Hitos Históricos


      
Ante la imposibilidad de traer a este trabajo una cumplida relación biográfica de la empresa política de Franco, parece prudente reducir el propósito a la enumeración de los momentos que podríamos llamar culminantes. Estos quedaron señalados por los siguientes acontecimientos, posteriores todos ellos al 1 de abril de 1939:

1. Entrevista con Adolfo Hitler en la estación de Hendaya y consiguiente salvación de la neutralidad española en medio de la Segunda Guerra Mundial.

2. Adhesión nacional y popular ,de España a Franco mediante una manifestación de masas -6 de diciembre de 1946- en la plaza de Oriente.

3. Infiltración de comandos guerrilleros en los Pirineos.

4. Creación del Instituto Nacional de Industria.

5. Concordato de 1953.

6. Término del Protectorado marroquí. 

7. Ingreso de España en las Naciones Unidas.

8. Firma de los Acuerdos militares y económicos con los Estados Unidos.

9. Referéndum sobre las Leyes Funda-mentales del Estado Español.

10. Instauración de la Monarquía y proclamación del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón como sucesor en la Jefatura del Estado a titulo de Rey.

      Se argüirá, con sobrada razón, que la enumeración de las horas culminantes no da una idea clara y mucho menos exacta de lo que han sido los treinta y nueve años de Gobierno personal de Franco. Así es. Una permanencia tan larga al frente del Estado, coincidiendo con algunos de los períodos más turbulentos que ha conocido la Humanidad, y sin duda alguna con años de profunda crisis y de extraordinarios cambios en la vida económica, religiosa y social de nuestro pueblo, no admiten esquemas simplificadores; pero hay ocasiones en que para entender rápidamente un paisaje muy vasto y complejo nos fijamos en las cumbres que lo presiden.
 

 

Entrevista Franco-Hitler en Hendaya

           Tanto se ha dicho y se ha escrito acerca del encuentro del Jefe ,del Estado español con el Führer del Tercer Reich, y a tales deformaciones ha sólido entregarse la propaganda, favorable o adversa, que no es fácil saber con total certidumbre cómo, en efecto, sucedieron las cosas. Dos personas se han hallado desde aquel día en condiciones de ofrecernos una versión indiscutible: el propio Generalísimo Franco y su exministro don Ramón Serrano Súñer, artífices ambos, creador el primero, ejecutor el segundo, de un inmenso servicio al país. Ninguno de los dos ha publicado hasta ahora la completa información que podría acabar con todas las variantes desorientadoras. Quizá una biografía de Franco, en preparación desde hace tiempo, encomendada a un joven historiador muy prestigioso, ofrecerá datos que esperan y desean la opinión nacional y la crítica internacional. De aquel episodio conocemos los resultados. Hitler pidió la incorporación de nuestro país a la guerra, con todas las consecuencias, sin duda espantosas, de tal decisión; y volvió a Berlín convencido de que Franco no sería jamás un beligerante ni las Fuerzas Armadas de España se movilizarían en favor de ninguno de los Estados combatientes. Si por los frutos hemos de juzgar la entrevista de Hendaya, sabemos muy bien a qué atenernos.

Primera manifestación del pueblo  en la plaza de Oriente

        Día 6 de diciembre de 1946. La Asamblea General de .las Naciones Unidas acababa de aprobar un proyecto de Resolución por el que se pedía a todos los Estados miembros que retiraran de Madrid sus embajadores respectivos. Lo que se intentó a través de una viví sima actividad de la Delegación polaca, muy bien asistida por los representantes escandinavos, iba mucho más allá, puesto que se pretendió aconsejar o recomendar la total ruptura diplomática y la interrupción de las comunicaciones de todo orden, pero el criterio extremo no prosperó. La agresión política quedó limitada a la retirada de los jefes de Misión, quienes, de hecho, eran sustituidos por encargados de Negocios. Y, por supuesto, se dejó a los Estados en plena libertad para que conservaran sus relaciones comerciales con España o las pactaran, en el caso de que aún no las hubiesen organizado. Fue, según colegirá el lector, mucho más ruido que nueces, según pronto pudo apreciarse. Quedó satisfecho el afán de agravio político, pero hubo buen cuidado en no volar ningún puente. Aunque no menos fluidez que en tiempos normales, el tránsito y el tráfico siguieron adelante y la situación creada engendró reacciones notables en la opinión pública de nuestro país. España, con espontáneo gesto y en proporciones mayoritarias, se pronunció en favor de Franco, y así lo expresó en una manifestación de proporciones verdaderamente extraordinarias, que llenó la plaza de Oriente y las calles que en ella desembocan. Las aclamaciones al Jefe del Estado fueron prueba directa del espíritu nacional en aquellos instantes. Personalidades insignes tuvieron interés en subrayar su protesta contra las demasías de las Naciones Unidas en su pronunciamiento sobre materias reservadas exclusivamente a los españoles. Así, por ejemplo, se vio en lugar  preferente al doctor Marañón, a quien no impulsaba una participación en la política del Régimen, que no compartía, sino un sentimiento de dignidad nacional herida. Cuatrocientas o quinientas mil personas aclamaron a Franco. Aquella jornada fue la expresión de una de las más grandes victorias  populares, acaso la mayor, que el Jefe del Estado ganó en sus batallas políticas.

