión de la operación de Motril, decidida por Miaja, Matallana y Buiza, no debió quedar impune.

La operación de Extremadura, de acuerdo con las directivas de octubre, debía empezar el 16 de diciembre. No fue así y su ejecución se retardó casi un mes −es decir, hasta la segunda decena de enero−, cuando ya el enemigo se había empeñado a fondo en la zona oriental y sus grandes unidades salían a la línea Tarragona-Cervera-Pons. El sabotaje del mando y del EM del Grupo de Ejércitos resalta no sólo en el retraso de la operación, sino también en otros aspectos de la misma, desde el comienzo hasta el fin de su preparación.

(...) La tercera (en el tiempo) de las acciones encomendadas por el Alto Mando republicano a la zona occidental −a realizar en el frente de Madrid− fue puesta en marcha “a su manera” por el jefe del Ejército del Centro, coronel Casado.

La operación de Madrid (enero de 1939) fue la antesala de la sublevación casadista. Con ese fin fue montada por Casado, que buscaba asestar así, con las manos del enemigo, un serio golpe a las mejores unidades republicanas del Ejército del Centro (...) Hoy estamos en condiciones de afirmar lo que entonces sospechábamos: que el mando franquista estaba minuciosamente informado de los planes y directivas de Casado. Por eso, el enemigo concentró una potente masa de artillería, morteros y ametralladoras en el sector elegido para el ataque y destruyó la ofensiva en la primera jornada, ocasionándonos una cantidad enorme de bajas.

Los centenares de combatientes lanzados por sorpresa e indefensos, entregados a la muerte ante las bocas de fuego de la artillería enemiga y de sus ametralladoras en el sector de Brunete, los necesitaba el coronel “apolítico” y “profesional puro” para consumar su política de entrega de la zona Centro-Sur al enemigo.

Las acciones en la zona Centro no lograron ejercer la menor influencia sobre el desarrollo de los combates en Cataluña, donde el enemigo prosiguió su ofensiva.

 

Coyuntura perdida

La presencia del gobierno en la zona central y la influencia que ejerció Negrín sobre personalidades del Frente Popular, en las conversaciones que tuvo con ellas, fue un jarro de agua fría a los preparativos de la sublevación casadista, que ya estaba en gestación.

Pero aquella coyuntura no fue aprovechada en lo inmediato, lo que permitió a Casado proseguir su obra de catequización de los líderes del Frente Popular de Madrid, cuya desmoralización, excepto los comunistas, por las incidencias de la guerra y la labor del coronel, que se transformó en su inspirador también político, los llevó a perder la capacidad de razonar y los puso en sus manos.

No veían que Casado estaba ya actuando como un dictador militar. Ni incluso existiendo hechos tan palpables como el establecimiento de la censura de prensa.

La condición de militar profesional y el hecho de mandar el Ejército del Centro, puesto para el que fue designado por Negrín, colocaba al coronel felón en una situación privilegiada para su traición.

Cuando llegamos a Madrid, Delage, Líster y yo hicimos una visita a Negrín. Este nos acogió con la cordialidad de que siempre había dado pruebas, haciéndonos pasar a su dormitorio.

−Sólo vosotros habéis venido a mi llamada.

− Como siempre, estamos a las órdenes del gobierno.

−Otros, a los que he llamado - insistió Negrín-, me han dado la callada por respuesta.

Después de haber hablado de todo un poco, antes de marcharnos le dijimos:

−¿Cuándo nos va usted a utilizar?

− Pronto. Muy pronto.

A continuación nos habló de sus planes, que expresó más o menos así:

−En los días inmediatos voy a recorrer las provincias y hablaré con los mandos militares. En seguida os llamaré para emplearos a todos.

Nos despedimos de Negrín. Este tenía razón cuando dijo que los cuadros de mando y comisarios venidos de Francia a su requerimiento éramos todos comunistas. Pero es necesario subrayar que ocurrió así no por espíritu de absorción de nuestro Partido, sino por espíritu de deserción de muchos de los otros. ¡A cuántos invitó Negrín a volver y ni le contestaron!

En los días que estuve en Madrid visité a muchos camaradas de lucha de los primeros tiempos de la guerra. Entre ellos, con particular alegría encontré o supe noticias de algunos de los fundadores del Thäelmann a los que no veía desde noviembre de 1936.

