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Actualizada: 31 de Octubre de 2012.    

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  Memoria Histórica


 Lo que escribió Don Santiago Ramón y Cajal de los vascos y catalanes en el año 1934


  Por Eduardo Palomar Baró.

 


 



Don Santiago Ramón y Cajal nació el 1 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón,  lugar poco accesible, medio perdido, sin carreteras ni caminos vecinales.

Hijo de Justo Ramón Casasús, licenciado en Medicina y Cirugía, Don Santiago  se licenció en Medicina en la Universidad de Zaragoza, se doctoró en la Universidad de Madrid y realizó gran parte de su actividad científica en Valencia y  Barcelona.

Su existencia coincidió con la segunda revolución científica e importantes avances científico-técnicos del conocimiento humano se produjeron en este periodo.

En el campo biológico, el concepto de tejido como estructura elemental en los seres vivos se reemplazó por el de  célula.

La vida y la obra de Ramón y Cajal ha cautivado a quienes han leído su autobiografía “Mi infancia y juventud” y, sobre todo, “Recuerdos de mi vida”, libro que recoge también su actividad científica. En esta obra se descubre la vida de un hombre excepcional que, sin maestros, con exiguos medios, trabajando en solitario, manteniendo con sus escasos medios su laboratorio y las revistas que editó para dar a conocer su producción científica, consiguió con tenacidad y fuerza de voluntad tantos y tan importantes, hallazgos en el campo de la neurobiología, que hoy se le considera unánimemente el fundador de la Neurociencia moderna.

Premio Nobel en 1906, al formular su Teoría Neuronal y posteriormente los grandes tratados sobre Degeneración y Regeneración del Sistema Nervioso, obras de consulta obligada para   todos aquellos profesionales que investigan y tratan acerca del cerebro humano y sobre todo para comprender la plasticidad del tejido nervioso “la morfología del tejido nervioso no obedece a causa inmanente y fatal, mantenida por herencia, como ciertos han defendido, sino que depende de las circunstancias físicas y químicas del ambiente” siendo este concepto el que hoy en día y tras casi cien años de su descubrimiento el que utilizamos: la enfermedad y su causa es fruto de la suma de  factores genéticos  y de factores ambientales y con  ello el concepto de neuroplasticidad “ la respuesta del cerebro para adaptarse a las nuevas situaciones para restablecer un equilibrio alterado”.

Paralelamente Don Santiago dominó el dibujo, la pintura, la fotografía y fue un escritor con una obra literaria muy original, y también un gran pensador. Falleció en Madrid el 17 de octubre de 1934.

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He aquí unas palabras escritas por el padre de la Neurociencia y Premio Nobel Don Santiago Ramón y Cajal el año de su muerte, 1934, poco antes de que estallara la cruenta guerra civil española. Bueno es recordarlo para que los vascos y los catalanes no ignoren y no olviden la Historia:

«Deprime y entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey.

En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.

A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos y circunstanciales.

¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador.

No me explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!

La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud.

A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.

No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, más sin comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.

La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común».

Sin comentarios a éstas palabras de uno de los españoles más grandes de los siglos XIX y XX. Por cierto, es su época, Ramón y Cajal estaba considerado ideológicamente como un “liberal peligroso”.

Santiago Ramón y Cajal. El Mundo a los Ochenta Años. Parte II. (Madrid 1934.)

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