Guerrillas en el Pirineo

La enemiga internacional contra el Régimen de la «España de Franco» acusó una fuerte reactivación como consecuencia del término de la Segunda Guerra Mundial y del triunfo de las democracias aliadas contra Alemania, Italia y Japón. Lógicamente los grupos dirigentes de los españoles republicanos y comunistas en el exilio creyeron propicia la hora para precitar la caída de Franco y de todo su sistema político y militar. La convicción de que al vencedor de la guerra civil le había llegado la hora inexorablemente adversa y fatal ganó por aquel tiempo no pocos ánimos. Se jugó la carta de la inmediata desaparición del franquismo. Y una de las expresiones de tal juego tomó formas activas de lucha guerrillera en el Pirineo. La censura impidió que se difundieran noticias capaces de sembrar alarmas. Los españoles no supieron que la infiltración de «comandos», con base en Francia v adiestramiento en Toulouse, alcanzó cifras muy considerables. Autoridades militares de Burgos, Zaragoza y Cataluña calcularon los efectivos de la guerrilla entre 6.000 y 7.000 hombres. Las tres Capitanías Generales aludidas se movilizaron prácticamente como para una guerra de montaña. Duró la lucha varias semanas. En determinados puntos varios meses, hasta la completa extinción. Franco dirigió personalmente las operaciones de contraguerrilla.

      Aunque no se han publicado -o al menos no han llegado a nosotros- informaciones oficiales sobre las bajas sufridas por el Ejército, la Guardia Civil y la Policía Armada, afirman testimonios dignos de atención que rondaron, y acaso rebasaron, el millar. A los infiltrados les faltó el apoyo de las poblaciones fronterizas. Era excesivo pretender que el pueblo español se diera nuevamente a guerrear.

        En el curso de la lucha contra los guerrilleros, Franco declaró durante una audiencia:

- Llegué hasta aquí a tiros. Y sólo a tiros lograrán derrotarme. Pero ya veríamos llegado el caso, quién hace un fuego más vivo y quién dispara mejor.

         El fracaso de la campaña guerrillera fue otro de los capítulos que se cerraron con importante provecho político para Franco.

 

Creación del Instituto Nacional de Industria

         El nacimiento del I.N.I. ha de ser considerado como por el Generalísimo. Fue creado por Ley de 25 de septiembre de 1941. Intervino en el estudio y preparación del proyecto un español de calidades ilustres. Será por siempre imposible escribir la historia del progreso industrial de España sin citar su nombre. Se trata del excelentísimo señor don Juan Antonio Suanzes, ingeniero naval, ministro de Industria y Comercio, personalidad indudable en punto a capacidad de iniciativa, ambición de resultados tenacidad en el esfuerzo y preparación técnica, todo lo cual le calificó para ser el encargado de poner en marcha unos planes que habían nacido entre las mejores ilusiones de su mocedad, y sobre los que, juntos los dos amigos entrañables, Franco y Suanzes, compañeros inseparables en su niñez ferrolana, habían hablado y soñado mucho.

        La fundación del I.N.I. (y su desarrollo) ha sido y seguirá siendo tema de interminables discrepancias y discusiones entre quienes la consideran como un fecundísimo instrumento de incitación y avance de las fuerzas económicas del país y aquellos que la han juzgado con criterio adverso porque suponen que a crea o situaciones criticas; al sector industrial privado. Sin entrar ahora en ello parece discreto y justo ver en el advenimiento del I.N.I. sobre las realidades económicas de España una manifestación positiva de las convicciones de Franco acerca de la responsabilidad directa del Estado en la movilización, ordenación y puesta él en juego de todos los recursos del país.
   