Quiero recordar aquí a Francisco Carro, jefe de la 73 división; Sáez de Rascafría, maestro, comisario de división; Pedro Fernández, jefe de la 18 brigada; Manuel López, jefe de la 17 brigada; Francisco Gijón, comandante jefe de un batallón de tanques, caído en los combates de Levante; Victor Somolinos, jefe del tercer (71) batallón de la 18 brigada, al mando del cual cayó en los combates de la Cuesta de la Reina, en el mes de octubre de 1938; Antonio Montes, 16 años en 1936 y jefe de una compañía, que mandaba ahora el batallón de Somolinos; los oficiales Pepita Urda, Barcalá y Ventura así como otros cuyos nombres me pesa no recordar.

También visité a Miaja y Casado. En esencia, fueron más que nada visitas protocolarias, por parte de ellos, ya que hablábamos en onda diferente. Miaja era un simple, no era organizador de la traición. Sí, un fatalista. Casado era un taimado. No enseñaba la oreja. Su hipocresía es manifiesta.

El clima político, a espaldas del pueblo desorientado, al que no llegaba más que lo que dejaba llegar Casado, era de descomposición del Frente Popular, por la actividad de zapa que desarrollaban anarquistas, socialistas y republicanos. La unidad que hizo posible la réplica al levantamiento fascista y reaccionario y la resistencia posterior, iba hacia la ruptura.

Sólo el Partido Comunista como tal sostenía a Negrín y estaba identificado con la política del gobierno. También hombres de otros partidos. Pero en febrero (creo que ya lo he dicho, aunque la insistencia no es redundancia) los republicanos, socialistas y otros estaban desmoralizados hasta extremos increíbles.

 

Los complotadores enseñan la oreja

Después de recorrer las provincias y celebrar una serie de entrevistas con personalidades políticas y militares, Negrín convocó a los altos mandos de la zona a una reunión que tuvo lugar en la finca Los Llanos (Albacete).

Participaron en dicha reunión: el general José Miaja, jefe del Grupo de Ejércitos; el general Manuel Matallana, jefe del Estado Mayor de aquél; el general Leopoldo Menéndez, jefe del Ejército de Levante; el general Escobar, jefe del Ejército de Extremadura; el coronel Domingo Moriones, jefe del Ejército de Andalucía; el coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro: el almirante Miguel Buiza, jefe de la Flota; el coronel Camacho, jefe de las fuerzas aéreas de la zona, y el general Bernal, jefe de la Base Naval de Cartagena.

En nombre del gobierno, su presidente y ministro de Defensa Nacional informó de la situación política, del punto de vista del gobierno y de sus planes de resistencia. Las opiniones que manifestaron los mandos reunidos con Negrín estuvieron en consonancia con sus características. Muy someramente voy a señalar unas y otras.

El general Escobar, así como el coronel Moriones comandaban Ejércitos habiendo mandado columnas y otras unidades en el curso de la guerra. Ambos, profesionales y patriotas, apoyaron la posición de resistencia del Gobierno.

Miaja y Matallana no discreparon de Negrín en la reunión, pero ninguno de ellos se pronunció abiertamente por la resistencia.

Menéndez, republicano de Azaña, del que fue inspirador militar y ayudante, negaba la posibilidad de defensa de la zona. La dimisión de Azaña, que conocía, hizo impacto en él y le dominaba el deseo de que “termine la guerra para reunirme con Don Manuel”, en Francia.

También el coronel Camacho mantuvo la opinión de que no había nada que hacer. El general Bernal, cuya historia combatiente empezó y terminó en Somosierra y duró poquísimos días, mantuvo la posición de “lo que digan los demás”.

Casado y Buiza emitieron su opinión contra la resistencia. Esa sola palabra sacaba de quicio a Casado, que ordenó a la censura militar tachada en todas las publicaciones que la mencionaban.

Hay que decir, como demostraron los hechos, que ambos, el jefe del Ejército del Centro y el jefe de la Flota, estaban ya “del otro lado”.

Al producirse la reunión del 27 de febrero de 1939 existía ya un compromiso de Casado y algunos dirigentes políticos republicanos. Tres días antes, el coronel conferenció con dos representantes de Izquierda Republicana y: “quedamos en que iríamos a París a llevarle un mensaje al Sr. Azaña, invitándole a volver a España, a retirar la confianza al gobierno Negrín, y a formar otro gobierno de republicanos y socialistas”, dice el coronel felón en su libro.