Relaciones Estado-Iglesia


      El Concordato firmado entre la Curia Vaticana y el Estado español el 7 de agosto de 1953 como resultado de una cuidada negociación y de los dones diplomáticos de dos embajadores ante la Santa Sede -Joaquín Ruiz Jiménez y Fernando Castiella- corresponde al momento de máxima cordialidad entre ambas potestades. Era la culminación de unas relaciones óptimas, en las que no faltaron, por parte de los Pontífices Pío XI y Pío XII, palabras de aliento y de elogio a la obra de Franco ni, por supuesto, declaraciones de adhesión filial, de obediencia y de reverente devoción por parte del Jefe del. Estado español. A partir del pontificado de Juan XXIII y a medida que se hacía más presente, aunque todavía con cierta vaguedad, el espíritu del que habría de llamarse «Concilio Vaticano para el diálogo entre la diplomacia del Vaticano y los Ministerios españoles de Asuntos Exteriores y de Gracia y Justicia» se fue haciendo menos fluido.
     Las actitudes eclesiásticas post-conciliares vinieron a reducir más y más la antigua cordialidad. De hecho, el intercambio de comunicaciones entre las dos diplomacias se ha caracterizado desde la elección de Pablo VI
por dificultades frecuentes y por sostenidos períodos de silencio. Probablemente la Curia de Roma y el Gobierno de España coincidieron en la conveniencia de sustituir el Concordato vigente por otro documento más acorde con los requerimientos de las horas ,que estamos vo1viendo. Pero ¿ cómo habría de ser ese documento nuevo? «Et antiquum documentum novo cedat ritui...». Esto se canta en el «Tantum ergo...». La política temporal, sin embargo, tarda en dar con el «nuevo rito». Franco no ha estado jamás dispuesto a ceder en este punto si su cesión no había de ir acompañada de las oportunas contrapartidas. Alguien le oyó decir un día:

-Yo no creo que el Estado goza de privilegios ante la Iglesia ni ésta ante el Estado. Hay que suprimir la palabra «privilegios». Se trata de dos potestades soberanas que, puestas a examinar sus situaciones respectivas en asuntos rigurosamente correspondientes al orden temporal, se otorgan recíprocamente determinadas concesiones. Igual que acontece en todos los Tratados entre dos potencias. Y no es posible revisar parcialmente esa tabla de mutuas concesiones. Si han de ser sometidas a nueva consideración es indispensable que entre en ello todo el acuerdo existente, no una parte.

   Se alega -continuó diciendo- que esos supuestos «privilegios» del Estado reflejan ideas y métodos propios de pasados siglos y no del mundo moderno. ¿Pasados siglos? ¿Pero no lleva el Concordato una fecha de 1953? ¿No significa eso que las «ideas de pasados siglos» fueron confirmadas, convalidadas y bendecidas hace solamente catorce años? (Porque esta declaración, puramente privada, es cierto: fue hecha en 1967.)

      Y aún agregó Franco este otro dato de su posición:

- No he sido yo el «inventor» de los «privilegios». No obedecen a solicitudes mías.

Pertenecen secularmente al Estado. Son una riqueza que se ha heredado de los Reyes de España. Por consiguiente, tengo la obligación rigurosa de no dilapidarla ligeramente.

      Como el interlocutor le preguntara por qué no hacía pública esa opinión, Franco respondió:

      - Esta clase de asuntos no ganan absolutamente nada con la publicidad.

      Se puede asegurar, sin mucho riesgo de error, que algún otro de sus cuidados de gobernante le ha producido tanta amargura y tanto dolor íntimo como la ,fuerte erosión que a lo largo de los últimos años han sufrido las relaciones de la Iglesia con el Estado. No es difícil dictaminar que la profundidad de su fe, fortalecida en el curso de sus años de madurez y de ancianidad y asimismo su condición de hijo sumiso de la Iglesia en todo lo que toca al orden sobrenatural, han evitado situaciones que pudieran haber sido graves. Más de una invitación le llegó en apoyo de actitudes «enérgicas». Siempre las rechazó por peligrosas y por contrarias a su modo de entender las responsabilidades que sobre él pesaban.

Punto final del Protectorado  en Marruecos

        El 2 de marzo de 1953 reconoció Francia la independencia de Marruecos. Había fracasado el artificioso sultanato de Mohamed Ben-Arafa, cuya elevación al Trono, dispuesta por los franceses, no fue jamás del agrado de España. El Sultán ,desterrado, luego rey Mohamed V, era la cabeza visible, la esperanza y la devoción del pueblo marroquí. Confinado, como se hallaba, en Madagascar desde su destierro, mandaba sobre todas las voluntades de su pueblo. El Gobierno de París decidió devo1verle la libertad y reintegrarle a su palacio de Rabat. El 15 de abril de 1953 aceptó España la nueva situación y el 28 de junio de 1956 se acordaron las condiciones de la retirada de las tropas españolas y de la Administración protectora. El 26 de octubre de 1957 bandas armadas marroquíes atacaron las líneas exteriores de la defensa de Ilfni.

     Se ha dicho más de una vez que Franco se resignó al abandono de Marruecos con gran amargura y con la protesta callada de su corazón, porque siendo el más ilustre de los militares formados en la guerra de África, escuela de extraordinarios sacrificios, no se avenía a salir de una tierra que tanta sangre había costado a España.

     La verdad es que, amarga o no, la operación de nuestra retirada, punto final del Protectorado, era un hecho con el que había que contar una vez que fueran superadas las circunstancias determinantes de la acción protectora. Las ideas de Franco sobre este problema están resumidas en el discurso del banquete de Bentieb, ya relatado. En aquel trance difícil el entonces coronel jefe de la Legión no se oponía al abandono de Marruecos -solución que no había dejado de tentar el ánimo del general Primo de Rivera-, sino que se revolvía contra la posibilidad de una retirada «mientras no quedase cumplida la misión confiada a España». Una vez cumplida tal misión, ¿cómo podría nadie recusar la plenitud de autoridad del Sultán si precisamente por el triunfa de esa autoridad nos habíamos sacrificado?

       De suerte que el trámite de la «vuelta a casa» fue normalmente aceptado y despachado; bien que se exigieran las garantías normales del cumplimiento de ciertas obligaciones marroquíes respecto de España.

       En cambio, sintió en lo más vivo de su sensibilidad militar la agresión contra nuestras líneas de Ifni, para cuya defensa ordenó disponer los medios adecuados. Mandó desde El Pardo aquella defensa con el mismo espíritu que inspirara su mando de otros tiempos y se le vio resuelto a ir tan lejos como quisieran las famosas «bandas armadas». En horas veinticuatro o cuarenta y ocho situó en fui tropas y material suficiente para oponerse a la ocupación del territorio administrado por España y dispuso todo lo necesario para reaccionar ofensivamente si hubiera sido indispensable. Afortunadamente el retorno a Marruecos del prudente Mohamed V, que se hallaba fuera de su país al desencadenarse el ataque, aplacó los modos levantiscos de algunos ilustres súbditos suyos y las cosas quedaron allí donde convenía que se detuvieran. Pudo Franco haber reconquistado sin excesivos esfuerzos la totalidad del territorio de Ifni, pero decidió limitar la presencia de las tropas de España a la plaza y a sus colinas inmediatas, como si estuviera pensando en que no pasarían muchos años sin que, en nombre de los principios de la descolonización y de la paz con Marruecos, tuviéramos que abandonar aquel áspero trozo de tierra y aquella inhóspita ribera del Atlántico, en donde nada teníamos que ganar y podían repetirse cualquier día episodios muy enojosos.

      El término del Protectorado español en Marruecos no fue lo que debió ser en el orden político porque, en un momento determinado, quizá pudo haberse negociado la retirada y no se negoció. ¿Pecamos de ingenuidad política? Hay quienes piensan que sí.

 

España ingresa en las Naciones Unidas

        Este de las Naciones Unidas fue uno de los caminos de amargura que hubo de recorrer el Gobierno de Franco. El propio Generalísimo no fue quien de la exclusión de España sufrió más, porque, a decir verdad, nunca creyó que de las Naciones Unidas dependiera la suerte de nuestro país; ni el ingreso en la gran Organización Internacional le urgía demasiado. Si ello viniera a cumplirse de un modo normal, sin ningún sacrificio por nuestra parte, bien; pero si  para alcanzar un escaño en Lake Success o en Fleshing Maadows, era indispensable contrariar uno solo de los rumbos que al Estado español le había señalado la voluntad de su jefe, mejor sería esperar, tener paciencia, no irritarse y meditar sobre este  asunto, poniendo en ello un punto de escepticismo. Comenzó la ofensiva exterior en la Conferencia de Postdam, donde el día 12 de agosto de 1945 Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética declararon que no apoyarían solicitud alguna del Gobierno español para ser admitido como miembro en las Naciones Unidas. Siguió el 4 de marzo de 1946 la nota de la Conferencia Tripartita de Londres, por la que advertían a los españoles que no debían contar con una plena y cordial aceptación de su candidatura para el ingreso en la Asamblea de las Naciones a menos que se formase en Madrid un Gobierno que .convocara elecciones, luego de haber derribado -esto se daba por sobreentendido- a Franco y acabado con su Régimen.