Como es bien sabido, Azaña respondió con la dimisión.

Casado, por un lado, como dirigente militar, y Besteiro, por otro, como dirigente político, se habían asociado. La C.N.T. los apoyaba. La negligencia de Negrín, que conocía las actividades sediciosas de unos y de otros y no las cortó como pudo hacerlo, les daba alas. Se estaba creando una situación que tomaba rumbo hacia otra sublevación militar, que enarbolaría, también, la bandera del anticomunismo.

Hacia finales de febrero, Negrín llamó a Elda a un grupo de cuatro a cinco jefes militares entre los cuales estaba yo.

Me despedí de los camaradas que quedaban en Madrid, a los que informé de la llamada de Negrín, así como del motivo que la originaba: nuestra utilización. Antes de salir dejé montada la forma de seguir en contacto con todos ellos, a través del teniente coronel Manuel Tagüeña, ya que seguía teniendo esa responsabilidad.

En Elda estaba instalado el Gobierno. Al llegar me presenté a Negrin.

En aquellos días apareció mi ascenso a general en el Diario Oficial. También los de Antonio Cordón y Segismundo Casado.

Este, que estaba urdiendo la trama final de la sublevación, dio las gracias a Negrín, personalmente, por teléfono. Ante el general Hidalgo de Cisneros dio la orden de que le cambiasen las insignias en la guerrera.

Cuando Negrín, en presencia de Vicente Uribe y algún camarada más, me comunicó mi ascenso, le respondí que no era eso lo que me interesaba.

− ¿Qué es lo que a usted le interesa? − me preguntó Negrín.

−Mi utilización y la de mis camaradas, los demás mandos y comisarios que hemos venido de Francia.

Echándome el brazo por encima del hombro, me invitó a pasear.

−Modesto, con franqueza, ¿qué piensa usted de la situación?

−Que no hay otro camino para hacerla frente que la resistencia sobre la base de los tres puntos de Figueras. La posibilidad de un cambio en el exterior a nuestro favor es real. Ni el pueblo francés ni el pueblo inglés, ni importantes fuerzas económicas de ambos países han recibido Munich con flores, salvo sus hacederos del equipo de Chamberlain y Daladier. Las palabras de José Díaz de que los mismos aviones que bombardean nuestras ciudades bombardearán Londres, Paris y Bruselas son tan ciertas que...

−Me dice usted lo mismo que me dicen sus camaradas del Buró Político de su partido −me cortó Negrín.

−Es que esa es la verdad auténtica.

−Y de aquí, ¿sigue pensando como en la Agullana?

−Sí, exactamente igual. La política de resistencia de su gobierno es la única correcta.

−Es verdad. Yo creo también posible de seis a ocho meses de resistencia, en el caso peor, y en ellos puede cambiar la coyuntura internacional.

−¡Déme usted la orden de relevar a Casado!

−Todavía no está decidido si le daremos a usted el mando del Ejército del Centro o el del Ejército de Maniobra.

−Pero no lo publique en el Diario Oficial. Si usted me dice que releve a Casado, es todo lo que necesito.

−¿Quiere la orden por escrito?

−¡No! Su orden verbal me es suficiente.

− Tenga usted paciencia. El día 5 de marzo, pasado mañana, me voy a dirigir al país para aunar voluntades y llamar al pueblo. Sus camaradas Uribe y Moix están de acuerdo. Me lo han propuesto hace varios días. Como cuando la crisis de marzo, como cuando la “charca”. En cuanto a su utilización, ya le he dicho que se va a decidir entre hoy y mañana en el Gobierno, lo mismo que la de todos los demás.

El 3 de marzo Francisco Galán fue nombrado jefe de la Base Naval de Cartagena, y Etelvino Vega comandante militar de Alicante. Ambos se hicieron cargo de sus nuevos destinos.

 

La Junta de Casado

En la mañana del 4 me llamó Negrín.

−Venga usted, Modesto.

−Ahora mismo.

−Traiga consigo al jefe de la 11.

Recogí a Joaquín Rodríguez, y hacia las ocho treinta estábamos donde Negrín, con el que se encontraban ya Vicente Uribe y Ossorio y Tafall.

−Se han sublevado en Cartagena −dijo Negrín al recibirnos. Cuente usted, Ossorio.

−El coronel Armentia, con parte del Regimiento de Artillería de Costa y el de Infantería de Marina, con otros jefes y oficiales, no reconocen la autoridad del Gobierno. Galán, que se había instalado en la Base Naval, fue a parlamentar con la Flota a petición de Buiza. Pero no ha vuelto. Yo he estado un poco en todas partes y hay un verdadero lío.

− ¿Y la Flota?  −pregunté.

−Se ha hecho a la mar  −dijo Ossorio.

− ¿También se ha sublevado?

−Hasta ahora es de la "No intervención"  −respondió Negrín, quien añadió: −Cuéntele usted, Uribe. Pero ahora vamos a lo que interesa. Y prosiguió: −He dicho que venga usted, Rodríguez, para que tome el mando de las fuerzas que marchan contra los sublevados. ¿Está de acuerdo?

−A sus órdenes  −respondió el jefe de la 11, que salió inmediatamente a cumplir las órdenes del ministro.

La insurrección de Armentía y compañía se confundió en la calle con los de la “quinta columna”, que se apoderaron de la Base Naval, de las baterías y de la emisora de radio, hasta que fue sofocada por las fuerzas al mando de Rodríguez. Cuando nos quedamos solos, el camarada Vicente Uribe me dijo:

−Lo de la Flota es serio y muy peligroso. El día 2 supo el gobierno que Buiza había anunciado a los mandos de la Marina un inminente golpe de Estado contra el Gobierno Negrín; que se formaría una Junta Nacional de Defensa en la que estarían representados el Ejército, los partidos políticos y los sindicatos. La Flota se pondría a las órdenes de la Junta Nacional de Defensa. Acordamos en el Gobierno que fuera el ministro de la Gobernación, Paulino Gómez, para advertir a los mandos de la Flota que el gobierno está decidido a frustrar la sublevación. Lo demás ya lo has oído.

El mismo día 3 −continuó Uribe −Negrín anunció a los dirigentes del Frente Popular de Madrid y a los jefes de los Ejércitos que se iba a dirigir a la nación por la radio. Luego agregó:

−Ya he visto que has vuelto a insistirle. ¿Te ha contestado como siempre?

−Sí, como las veces anteriores: que lo va a decidir el Gobierno.

−No quieren dar a un comunista el Ejército del Centro comentó Vicente.

−Lo que sí ha dicho es que no me aleje de aquí.

− ¿Qué piensas hacer?

−Estarme aquí, en esta antesala del despacho en que está reunido el Gobierno, para esperar sus órdenes.

−Haces bien, apruebo tu conducta.

Por esto que acabo de decir, fui testigo presencial de los últimos días del gobierno de Negrín.

Cuando las fuerzas leales estaban reduciendo a los sublevados de Cartagena, horas antes de que hablara Negrín por la radio, a medianoche del día 4 llegó la noticia de la constitución de la “Junta de Defensa”. El conocimiento de la formación de ésta lo tuvieron los españoles a través de la radio, en la que fue leído el manifiesto subversivo de la Junta, del que son los siguientes párrafos:

“Hemos venido a mostrar el camino por donde se puede evitar el desastre y a seguir ese camino con el resto del pueblo español, cualquiera que sean las consecuencias”.

“Nos oponemos a la política de resistencia para evitar que nuestra causa termine en el ridículo o en la venganza”.

“O todos nos salvamos, o todos perecemos, o nos hundimos”  −decía el doctor Negrín−, “y el C.N.D. se ha dado por principio y fin, como su única tarea, la conversión de esas tres palabras en realidad”.

“Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia personalidad, que en estos momentos graves asistáis, como nosotros asistimos, al poder legítimo de la República, que transitoriamente no es otro que el poder militar”.

A continuación habló Casado “a los españoles de allende las trincheras”. “La frase que hemos expresado, el dilema que tenemos delante: O todos nos salvamos, a todos nos hundimos”, “volver los ojos al interés patriótico, la mirada a España” −dijo−: Esto es lo que nos importa como base de cualquier aspiración que lícitamente podamos tener. Nuestra lucha no terminará mientras no se asegure la independencia de España. El pueblo español no abandonará las armas mientras no tenga la garantía de una paz sin crímenes”.

Se puede decir: ¡qué bien mentía Casado!