      La Conferencia Fundacional de San Francisco nos fue ácidamente hostil. En 1946 semitriunfó la agresión política, y las Naciones Unidas recomendaron la famosa «retirada de embajadores», con el voto en contra de Argentina, Costa Rica, la República Dominicana, Ecuador, El Salvador y Perú. A estos seis países, amigos en aquella hora de pesadumbre, se unieron fuera de la Asamblea la Santa Sede, Portugal, Irlanda, Suiza y Jordania.
    En 1947 y 1949 el
asalto exterior comenzó a decaer dentro de las Naciones Unidas: los seis votos favorables de 1946 se convirtieron en 16 y luego en 26. El año 1950 estaba superada la exclusión y se acentuaba el movimiento favorable al ingreso de España. En 1955 entró nuestro país en el cónclave de Nueva York con plenitud de derechos. La fe de Franco en la eficacia de las Naciones Unidas fue siempre escasa, como ya se ha dicho. En esto se parecía a De Gaulle. Creyó más en los tratos y acuerdos bilaterales. Pero nunca negó su apoyo y su aliento a la acción que la diplomacia española pudiera desplegar de acuerdo con la Carta de San Francisco. No es necesario decir que durante la década de los años cincuenta los embajadores retirados volvieron a Madrid y vinieron, por añadidura, otros muchos. Aclaramos que, aun en el tiempo de la cuarentena internacional, continuaron vigentes y crecientes las relaciones consulares y comerciales ¡Y hasta ciertas relaciones diplomáticas!

 

Acuerdos militares y económicos con los Estados Unidos

    Tema es éste muy sujeto a discusión que ha movido fuertes polémicas, incluso en elevados ámbitos oficiales. ¿Fue bueno ceder bases a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos? ¿Fue un error? ¿Resultaron servidos con ello los intereses nacionales? ¿Sufrieron, por el contrario, algún quebranto? De las decisiones adoptadas durante el largo y fecundo Gobierno de Franco ésta será una de las que dé lugar a interpretaciones de muy diverso orden.

     Entre los años 1950 y 1953 se inició la colaboración económica del Gobierno de Washington con el de España. El Senado norteamericano autorizó un préstamo que podía llegar a los 100 millones de dólares, pero la verdad es que la primera operación efectiva de esa naturaleza no se llevó a efecto hasta principios de 1951, cuando, tras largo trámite, se resolvió en la Casa Blanca abrir los trámites indispensables para que España pudiera disponer de 62 millones de dólares, cantidad que hoy, quizá, parecerá corta, pero que en aquel trance revestía una significación y una importancia de primer orden.

     Iniciada así la relación de amistad entre los Gobiernos de Madrid y de Washington, pronto se amplió el diálogo hacia temas de calificada índole política. y vino el Acuerdo Militar y Económico por el que España permitía a los Estados Unidos la utilización de bases aéreas en Morón, Zaragoza y Torrejón de Ardoz, más una base narval en Rota (Cádiz), amén de una serie de instalaciones auxiliares -radar, observación meteoro1ógica, comunicaciones, etc.-, con que las Fuerzas Armadas norteamericanas remediaban la debilidad estratégica de la defensa militar de Occidente al quedar el territorio español disparatadamente apartado de los compromisos atlánticos. Firmado dicho Acuerdo en 1953 fue renovado en 1963 por un período de cinco años y reiteradamente después, en 1970, por otros cinco. Los pareceres que a propósito del pacto hispano-norteamericano han salido a la luz pública son de muy varia condición y no han faltado críticas bastante acerbas que consideraron perniciosa para la independencia y soberanía del Estado esta vinculación a las exigencias de carácter militar de los Estados Unidos. Franco no vaciló. Como en otras muchas ocasiones, tardó en decidir, pesó y repesó ventajas e inconvenientes; y cuando, según sus cuentas, se le apareció con claridad un balance favorable a España, resolvió negociar afirmativamente y permanecer fiel a lo pactado. La violencia con que sus enemigos, especialmente aquellos que aún actúan desde el exilio, atacaron el Acuerdo entre España y los Estados Unidos, debió de fortalecer en el pensamiento del Caudillo la idea y la convicción de que desde un punto de vista había acertado. Pero fa discusión continuó y continuará por mucho tiempo. La línea de conducta señalada por las fechas de los distintos tratos y convenios -26 de septiembre de 1953, 26 de septiembre de 1963, 26 de septiembre de 1968, 29 de junio de 1969 y 6 de agosto de 1970- subraya uno de los capítulos más interesantes del Gobierno de Franco.


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