 

El traidor no es menester...

La Junta de Casado era una dictadura militar, con la máscara del Consejo de Defensa. Tenía como origen un centro militar que manejaba Casado y otro político que encabezaba Julián Besteiro, miembro de la Ejecutiva del Partido Socialista. Eran apéndices de Casado los ácratas, sus defensores y otros secuaces del coronel; de Besteiro lo era Izquierda Republicana. “Que gobiernen los militares”, había dicho el profesor. Casado era el verdadero dictador militar, al que rodeaba una junta consultiva a la que dictaba su voluntad.

Al sublevarse Casado, Negrín acogió la noticia como si acabase de llegar del planeta Marte. Le llamó al teléfono y conversó con el traidor en los siguientes términos:

−¿Qué ha hecho usted?

−Ya lo ve usted, sublevarme.

− ¿Contra quién?

−Contra usted.

− ¿Cómo es posible?

−Ya lo ve.

− Oiga, general Casado...

−No soy general, soy coronel.

−Queda usted destituido −terminó Negrin, dejándole el teléfono al general Hidalgo de Cisneros.

Muchas veces he pensado en esta conversación telefónica de Negrín con Casado, de la que fui testigo. ¿Es que Casado engañó a Negrín? ¿Hasta qué punto? Quizás esto explicara la resistencia de Negrín a designar un comunista al frente del Ejército del Centro.

El golpe de gracia a la moral del Gobierno se lo dio la Flota. Ya he dicho que la mandaba el almirante Buiza. Otro colega de Negrín, Bruno Alonso, socialista, era el Comisario General de la Marina.

Desde que aquélla se hizo a la mar, el día 4 de marzo, estaba en rebeldía. Pero se preparaba para la deserción, y por eso los mandos comunistas, que eran poquísimos, fueron encarcelados o depuestos.

Dos veces pudieron corregir su actitud Buiza y Bruno Alonso. Una se la brindó el gobierno, cuando ya estaba dominada la sublevación casadista y quintacolumnista en Cartagena; otra, cuando el Comandante del destructor “Antequera” dijo a su jefe que, en vez de desertar, la Marina debía ponerse a disposición de la Junta, a lo que el Comandante de la flotilla de destructores respondió: La decisión del almirante está de acuerdo con el nuevo gobierno y facilita su misión. Los hechos posteriores demostrarían que Buiza decía verdad.

Hasta su salida de España, el Gobierno siguió parlamentando con Casado y los elementos, de la Junta. Unas comunicaciones telefónicas seguían a otras.

Los jefes del Ejército estaban en el complot, salvo Escobar y Moriones, que luego lo aceptaron “como un mal menor”.

En la noche del 4 a15 hablé nuevamente con mis camaradas de Madrid. Antes había pedido órdenes al Gobierno para ellos. Este seguía parlamentando con los “juntistas”, a los que propuso realizar un encuentro entre sus representantes y otros del Gobierno, “para llegar a un acuerdo”. Los casadistas, a los que sostenía el aparato del Estado, del que ellos mismos eran piezas principales, sobre todo en el Ejército, se negaron.

En otra conversación con Madrid, dije a mis camaradas, que seguían en Lista 20 y 23, que si las fuerzas políticas leales al gobierno no los necesitaban y seguían sin empleo, vinieran a reunirse con nosotros, como así lo hicieron. Si el Gobierno se decidía a utilizamos y nos ordenaba algo, nos tendría a mano.

Las conversaciones gobierno-juntistas declarados o en vía de serlo, se sucedían. Cuando Negrín quiso volver por los fueros de la ley  −creo que nunca pensó seriamente en hacerla− se encontró desasistido de todos con los que creía contar. Sólo los comunistas estábamos dispuestos a prestarle apoyo.

El día 5 sugerí que saliéramos aisladamente o en pareja a las provincias, para intentar restablecer la autoridad del gobierno. Mi propuesta fue desestimada. En la mañana de ese mismo día el general Matallana, que había sido nombrado unos días antes jefe del Grupo de Ejércitos, se encontraba en Elda. Traía la representación de Miaja y Menéndez. Los tres generales, que se habían acostumbrado a ser los amos de la zona durante el último año; los tres generales, que dieron motivos suficientes para ser destituidos hacia meses por no cumplir las órdenes del Gobierno; los tres, como era de esperar, eran juntistas. El dictador Casado ofreció la presidencia de la Junta a Miaja, que se prestó a presidirla; como en la noche del 18 de julio de 1936 se prestó a ser ministro de la Guerra en el abortado ministerio que se intentó crear; como se prestó a la misma noche a parlamentar con Mola por teléfono. ¡A qué no se prestaría Miaja!

Cuando Matallana salió de conversar con el Gobierno, tenía lágrimas en los ojos. Me saludó y le volví la espalda. No sé aún si eran lágrimas de cocodrilo, o si unos restos de su honestidad político-militar se le salían licuados por no poder convivir con su postura traidora.

Cuando el Gobierno se marchó, en realidad no tenía ya nada que hacer como Gobierno. En la madrugada del 6 de marzo salí de España con los camaradas que fuimos del Ejército de Cataluña. Fue una decisión del Partido, sobre la base del enjuiciamiento de la situación, en el que participamos todos los allí presentes.

Entonces, si la memoria no me es infiel, cuando se examinó la situación después del afianzamiento −con el apoyo por negligencia del gobierno de Negrín− de la Junta de Casado, junta de traición, se desechó el llamar a la guerra civil en nuestro campo. Ello hubiera significado precipitar consciente e irreversiblemente la catástrofe, la pérdida de la guerra, la victoria de Franco, bajo nuestra responsabilidad principal. NO. Eso sería un crimen ante nuestro pueblo.

 

La decisión del Partido Comunista de España fue, pues, diferente

Queríamos ganar la guerra, a través de la política de resistencia por encima de la Junta y de la voluntad de Casado. Pero el pueblo y nosotros con él seríamos derrotados por la traición, derrota siempre más costosa, de mayores sacrificios para los que la sufrimos. Más ignominiosa para los traidores. Estos son los responsables.

Sabíamos que la situación era difícil. También lo fue el 18 de julio de 1936. Y en los meses de marzo-mayo de 1938. En aquellas fechas, como en noviembre de 1936, las fuerzas exteriores e interiores que querían hacemos capitular, no pudieron llevar a cabo sus designios. Ahora, en marzo de 1939, por las debilidades de Negrín y las incidencias de la guerra, Casado, erigido en dictador, realizó la capitulación.

A la Junta la apoyaba el aparato del Estado republicano en el centro. Nuestra gran debilidad fue no atender suficientemente la retaguardia.

A pesar de nuestros propósitos hubo “guerra civil en la guerra civil”, provocada por la agresión de Casado a las fuerzas mandadas por comunistas. Agresión, por cierto, combinada con ataques fascistas. El IV Cuerpo, mandado por el anarquista Cipriano Mera, abandonó el frente de Guadalajara, que quedó así abierto al enemigo. Pero este no se movió en aquella dirección. Sí atacó, en cambio, en la Casa de Campo y en otros sectores de la defensa de Madrid contra la 7ª división que mandaba González. Este batió a los de Casado y también al enemigo, recuperando lo conquistado por aquél y haciéndole 90 prisioneros.

A Casado, que en la mañana del 11 de marzo decidió comenzar las “negociaciones de paz” y elaboró un documento de 9 puntos, se le presentaron aquella misma tarde los representantes de Franco, en Madrid, que ya conocían el documento por habérselo entregado un consejero de la Junta, que les había informado.

Casado se entendió con ellos. El agente principal de Franco en Madrid era el teniente coronel de artillería Cendaños, al que acompañaba otro sujeto. Ambos le felicitaron por la decisión de negociar la paz. Pero advirtieron a Casado que los representantes de la Junta no tendrían otra misión que entenderse “sobre el modo de entregar la zona y el ejército republicano”.

Desde ese momento Casado actuó a las órdenes de Franco. Se había sublevado contra Negrín “para obtener una paz honrosa”. Pero la realidad era diferente. Acordó con Buiza la deserción de la Flota; ordenó a la aviación que se entregara el día 26 a Franco; provocó luchas internas que provocaron en Madrid más de 5.000 muertos; puso en libertad a los fascistas y encarceló a los comunistas y a todos aquellos que no aceptaban la capitulación, tildándolos de comunistas, porque nuestro Partido fue el único que se alzó y luchó contra aquélla.

La medida cabal de su traición la daría el propio Segismundo Casado, coronel felón, al confesar por la radio el día 26 de marzo: “Puedo asegurar que en toda la zona leal nada ha acontecido que no estuviera en los planes concebidos por nosotros al tomar el poder constitucional de la España republicana el 5 de marzo”.

 

Su infamia era consciente.

Otro “juntista”, el consejero de Hacienda y Economía, González Marín, ácrata, batiendo todos los records del cinismo diría también el 26, por la radio: “Para realizar la reorganización total de este país y dedicar las energías del pueblo a la guerra, no teníamos más remedio que derribar al gobierno Negrín, actuando por encima de consideraciones de carácter constitucional y jurídico”.

Otros consejeros: Sánchez Requena, José del Río, Miguel San Andrés, cada uno a su forma, igualmente el 26, por la radio, dijeron que la junta había sido “sorprendida” por lo que había pasado y “no podía comprender” las intenciones del Gobierno de Burgos, a quien le ofreció todo lo necesario para la rendición de la zona republicana en las mejores condiciones posibles. “Ingenuos”. No tenían en cuenta el refrán castellano:

El traidor no es menester después de traición pasada.

 

El Partido del pueblo

Cuando salimos de España, nos separamos de amigos inolvidables y camaradas entrañables, a muchos de los cuales no volveríamos a ver.

Siguieron en el país, o volvieron a él, para proseguir en las nuevas condiciones la misión y obra del Partido en las entrañas del pueblo, en la lucha por la libertad. Ellos son nuestro orgullo. En la trayectoria seguida a través de los años, ha sido el Partido Comunista de España la fuerza política en liza per­manente en defensa del pueblo.

Como lo fue en la guerra: el 18 de julio; en la defensa de Madrid; en la contención del desastre del Este; en la resistencia de Levante; en la gesta del Ebro. Como lo fue en las crisis que se produjeron en el curso de la guerra; crisis todas ellas mortales para cualquier régimen que no tuviera el arraigo popular de la democracia española; crisis todas ellas superadas por la voluntad de los españoles y su unidad en la lucha.

Sólo cuando la unidad se deteriora, las dificultades son mayores; cuando se rompe, viene la derrota. Esa es la gran enseñanza.

No vencimos en la guerra, porque a pesar de ser su teatro nuestro territorio nacional, sus aguas y sus cielos, era el primer episodio de la segunda guerra mundial.

El enemigo tuvo de su parte fuerzas y medios a discreción, con arreglo a sus necesidades, y el arsenal bélico de las potencias nazi-fascistas, organizadoras de la gran tragedia mal llamada del 39-45, porque debe llamase del 36-45.

Las potencias occidentales aceptaron la intervención germano-italiana. La "No Intervención", hija del imperialismo occidental, fue socia de aquella y la Junta de Casado su hijastra.

Salimos de España con la cabeza alta, como la mantuvo el pueblo español.

En todas partes los combatientes de España se incorporaron a las filas de la resistencia, aportando su temple, su pasión, sus experiencias, a la lucha por la democracia. Hoy, treinta años después, estamos orgullosos de la gesta imperecedera del pueblo español, del que somos hijos, en la guerra nacional-revolucionaria que libró contra los agresores.

Ellos, los agresores nacionales y extranjeros, desencadenaron la guerra, su guerra contra España, de la que se han lucrado el imperialismo y sus socios españoles. Al discurrir de los años, ya no es un secreto que la derrotada en 1936-1939 fue España, fueron sus hijos, beneficiándose el puñado de gentes de la situación y los potentados de la Banca y las finanzas nacionales y foráneas.

En la tragedia del final de la guerra, sólo el Partido permanece enhiesto, sin claudicar, sin responsabilidad histórica en la traición que desarma la defensa, acogota la resistencia y capitula.

En su puesto de combate, traicionados como el pueblo, junto con el pueblo, entramos los comunistas en el período del martirologio.

El destino del pueblo, su suerte, es la nuestra. Sus tragedias nos son propias, aceptadas por ser ley que nos rige, firmes, conscientes rumbo a la libertad, a la victoria indudable.

Esa es la razón de su existencia, la verdad del ser del Partido.

Este relato, conscientemente incompleto, se refiere sólo a la guerra. Los comunistas en ella cumplimos con nuestro deber. El pueblo español por su heroísmo y su sacrificio mereció la victoria. Hacia ella, y nosotros con él, marcha con firme paso.  

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